La lectura de los espacios de opinión de la prensa de papel española no deja de deparar sorpresas a quien se entrega a dicha actividad. Así, el 25 de abril de 2013 se puede encontrar una columna en un diario catalán en la que se habla de aquellos que defraudan a Hacienda llevándose el dinero a otros países sin citar, ni tan sólo insinuar el apellido Pujol; gracias a un gallego que colabora con otro periódico de la Ciudad Condal descubrimos una gigantesca conjura contra Rubalcaba en la que participan desde Rajoy hasta la mayor parte del PSOE pasando por los medios de comunicación y, por no salir del tema del supuesto líder socialista, hay quien escribe sobre tartamudez en política sin nombrar a Alfredo Pe Punto.
Arrancamos con los dos grandes rotativos barceloneses. En el autoproclamado ‘diario de la Cataluña real’, El Periódico, Ernest Folch publica Unos paga, otros evaden. Arranca duro:
Mientras a usted y a mi nos suben los impuestos, nos incrementan el IVA y nos reducen los servicios, una panda de listos se escapa de la ratonera por la puerta de atrás. Se nos ha hecho intentar creer, por supuesto sin que se lo tragara nadie, que todo el mundo sería solidario con los esfuerzos fiscales, pero tarde o temprano aflora la terrible verdad, o por decirlo de una manera más suave, la dulce mentira.
Ingenuo que es uno, este humilde lector de columnas pensó: «Por fin Folch, uno de los más puros y dialécticamente más agresivos exponentes del consenso nacionalista catalán, va a denunciar los presuntos chanchullos de los Pujol con las cuentas en Suiza». Y claro, nos equivocamos:
La última patraña la conocimos el martes: 31 de las 35 empresas del Ibex 35, el 91% de todas las cotizadas en el principal indicador bursátil español, tenían en el 2011 sociedades participadas en territorios de baja o nula tributación. Que traducido al cristiano quiere decir: evaden impuestos en las Islas Vírgenes a través de sociedades interpuestas.
Tras explicar que el dato sale de las propias memorias anuales de esas empresas, añade:
Así es como funciona la dictadura del dinero: quien paga manda. El sarcasmo es que son ellas mismas las que confiesan el delito legal, y si a usted no le gusta le retiramos la publicidad, y aquí paz y después gloria.
Estas dos frases tienen mucho que rascar. Dejando a un lado el absurdo del «delito legal», puesto que si es delito no es legal y viceversa, el caso es que si fuera algo delictivo no lo contarían en sus memorias anuales. Cualquier actividad contraria a la ley tratarían de ocultarla, nadie hace públicas las pruebas de sus supuestos actos ilegales a no ser que quiera se pillado. Pero eso no es lo mejor. Esa categoría se lo merece aquello de «la dictadura del dinero» en relación con los medios de comunicación.
«Quien paga manda» y «si a usted no le gusta le retiramos la publicidad». Si no fuera porque no incluye «y las subvenciones» pareciera que estuviera hablando de la mismísima Generalitat de Cataluña y su compra de la complacencia de muchos medios catalanes usando el dinero público. Pero de eso el señor Folch, que escribe en uno de esos medios mantenidos con los impuestos de los ciudadanos y que cobra por aparecer en tertulias de la televisión pública catalana, no dice nada. Tal vez sea que por eso de la «dictadura del dinero» no dice nada de los Pujol.
Saltamos ahora al periódico del Conde de Godó y Grande de España metido a independentista. Fernando Ónega, uno de los miembros de la cuota no catalana de La Vanguardia, escribe un artículo en el que nos descubre la existencia de La conspiración contra Rubalcaba.
Tal como andan las cosas, es muy difícil no ver conspiraciones por todas partes. La que estos últimos días me suscita más curiosidad es la que imagino contra el señor Pérez Rubalcaba, secretario general de los socialistas españoles. Y si no está planteada como tal, lo parece. Es que vengo observando el auténtico escrache político que está sufriendo, y no es lógico que se produzca de forma natural. Cuando apaga un fuego, inmediatamente le encienden otro, y no tengo más conclusión que esta: lo quieren quemar, han encendido poderosas hogueras y, como se sabe, las casualidades políticas no existen.
