Si la prensa al uso aplicara a sus noticias de ciencia, cultura o política los niveles de rigor que dedica a la información religiosa podríamos leer, no sé, que el bosón de Higgs es un bicho muy pequeñito que han encontrado en el CERN (probablemente, barriendo) o que el Partido Socialista preferiría que no mandara Rajoy. Ese es el nivel -LEA EL TRASGO EN LA GACETA-.
Ayer amanecieron los periódicos singularmente estúpidos con el Papa. El País abría con palabras del Pontífice, algo que el diario global sólo hará si presume que el titular supone un ¡te pillé!, en este caso: “¿Quién soy yo para juzgar a los gais?”. Del diario de Prisa, que en el nombramiento de Joseph Ratzinger al episcopado romano afirmó que Benedicto XVI “dice no (…) a la presencia de homosexuales en la Iglesia” y se queda tan campante, podíamos esperar la papanatería; de La Razón, que edita la versión en español de L’Osservatore Romano, ya resulta bastante más sorprendente, y sin embargo lo leemos en su portada.
Algún día deberían abrir con declaraciones de Bibiana Aído en el sentido de que las mujeres no deben perder el derecho al voto o de Rafsanjani recordando a los musulmanes que en Ramadán hay que ayunar durante el día. Y es que lo que ha dicho Su Santidad es tan controvertido, tan polémico y se aleja tanto de la doctrina tradicional de la Iglesia o de la expresada por otros Papas como los dos ejemplos anteriores. Y no es casual que esta prensa tan bien intencionada haya seleccionado estas palabras de Francisco aislándolas de la frase completa, que reza así: “Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo? El catecismo de la Iglesia católica lo explica de forma muy bella”. ¡Caramba! ¿Lo dice el catecismo? ¿Y repetir lo que dice el catecismo merece una titular de portada? ¿No ven nada extraño en esto? Bueno, yo se lo explico.
La idea de los progres es que condenar algo como pecado equivale a odiar no sólo a quien lo comete sino también a quien siente tentaciones de cometerlo. Este, por supuesto, equivaldría a que una religión basada en el amor al prójimo obligaría a sus fieles a odiar a todo el mundo, empezando por ellos mismos. De ahí el disparate citado de que Benedicto XVI decía “no a la presencia de homosexuales en la Iglesia”. Ningún Papa dice no a la presencia en la Iglesia de nadie, mucho menos por una orientación sexual involuntaria. No espero que lo entiendan, ni siquiera que intenten entenderlo.
No espero que entiendan que si José Bretón llama mañana a un cura, lo tendría inmediatamente, porque la Iglesia ni rechaza ni puede rechazar a nadie. Pero, al fin, son las palabras completas del Papa las que mejor aclaran esta falsa noticia. Lo decía ayer: a los progres, gracias a su apabullante ignorancia, les basta abrir el catecismo al azar para tener una noticia escandalosa contra la Iglesia. Por cierto, señores de Prisa, ¿lo de que el sacerdocio femenino es una puerta cerrada definitivamente no les mola para titular?
Pero pueden confiar en que Juan Arias se agarrará a cualquier clavo ardiendo para leer lo que no se dice y ver donde no hay: “En Brasil, la Iglesia ha sido llamada a atravesar su desierto en busca de una tierra nueva para huir de la esclavitud en que la había colocado su alejamiento de la gente” (“¿Será Francisco el nuevo Moisés de la Iglesia?”). Y concluye: “¿Lo escucharán (…) en esa conversión existencial para (…) seguir al pie de la letra el evangelio compartiendo la vida de los sin poder y sin dinero?”. Porque hasta ahora la Iglesia no ha querido saber nada de los pobres, de quienes sólo se han ocupado los lectores de El País.