“Vivimos en un tiempo de canallas sumidos en un estado de necedad permanente”, escribe Maruja Torres en El País (Ignominia) -LEA EL TRASGO EN LA GACETA-.
Lo interesante para quienes somos víctimas del navajismo institucional, de lo que ha dado en llamarse su violencia simbólica, es averiguar qué nació primero. Si el ser canalla o el ser necio. Quién alimenta a quién. O si el canalla, al saberse aupado por sus pares a la cresta del capitalismo caníbal, ha perdido toda compostura, todo pudor, y no le importa en lo más mínimo que su retorcida necedad se exhiba en plaza pública”.
La izquierda siempre se ha encontrado con este dilema: no ser progresista es señal inequívoca de ser idiota y malvado –o, por utilizar la terminología de Torres, “necio y canalla”–, pero entonces es difícil explicar cómo han conseguido estos necios imponerse a lumbreras seráficas del calibre de, digamos, Torres. Algunos optan por dejarlo en malvados y suponerles astutos. Pero nuestra veterana columnista no quiere renunciar, se ve, a ningún insulto. Es un privilegio de los columnistas consagrados este de poder ocupar centímetros de valioso papel –el diario de referencia y todo eso– para no decir nada o, al menos, nada coherente.
Léanlo si no me creen: no hay nada, ninguna tesis, ningún tema concreto, sólo una de esas tiradas que a veces se oyen en el bar o en la peluquería. No hay razón para el freno porque ella lo vale y todo le vale: “Los de abajo, los desangrados, empezamos a añorar a los clásicos gánsteres”. Esa es otra tarabita de la izquierda. Yo, que no soy de izquierdas, soy, por definición, de “los de arriba” y de los “sanguinarios”. Está en el guión. Maruja Torres es una autora conocida y cotizada. Tiene columna antañona en el diario más vendido de España, la diaria biblia del progre desde la transición. ¿Y es de los de abajo? ¿Cuánto de desangrada puede estar Maruja Torres? Mire, tiene la ocasión de su vida para dejar de estar abajo: le cambio el sueldo SIN MIRAR.
Se lo digo desde LA GACETA, que sin duda considerará órgano de “los otros”. Venga, Maruja, es su ocasión… Pero sigamos, que el muy exclusivo El País nos ha engañado a todos y es un cutre que paga los peores sueldos del mercado incluso a sus columnistas estrella. Porque también Almudena Grandes (‘I+D+i’) va de desheredada y no tiene problema para fantasear con una España somalí que cualquiera puede refutar saliendo a la calle. “Altos muros que protejan a la gente de orden de la repugnante promiscuidad de los desheredados, pantallas desde las que el gran hermano lo ve todo –¡con lo que le gustan a usted las pantallas– o quema indiscriminada de libros”.
¡Venga, que las metáforas son gratis, que nos las quitan de las manos! ¿No sabe usted que la Ley Wert consiste, básicamente, en la organización regular de hogueras de libros? Pero, espere, que aún hay más disparate para terminar: “Ahora que los inmigrantes se mueren porque en urgencias ya no les atienden, invierta en I+D+i para fabricar comida a partir de sus cadáveres”. No quiero imaginarme si en la España de Zapatero –no espectacularmente distinta, ¿verdad?– algún entusiasta columnista de este su periódico hubiera incluido esa frase en un texto. De verdad, piénsenlo: fabricar comida con los inmigrantes muertos porque en urgencias no les atienden. Y que, seguro, abarrotan los cementerios (¿crematorios?) con lo felices que estarían acudiendo a los servicios de Urgencia de Malabo o Marrakech. La hipocresía es vomitiva, realmente.
Como leer en la sección de Sociedad: “Un hotel rechaza a jóvenes con síndrome de Down por si molestan”. ¡Qué crueldad la del hotel, rechazarlos por si molestan! Si molestan, se les mata, como han defendido con entusiasmo en esas páginas Reverte y Espada, eso sí, antes de nacer. Volviendo a la Grandes, su columna quería versar sobre las manifestaciones contra la Ley Wert, que debe ser terrible porque quiere cambiar lo de antes, que era una maravilla y daba luminarias como un Rafael R. Tranche, profesor titular en la Universidad Complutense de Madrid, autor de Vivir por encima de nuestras posibilidades. Allí nuestro eximio profesor, derrochando originalidad y pensamiento independiente, nos enseña que “este supuesto dispendio, amplificado por los casos de corrupción y despilfarro que han creado tanta alarma mediática y social, es en gran medida el resultado de subordinar la financiación de la deuda al juego especulativo de los mercados financieros”.
Probablemente nuestro docente prisaico nos explicará cómo se hace para no subordinar la finanzación de la deuda “al juego especulativo de los mercados”. Seguro que la idea es luminosa aunque, por modestia, nos lo oculta. En realidad, es una frase, eso del “juego especulativo de los mercados” para referirse a la actividad a la que se dedica la firma dueña de Prisa, la editora de El País. Sí, la coherencia está sobrevalorada. En realidad uno se fija en los sumarios, donde se supone que se incluye lo más llamativo del artículo, y llora: “En el círculo vicioso de la deuda, la única salida posible parece ser la austeridad”. No, hombre, no: cuando uno debe hasta la manera de andar, la salida lógica es salir de copas. Pero no se alarmen: no es profesor de Economía.