OPINIÓN / Afilando columnas

El Periódico: «Ni políticos, ni jueces, ni fiscales, ni las asociaciones de víctimas están en condiciones morales de rasgarse las vestiduras»

Manuel Jabois: "Una parte de la izquierda celebra puño en alto la sentencia de Estrasburgo"

El gran tema del día 23 de octubre de 2013 en los espacios de opinión de la prensa de papel española es el mismo que Mariano Rajoy evita tratar con un cobarde e insultante «llueve mucho». Mala excusa para no mojarse en un asunto tan grave esa de evitar verse salpicado por alguna gota que, por el efecto del viento, no sea parada por el paraguas con el que alguien le protege de las inclemencias climáticas. El presidente del Gobierno puede volver seco a La Moncloa, donde disfrutará si lo desea del calor de toda su familia, algo que no podrán hacer los familiares de las 24 personas asesinadas por la etarra Inés del Río, que parecen no merecer que el jefe del Ejecutivo les dedique unos segundos ante los periodistas.

En la prensa de papel las reacciones van por barrios, o lo que es lo mismo, por cabeceras. En el auto proclamado diario de la ‘Catalunya real’ cunde la satisfacción y se aprovecha para cargar contra víctimas y periodistas críticos con el fallo de los eurócratas judiciales. En diarios como ABC o El Mundo lo que encontramos es mucho enfado.

Decíamos que en El Periódico de Catalunya se respira satisfacción. Son muchos los artículos en los que se celebra la sentencia que permite que la sanguinaria terrorista haya podido salir libre después de cumplir poco más de un año de prisión por cada asesinato cometido. Nos quedamos, por no aburrir, con dos de ellos. El propio director del diario de izquierdas barcelonés, Enric Hernàndez, es quien firma El regalo de Estrasburgo.

Que Estrasburgo condene a España por conculcar los derechos humanos de los reos no es, en efecto, un plato de gusto. Pero aquí nadie está en condiciones morales de rasgarse las vestiduras; al menos, no sin faltar a la verdad. Ni políticos, ni jueces, ni fiscales, ni siquiera las asociaciones de víctimas del terrorismo pueden llevarse a engaño. Siempre supieron lo que se llevaban entre manos con la ‘doctrina’ Parot.

¿Pero como se nos puede ocurrir que las víctimas del terrorismo puedan rasgarse las vestiduras? ¿Pero qué derecho moral tienen ellos a exigir que un terrorista cumpla algo más de un año de prisión por asesinato? A este humilde lector de columnas se le ocurre un motivo muy claro: justicia.

Concluye:

Después de que ETA certificase su derrota, al PP le toca gestionar el final del terrorismo, pese a haber alentado (y explotado) la intransigencia de algunas asociaciones de víctimas. Una hipoteca demasiado pesada como para prodigar ahora gestos de generosidad con los presos. De ahí que, aunque el guion le lleve a escenificar un monumental enfado, para el Gobierno el fallo de Estrasburgo suponga en realidad un regalo caído del cielo.

Una vez más, contra las víctimas, a una parte de las cuales acusa de intransigencia. Curiosamente, ni una sola vez aparece un término similar para referirse a los etarras. Eso sí, nos tememos que en la conclusión final sobre el Ejecutivo tiene razón. Y nos duele.

Enma Riverola se lanza a comentar la sentencia bajo el título de En la calle. Empieza mostrando sensibilidad hacia las víctimas:

Ser víctima de ETA en el País Vasco significó, durante décadas, mucho más que sufrir una ausencia o una mutilación, fue soportar pintadas en los muros de casa, insultos por la calle, acoso, amenazas y una lacerante y humillante soledad.

Sensibilidad que hace extensiva a los terroristas que dicen haberse arrepentido, como si el arrepentimiento borrara sus crímenes y les hiciera pasar ‘al lado bueno’:

También los presos arrepentidos saben lo que es el dolor. No solo por el enorme peso de la culpa y la vergüenza, sino también por todo lo que ha representado abandonar la organización. El rechazo de su entorno, pasar de héroes a traidores, dejar de recibir asistencia letrada y ayudas para su familia. Y, lo peor, aceptar en la soledad de su celda que su vida ha sido un inmenso y funesto error.

Añade:

Pero con la liquidación de la doctrina Parot muchos de los presos que quedarán en libertad no han mostrado arrepentimiento por sus crímenes. En la calle, son sus miradas las que se cruzarán con las de las víctimas.

¿Y qué tiene que decir ante esto último? Cargar contra el Ejecutivo y contra quienes nos sentimos molestos porque ese terrible cruce de miradas se vaya a producir:

Pero el Gobierno, ayudado por la caverna mediática, en vez de trabajar para rebajar la tensión del momento ha convertido el fallo de Estrasburgo en una victoria de ETA. Flaco favor a la reconciliación.

Ah, la superioridad moral que se auto atribuyen algunos.

Pasamos a ABC, parte de esa supuesta caverna mediática que según la columnista de El Periódico le hace un flaco favor a la reconciliación por asquearse con la puesta en libertad de una asesina múltiple que ni se molesta en fingir arrepentimiento. En dicho diario, David Gistau nos dice que Los monstruos existen:

Resulta inútil endosar a Estrasburgo, en un tono más o menos escatológico, la culpa por las imperfecciones del código con el que fueron juzgados los autores de algunos de los crímenes etarras más horrendos y seriales. Puede servir para evacuar un ápice la frustración, la sensación de humillación colectiva que estos días es posible percibir en esta sociedad que no para de recibir castigo. Pero no exime al Estado, gobernado en aquellos años por el felipismo, de haber tardado más de veinte años en reaccionar jurídicamente a un fenómeno brutal de violencia y terror, de bombardeos desde dentro, que antes de 1973 era inconcebible.

