El diario El Mundo publica el 2 de abril de 2013 un artículo muy duro de Antonio Lucas dedicado a Mariano Rajoy. Se titula El mudo y cada frase que dedica al presidente del Gobierno es más demoledora que la anterior.
[Rajoy es] Algo así como un trasto que ha decidido callar. Un ser encumbrado como el más afásico de los inquilinos que antes ocuparon el batiscafo de Moncloa. Hay hombres que deciden no hablar por no tener que explicarse. Creen que el silencio deja una estela de honor tardío, aunque provenga de la nulidad.
Tras afirmar que el inquilino de La Moncloa «no siente la obligación de dar razones porque esto que ahora sucede dejó de interesarle en la misma madrugada de su debut», añade:
Un presidente del Gobierno que confunde su mudez impotente con la revalorización del cargo suele destilar un eco prematuro de antepasado. De difunto que aún respira. En Rajoy no hay líder, sino un burócrata a control remoto que se activa con dos palmadas alemanas.
Suma y sigue:
A este gallego presuntamente sereno le gana la impaciencia de los abúlicos, que es lo que sucede con aquellos que no creen en lo que hacen. Y de ahí viene mi sospecha: creo que se la sudamos muchísimo. Cada silencio suyo es una declaración de indiferencia. Está al resguardo de un vallado de ministros que sonrojan mayormente.
Concluye:
Mariano Rajoy es uno de esos fracasos que encierran algunos falsos triunfos muy intentados. No lo digo por nada en concreto, sino por todo en conjunto. A España la están llevando en andas al crematorio entre los inútiles, los corruptos, los codiciosos, el Monarca y toda esa saga/fuga del mocasín a la que el presidente observa asustado con un lancero tras los visillos, como si no fuera con él. Eso no es gobernar, sino cobardear. Pues aún hay algo peor en un político que hacerse el mudo: fingirse, por miedo, sordo. Y ahora qué.