“La información de calidad no puede ser gratis”. Y lo decía el tío que lo vendía, suele exclamar mi madre en estos casos, es decir, cuando quien defiende una postura está defendiendo, en realidad, su modo de ganarse la vida -LEA EL TRASGO EN LA GACETA-.
La frase es de Natalie Nougayrède, y a mí me encantaría responder con un sonoro “¡amén!”, pero lo curioso es que lo leo –gratis– en la versión digital de El País, el mismo que edita el Bluffington Post en español, que ha dado un paso más en esta loca carrera por la descomposición del periodismo al decretar que no sólo no pagará el usuario para leer los contenidos, sino tampoco la cabecera para que escriban los colaboradores.
Se cobra, dijo Montserrat Domínguez en su día, en , una moneda que no te aceptan en las carnicerías. Pero esto de jugar a dos barajas es hábito viejo en Prisa. El País es la biblia del progre transicionita, que se ha hecho mayor, tiene ahorrillos en un fondo de inversión y quiere seguir jugando a la revuelta pero de mentirijillas, no vaya a ser. Pero la actualidad les está sobrepasando, y en muchos casos parecen no saber a qué carta quedarse. Pongamos, los escraches. Es difícil que el corazoncito colorado del prisaico medio no se acelere con algo tan pueblo, tan de los buenos, pero al mismo tiempo no es improbable que le entren sudores fríos pensando que un día pueda ser su casa la escrachada.
En “Anatomía de un escrache” puede leerse, a un tiempo, esa simpatía junto a insinuaciones de preocupación. “Hemos agotado todas las vías que existen”, concluyen. Piden paso para meter postales en el buzón de la diputada. La Policía no les deja pasar. “Nuestra vida cambiaría con un poquito de dignidad si los políticos dicen sí a la ILP”, se lee en una de las cartitas, enganchada junto a una tubería”. Y también: “Es estupendo que protesten, que el banco se quede con la casa y siga cobrando debería ser ilegal”, dice la enfermera Virginia Quiles tras aceptar una octavilla.
Sandra, de 37 años (pide figurar sin apellidos), se una a la marcha con su hija subida a los hombros y el hijo en un carrito. Vive en el barrio. “Les apoyo porque creo que hay que luchar contra el poder sin límites de la Banca”, explica. Acaban una hora después, frente al Retiro”. Pero no faltan los detalles ominosos, los que revelan las tripas del escrache e insinúan hasta dónde puede llegar la práctica: “A la vuelta de la esquina está la casa de una diputada del PP, Belén Bajo Peinado, que fue la directora de comunicación de Mariano Rajoy en varios ministerios y en el PP. La asamblea de barrio la localizó tras ‘un trabajo de investigación’, explica Julia Alsinet, de 26 años, de la Asamblea de Vivienda”. En sus páginas de opinión, las dos barajas se separan e identifican.
Así, en “¿Acosos o escraches?”, Gregorio Marañón Bertrán de Lis, miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, asegura que es “intolerable sitiar los domicilios de los políticos o insultarles a ellos y sus familias”. Es claro como el agua en su oposición al nuevo fenómeno: “Una manera de esconder lo que las cosas son en realidad consiste en denominarlas con un término abstruso que las disfrace. Es lo que está sucediendo con los intolerables acosos que están sufriendo en sus domicilios algunos políticos, acosos que han devenido terminológicamente en “escraches”. A estas alturas ya se sabe en qué consisten: un grupo de personas, abusando de la fuerza de su número, se dedican a sitiar los domicilios de los políticos señalados, ejerciendo todos los gestos de coacción imaginables, insultos e injurias incluidos, sobre los políticos que entran o salen de sus casas, y sobre sus familiares, amigos y colaboradores.
Aunque hasta la fecha no conozcamos agresiones físicas, la violencia a la que pueden llegar estas conductas es incontrolable”. Manuel Rivas, en cambio, es de lo más partidario en “El Gran Escrache”. Usa el método, tan depurado en la izquierda, de responder a las críticas amplificándolas y atribuyéndolas al “enemigo”. Quizá por eso tiende menos a describir un verdadero escrache como a convertirlo en metáfora. “Dentro y fuera de nuestras casas, en plasma omnipresente, todos los días, a todas horas, sufrimos el escrache de grupos que tienen acongojado al país y a los que la gente identifica con nombres pandilleros muy cualificados, a la manera de Los que Tienen la Sartén por el Mango, Los que Cortan el Bacalao o Los que Cuando no Corren Vuelan. La intención de estos colectivos elitistas de acción directa no es evitar los desahucios, la estafa de las preferentes y otras canalladas. Al contrario, los participantes en este escrache contra el pueblo parecen pretender un desahucio general, hasta culminar en un régimen de democracia desahuciada”. ¿A que les suena? A mí, un montón.
Estoy harto de leer en Twitter, cuando alguien se asombra de que se le baile el agua a los proetarras tras un millar de víctimas de los “años del plomo”, a los equivalencistas asegurando que “violencia es que te echen de tu casa por no pagar la abusiva hipoteca del banco” y así. Miren cómo lo hace Rivas: el no dimitir de inmediato es ya una forma de escrache moral que la gente no se merece. Pero esa intención de prohibir la memoria periodística recuerda medidas de gran éxito como la del inquisidor que excomulgó a las tormentas. Luego hay personajes que son un escrache por sí solos”.