Afortunadamente cada día se ve menos esta lacra. Sin embargo, no deja de ser indignante que tengamos un Gobierno que se ocupe de tantas minucias y permita transitar por la calle a tanto ser deforme, impedido y t ransparentemente idiota -LEA EL TRASGO EN LA GACETA-.
¿Quién puede querer vivir una vida así? Es un problema que lleva demasiado tiempo fuera del debate público, invisible, hasta que un periodista valiente, Arcadi Espada, ha puesto las cartas sobre la mesa en una columna publicada en el diario El Mundo, “Un crimen contra la humanidad”. Cierto, Arcadi se refiere a matarlos antes de que nazcan. “Si alguien deja nacer a alguien enfermo, pudiéndolo haber evitado, ese alguien deberá someterse a la posibilidad, no solo de que el enfermo lo denuncie por su crimen, sino de que sea la propia sociedad, que habrá de sufragar el coste de los tratamientos, la que lo haga”, concluye.
Son, en feliz expresión usada por los alemanes en los años treinta, Unlebenswert Leben, vidas indignas de ser vividas, algo que, como se desprende las palabras de Espada, se agrava después de nacido en lugar de remediarse. Sin duda es más limpio y económico eliminarlos antes de que nazcan, pero que se haya cometido el error no es razón para evitar repararlo. Siempre se está a tiempo. No es cuestión de que “ellos”, por citar al audaz reformador, nos impongan impunemente “su particular diseño eugenésico: hijos tontos, enfermos y peores”.
AMPLIANDO HORIZONTES
Pero aunque aplaudimos la iniciativa de Espada, no podemos dejar de deplorar su timidez. ¿Por qué detenerse aquí? El periodista insinúa el enorme campo de reforma con ese último adjetivo abierto: “peores”. ¿Qué hay de los feos? ¿No son, en un sentido, deformes? Sin dolor, de forma rápida, discreta y eficiente, eliminémoslos. ¿Tontos? ¿Qué es, exactamente, un tonto? Si se trata de quienes son más tontos que el sagaz Espada, la población marcada para su eliminación sería demasiado amplia para que la solución entrase dentro de la política práctica.
Pero, puesto que él mismo se ha colocado en posición para juzgar quién merece vivir y quién no, quizá podría fijar amablemente un coeficiente intelectual concreto por debajo del cual la vida no merece la pena ser vivida. O, al menos, no merece la pena que la vea Arcadi. Este mínimo –sugiero– podría ajustarse a las necesidades sociales y económicas: más paro, bajamos el baremo. Los pobres, decía el malentendido maestro galileo, los tendremos siempre con nosotros. Quizá, pero no necesariamente los enfermos. Detrás de cada problema hay un hombre; acaba con el hombre y habrás acabado con el problema. No me dirán que no es una forma eficaz y limpia de acabar con la enfermedad acabar con los emfermos. Gracias, Arcadi. Por cierto, esa tos no me gusta nada…
CLAMORES
Leo abriendo la versión digital de El País que “Miles de personas claman en toda España contra los recortes en la enseñanza”. No sé ustedes, pero veo cierta desproporción informativa entre el sujeto –miles, que en un país con casi cincuenta millones de habitantes no son precisamente para parar las máquinas– y el verbo. No, no es, estrictamente hablando, que mil personas y aun tres clamen, pero eso ¿no se hace en cualquier protesta? Cómo decide el redactor cuándo se clama y cuándo se protesta, simplemente? Llámenme malicioso, pero sospecho que tiene mucho que ver contra quién se dirigen las protestas: si es contra la derecha, siempre se clama.
De igual modo, sospecho que los recortes educativos no son la cuestión de fondo que aúna tantas voluntades y que si el PSOE los hubiera aplicado, sería como sus medidas para acelerar los desahucios, que no fueron entonces capaces de despertar la justa ira de la Colau. Lo expresaba muy bien una tuitera informada, falsamente, de que las protestas habían paralizado la Lomce, lográndose, por así decir, los últimos objetivos de los manifestantes: pero, advertía, “a las manis de cabeza, tanto si es cierto como si no”. El apartado de doble rasero va, como siempre que se trata de la izquierda, rebosante.
Rosa María Artal llama implícitamente idiotas en eldiario.es, como tantos izquierdistas han hecho, a los islandeses: “Cuando ya tocaban con la mano el final de su amarga travesía, olvidan el origen de sus sinsabores y vuelven a votar a los causantes de su derrumbe. Es que lo están pasando mal, han de aceptar sacrificios para salir del atolladero y se aferran a un pasado que se idealiza”.
SACRIFICIOS Y SACRIFICIOS
Pasaré por alto la arrogancia de tanto españolito pontificando a esta distancia sobre lo que les conviene a los islandeses. Esta vez sólo quiero llamar la atención de que cuando el PP llama a “aceptar sacrificios” es para montar la revolución, pero si se pide a los islandeses para lo que place a la izquierda está plenamente justificado y los isleños nos han decepcionado al aferrarse “a un pasado que se idealiza”. Uno se pregunta, sinceramente, cómo pueden mantener este ‘doblepensar’ sin caer en la broma y, por una vez, reírse un poco de su propia y permanente incoherencia.