Cuenta:

ETA existe y asesina desde hace mucho tiempo. Tanto, que no recuerdo una vida que no fuera interrumpida cada cierto tiempo por la noticia de un atentado. O con los propios cristales de casa temblando por una explosión de las que alimentaron la perra fama de ese comando Madrid compuesto por podredumbres humanas. ETA existe y asesina desde hace tanto tiempo, que en realidad estábamos abocados al escalofrío de ver cómo terroristas de una dimensión monstruosa completaban sin arrepentimiento ni humanización el ciclo de crimen, captura, juicio y condena.

Por una ocasión, y como excepción, pasaré a usar la primera persona del singular en un ‘Afilando columnas’. Pocas veces me he sentido tan identificado con unas frases concretas de un artículo. Mis recuerdos son los de una vida en la que cada cierto tiempo un nuevo atentado te llenaba de dolor e indignación. Yo no recuerdo los propios cristales de casa temblando, pero sí otras experiencias marcadas por el terrorismo: la muerte del padre de unos amigos, el asesinato de compañeros de mi propio progenitor y el dolor de este último; la ansiedad hasta saber si la nueva víctima, causada por una bomba lapa en su coche que hace explosión a menos de un kilómetro del instituto, es el padre de otra amistad… También recuerdo mirar los bajos del coche familiar antes de subirnos a él o crecer sabiendo que el próximo asesinado puede ser el hombre que te dio sus genes. Son recuerdos similares a los de otros muchos miles de hijos de militares, guardias civiles y policías que nos criamos con esas vivencias.

Y, sin embargo, quienes nos quedamos en aquello resultamos afortunados. La vida y los recuerdos de quienes perdieron a sus padres, hijos o hermanos son mucho peores. A ellos les tocó de modo directo y cruel. Tan sólo me queda acordarme ahora de todas las víctimas.

Volavamos a Gistau:

La hipótesis más cruel tampoco esbozó la posibilidad de que este goteo de criminales sonrientes, cada uno de ellos conforme con su estela de cadáveres y su fabricación industrial de dolor, sería interpretada como una buena noticia política por personas que no hace tanto tiempo se pintaron las manos de blanco. Todo en nombre de un «proceso» muñido por un hombre del cual una penosa entrevista en televisión nos ha recordado que nunca fue sino un liviano hacedor de frases de galletita china de la suerte que consideraba maleables en su propio favor todos los principios fundacionales de nuestra existencia en sociedad.

La ley se cumple. Y las garantías judiciales no pueden ser atropelladas por el instinto. Hasta ahí, qué remedio, y qué escasos bálsamos que aplicar al asco con el que regresan las visiones de los cuerpos destrozados.

Concluye:

Qué época infame, ésta en la que perdemos todos los asideros, en la que todo es fallido, hostil y disolvente. En la que ahora habremos de prepararnos para ser agredidos por la más inmunda de las euforias triunfales. Ruego que, en las próximas semanas, nadie me diga que hemos ganado. No sé qué, no sé a quién, gol de Iniesta aparte.

Pues nos tememos, estimado Gistau, que más de uno lo ha dicho ya.

Pasamos a El Mundo, donde Manuel Jabois firma Ninguna victoria, un artículo donde sí se da por derrotada a ETA:

Victorias de ETA, ninguna. La banda terrorista no nació para negociar las condiciones de sus presos; su derrota ha sido tal que nadie recuerda ya qué querían, sino cómo lo querían: una derrota tan palmaria que las celebraciones son hoy en las puertas de las cárceles. Todo aquello que dependía del Estado de Derecho respecto a Inés del Río, el Estado de Derecho lo aniquiló, como era su deber, incluida su juventud.

Concluye con una muy acertada denuncia contra ciertos sectores de la izquierda española:

Si hay una derrota, ya tradicional, es esa llamita inextinguible y sedimentada en una parte de la izquierda ya irrecuperable: la celebración puño en alto de la sentencia de Estrasburgo. La rudimentaria esquizofrenia ideológica española que sigue sospechando de quien condena sin fisuras a la banda como si hubiese por ahí polvillo del franquismo. Demócratas como usted y como yo, gente de prestigio y también diputados a los que siempre les encuentro la contundencia, la felicidad y el buen humor en las excarcelaciones, nunca en las detenciones, que llenan de adversativas, preocupados.

Terminamos en El País, donde Elvira Lindo se muestra prudente en una columna titulada No hay otra:

Esto es lo que pasa cuando se pergeñan apaños en la ley para responder a un clamor popular de justicia. El clamor popular es legítimo. Lo que uno desea, aunque no le unan con la víctima lazos de amistad o familiares, es que el culpable pague.

Concluye:

Nadie desea que no se haga justicia con los muertos, menos con sus familiares, pero hace tiempo que sabemos que no podemos aplaudir a Europa cuando nos da la razón y abominar de ella cuando nos la quita. La justicia no entiende de razones populares, no es un referéndum. Y el hecho de que sea para todos igual la convierte en ocasiones en humanamente injusta, pero necesaria.

Es otra maquinaria la que ahora hay que activar, la de la reparación social con las víctimas, en la que deberíamos estar todos sin exclusión. E intentar, no sé de qué manera, que la excarcelación de un asesino no se convierta en una fiesta. Hay que evitar el recochineo, al insulto, la humillación. Y hay que acatar la ley. No hay otra.

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Autor

Antonio Chinchetru

Licenciado en Periodismo y tiene la acreditación de suficiencia investigadora (actual DEA) en Sociología y Opinión Pública

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