Señala que Rajoy «lo ha escogido» como «objeto de derribo» al culparle de todos los males por haber estado en el Gobierno de Zapatero. ¿Le extraña eso a Ónega? Es normal que el jefe del Gobierno trate de desacreditar al líder de la oposición y, de paso, le culpe de todo para no tener que asumir la propia responsabilidad. Añade el columnista: «Y me temo que esté surtiendo efecto». Algunos suponemos que el propio Rubalcaba algo hará mal para que su imagen no haga más que empeorar. Busca conspiradores en la izquierda: los socialistas gallegos y todos los miembros del PSOE que van hablando de posibles sucesores, algo que «deteriora también la imagen del secretario general».
Pero el peso pesado del contubernio no está ni en Ferraz ni en La Moncloa o la Calle Génova. No, está en todas las redacciones de España –este humilde lector de columnas se pregunta si también es un conspirador sin tan siquiera saberlo–:
Y por delante, la conspiración mediática, que no digo que sea intencionada, pero tiene efectos demoledores. Es una conjura situada entre el silencio y el ataque furibundo. Lo vengo observando en las últimas semanas, y funciona así: 1) Si Rubalcaba presenta un proyecto complejo, se le silencia. Su reforma fiscal no se sometió ni a discusión. 2) Si la idea es sencilla (billetes de 500 euros), se la desprecia por inconsistente o populista. 3) Si existe algún movimiento social pacífico que le pueda beneficiar a él, a su partido o a la izquierda en general, se dice que le quita votos; si es violento, se acusa a Rubalcaba y al PSOE de fomentarlo. 4) Si hay alguna protesta social contra la política sanitaria (en Madrid, todos los domingos), nunca falta un periódico que publique al día siguiente algún fallo escandaloso de la política sanitaria andaluza. Y 5) Por supuesto, cualquier nombre que se lance como candidato a unas primarias para las que falta más de un año puede alcanzar el honor de ser primera noticia de portada en más de un diario.
Concluye:
¿Casualidades? Puede ser. ¿Fantasías de este cronista? Cosas peores ha hecho. Pero qué quieren que les diga: tienen toda la pinta de una confabulación. Y dijo una vez Calvo-Sotelo: en política, lo que parece es.
El hombre que buscaba su nombre durante la campaña electoral –qué grandes momentos cuando pasaba de ser simplemente «Alfredo» a Alfredo P. Rubalca y después transmutaba en RbCb– es también el protagonista de la columna de Ramón Cendoya (¿otro conspirador, señor Ónega?) en La Gaceta. Su artículo se titula El billete de 500€:
La oposición desgasta tanto que hasta Rubalcaba está perdiendo su mayor virtud. Está dejando de ser el hombre que miente con más sinceridad de España. Hace unos días la prueba: el encuentro con los jóvenes y su comentario sobre el billete de 500€. Patético. La escenografía fue el típico coloquio alrededor del líder con jóvenes aborregados.
En dicho acto, el supuesto líder socialista afirmó no haber visto nunca un billete de 500 euros. Cendoya replica:
Si fuera cierto que no ha visto un billete de 500€, que no lo es, quedaría inhabilitado para la política por incapaz. Una persona que ha ostentado todos los cargos que Rubalcaba ha tenido tiene que haber visto un billete de 500€.
Aunque sea por curiosidad o por conocimiento. La lógica lleva a pensar que es imposible que el máximo líder del partido de los ERE fraudulentos, del caso Campeón y de tantos «corrutos» oficiales no haya visto nunca un billete de 500€. Empieza a mentir mal.
Concluye:
Por eso en el PSOE están pensando que para sustituirle sirve un producto tan vulgar como Madina. ¿Hasta tan bajo ha caído la valoración de Rubalcaba en el PSOE que los jefecillos del partido piensan que Madina puede ser más y mejor ante el electorado? Eso pasa por dejar de mentir con toda sinceridad. Volverse fácil y vulgar hace que no te crean ni los tuyos.
También en el diario de Intereconomía nos encontramos con Fernando Díaz Villanueva –aunque quede mal por tratarse de un amigo de este humilde lector de columnas, hemos de señalar que se está afianzando como una de las firmas más potentes y valiosas del periódico en el que escribe– y su Contabilidad montoriana para sorayos:
Habrá oído aproximadamente un millón de veces que, desde que llegó el PP al poder, vivimos tiempos de austeridad. Bien, es mentira.
