Los protagonistas del día en las secciones de opinión de la prensa de papel marfileña, las de la barcelonesa son muy aburridas el 7 de junio de 2013, son los sindicatos y la extraña pareja formada por Miguel Blesa y el juez Elpidio José Silva. Para completar, la grabación de Carmona confesándose «teledirigido» también tiene su cuota de columnismo, a pesar de que van pasando los días desde la ‘pillada’.
Este último asunto es tratado por David Gistau en ABC bajo el título de El caso Carmona. A diferencia de sus nuevos compañeros de periódico, el último fichaje estrella del diario madrileño de Vocento no se escandaliza con el político tertuliano.
Nuestra actualidad nos obliga a rescatar de vez en cuando la ya muy gastada imagen del capitán Renault fingiéndose escandalizado al descubrir que en el bar de Rick se juega. Hablo ahora del episodio protagonizado por Carmona, tertuliano del PSOE y persona bendecida por lo que Alcántara llama el don de la amenidad.
Comenta:
Me sorprendería que sólo ahora estuviera enterándose alguien de que de la espalda de todo militante sale un cable invisible conectado a un «joystick» con el que lo controla su partido. Lo mismo en las tertulias que en la vida parlamentaria.
Concluye recordando algo que dentro del mundillo periodístico, y no sólo en este ambiente, todo el mundo conoce:
Aquí es donde llegamos al capitán Renault. Con Carmona se están fingiendo escandalizados periodistas que, a pesar de blasonar de independencia, y de no estar exigidos en teoría por ninguna militancia, saben que en nuestro oficio hay quien acude a las tertulias exactamente igual de «teledirigido» por un partido político. Es decir, con el mítico «argumentario» bien aprendido. Hubo un tiempo, antes de empezar algún programa de radio, en que al teléfono móvil me llegaban mensajes que detallaban prolijamente lo que un partido de poder querría que se opinara acerca de los temas más importantes del día. En cierta ocasión, un compañero de mesa se arrancó con un apasionado monólogo que, convincente, parecía salirle de las entrañas. Coincidía hasta en la última coma con un texto que yo acababa de recibir. Qué escándalo, aquí se juega.
Pasamos ahora a La Gaceta, donde Kiko Méndez-Monasterio firma Transparencia esmerizada, uno de los artículos del día dedicados a la negativa sindical a someterse a la Ley de Transparencia. Comienza duro contra los ‘chicos de Toxo y Méndez’:
No hay escándalo comparable al de los sindicatos españoles y sus cuentas, opacas hasta las tinieblas. A su lado Bárcenas es uno de esos golfillos que pintaba Charles Dickens, aspirando sólo a robar pañuelos y peniques. Cualquier negocio mefítico -de Filesa a Gürtel- parece un timo de barriada comparado con las megaestructuras sindicales, y ahora, ensoberbecidos por un poder inmenso, se sienten capaces de negarse a enseñar sus números, aunque ellos pidan hasta los tickets de aparcamiento del rey.
No gustarán en las sedes de UGT y CCOO frases como las que siguen:
Estos sindicatos convertidos en ministerios permanentes, que han cambiado lo vertical por lo piramidal -como las estafas-, son el poder más tenebroso de la democracia. A nadie rinden cuentas del dinero que reciben de todas las administraciones que soporta el contribuyente: del municipio, de la provincia, de la autonomía, del Estado y de Europa.
Concluye:
Este despotismo sin ilustrar -izquierda de caviar y ‘love boat’- ha mantenido sus privilegios durante décadas porque participaba del monopolio de la violencia, porque sólo con levantar la pancarta de guerra se terminaba la paz social. Los Gobiernos de todos los signos pagaban las subvenciones con el mismo entusiasmo con el que los camioneros pagaban a Jimmy Hoffa. Y por eso pretenden que la transparencia suya sea de cristales esmerilados. Porque son la guardia de corps del régimen esos animales gordinflones y rosados que lideraban la rebelión en la granja de Orwell. Son establishment sin necesidad de corbata. Incluso parece que fomentan ese indisimulado aspecto de haragán, que es la nueva versión de las chaquetas blancas.
