Arranca la última semana de julio (que también es la primera de agosto por caer el cambio del mes en mitad de la misma) con unas secciones de opinión de la prensa de papel en líneas generales muy sosas. Da la impresión de que los columnistas habituales que todavía no han arrancado sus vacaciones –en algunos diarios se echan en falta articulistas ‘titulares’ y es el momento de los ‘suplentes’– se estén reservando para el día 2 de agosto, jornada posterior a la intervención de Rajoy ante el Congreso de los Diputados reunido en la sede del Senado. Lo más llamativo del 29 de julio de 2013 es una furibunda columna en El Mundo contra el Papa Francisco.
Fernando Sánchez Dragó titula su columna en el diario de Unidad Editorial con un latino Adversus Haeresem (‘Contra las herejías’), bajo el cual viene todo un alegato contra el actual obispo de Roma.
Chaparrones, apagones, empujones, embotellamientos… Ya ha vuelto el Papa al lugar del que ojalá no hubiera salido. Para soltar tonterías mejor quedarse en casa, ¿no?
Está claro que no le gusta el discurso de Francisco:
Pronto, al paso que va, canonizará a Zapatero, Verstrynge, la Colau, Sánchez Gordillo, Cañamero, Willy Toledo y José Luis Sampedro. Lo del Che aún no se sabe, pero llegará. «La fe es revolucionaria», ha dicho a los pies del Corcovado ese émulo de san Vladimiro Lenin. ¡Y yo que siempre había creído que sólo la razón lo es!
Entre las afirmaciones del Papa que le moletan, responde con especial dureza a una:
Otra guinda (me la sirve un titular): «El Papa critica la legalización de las drogas». Ese buen samaritano saca así los pies de las sandalias del pescador, renuncia al sentido común y se suma a quienes apoyan el narcotráfico, las muertes por sobredosis y adulteración, el fraude fiscal y el derroche de dinero público para sostener una guerra que ya se ha perdido. Peor aún: condena el Papa de ese modo nada menos que el libre albedrío, piedra angular de la filosofía cristiana. ¡Sacrilegio! Para librarse de él tendrá que meter en el Índice a Tomás de Aquino y a todos los santos varones de la escolástica.
Concuye:
Creía yo hasta hace poco que el Anticristo era Bill Gates, pero el Papa de la fe ha sembrado en mí la duda. Demagogia electoralista y populismo barato: he ahí la estrategia de este indigno sucesor de Ratzinger y Wojtyla. Aclaro, por si alguien me interpretara mal, que esta columna no va en contra de la Iglesia, sino a favor de ella.
Sin entrar a valorar el resto del artículo, a este humilde lector de columnas le parece especialmente acertado todo lo que dice Sánchez Dragó en respuesta a la crítica papal a la legalización de las drogas. Como poco, debería hacerse un debate sincero y abierto sobre este tema. No parece que la prohibición de esas sustancias, indudablemente nocivas, haya tenido unos efectos especialmente positivos.
En ABC, Ignacio Camacho nos ofrece una prudente columna sobre el accidente ferroviario de Santiago de Compostela, titulada Diatriba de lo infalible. Y decimos prudente porque el artículo hace de altavoz de un ingeniero experto en la materia que llamó al articulista el diario de Vocento para mostrarle su malestar y dejar claros varios aspectos importantes para tratar de saber lo que ocurrió.
Transcribe el reproche inicial:
«Entre el corporativismo sindical y el sensacionalismo mediático dan la sensación de que aquí tiene que haber por narices un fallo del sistema, que tal vez sea de lo poco eficaz y moderno que tenemos hoy en España. ¿Qué pasa, que los periodistas y tertulianos necesitáis articular siempre un relato paralelo para parecer más listos que nadie? ¿Pero en qué escuela habéis estudiado ingeniería de ferrocarriles?».
A lo largo de la columna se va explicando los diferentes rangos existentes en eso que «llamáis genéricamente alta velocidad» y que no todo es tal. El ingeniero le dice:
«El error básico está en juzgar el accidente como si fuese de un sistema de alta velocidad, porque no lo es; otra cosa, y ahí no entro, es que se publicitase como tal. Si lo fuese tendría instalado un mecanismo asistido para cubrir los posibles fallos humanos; dentro de lo que cabe porque si existiera uno infalible no harían falta maquinistas y por ahora todavía no tenemos trenes que circulen solos. Pero el conductor de ese maldito tren, que tiene experiencia, sabía o tenía que saber que en un cierto momento le tocaba ir a baja velocidad y frenar a mano».
