No volveré a escribir ni una sola letra en ningún medio tradicional ni tampoco en aquellos diarios digitales que funcionan como tal. Esto necesita revolucionarse
El jueves 16 mayo 2013 el director de El País, Javier Moreno, llamó a su despacho a Maruja Torres y le indicó que se sentara en el sofá junto al ventanal con un seco «tenemos que hablar».
La columnista de 70 años, que es pretenciosa hasta decir basta y ya había hablado previamente telefónicamente con Moreno, debía barruntar de que iba el asunto.
Dice ella a sus próximos que estaba esperando el momento desde que en octubre 2012, el mismo día que se presentaba el ERE en El País, había asegurado ante decenas de estudiantes de periodismo que Cebrián es un quiero y no puedo: «Un cateto, rencoroso y pijo, pero un pijo sin conciencia».
«Creo que Cebrián nunca me perdonó que le llamara sardinita de Wall Street», rememora después para tratar de justificarse siete meses de mala conciencia por atacar la casa que durante décadas la ha cobijado y mimado como delicada figura de porcelana.
Moreno, de 50 años, fue suave pero tajante, fiel a su estilo.
Trató de explicar a la veterana los inevitables cambios del modelo periodístico, cómo los jóvenes ya no leen prensa en papel y el peso perdido de los grandes dinosaurios que, como ella, habitan las columnas de opinión donde hablan de lo humano y divino.
Ella, encendida, soltó una frase lapidaria:
“¿Pero tú sabes con quién estás hablando? Soy Maruja Torres y tengo muchos lectores que me he ganado a pulso opinando”.
Y él la acompañó a la puerta.
Maruja escribió poco después en Twitter su resumen de la reunión:
«El director de El País me ha echado de Opinión y yo me he ido de El País. Tantos años… Pero es un alivio»
En realidad no fue tan romántico como lo pinta ella en un post titulado ‘Con pelos y señales’, que aparece en su blog y donde s epresenta luchando contra el gran dragón y siendo víctima sacrificada en aras del periodismo y la libertad.
Su contrato finalizaba el 30 junio 2013 y Moreno, como director y responsable de la redacción, quería aprovechar la ocasión para que Maruja pontificara menos desde los altares y volviera a hacer periodismo del de verdad, grandes reportajes y que dejara su existencia aislada en una torre de marfil y se integrara más en la redacción, tuviera más contacto con los compañeros y cogiera un poco el pulso a la web.
Quizá pensando que el nombre de Maruja Torres era de por sí razón suficiente, o simplemente porque es más chula que un ocho, le espetó al director que nanay, que Opinión o nada.
Y como Moreno no pudo hacerle entrar en razón, aunque lo intentó, como si en lugar de una veterana del periodismo estuviera hablando con una malcriada adolescente millonaria caprichosa, pues le respondió que allá ella, que ni Opinión ni nada.
Maruja, como sibilina escritora que domina las estructuras del lenguaje y probablemente convencida de que es El País quien trabaja para ella y no ella para El País –jamás habría llegado este periódico a lo que es sin mí, debe pensar–, ha elevado un mero conflicto laboral, en un linchamiento con perlas como estas:
«Javier Moreno es el director de la ignominia»
«No reconozco a El País«
«Desde el ERE sabía que tarde o temprano me asestarían el golpe»
«Tenemos que alzar la voz, por el bien de España, por una parte, y del periodismo, por otra»
«El periodismo refleja la sociedad a la que se dirige. Siempre es un espejo en el camino y el desmantelamiento que sufre España tiene su reflejo en el desmantelamiento de El País«
Pero lo mejor ha sido sus intenciones futuras:
«No volveré a escribir ni una sola letra en ningún medio tradicional ni tampoco en aquellos diarios digitales que funcionan como tal. Esto necesita revolucionarse»
Ay, Maruja, quien te ha visto y quien te ve, sombra de lo que eras.