Por aclamación del buenísimo igualitarista dominante en la sociedad española, José Ignacio Wert se afianza en el puesto de malvado oficial de España. Su intención de pedir una nota media mínima de 6,5 para poder acceder ha una beca a soliviantado a tertulianos televisivos, presentadores ‘progresistas’ y miembros de auto denominados ‘movimientos sociales’ por igual. Y claro, esto tiene su reflejo en los espacios de opinión de la prensa de papel española. Los planes del ministro de Educación y Cultura son el asunto más comentado, aunque hemos de señalar que la mayor parte de los articulistas que escriben se apartan de la opinión dominante –o la que los medios hacen pasar por tal– en España.
Resulta curioso que en El País han dejado pasar la ocasión de machacar a un miembro de Ejecutivo ‘pepeno’ y no se meten en este asunto. Pudiera ser, quién puede saberlo, porque Wert es un viejo colaborador en los medios del Grupo PRISA. De hecho, ha publicado algo más de 40 artículos en el antaño ‘diario independiente de la mañana’, el último de ellos el mismo día en el que era nombrado ministro —Suelos y techos después del 20-N–. Fieles a sus traducción, eso sí, los de la madrileña calle Miguel Yuste nos obsequian con el ladrillo político del día, en esta ocasión a cargo de Rosa Díez y titulado Una propuesta para la igualdad. Versa sobre la reforma del modelo de organización territorial que propone UPyD y resulta interesante en sus contenidos –a diferencia de otros artículos firmados por políticos, este texto hace algo más que dar vagas generalizaciones– aunque algo espeso en su forma.
Desde UPyD proponemos un modelo federal cooperativo porque nos parece el mejor para España; por eso mismo partimos de la base de que es más que posible que haya que sacarlo adelante a pesar de los nacionalistas.
Añade:
Nosotros no creemos que el Estado de las autonomías haya fracasado, sino que el modelo ha dado de sí todo lo que podía. Y digo esto porque en España hemos pasado de proclamar el éxito rotundo del modelo autonómico -atribuyéndole, incluso, los méritos de haber construido la democracia-, a encontrar en él el origen de todos los males de nuestro país. Y tampoco es eso; la causa del anquilosamiento no está únicamente en el diseño, sino fundamentalmente en la cerrazón de las fuerzas políticas viejas que se niegan a revisar un modelo que les ha dado muchos dividendos en forma de poder territorial.
Reformemos la Constitución atendiendo a la realidad política de la sociedad española y no a la forma en la que los nacionalistas expresan sus demandas. Los nacionalistas se integrarán, con más o menos satisfacción, dependiendo de las circunstancias. Pero esa integración será siempre temporal, por lo que nunca deberá condicionar nuestras decisiones. Si tenemos éxito con nuestras reformas, la mayoría de la sociedad se mostrará satisfecha, incluidos los que estaban dispuestos a seguir a los nacionalistas en su estrategia rupturista hacia la tierra prometida; y a los nacionalistas no les quedará otro remedio que adaptarse o se quedarán en minoría.
Concluye:
En nuestro partido creemos profundamente en las virtudes democráticas del federalismo integrador, porque un sistema político que garantice la unidad e incluya la diversidad es el mejor espacio para el desarrollo de las libertades democráticas. Insisto: diversidad a partir de que esté garantizada la unidad. Y lo repito porque hoy en España nadie se atreve a reivindicar la unidad de la nación española como instrumento imprescindible para garantizar la igualdad y los derechos de la ciudadanía, la democracia en fin. Y es que la España constitucional, la que proclama que la soberanía reside en el pueblo español, no ha tenido aún una verdadera oportunidad.
Estas son las propuestas políticas de Unión Progreso y Democracia con relación a la reforma de la Constitución y al modelo de Estado. Sé que no es fácil llevarlas a cabo; pero creo que la necesidad es mayor que la dificultad. Y, sobre todo, confío plenamente en la razón y la fuerza de la política para hacer posible aquello que es necesario.
En la contraportada del mismo periódico encontramos a Rosa Montero, que escribe sobre Espías.
Tras señalar que el espionaje está viviendo un momento de esplendor a nivel mundial, añade:
Incluso nosotros, a nuestro modesto nivel celtibérico, hemos sido unos pioneros en el asunto. Recuerden el confuso caso del espionaje en la Comunidad de Madrid en 2009; o el reciente escándalo catalán con la agencia Método 3. ¡Espiar está de moda! Hemos pasado del entrenador personal al espía personal y cada uno de nosotros puede llevar su ladilla pegada sin saberlo.
