Si El País necesitara lema como su pálido émulo yanqui, el New York Times –“All the news that fit to print”–, uno de los barajables debería ser “Más europeístas que Europa” -LEA EL TRASGO EN LA GACETA-.
Y es que, si Prisa ha sido muy de copiar las modas de París, con el señorito Berggruen pagando las nóminas es ya el acabose. ¿Coquetear con los indignados, volver fashion al perroflautaje?
Sí, mientras el tonteo no entre conflicto con los ukases que nos llegan del otro lado de los Pirineos, que si Europa nos dice firmes, firmes nos pone El País.
Pero, ay, Europa es un ama cruel y caprichosa, y hay días –como los que vivimos– en que no se sabe muy bien dónde están los nuestros. Pensaba en esto leyendo el titular que abría ayer El País: “Los grandes países europeos se resisten al dictado de Bruselas”.
Quizá, si no están muy familiarizados con el Newspeak de Prisa este titular no les chocará como debería, pero yo les explico.
Para empezar, cuando de la UE nos llegan instrucciones, si son del gusto de Prisa –es decir, de Francia, mayormente–, el sujeto será Europa; Bruselas sólo se usa para indignarnos con la sugerencia de que una remota ciudad nos da lecciones. Otro sí, lo que nos llega serán recomendaciones o términos de similar bondad, nunca dictado, término tan cercano a dictador.
¿Está en crisis la Unión Europea? Lean El País, que es como leer Pravda después del XX Congreso del Komintern.
TODO DEPENDE
Son las palabras, estúpido. El País es viejo maestro en esto, pero el fenómeno es universal. Décadas de repetición machacona nos han programado para reaccionar de forma refleja a determinados giros y expresiones, evitando hurgar en los significados.
Por ejemplo, y aunque ya lo haya citado, cuando uno lee que “el Gobierno deja a la ciencia en la estacada” o algo similar, solemos pasar por alto que a) sólo se refieren a dinero, b) hablan como si el Gobierno fuera el financiador único de la ciencia y b) cuelan que la ciencia ni siente ni padece, y que quienes reciben o aspiran a recibir los euros son científicos concretos, cuando no administradores de instituciones asociadas a la investigación en mayor o menor medida.
Leo, por ejemplo, en El País: “La dependencia retrocede”. Así, sin contexto, parecería una buena noticia, ¿verdad? Menos personas dependientes. Pero usted y yo sabemos a qué se refieren. Y lo aclaran en un testimonio a continuación: “Mi experiencia es nefasta, mi padre murió sin las ayudas”.
Me recuerda poderosamente al discurso, ¿recuerdan?, de Candela Peña en la pasada gala de los Goya, tan traída y llevada y universalmente aplaudida por la progresía patria. Ahora, a mí el testimonio de Candela me puso los pelos de punta, pero me temo que por una razón muy distinta a la que movió a tantos.
Cualquier habitante del planeta hace no muchas décadas no hubiera entendido nada; la idea de que alguien que no esté en el arroyo considere que el destino de su padre debe importarle más a unos remotos funcionarios que a su propia hija parecería a cualquiera en pasadas generaciones una broma de mal gusto.
Qué digo: en la mayor parte del mundo sigue pensándose que es uno, y no el Estado, el primer responsable del bienestar de sus seres queridos.
Esa es la acusación más dura que puede hacerse contra el Estado del Bienestar: no que sea un esquema piramidal insostenible, una estafa intergeneracional que promueve una mentalidad de reparto del botín y fomenta la peor insolidaridad bajo la etiqueta de solidaridad.
No: lo peor es que corrompe los vínculos más naturales y antiguos, nos convierte en perpetuos adolescentes irresponsables que aceptan con gusto las cadenas con tal de que les liberen de sus deberes primarios. Nos hace, paradójicamente, átomos en nombre de los colectivo, furiosos individualistas que despotrican del individualismo.
IGUALANDO A SU MODO
Pero son ellos los que determinan la narrativa, como en el caso de Almudena Grandes en su columna de El País (“Moviola”):
“El feminismo inspiró la única revolución social triunfante en el siglo XX. En el XXI, seguimos representando la mayoría de la población mundial, pero la igualdad que no conseguimos está cada vez más lejos. La jerarquía católica salvadoreña denuncia que la tragedia de Beatriz, embarazada de un feto inviable que pone en riesgo su vida, es una manipulación a favor del aborto”.
Ya da pereza repetir que son los médicos que la tratan, no “la jerarquía católica”, quienes insisten en que un aborto no pondría menos en riesgo su vida y que el feto es viable. Qué más da. Como denunciar el cinismo de ese feminismo que insisten en que “la igualdad está cada vez más lejos”.
Sin un dato, naturalmente. Les daré algunos que no oirá en boca de las profesionales de la queja; no le dirán, por ejemplo, que la abrumadora mayoría de los indigentes sin techo son varones, como lo son casi todos los muertos en accidentes de trabajo, el 75% de los suicidios, el 98% de las muertes en combate o cuatro de cada cinco homicidios.
¿Nos preocupa también igualar esas cifras? ¿Va a entrar la Secretaría de Estado de Igualdad a igualar la proporción de licenciados, donde son ellas creciente mayoría, o la esperanza de vida?