De un modo u otro, el accidente ferroviario en Santiago de Compostela sigue dominando los espacios de opinón de la prensa de papel española, pero no tanto la tragedia en sí sino temas derivados de la misma. El 30 de julio de 2013 estaca, en concreto, la reacción a la cruel e insensible viñeta publicada en la edición digital del muy subvencionado (antes por el Tripartito, ahora por Artur Mas) periódico catalán El Punt-Avui. También encontramos un par de columnas dedicadas a Ángela Bachiller, que pasará a la historia de España como la primera persona con síndrome de Down que llega a concejal.
No falta, por supuesto, algún artículo dedicado a la próxima comparecencia de Mariano Rajoy ante el Congreso de los Diputados para dar explicaciones sobre el caso Bárcenas.
Quien escribe sobre la próxima intervención parlamentaria del registrador de la propiedad que creíamos metido a gobernante es Ignacio Camacho, que titula La piel de plátano:
La prioridad es evitar las cáscaras de plátano. En los ejercicios tácticos del debate del jueves, que Rajoy ensaya en Moncloa con su cinturón de pretorianos y el asesor Arriola, el objetivo esencial consiste en eludir cualquier afirmación comprometida que pueda dejarlo a merced de una evidencia posterior (…) El problema principal está en los resbalones: todo lo que diga quedará pendiente de contraste, no con la oposición sino con Bárcenas y sus buzones mediáticos, y tendrá que andarse con pies de plomo en los asertos rotundos.
Añade:
El entorno marianista está razonablemente contento porque ve al jefe cabreado y cree que ese estado de ánimo, inhabitual en un tipo tan gélido, le vuelve más eficaz. Es probable que antes o después se acabe oyendo en algún sitio la voz de Rajoy en imprudente charla telefónica con Bárcenas, pero los monclovitas sostienen que incluso en ese caso no sufrirán más que un cierto sonrojo incómodo, un fastidio soportable.
Según Camacho:
Aunque el Gobierno siente tranquilidad relativa ante el curso de la investigación de la Audiencia, sabe que el peligro real está en el frente político. No sólo por el deterioro de su credibilidad, el daño ya inevitable en una opinión pública que ha dado por ciertos los sobresueldos y la financiación irregular, sino por el escrutinio a que va a quedar sometida la palabra del presidente. La verdad es un concepto muy ambicioso, difícil de aprehender en su totalidad y sometido a la prueba de demostraciones incontestables, pero una mentira palmaria pronunciada en la tribuna del Congreso lo dejaría en situación insostenible. Lo pondría fuera. K.O.
Concluye:
Así las cosas, quizá no haya que esperar del debate más que una confusa mezcla de medias verdades aderezada con una manta de garrotazos dialécticos. La oposición ya ha evacuado el veredicto de culpabilidad y el poder no se va a dejar someter de cualquier manera. Sin embargo, lo que se dice en el Parlamento queda registrado en actas solemnes. En cierto sentido esta legislatura ya no depende tanto de los hechos como de las palabras.
Hermann Tertsch, por su parte, analiza la estrategia de ciertos sectores de la izquierda para sacar un rédito político a la tragedia en Santiago de Compostela. Lo hace bajo el título de El luto eclipsado:
Al principio la infamia fue marginal. Estaban algunos de los más reputados representantes de la peor calaña en las redes sociales, canallas, necios y dementes, que desde el primer momento acusaron a «los recortes» de la tragedia de Santiago. Allí estaba la inefable socialista madrileña Garrote (…) Pero el espanto, que era para enmudecer, impedía cacofonías de relevancia. Los partidos políticos se portaban bien, con serenidad.
Continúa:
No duró mucho. Al segundo día ya se había desplegado toda una tropa de expertos surgida de la nada. Había comenzado el baile de teorías, un rondo infinito. Suelta estaba también la manada de sospechas. Daba igual que todavía hubiera muertos y, sí, pedazos de muertos, desperdigados en restos de vagones. Daba igual que la caja negra no se fuera abrir aun en días -se abrirá hoy-. Pronto hubo periodistas que sabían que existían dos sistemas de seguridad, el bueno y el malo, el de ricos y el de pobres. Ya tenían la primera clave para el sentimiento perfecto, el resentimiento. La causa ya da igual. Como el maquinista. Quien pida prudencia es un agente de la ocultación.
Añade:
La oposición no hace sangre porque toda la obra afectada fue construida por el Gobierno Zapatero, con sus ministros Maleni y Pepiño de máximos responsables (…) Por eso la escalada de la insidia va por otros derroteros, mediáticos. Aquí hay insensatez, arrogancia, soberbia e ignorancia suficientes para que, junto a los somatenes organizados por cúpulas políticas, circulen infinidad de francotiradores. Aunque haya titulares que parecen dictados por los «dircom» de las industrias ferroviarias extranjeras competidoras de las españolas.