Concluye:
¡Ahora entiendo por qué están las cosas tan mal en todo el planeta! Los Gobiernos consumen todos sus recursos en el espionaje y no tienen tiempo para gobernar. Además, teniendo en cuenta lo mal que desempeñan las tareas que pueden ser fiscalizadas y controladas, calculen las pifias que deben de cometer en un trabajo secreto. La realidad se parece cada día más a Kafka y Borges.
Pero cambiemos de medio y de tema, para entrar de lleno en el asunto de Wert y las becas. En El Mundo encontramos un buen ejemplo de lo que es el pensamiento dominante en los medios, sobre todo en la televisión y en los digitales de la zurda, sobre este asunto. Antonio Lucas firma El Empollón. Se trata de una columna realmente dura:
El respeto a la educación pública y la obligación de preservar el derecho a su acceso es otra de las reglas democráticas que están siendo sometidas a una demolición controlada. Diríamos, en homenaje a Mandela, que la medida del ministro establece un apartheid académico que no puede ser casual, pues se van a joder no los que no alcancen el 6,5, sino los que no puedan pagarse el no llegar a la nota por los motivos que sean.
Antes de entrar en materia de si un 6,5 es una nota demasiado alta o no para acceder a una beca, vamos a osar a explicar algo tan elemental que hasta da vergüenza tener que matizar a un columnista con esta explicación. El ‘apartheid’ sudafricano era un sistema de segregación racial en el que los discriminados (la mayoría) no tenían forma de superar los límites que se les imponía. Se nace negro y se muere negro, por lo que la víctima está condenada de por vida (mientras existe el régimen racista) a serlo por una cuestión biológica contra la que nada puede hacer. Con una nota universitaria no pasa lo mismo: una mala nota puede ser superada (en la mayor parte de las ocasiones) con una mayor esfuerzo a la hora de estudiar.
Comparar un mayor nivel de exigencia a la hora de dar becas con el infame sistema racista que existió en Suráfrica es una ofensa a las víctimas de este último. Dice Lucas que quiere hacer un «homenaje a Mandela», pues ha hecho lo contrario. Le ha insultado, y junto a é a los millones de personas que sufrieron la segregación impuesta por el régimen de Pretoria.
Sigue cargando con fuerza contra Wert:
Está disimulando la discriminación con esa cursilada de la excelencia. Pero en el fondo ruge el rencor académico que impulsa a algunos empollones, según se reconoció en este periódico el ministro/tertuliano. Algo así como un ajuste de cuentas del Pepito Grillo de turno, de los que creen en la enseñanza como negocio y apostolado. Pues lo de la formación y la igualdad de oportunidades les parece cosa de clases medias y sólo genera Ni-Nis. Por cierto, Ni-Nis que votan.
Más buenísimo igualitarista. La igualdad de oportunidades no es que todo el mundo pueda acceder a una beca aunque no sea buen estudiante. Si la nota mínima es de un 6,5 y se aplica por igual a todos los aspirantes, con independencia de su religión, la profesión de sus padres, su sexo o cualquier otro criterio similar, se respeta la mentada igualdad de oportunidades.
Por cierto, este humilde lector de columnas ha decidido hacer un ejercicio internáutico que no han hecho quienes claman contra el ya famoso 6,5. Ha buscado por internet las notas mínimas que se exigen en otros países para acceder a las becas universitarias. Se ha encontrado con que en EEUU varían defendiendo de cada universidad, pero que en las que menos se exige es un 3 sobre 4 (equivalente a un 7,5 en España), mientras que en otras (que utilizan un sistema diferente de evaluación se eleva a un B+ (un 9). En Chipre hemos encontrado con resultados similares, con equivalentes a un 9; en Nueva Zelanda, similar, y hasta en Kenia se requiere un A- (otra vez un 9 o 9,5). Lo mismo en Canadá, Nueva Zelanda… En fin, que un 6,5 no parece una cosa demasiado dura.
Pero volvamos a lo nuestro, que son las columnas de opinión. Si salir del diario de Unidad Editorial, Lucía Méndez escribe desde una postura absolutamente opuesta a la de su compañero de periódico. Titula La luna, el dedo.
Hay miles de testimonios, libros, documentos y artículos sobre el deterioro de la Educación en todos sus niveles. Las cosas que se cuentan ponen la carne de gallina. Los alumnos llegan a la Universidad poniendo faltas de ortografía, no entienden lo que leen porque no leen, lo cual les lleva a no comprender tampoco los enunciados de los problemas de Matemáticas. La imposición de teorías pedagógicas según las cuales lo importante no es saber quiénes eran los Reyes Católicos, sino aprender a aprender para adquirir habilidades en el marco de un crecimiento integral de la persona humana, ha derivado en la ignorancia.