Tras recordar que la mayor parte de los ciudadanos han renunciado los últimos años a muchos gastos, añade:
La austeridad a la que se refieren políticos y tertulianos del pesebre es la pública. ¡El Gobierno no invierte!, ¡los recortes están estrangulando al Estado del Bienestar!, claman con vehemencia desde los micrófonos y las tribunas de prensa los economistas del sable. Bueno, pues eso también es mentira, y de las gordas. El Estado gasta más, en términos reales, hoy que en 2006, cuando por estos pagos se ataba a los perros con longaniza y empezaba a mascarse lentamente la tragedia de las hipotecas suicidas y su inevitable corolario de desahucios.
Recuerda que desde principios de la década pasada hasta 2013 el gasto público se duplicó, y señala:
2009 fue, no tan casualmente, el año del psicotrópico «acontecimiento planetario» de Leire Pajín. Desde ese momento cenital del disparate zapaterino el Estado fue poco a poco cerrando el grifo hasta llegar, agárrese, a los 450.000 millones que se gastó el año pasado, ya metidos de hoz y coz en el sorayismo rajoyano.
Tras criticar así a PSOE y PP le sale un ramalazo anarco-capitalista:
De verdad, en serio, seamos sinceros, ¿esto es austeridad? No, no lo es, se pongan como se pongan. El Estado, ese invento macabro que es pura violencia y pura coacción dulcificadas con pura propaganda, gasta como un niño tonto y, aun así, hay quien lo justifica.
Concluye:
Para que las Pajines y los Montoros gasten lo que no tienen, han dispuesto a placer de nuestros bienes presentes y futuros. Esa es la única contabilidad que les importa, la contabilidad montoriana, no muy distinta, por lo demás, a la mordoriana, de Mordor, del mal, del Estado. La practicarán mientras el euro se lo permita. Cuando deje de hacerlo ya se encargarán de cambiar de divisa para seguir robando. Lo llevan en los genes, son políticos, no se les puede pedir más.
Saltamos a ABC, donde Ignacio Camacho titula su columna sobre política Tartamudez y no se la dedica a Rubalcaba, lo cual sorprende si se tiene en cuenta que el socialista cada vez parece más afectado por ese problema al hablar. Compara, dejando mal a ambos, al anterior Ejecutivo con el actual:
El zapaterismo solemnizaba lo trivial y banalizaba por incompetencia lo importante -la economía-; los ministros marianistas en cambio ponen tanto énfasis en lo esencial que acaban haciéndose un lío y tropezando con los muebles del poder como si desconociesen su propia casa. Les ha vuelto a ocurrir esta semana con la zarabanda de filtraciones, anuncios parciales, autodesmentidos, rumores y balbuceos en torno al programa de reformas del viernes; han armado tal batiburrillo previo que ni esforzándose podrían lograr con tanta eficacia que todo el mundo piense que no saben lo que traen entre manos.
Sostiene que en el caso del actual gobierno no se trata de un problema de comunicación:
Lo que ocurre -les pasó también a los zapateristas- es que es muy difícil improvisar sin que se note. Se puede hacer, pero es asunto que requiere un gran hermetismo y una pose algo mayestática, un punto arrogante, que estos dirigentes no saben adoptar porque les falta talento dramático; son demasiado transparentes incluso cuando tratan de ocultar sus dudas y vacilaciones.
Concluye:
Este espectáculo de tartamudez política en torno a un paquete de medidas constituye una función vista ya demasiadas veces y se resume en la muletilla de «no se descarta», que representa el epítome jabonoso de la ambigüedad, el paroxismo resbaladizo de la incertidumbre. No se descarta volver a subir los impuestos, ni siquiera bajarlos; no se descarta retocar las pensiones, ni revisar el déficit, ni quitar medias pagas a los funcionarios. Tampoco se descarta lo contrario porque desde el minuto uno Rajoy declaró que estaba dispuesto a contradecirse a sí mismo. En esta apoteosis de la relatividad y la imprecisión nada, salvo la claridad, está descartado a priori: ni que las reformas acaben funcionando alguna vez ni siquiera que el país se vaya definitivamente a hacer puñetas.
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