Día de intercambio de cuchilladas en los espacios de opinión de la prensa de papel española. Tanto en El Mundo como en La Razón encontramos el 8 de abril de 2013 columnas en las que se replica a textos de otros medios, en uno de los casos con dureza, en otros simplemente se dice a las aludidas que se han dejado engañar. Y también en el diario de la disciPPlina hay quien recupera viejos, viejísimos agravios en El País de la mano de dos ahora ex ministros de Felipe González. Y todo ello, no podría ser de otro modo en estos tiempos, viene a colación de asuntos relacionados con la Monarquía.
Federico Jiménez Losantos anuncia desde el propio titular, Cortesanos, ofrécense, que su columna en El Mundo no es suave. Y el texto lo confirma.
Es tanta la muchedumbre de cortesanos inquietos que este fin de semana ha provocado un terrorífico atasco en los periódicos. Hace unos meses apunté la necesidad de aprovechar la crisis de la publicidad comercial y abrir un nuevo epígrafe: «Cortesanos», que podría ir entre «Pisos» y «Contactos». Si alguien cree que exagero, he aquí un caso dramático de anteayer mismo.
La víctima, si podemos llamarla así, es persona de enorme talento y envidiable pluma, tan diestro director de medios como fecundo ideólogo del centro templado -para mi gusto, algo fresco-, y ha publicado en internet una «Carta al Rey de un monárquico que quiere seguir siéndolo», con una frase que explica mejor que un largo ensayo la zozobra de esa apretada falange cortesana que llegó a pensar que el juancarlismo duraría cien años.
El aludido, al que no cita por su nombre pero cuya identidad podemos descubrir fácilmente gracias a un buscador de internet, no es otro que José Antonio Zarzalejos, con el que el periodista de esRadio tiene un largo historial de enfrentamientos. El artículo al que se refiere Jiménez Losantos, Carta al Rey de un monárquico que quiere seguir siéndolo, fue publicado dos días antes en El confidencial.com.
Losantos reproduce varias frases en las que Zarzalejos presenta como méritos propios ante el Rey que no se le haya reclamado una mayor transparencia en sus cuentas o que su labor esté regulada como en otras monarquías parlamentarias. Ante esto, el turolense resume:
O sea, que los que despreciaron la legalidad deseable y la moralidad necesaria, mudos ante la corrupción y verdugos de quienes la criticaban, quieren seguir siendo… lo que son. Tranquilos. No pueden ser otra.
En La Razón, Alfonso Ussía responde a dos artículos publicados a jornada anterior por El Mundo, una en el propio diario y otra en su suplemento dominical Crónica, ambos sobre Don Juan. En concreto, se trata de Don Juan Carlos sí que está solo, de Carmen Rigalt, y Don Juan cobraba por los posados y dedicatorias de sus fotos, de Pilar Eyre. Y precisamente el nombre de las dos periodistas va en el título de la columna: A Pilar y Carmen:
Pilar Eyre y Carmen Rigalt, a quienes tanto quiero y admiro desde muchos años atrás. No os déjeis influir por chismes y protagonismos a destiempo. Soy suscriptor y leo «El Mundo» a diario y a conciencia por tratarse de un gran periódico que cuenta con una nómina extraordinaria de periodistas, columnistas y colaboradores, además de un formidable Director que lleva el periodismo en las venas. Pero algo ha sucedido últimamente que os ha puesto de acuerdo. Una fobia antimonárquica que se ha extendido por las redes sociales y que puede poner en peligro, no sólo a la Corona, sino a España. Una fobia sustentada en dimes y diretes, por otra parte. Algunos se han apercibido de ello, y hasta David Gistau parece un columnista monárquico.
Niega todo lo que cuentan ambas colaboradoras del diario de Unidad Editorial, a lo que denomina como «dimes y diretes». Eso sí, no las acusa de mentir sino de dejarse engañar. Concluye:
No existe, Carmen, la extraña leyenda de Don Juan. Ya en España, y malvendiendo sus propiedades, Don Juan, heredero de Alfonso XIII y la Reina Victoria, reunió esa «inconmensurable fortuna». Nadie le pagó su muerte, y tengo las facturas de la clínica a tu disposición. También tengo la tarjeta de Mario Conde manuscrita desmintiendo la falacia. Lo hice desde ABC, publicando toda la documentación. Don Juan vivió en Estoril sin un chavo. Murió con seis millones de euros. Esa es la realidad y vuestras brillantes inteligencias y honestidades, Pilar y Carmen, no merecen la entronización de los chismes.
Martín Prieto se muestra, también el diario dirigido por Francisco Marhuenda, muy duro contra quienes no aplauden en España a la monarquía. Para ello no duda incluso en sacar a colación, o aprovecha para ello, viejos rencores. Lo hace en Republicanismo de peluche:
Enrique Múgica y Javier Solana censuraban en «El país» los alegatos de Antonio García Trevijano, para luego echarme la culpa a mí, y es que una tercera república sólo anidaba en el almario de la caverna, del llamado búnker.
