“¿Quién no ha tenido un amigo narcotraficante con el que se iba de juerga en su yate? ¿Quién no ha heredado una fortuna en Suiza y se ha olvidado de declararla? ¿A quién no le ha pasado que aparezca un Jaguar gratis en el garaje, o que un desconocido generoso –apodado don Vito– le regale bolsos, joyas, fiestas y viajes?” Nacho Escolar (“Le puede pasar a cualquiera”) ha sido siempre mucho de pregunta retórica, un recurso que da bastante de sí para rellenar textos y cambiar de registro mientras se sigue con la misma tarabita -LEA EL TRASGO EN LA GACETA-.
Y es que, por más que Nacho nos asustara a sus seguidores al lanzar eldiario. es y asegurando que iba a ser una cosa objetiva, el objetivo real, el centro de la diana del equipo es el PP, y punto. La izquierda real tiene a su favor que carece de los estúpidos melindres y complejos que lastran a la derecha real, va a saco y no da tregua. No se verá a un presidente del Gobierno de izquierdas diciendo que su político favorito es uno del otro lado, como hizo el más duro de los duros –en su opinión–, José María Aznar, con Manuel Azaña, como no se oirá a Mas o a Pujol decir que hablan castellano en la intimidad.
En España, como en otras partes, la izquierda hace la revolución y los conservadores la conservan. Viene esto a cuento del acoso cansino al asunto Bárcenas, primero, y a la foto de Feijóo con un narco, ahora. No paran. Es de agradecer, lo he dicho en otras ocasiones, que le den fuerte al Gobierno, que no es precisamente ejemplo de coherencia o eficacia. Pero lo que resulta risible, lo que dinamita esa cuidada imagen de audaz “decirle las verdades al poder”, es la ausencia flagrante del escándalo de los ERE andaluces en sus páginas.
DIME CON QUIÉN ANDAS
O las relaciones cuestionables de los chicos de la PAH con los proetarras. En una España que tiene a sus espaldas un millar de muertos a manos de la banda, lo de Feijóo es una foto de primera comunión. Lo de la política española es para desesperar, pero la idea de que todo ha empezado con el PP y se limita a su Gobierno es peor que ingenua: es de una hipocresia pavorosa, como siguen demostrando las encuestas de intención de voto. No, Nacho, no es que le pueda “pasar a cualquiera”. Pero al partido que más tiempo ha gobernado en España en democracia le ha pasado con pasmosa frecuencia este tipo de cosas, ya ves.
“¿Cuántas fotos como las de Feijóo duermen en un cajón y pueden aparecer publicadas en cualquier momento?”, le da Isaac Rosa (“El tapón del desagüe”) en el mismo medio. “¿Cuántas cuentas suizas nos faltan por conocer? ¿Cuántos cuadernos de tesorero hay en circulación? ¿Cuántos informes están ultimando las unidades de investigación policial? ¿Cuántos jueces están a punto de abrir un nuevo sumario?”. No me parecen muchas preguntas. Al revés, me parecen demasiado pocas. Lo cierto es que la izquierda lo tiene difícil para presumir de historial económico, y quizá sea por eso que se limita a un miserabilismo facilón y demagógico y se centra en su obsesión por hacer tabula rasa y homogeneizarlo todo a capón, que no hay otro modo.
A veces –no: a menudo– el afán roza lo ridículo, como Rosa Montero en El País (“Muy machos”): “Viendo los abrazos de los jugadores me quedé pensando en la sorprendente ausencia de homosexuales reconocidos entre ellos. ¡Y luego nos jactamos de que nuestra sociedad es tan tolerante y de que la homofobia ya no existe! De acuerdo: entonces, ¿dónde están los futbolistas gais?”. Creo que es la pregunta que se hace media España. Porque, sigue Montero, “el porcentaje de homosexuales se mantiene más o menos estable en todas las culturas y se mueve en una franja entre el 2% y el 7% de la población. Un puñado de dimensiones perfectamente visibles, diría yo. Repito, ¿dónde están?”.
MALDITA REALIDAD
En realidad, Rosa, el porcentaje se mueve, por emplear tu expresión, entre el 2’5% y el 3’5%, pero eso no viene ahora al caso. El caso es, más bien, que por mucho que se empeñe la izquierda, no todos los colectivos están obligados a tener idénticos intereses y aptitudes, y de hecho abundan los estudios estadísticos que revelan que la proporción de homosexuales es menor entre los deportistas de élite. Montero es muy libre de hacerse las preguntas que le plazcan, pero es probable que las respuestas no entren en su esquema y no tengan nada, pero nada que ver con supuestos prejuicios.
Han coincidido Montserrat Domínguez, en el Bluffington Post (“Montserrat Domínguez Europa rica, Europa pobre”), con Timothy Garton Ash, en El País, “El euro sobrevive, pero ¿qué ha sido de los europeos?”, en un lamento gemelo: por qué los europeos no acaban de aceptar Europa (es decir, el mandarinato de Bruselas). “Todos y cada uno de los 17 líderes nacionales de la Eurozona y los 27 de la UE piensan primero en la política, los medios de comunicación y los sondeos de opinión de sus propios países”, suspira Garton Ash. “En la Europa rica sigue abonándose una opinión pública despectiva con los países del sur, caldo de cultivo de los movimientos ultranacionalistas”, gime Domínguez.
Ambos barajan posibles soluciones, pero a ninguno de estos dos amanuenses elitistas se les ocurre que Europa debería, no acercarse a los europeos, sino quedar en sus manos.