Érase que se era una isla remota donde se hizo con el poder, engañando al buen pueblo, una facción de gente sin escrúpulos –neoliberales, les llamaban– que arruinaron el reino y acabaron con los ahorros de todos hasta que, harto el vulgo de sus desmanes, se rebeló como un solo hombre en una protesta tan universal que hizo caer a los poderosos -LEA EL TRASGO EN LA GACETA-.
Los insurgentes redactaron entre todos, como en una gigantesca asamblea del 15-M o un Woodstock legislativo (agitando sus manitas en alto), la que habría de ser ley para toda la isla, y elevaron al poder a ciudadanos justos y benéficos –los rojiverdes–, que se negaron a pagar a los usureros con quienes les había comprometido deslealmente los malvados neoliberales.
Desde aquel día, la isla se convirtió en modelo para los sufrientes reinos de ultramar y sus habitantes fueron felices y comieron hangikjöt. Luego, en las siguientes votaciones libres, el pueblo eligió para gobernarles a la misma facción que mantenía el poder antes de la revuelta. ¿Perdón? ¿No hay algo que no funciona en este cuento de hadas? ¿Quién es el guionista de esta película? En las elecciones del sábado en Islandia, el Partido de la Independencia (conservador) y el Partido del Progreso (centrista) han conseguido una clara mayoría en el Parlamento, con el 50,3% de los votos (27,1% los conservadores y 23,2% los centristas).
La coalición gubernamental de socialdemócratas y el Movimiento Izquierda Verde pierde 27 puntos y cae al 24,9% (13,5% los socialdemócratas y 11,4% los verdes). Ahora bien, Islandia es distinta y distante, Reykjavík no es precisamente Nueva York y en prensa estamos para simplificar lo complejo. Algo habría, sin duda, que no nos han explicado bien, porque nunca un final se dio tanto de bofetadas con el argumento de un cuento como en este caso.
Ayer era el día para que tanto periodista que nos vendió las sagas islandesas –primo cercano, sin duda, del que nos presentaba la Primavera Árabe como una alegre revuelta liberal de chicos y chicas en Facebook y Twitter– nos dijera que quizá se le fue un poco la mano con la emoción. Es no conocernos: no nos equivocamos los periodistas, se equivocan los islandeses y punto. “Islandia vota un retorno al pasado”, titula, con un par, la versión digital de El País. Dado que en Occidente llevamos unos sesenta años alternando dos partidos muy, muy parecidos, imagino que cualquier elección en la que no gane el partido del Gobierno es un “retorno al pasado”, pero algo me dice que El País no titulará así si las próximas generales las ganara el PSOE.
Eldiario.es de Nacho Escolar –el mismo que tuiteó su “envidia” por los franceses que eligieron al Hollande que alcanza ya las cotas más bajas de popularidad desde que se hacen sondeos– sentencia que “Islandia da marcha atrás y devuelve el poder a los causantes de la crisis”. Mira que son tontos estos islandeses, qué sabrán ellos de lo que de verdad pasa en Islandia. Esto se hubiera evitado traduciendo eldiario.es al islandés, para que los chicos de Escolar les explicasen bien clarito que vivían en una eterna y feliz Acampada Sol y que desconvocarla era una vergüenza. Lástima. Y, claro, aquí las urnas se equivocan a lo grande.
Recojo, cortesía del tuitero @huyelobo, algunos comentarios vertidos en Twitter; disculpen el lenguaje: “Si es que el ser humano es de natural tonto: la oposición de centroderecha gana las elecciones en Islandia…”; “La votación putada de Islandia esperemos que estos borregazos no lo hagan aquí, sería de poca cabeza y pa matarlos”; “Yo creía que sólo en España había ignorantes, pero por lo visto en Italia con Berlusconi y ahora lo de Islandia va a ser que no”; “El ejemplo de Islandia demuestra lo imbéciles que pueden llegar a ser los ciudadanos cuando sólo buscan riqueza al precio que sea”. Y es que la democracia, cuando no salen los míos, no mola tanto.
Igual de desconcertado parece estar Público: “Los conservadores que provocaron la crisis de Islandia vuelven al poder”. Pero es que Público dejó hace tiempo de ser un medio de información para convertirse en un canal de fervorín enloquecido. ¿Qué otro diario online tendría como segunda noticia una titulada “¿Cómo debería ser la elección del presidente de la III República española?”. En él me entero de que acosar a ciudadanos en sus domicilios es un derecho, y no de cualquier tipo, leyendo “El escrache como derecho fundamental”, firmado por Carlos Hugo Preciado Domènech, magistrado de lo Social del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya que, estoy seguro, si un día sus sentencias suscitan protestas a la puerta de su casa hará entrar a los manifestantes y les servirá unas pastitas. También en el digital rouresí conozco que Julio Anguita llama a la “desobediencia civil integral” y a no pagar la deuda pública’.
Y yo me pregunto si don Julio se da cuenta de que, en el caso de que la desobediencia sea verdaderamente “integral” –que en el florido lenguaje de Anguita significa, supongo, algo así como total–, los primeros en acogerse a ella serían los contribuyentes. Y ya me dirán de dónde iban a sacar para tanto derecho social el día en que quienes cotizan griten, a la quincemera, “este impuesto no lo pagamos”. Pero, ay, es tan bonita la retórica de la revuelta cuando se queda en eso, en retórica…