Concluye:
No han tenido los muertos el luto que merecen. Ni nosotros el que tanto necesitamos para que no se nos enquiste otro drama en el alma.
Una de las mayores infamias publicadas a partir del accidente ha sido la viñeta de Juan Antoni Poch, alias JAP, en la edición digital de El Punt-Avui. En ella se retrata una imposible vía de tren, que hace un ocho que conduce necesariamente al descarrilamiento, junto a un cartel con el toro de Osborne y las palabras Marca España. Para no falte nada en el estereotipo, esos elementos están en medio de un terreno seco, en el cual hay algunos árboles aislados –ya se sabe, esa idea del páramo castellano que tanto le gusta difundir a cierto nacionalismo catalán–, a pesar de que el accidente tuviera lugar en Galicia, tierra de bosques y paisajes en general mucho más verdes que los de Cataluña.
El infame dibujo ha sido respondido y comentado por varios columnistas. En el diario madrileño de Vocento lo hace David Gistau con el título de Un fino analista:
Lo que más desazona de la viñeta publicada por «Avui» es que haya superado todos los controles internos de los que depende el criterio de responsabilidad de un medio de comunicación. Un viñetista puede ser la consecuencia fanática, pasada de café por el bloqueo de la inspiración, de un ambiente determinado. Puede ser un tipo inmundo (…) Pero para eso están los filtros, para salvar al viñetista de sí mismo. Para que un jefe de sección, o un adjunto al director, o simplemente un amigo de la redacción que pasaba por ahí y lo vio en el ordenador, lo llame por teléfono y le diga: «Oye, mira, esta barbaridad no se puede publicar. Es cruel. Está llena de odio e insensibilidad. Te denigra y nos denigra . Los españoles también son personas».
Continúa:
Lo que más indigna de la viñeta, por tanto, es que todos los profesionales de los que emana el paradigma moral de un periódico con dependencias orgánicas hayan considerado que sus lectores acogerían sin escándalo un chiste que no sólo se mofa de 79 muertos recientes en accidente, sino que además los manipula al servicio de una consigna política. La muerte es la Marca España, la independencia es para no tener que subirse a esos trenes.
Añade:
Apenas unos días después del accidente, lo terrible de ese chiste no es que haya alcanzado prematuramente el estadio del humor negro , sino el de la asepsia . No hay rastro de muerte ni de dolor. El autor y sus filtros no los echan de menos (…) Jamás caeré en la trampa, que en el fondo es la que tienden estos traficantes de odio para lograr la ruptura definitiva, de confundir estas porquerías con un retrato social que abarcara a todos en Cataluña. Pero el síntoma me pareceterrible . Revela que, por lo menos para un viñetista, sus filtros y sus lectores -su ambiente-, los españoles han alcanzado ya el mismo grado de cosificación a que los redujo el terrorismo de ETA. De eso ya no se vuelve, ni con la ayuda de Ramoncín.
Concluye:
Y andábamos diciendo que, ante las tragedias, los españoles sacan lo mejor de sí. Y una mierda. ¿Ven?, el exabrupto. No acabé a tiempo.
Arcadi Espada trata el mismo asunto en El Mundo. En lo que a este humilde lector de columnas le da la impresión de que es un ejercicio de ironía ante el nacionalismo catalán, Espada titula La trama de afectos, casi de forma idéntica a como lo hiciera el director adjunto de La Vanguardia el 26 de julio, Enric Juliana. En aquel artículo —La trama de los afectos–, el del diario del conde de Godó y Grande de España metido a independentista decía:
Cada accidente tiene su signo, su acento principal. Esta vez -de nuevo-, la solidaridad de la gente y la pervivencia, pese a todo, de una trama de afectos que abarca a todas las Españas. Los catalanes siguieron el accidente en gallego, viendo en directo TVG. Por abajo, la trama de los afectos sigue viva. Por arriba, todo está averiado.
Espada arranca duro:
La impunidad del viñetista es el fenómeno más inexplicable de nuestro tiempo. De su inmoralidad el viñetista siempre se defiende con el humor. Aún se espera que el que le pegó cuatro tiros de broma al Rey obtenga del Estado algo más que sonrisas comprensivas. ¡El humor es un detente bala! De la trivialidad el viñetista siempre se defiende con su arte o al menos con su maña.
Dice sobre el autor de la infamia con forma de viñeta:
En Poch, pues, no se ve al español que se duele de los males (presuntos) de su patria. En Poch no se ve, tampoco, la extranjería, porque ningún extranjero subsanaría de ese modo grotesco la vinculación sentimental que le separa del accidente. En Poch se ve a un hombre y una tribu que está en guerra y que quiere hacer daño. Interesa matizar, sin embargo, que guerra no implica simetría. No hay posibilidad alguna de que, dado un accidente similar a la entrada de la ciudad de Tarragona, apareciera en cualquier diario de España un cartel con su burro, la leyenda Catalunya, un país d’Europa y las vías muertas. Lo impediría el luto que no hay en Poch.