Concluye:
Fíjate que ni siquiera la oposición ha levantado la voz, con lo bien que le hubiese venido una catástrofe así para montar un cisco gordo al Gobierno… ¿Que el proyecto es de tiempos de Zapatero? Sí, eso también cuenta, pero si hubiesen visto carnaza la habrían aprovechado. Por una vez al menos la clase política se ha comportado de forma adecuada…por ahora. Pero un cierto periodismo necesita convertirlo todo en un espectáculo. Sí, claro que estoy muy cabreado. Porque yo sé lo que significa la alta velocidad y me molesta que se cuestione sin conocimiento una de las pocas cosas que funcionan bien en este país de mierda…»
Pasamos ahora a La Razón, donde José Luis Alvite exige a los miembros del Gobierno que guarden silencio y no apunten a las responsabilidades que pueda tener el maquinista del tren siniestrado. Lo hace con el título de Muérdanse la lengua:
Dos ministros y los altos representantes de Renfe y Adif ya han declarado culpable al maquinista del Alvia sin esperar el resultado de los informes técnicos, como prometieron. Descartan cualquier fallo tecnológico y se adelantan descaradamente a lo que pueda decidir en su día el juez. Se veía venir. El Poder y las finanzas se unen y cargan contra un hombre para el que no respetan su presunción de inocencia.
Da un argumento peculiar para mostea al conductor del tren como un blanco fácil:
Francisco José Garzón, el maquinista del Alvia, no parece que pese mucho más de cincuenta quilos. Es un blanco fácil, un obstáculo sin importancia, y será como si un tractor aplastase una nuez. Su propia empresa le ataca. Está condenado de antemano, así que, si no cambian las cosas, no parecerá descabellado que el juicio se celebre con el maquinista en prisión.
Concluye:
¿Conseguirán los políticos, como tantas veces, que la conveniencia prevalezca sobre la justicia? Yo desconozco lo ocurrido en la cabina del Alvia y sé que era ese hombre quien conducía el tren, pero la experiencia nos dice que cada vez que se produce un naufragio casi nunca la culpa es del timonel, sino de las olas. No nos precipitemos. Muérdanse la lengua, señores ministros. Al menos su silencio les pondrá a la altura tan digna a la que rayan los muertos.
Estamos de acuerdo en que hay que respetar la presunción de inocencia del maquinista, pero tampoco parece de rigor mostrarle como una víctima de una conspiración gubernamental. Esperemos a ver qué dice la investigación y leamos, una vez más, el artículo de Camacho. Eso sí, hay que destacar que el artículo sobre el accidente más duro contra el Gobierno se haya publicado precisamente en el periódico que normalmente se muestra más partidario de ese mismo Ejecutivo.
Concluimos con la columna que escribe Pilar Ferrer en ese mismo periódico de la ‘disciPPlina’. Se trata de todo un elogio anticipado al registrador de la propiedad que creíamos metido a gobernante por su próxima intervención ante el Congreso de los Diputados titulado Un discurso cartesiano.
Mariano Rajoy afronta un reto: desmontar el caso Bárcenas, jalonado de mentiras, chantajes, altavoces mediáticos e intereses espúreos, que como veterano fajador de la política, él bien conoce. Pocos, muy pocos, están en las entrañas del presidente ante esta nueva cita. Soraya, María Dolores y Carmen, son las tres damas de las que se fía el sutil y rocoso gallego.
Pero Rajoy puede dar alguna sorpresa en el debate. Ante un PSOE cercenado por el escándalo de los ERES, habrá que ver hasta dónde llega Rubalcaba. De Cayo Lara y Rosa Díez, todo es posible, condenando a Rajoy antes de escucharle.
Concluye:
Basado en la genial filosofía de René Descartes, prepara su intervención bajo tres premisas: sensatez, seguridad y verdad. Para bien dirigir la razón, sin admitir jamás cosa alguna como verdadera sin evidencias de que lo era. Es la esencia del Discurso del Método, que Rajoy puede hacer suyo. El ex tesorero Luis Bárcenas no ha demostrado todavía, con pruebas palmarias, sus acusaciones. Por ello sigue en la cárcel, y tal vez seguirá con sus ataques. Habrá días de furia, rabia y titulares excesivos. En la mano de Rajoy está lidiarlos con su mejor baza: verdad y honestidad.
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