La novedad en los espacios de opinión de la prensa de papel este 12 de abril de 2013 es que no hay nada reseñable referido al Rey o su familia, más allá de un típico ‘ladrillo’ de El País firmado por Fernando Schwartz y titulado Un año horrible. Encontramos en esta jornada un poco de todo, desde los planes expropiadores del Gobierno Andaluz hasta la intervención de Joan Tardà en catalán en el Congreso, pasando por la todavía no nacida Ley de Transparencia.
Quien escribe sobre esta cuestión es Julia Otero en El Periódico. Su columna en el auto denominado ‘diario de la Catalunya real’ se titula ¿A quién temen?.
Tras recordar que el Ejecutivo de Rajoy anunció al poco tiempo de llegar al poder un anteproyecto de Ley de Transparencia, añade:
Ha pasado un año, la ley ni siquiera ha iniciado su tramitación parlamentaria, se ha ampliado hasta en 25 ocasiones el plazo de presentación de enmiendas y nadie se atreve a poner fecha a su aprobación. El propio Rajoy afirmó hace un año que al fin «la gente sabrá en qué se gasta su dinero, y si se enchufa a alguien saldrán el nombre y los apellidos y habrá que dar explicaciones». Claro que entonces Bárcenas pasaba aún por ser solo un esquiador alpino con mucha afición.
Ante la discusión sobre a quién debe aplicarse la norma, Otero responde:
Hay que poner bajo el foco a todo el que reciba dinero público, sin más límite que el que puedan dibujar, llegado el caso, el Ministerio del Interior o el de Defensa. El ciudadano tiene derecho a saber las cuentas de los partidos, los sindicatos, las organizaciones empresariales, las fundaciones, las oenegés, la Iglesia, todas las administraciones y cualquier organismo o entidad que se mantenga con dinero de todos. O sea, la Casa del Rey, la primera de la fila.
Así sea, este humilde lector de columnas comparte la idea de que todo aquel que se financie con fondos públicos de someterse a la norma. Eso sí, se pregunta, ¿no podría haber incluído Otero en su listado a todos aquellos medios de comunicación que reciben subvenciones de alguna administración. Se me ocurre, por ejemplo, el propio periódico en el que publica su artículo la locutora gallega que ejerce de catalana, receptor de generosas ayudas de la Generalitat de Cataluña.
Saltamos ahora a Madrid, donde Juan José Millás se mofa en El País de la constante defensa que hace García Margallo de eso que el ministro de Exteriores llama ‘marca España’. El artículo se llama Empresa y país, y no arranca con una prosa delicada, precisamente:
¡Ah, la marca España, la puta marca España! ¡Qué hallazgo, lo de asociar un país con un producto de consumo! Había que venderla, pues, con las técnicas agresivas con las que se vendía un coche, una lavadora, una tendencia. El objetivo, de acuerdo con la jerga del márquetin, era convertirla en una marca «aspiracional». Que uno deseara tener títulos de esa empresa como otros se mueren por pertenecer al Club de Campo (aunque luego no paguen).
El pobre Margallo todavía sueña con una campaña como la de Fanta, que se enfrentó valientemente al prestigio de las bebidas con burbujas y ganó una batalla, aunque parece que perdió la guerra: ‘pagafantas’ ha devenido en sinónimo de idiota. Quizá haya llegado el momento de dejar de ser un producto de consumo para ser de nuevo un país (si alguna vez lo fuimos), una familia, permítanme la afectación, donde, más que la cuenta de resultados, prime la solidaridad.
Concluye:
Como marca, tendríamos que haber cerrado ya. Pero tal vez como país, incluso como país sin burbujas, y si pudiéramos cambiar a esta panda de directores de personal sin escrúpulos por políticos decentes, tuviéramos algún futuro.
Pasamos a La Razón, donde Martín Prieto le dedica su columna al ex presidente del Gobierno y jardinero de bonsáis a tiempo parcial reconvertido en diseñador joyas, así como a su partido. El artículo se titula precisamente Felipe González:
Para esa especie de Banda del Empastre bajo la dirección de un Rubalcaba sin batuta, Felipe es más innombrable que Zapatero y, así, la escrachada Soraya o la engrupida Valenciano no ven problema democrático en el acoso de ciudadanos, diputados o no, a la puerta de sus domicilios o sus sedes partidarias. Felipe estima que no se puede perseguir psicológicamente a los niños, pero se queda corto y tímido porque tampoco se debe atosigar a los diputados que por la Ley son aforados y por las calles «escrachados».
Dice del PSOE:
El socialismo español lleva en su código de barras no aceptar el resultado de las elecciones (1934), o aun ganando en un Frente Popular, sólo se les ocurre propinar dos tiros en la nuca a un jefe de la oposición. El PSOE tiene una historia de esas que precisan de mucha expurgación para presentarla en sociedad. Violencia no es sólo que un escolta de Indalecio Prieto secuestre y asesine a un prócer adversario, sino también significar como indeseable a un ciudadano.
Prieto pone su esperanza en el sevillano:
Ante el autismo interesado de la dirección socialista, Felipe González puede y debe deslegitimar el escrache, a más de lo que hagan los poderes públicos. Sólo necesita levantar un poco más la voz.