En La Razon, Alfonso Merlos también carga con fuerza contra los sindicatos, por el mismo motivo. Lo hace en Impostores y vividores:
Las centrales que prueban mes a mes que viven a costa de los demás, los que están dejando de manifiesto que son unos fingidores y unos jetas, los que no pagan a sus trabajadores en Aragón, los que han despedido a sus empleados a granel en plena crisis, los que se lo han llevado crudo de los ERES falsos de Andalucía ahora proclaman que nos hemos de fiar de ellos, que donde para otros se aplica la transparencia para ellos debe regir la opacidad. ¡¿Se puede tener menos vergüenza?!
Concluye:
Estos sindicalistas de pitiminí se niegan a presentarse ante la opinión pública como deben: con los bolsillos de cristal. ¿Por qué? Quizá porque en los últimos tiempos han sido los reyes del chanchullo, porque han sido los campeones de la trapisonda. Quizá porque su bastardo objetivo ha sido medrar de enredo en enredo para depredar lo que otros producimos en lugar de defender a los desprotegidos obreros. Los que hoy, a personajes menores como Toxo y Méndez, no le deben sino el desaire y el repudio.
Este humilde lector de columnas comparte la indignación que muestran tanto Méndez-Monasterio como Merlos. Lo de los sindicalistas mega subvencionados negándose ha tener que hacer públicas sus siempre opacas cuentas es de una desfachatez absoluta. Sin embargo, echa en falta algo en ambos artículos: que hubieran mostrado igual dureza con la patronal, que tampoco quiere ser sometida al escrutinio público. Al fin y al cabo, CEOE conforma junto con CCOO y UGT la versión actualizada y maquillada de los sindicatos verticales franquistas, viviendo todos juntos del dinero que sale del bolsillo de los sufridos contribuyentes y sin representar ni a trabajadores ni empresarios.
Y sin salir de La Razón entramos en el asunto de Blesa y ese juez al que todo el mundo en España conoce por su peculiar nombre de pila, Elpidio. Lo hacemos de la mano del maestro Carlos Rodríguez Braun y su «Smoking gun»:
La única explicación razonable de la prisión incondicional sin fianza de Miguel Blesa estriba en que el juez Elpidio José Silva ha encontrado la «smoking gun», es decir, la pistola humeante, la proverbial prueba irrefutable de que Blesa es mucho, pero mucho más de lo que parece.
Añade:
Esto es lo que debe exigirse al juez: en efecto, más allá de bucear en su polémica biografía, o incluso en sus insólitas formas de proceder, hay que atenerse a la legalidad, y aclarar primero si cometió o no un fraude de ley atribuyéndose la investigación de un supuesto delito mediáticamente goloso para lo que carecía de competencia, separando la presunta concesión fraudulenta de préstamos a Gerardo Díaz Ferrán de la compra del City National Bank de Florida, o no abstenerse de intervenir en un proceso hasta que termine la tramitación de la recusación
Concluye:
Y lo más importante, lo crucial, es que presente la pistola humeante, que no puede ser el colapso de Caja Madrid, porque una quiebra no es necesariamente delictiva: para que lo sea es necesario probar que ha sido fraudulenta. Nadie va a la cárcel por invertir mal y perder. El fraude en el caso del banco de Florida podría estribar en un inflado artificial y doloso del precio de compra, que resultó en un perjuicio para Caja Madrid y en un beneficio para Blesa y sus cómplices. Eso es lo que debe demostrar el juez. Aún.
Federico Jiménez Losantos escribe sobre el mismo asunto en El Mundo. Lo hace, bajo el título de Eldipio y compañía, y mostrando un estilo más duro que el del economista:
Mientras Gallardón cubiletea con el Supremo y despide a Don Pasqualone para entronizar a Don Pumpidone, la opinión pública asiste a un espectáculo de brutalidad judicial digno de Nerón: el protagonizado por el juez Elpidio Silva.
Añade:
Pero al margen de la biografía de Elpidio, luenga lista de faltas, multas y condenas, lo que produce espanto es ver a las asociaciones judiciales extendiendo ayer el manto de la omertá togada sobre un hecho intolerable: Elpidio estaba recusado por Blesa y mientras eso no se resuelva, el caso debe pasar a otro juez.
Concluye:
Lo peor es que Elpidio hace de juez cuando no puede hacerlo, encarcela a un banquero para abrir los telediarios y disfruta de la protección siciliana de sus colegas. Todo eso en un acto judicial que jamás debió celebrarse y en el que nunca debieron comparecer fiscal ni abogado. Si Elpidio quiere ser juez en Cuba, que se pague el viaje. Y si la famiglia togada lo acompañase, mejor que mejor.
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