Se plantea:
¿Por qué el Sindicato de Estudiantes no se manifiesta exigiendo a Wert que los alumnos españoles acaben el Bachillerato sabiendo inglés?
Añade:
Pedir a los chicos que estudien más para sacar buenas notas, tengan o no tengan beca, se ha convertido en algo reaccionario o revolucionario, según se mire. Si pueden sacar un 5 para qué se van a esforzar para sacar un 7. El mayor atentado contra la igualdad de oportunidades no es pedir más nota para tener una beca. El mayor atentado contra la igualdad de oportunidades es la degradación de la educación pública.
Concluye:
Miles de niños pobres pudieron llegar a la Universidad en los años 70 y 80 del pasado siglo gracias a la calidad de la enseñanza pública. Estudiábamos de memoria, leíamos a los clásicos, ni se nos ocurría replicar al profesor y aprender a aprender era una redundancia. Pero sin esa educación, yo no hubiera hecho una carrera ni estaría escribiendo esto.
En una línea similar se sitúa, en La Razón, José María Marco. Becas equitativas arranca con una afirmación que a algunos les puede parecer una herejía:
Una beca no es un derecho. Una beca es una prebenda que recibe alguien como premio a su esfuerzo, para cumplir un determinado cometido. Sí es un derecho la educación. Las becas son uno de los instrumentos que los gobiernos utilizan para dar cumplimiento a este derecho. No son universales, como corresponde a un derecho básico, que en nuestro país está cubierto con la enseñanza gratuita y obligatoria hasta los 16 años y con la subvención masiva a la enseñanza pública a partir de ahí.
Añade:
En educación, salvada la enseñanza obligatoria, es cuestión de garantizar el acceso a los ciclos superiores a los estudiantes que no puedan pagarlos. En contra de lo que se dice, la exigencia de una nota seria (un mínimo de 6,5, que mucha gente considera demasiado bajo, por cierto) es de las pocas maneras de garantizar ese derecho.
Continúa:
No hay parte de la actividad humana en la que no se produzcan diferencias de algún tipo. ¿Tiene que intervenir el Gobierno en todas ellas? Pues bien, eso no garantiza la equidad, al revés. Los estudiantes que reciban becas con notas superiores tendrán que compartir los recursos educativos con estudiantes de nivel inferior. ¿Es eso justo, o equitativo? ¿Lo es en un panorama de competencia globalizada? El Estado debe garantizar la igualdad de oportunidades, no impedir que cada uno llegue hasta donde pueda llegar.
Concluye:
Afirmar que la beca es un derecho implica, además de un error, una distorsión de la realidad. Los titulados con esas notas nunca van a encontrar el trabajo con el que se les animó a proseguir sus estudios. Todos los sabemos. Ojo con los vendedores de humo y los intereses que defienden en nombre de lo público.
Para cerrar, dejamos de lado el tema de las becas y pasamos a otro tema que es tratado por un columnista de ABC. David Gistau escribe ¡BUUUUU!, sobre los abucheos a políticos y miembros de la Casa Real.
Lllevar las orejas pegadas durante toda una mañana transcurrida en la calle me ha permitido averiguar que, al menos en dos cafeterías y un vagón de Metro, se atribuye al abucheo una función social, como de terapia colectiva, o nuevo yoga ibérico. Sé que mi encuesta no es muy científica.
Escribe:
Antes de que me abrumaran con Simon & Garfunkel en la Línea 6, tenía una opinión negativa del abucheo sistemático. Sobre todo en recintos culturales, a los que se va a cabecear sin sobresaltos. El abucheo me parecía el resultado de una corriente de opinión, típica de este tiempo, que, mientras demolía el prestigio de cuanto fuera institucional, declaraba que la santa cólera del pueblo español era lo único puro y de altura moral que le quedaba a este país.
Concluye:
Pero ya no lo veo así. Si el abucheo descomprime furores, considero obligado que Moncloa y Zarzuela impongan el servicio de abucheado de guardia. Como en aquellas viñetas de Forges en las que, previo pago de una moneda, podía uno aliviarse sus miserias cotidianas insultando a un subsecretario cautivo, a un ministro o, por qué no, a una reina. La nuestra, en la vida pública, va a necesitar una doble para las escenas de acción.
Reconozcamos que hay cosas que cambian en el diario madrileño de Vocento. Hace no tanto, que un columnista de esa casa bromeara sobre los abucheos a la Reina hubiera sido impensable. De hecho, hubiera resultado realmente asombroso que en las páginas del veterano periódico se publicara que un miembro de la Casa Real no ha sido recibido con un aplauso unánime.
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