En el mismo diario, Pedro Narváez escribe sobre El Chavismo Andaluz:
El pajarito de Chávez se ha posado en la cabeza de Griñan y le ha susurrado lo imprescindible para convertir Andalucía en el paraíso revolucionario de donde mana la leche, la miel y hasta un ejército de pescaíto frito.
Se pregunta el columnista:
¿Qué le decimos a los que pagan como pueden sus hipotecas con el lomo cuarteado de peonar un trabajo digno? ¿Hacemos un simpa?
Concluye:
El himno andaluz reza «andaluces levantaos, pedid tierra y libertad», pero de esta última palabra estamos huérfanos. La Andalucía socialcomunista acabará expropiando la miseria o hará de ella otro reclamo para la promoción turística. Ya sabemos lo que vende una foto de unos pobres hurgando en los contenedores o cómo trianea en la Prensa una mujer desesperada en un símil gráfico de una dolorosa sevillana. El «New York Times» seguro que la compra antes de que lo expropien.
En una línea similar ascribe Carlos Herrera, que en ABC firma Ese delicioso aroma bolivariano:
Si la Junta consigue que los bancos retrasen tres años la resolución de un conflicto por falta de pago en compromisos hipotecarios y que eso no le suponga deterioro a nadie, seré el primero en aplaudir. De hecho, ya lo hago; pero me hago la pregunta más trascendente de los últimos decenios europeos: ¿quién lo paga? No parece claro, pero no hay que maliciarse demasiado para concluir que la respuesta es «entre todos».
Añade:
Se va a dar el asombroso caso de una Administración que multe a alguien por no encontrar compradores.
Concluye:
Parece probable que haya sido la parte socialista del gobierno la que ha bloqueado la primera intención de la parte comunista de multar también a particulares con alguna vivienda vacía, más allá de la de la playa. Ambas, en cualquier caso, deberán esforzarse para que lo decidido en ese consejo de gobierno no se quede en el bluff habitual de tantas medidas anunciadas por la Junta, desde el Internet gratis para todos a la cama única en los hospitales, pasando por el anterior plan de la vivienda o las vacaciones pagadas a las amas de casa.
En el diario madrileño de Vocento encontramos además uno de sus cada vez más habituales artículos críticos con el registrador de la propiedad metido a gobernante, así como a Esperanza Aguirre. Lo firma Manuel Martín Ferrand y se titula Los incómodos.
Dedica dos párrafos a la presidenta del PP madrileño, que se resumen en las frases con la que teminan:
Aguirre, por lo que dice, vale un potosí. Y me quedo corto. Por lo que hace ya es otra cosa. Sus nueve años como presidenta de la Comunidad de Madrid, no exentos de mérito ni cortos en realizaciones, han estado llenos de flagrantes contradicciones con la doctrina liberal en la que dice asentarse y ahí está Telemadrid, una desgracia, como botón de muestra de lo que digo.
Acto seguido pasa al inquilino de la Moncloa y su actitud hacia ciertos pesos pesados del PP:
Mariano Rajoy, últimamente tan amigo de Alfredo Pérez Rubalcaba, hace mal en prescindir de los nombres más notables y con mayor personalidad de su partido. Cierto es que, por sus propios méritos y su relevancia, resultan incómodos en la cumbre de una formación que, aún siendo más conservadora que liberal, no puede negar el protagonismo de las personas; pero también lo es que solo con muñequitos tan obedientes como escasos en experiencia y formación, no se puede llegar muy lejos.
Concluye con un aviso para los marianistas:
Ni la catástrofe que vive el PSOE le garantiza al PP unos resultados brillantes, como los presentes, en los comicios previstos para el año que viene. ¿Esperará Rajoy, por ejemplo, «reconquistar» Madrid -Ayuntamiento y Autonomía- con la alcaldesa y el presidente que, por traslado o abandono de sus mentores, llevan hoy la vara municipal y el collar autonómico?
Cerramos nuestro repaso diario a los artículos de opinión el que publica Manuel Jabois en el Mundo, titulado Prohibido en catalán y escrito con cierto nivel de cachondeo:
El diputado Tardà se subió ayer a la tribuna del Congreso, y como no se le entendía, fue expulsado. ¿Y qué más da que no se le entendiese? ¡Ni que fuera Ortega y Gasset! Si uno repasa las intervenciones en castellano de Tardà en el Congreso se preguntará con asombro por qué no se le dejó hablar en catalán. Una de las razones de la mágica supervivencia de Fraga en el poder gallego se le atribuyó al lenguaje: Fraga hablaba fragués, un poderosísimo idioma ancestral de fonética desproporcionada que sólo las ancianas navajas creían descifrar.
Se ríe también del presidente del Congreso:
Piidió que le acercasen un librillo para advertirle de algo al señor Tardà. Echó media hora buscando páginas y necesitó cuatro asistentes. ¿Qué era? Que a la tercera advertencia el señor Tardà se tenía que ir. ¡Un librillo! ¡Casi hubo que avisar a Pericles!
Concluye:
Al señor Tardà lo echaron porque el catalán está prohibido en el Congreso. Sólo le dio tiempo a decir «feixiste», que debe de ser «hola» por las veces que se lo escucho. ¿Qué pasaría si Tejero entrase hoy gritando en catalán? Que no se iría al suelo nadie, si bien en el tiempo que tarda el señor Posada en buscar el artículo de las tres advertencias puede quedar el techo bonito.