Mira al pasado del republicanismo español:
El republicanismo español nunca fue de masas. En 1873 los republicanos salían de los comités y de las sociedades de amigos del país, y en 1931 del revolucionarismo soviético, anarcosindicalista y fascista. Hoy el republicanismo es una enfermedad oportunista que medra en el caos moral de la nación y no puebla ni en los ateneos. Jorge Vestrynge regenta un chiringuito bolivariano pero cuando pidió ingresar en el PSOE, Alfonso Guerra dijo que para cuando las ranas criaran pelo. El franquista Miguel Ángel Revilla que iba en taxi a La Moncloa cargado de anchoas y sobaos, hoy convertido en telepredicador, carga contra la Infanta en apuros y afirma muy suelto de cuerpo que la evasión fiscal cubriría nuestra deuda y evitaría los recortes. De peluche.
El ahora destapado como un monárquico furibundo termina con unas frases que denotan una absoluta falta de respeto hacia quien no comparte su defensa del Rey y los suyos:
Para cultivar champiñones hay que alfombrar de bosta una cueva y taparla: mucha mierda y nada de luz. La crisis extendida a centenares de casos judiciales eternizados ha hecho brotar el hongo que comienza a resultar alucinógeno. Para propiciar, precisamente ahora, llevar a la rojigualda el morado del pendón de Castilla, hay que haberse indigestado de tortilla de champiñones, y de postre, peyote.
Otra defensa encendida de la monarquía la encontramos en ABC, en esta ocasión de la mano de una Isabel San Sebastián que lleva bastantes semanas clamando contra la corruptela generalizada en el sistema político español pero que parece ver conspiraciones cuando se denuncia que ese mismo mal está instalado en el seno de la familia del Rey. La columnista recurre al latín para plantearse en el título ¿Cui prodest? (‘¿Quién se beneficia?’):
En este contexto hay que situar el debate abierto recientemente en torno a la institución monárquica. Abierto en canal y en carne viva [el debate sobre la monarquía], como abrimos los españoles casi todos los debates, a raíz de una sucesión de errores garrafales o incluso delictivos protagonizados por miembros de la Familia Real o allegados a la misma. Hemos pasado del incienso a la basura sin solución de continuidad, haciendo honor a nuestra pasión por los movimientos pendulares.
En su último párrafo, pregunta:
¿A quién beneficia el descrédito y eventual caída de una Corona que nos ha servido bien dentro y fuera de España? En la respuesta a esta pregunta se encuentra, como siempre, la clave para descifrar el enigma. Dicho lo cual, es evidente que no hay ataque posible a la fortaleza inexpugnable defendida por una guarnición fiel. Por eso compete a la propia Institución redorar sus dañados blasones, limpiando lo que haya que limpiar y demostrando su utilidad a las nuevas generaciones. Ella a de reconquistar, a base de ejemplo y servicio, la lealtad de este pueblo fiero.
Este humilde lector de columnas no cree que San Sebastián o Martín Prieto podrían estar tranquilos. Con algunas excepciones, varios de los periodistas más duros con los escándalos que han salpicado a la Casa Real defienden la instauración de la República. Al contrario, lo que suelen propugnar es que el Príncipe de Asturias se conviertan ya en Rey mediante la abdicación de su padre, lo que no suena demasiado republicano, la verdad.
En la contraportada de El País, Almudena Grandes publica una columna titulada Abril en la que defiende la actuación del juez Castro al imputar a la infanta Cristina, y de paso defiende a un Garzón que aquí no pinta nada:
Me sorprenden las críticas semánticas y estilísticas que cuestionan un auto transparente como el agua. Y el prestigio del fiscal, cuando en otros casos, como el de Garzón, no se dio valor alguno a su discrepancia. Y las declaraciones de García Margallo, como si la actuación de la justicia encarnara un riesgo más grave para la marca España que la constancia de que el yerno del Rey se ha forrado con dinero público.
Señala algo que no deja de resultar verdadero:
Ni ustedes ni yo tenemos la culpa, pero Felipe de Borbón será siempre el cuñado de un corrupto, de cuya esposa se sospechó -como mínimo- que cooperara al enriquecimiento ilícito de ambos. Un hipotético éxito de la fiscalía no hará más que empeorar esa percepción.
Concluye con un melancólico recuerdo de la llegada de la II República:
En este abril de lluvias torrenciales, resplandece más que nunca la memoria de otro abril, que fue capaz de devolver la ilusión democrática y la fe en el futuro a un país desahuciado, que se llamaba España y, por cierto, se parecía bastante a éste.