Sin salir del diario de Unidad Editorial nos encontramos con Ana, una columna de Antonio Lucas dedicada a la primera concejal con síndrome de Down de España. El artículo tiene un punto intimista, de contar su propia vida para analizar la actualidad política:
Ángela Bachiller es la primera concejal con síndrome de Down y ocupa plaza en el Ayuntamiento de Valladolid. Como no conozco bien Valladolid, ni su consistorio, ni a Ángela, me abstengo de entrar en este asunto concreto por precaución al balconing sentimental al que empujan ciertos temas. Lo que sí tengo observado es el síndrome de Down. Muy cerca de mí está Ana, afectada por esa cromosopatía. No va para concejal, pero no tengo duda de que hay en ella (también) un valor fundamental: el ímpetu de sentirse autónoma a su manera y la gozosa libertad de quien intuye que razona de otro modo, con una mitad de dependencia y otra de originalidad. Quizá eso no baste para que Ana pueda echar un voto, pero sobra para que no sea considerada una mujer sin opciones.
Explica:
Ana no soporta a los limosneros del hecho diferencial, ni a los que vienen con la fórmula masticada de saber cómo tratarla porque han estudiado en un liceo de progres. No se trata de hacer de un hombre o mujer afectados por el síndrome de Down alguien más original por compasión, ni por ternura. Eso es ofensivo. Y humillante. Tampoco aspirar a que dirijan el FMI, ni siquiera Bankia. Pero esta gente, porque hay grados y cada uno es distinto, tiene un sitio más allá de esa mano que les das en la calle al cruzar.
En sus lineas finales no falta un punto de humor:
Ana tiene una discapacidad mental, pero no se nota cuando escuchas a algunos políticos justificándose en voz alta. Lo de Ángela, en Valladolid, está bien. Es un paso más para integrar. Se lo tengo que contar a Ana cuando vayamos el viernes a las calas, si no lo ha leído ya.
También habla sobre la concejala Bachiller el director de La Vanguardia, José Antich. Titula Ejemplo de superación:
La imagen de Ángela Bachiller, de 30 años, con síndrome de Down, sonriente y feliz con su medalla al cuello de concejal del Ayuntamiento de Valladolid es, por su significado, una noticia esperanzadora y un importante avance en la normalización de las personas con discapacidades psíquicas.
Concluye:
Su integración enriquece a la sociedad, más si cabe en este caso, en que la joven Ángela, con su extraordinario esfuerzo para superar las dificultades, pasará a ocupar el puesto que se ha visto obligado a abandonar un compañero suyo por un caso de corrupción. Su predecesor en el cargo está imputado por prevaricación, cohecho y malversación. Esfuerzo y superación frente a una de las lacras que más cruelmente azotan a una sociedad harta de la corrupción. Una imagen que reúne lo mejor y lo peor que puede aportar nuestra sociedad.
Entre las dos columnas dedicadas a Ángela Bachiller, nosotros preferimos la de Lucas, mucho más humana y alejada de unos tópicos que, sin dejar de ser verdad en este caso, caen en un buenísimo facilón. Y nos hacemos una reflexión. Si en vez de ser del Partido Popular, dato que no es comentado por ninguno de los columnistas ni falta que heces, hubiera sido del PSOE, ¿habría merecido su caso alguna columna en otros diarios más ‘progresistas’? Seguramente sí.
Concluimos en esta ocasión con una columna del maestro –este humilde lector de columnas le considera así– Carlos Rodríguez Braun titulado Corrupción y poder. Se sale de la línea habitual del periódico de Francisco Marhuenda, en el sentido de que no oculta ni niega de dicha corrupción afecta también al Partido Popular.
Tras comentar casos de PP y PSOE, dice:
Y así se pasan la pelota, mientras nos miran a los demás, y se lanzan sobre nosotros si creen que no estamos condenando la corrupción (del otro, claro) con la suficiente severidad. Pero este juego hipócrita oculta la vieja asociación entre corrupción y poder. No puede ser casualidad que haya corrupción en el PP y el PSOE pero no en UPyD, igual que tampoco puede serlo que en Cataluña la haya en CiU y no en Ciutadans. El mando en plaza (y tanto más cuanto más arbitrario sea) desata un estímulo crucial para la corrupción: la oportunidad.
Concluye:
Por eso es equivocado echarles la culpa principal de la corrupción a los empresarios de obras públicas que llevan maletines a los políticos. En vez de ello, convendría pensar en por qué son esos empresarios y no otros los que los llevan, y en por qué los entregan en algunos partidos y no en otros.
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