Me gustan los días como ayer, cuando las primeras de los periódicos no parecen clones, aunque con el guión cambiado: los malos para los unos conver- tidos en los buenos para los otros y viceversa. Y ni siquiera es un maniqueísmo estable; hay queestarmuyatento,porquelos malos de ayer se convierten en los buenos de hoy y los que hace un momento gozaban de acriso- lada fiabilidad pasan en horas 24 a transformarse en fuentes nefandas de infundios y menti- ras -LEA EL TRASGO EN LA GACETA-.
Uno no puede distraerse un momento o ignorará, para escándalo de su correligiona- rios, que Oceanía ha estado siempre en guerra con Eurasia. No es fácil, no es fácil, ponga atención. A ver, Bárce- nas, ¿es fiable y lo que dice va a misa o se trata del mayor mentiroso de España? Pues según: cuando decía que nadie en el PP había cobrado sobre- sueldos era el rostro pálido que habla con lengua de serpiente; cuando dice que el partido le ha amenazado con enchironar a su mujer si canta, solo la más pura verdad sale de su boca.
Más, más, más. A Garzón le defendió la izquierda con uñas y dientes –garras y colmillos, más bien– cuando, des- pués de ser diputado por el PSOE –número dos por Madrid, no cualquier cosa–, volvió a vestir la toga y a meterse de hoz y coz en los casos más políticamente sensibles que pudo encontrar. ¿Por qué no? Pero el presidente del Cons- titucional tenía carnet del PP cuando fue nombrado y eso es para que tiemble el misterio y Bruselas mande los Cien Mil Hijos de San Luis para desalojar la Moncloa. Más sobre esto luego. Más, no se pierda: el Supremo era un peligroso nido de fachas cuando condenó a Garzón, ese Mandela blanco, ese Gandhi lustroso y togado. Ahora –sígame en esto despacio, que se las trae– es una institución impecablemente independiente porque ha archivado las acusaciones contra José Blanco en el caso Campeón.
Mareante, ¿verdad? Uno tiene que consultar cada maña- na con su tribu para saber quiénes son hoy los buenos y quiénes los malos, que a ver si toca hoy que Eurasia haya sido siempre nuestro fraternal aliado. Ayer le tocaba a El País tener su momento de gloria. “El presidente del Constitucional pagó cuotas de militan- te al PP”, abre, lo que es el gran escándalo porque, dice su primer subtítulo, “La ley prohíbe a los jueces pertenecer a ningún partido”. La cosa en sí es tan inconveniente como si algún banquero ocupase en el Congreso los escaños que realmente le corresponden por influencia política: hay cosas que nadie quiere hacer explícitas. La hipocresía todavía cotiza al alza. Pero, ay, no es verdad que esté pro- hibido, aunque sean muchos los medios que hayan repe- tido el aserto.
Para empezar, el Tribunal Constitucional no depende del poder judicial y las normas genéricas sobre jueces y magistrados del poder judicial sólo se aplican cuando no hay un reglamento específico. El artículo 159.4 de la Constitución dice que tal cargo no es compatible “con el desempeño de funciones directivas en un partido político o en un sindicato y con el empleo al ser- vicio de los mismos”. La mera militancia ni se nombra. Sí, vale, es absurdo, lo que quieran: no es ilegal. En cuanto a estético, por favor, nada relativo al poder judicial lo es. Esto es raro en El País. Su modo de manipular es, por lo general, más hábil. ¿Tendrá que ver que Diario El País S.L., que canaliza su participación en la sociedad editora del buque insignia de la firma, terminó el año 2012 en quiebra técnica, segun la auditoría elaborada por Deloitte?