Estamos ante una jornada de altas y bajas periodísticas, y no nos referimos a Mariló Montero y María Antonia Iglesias. Hablamos de incorporaciones y salidas en las nóminas de colaboradores de dos importantes periódicos de papel españoles. A partir de este 8 de enero de 2013 se incorpora una nueva firma como columnista de la contraportada de El País, de la que hablaremos enseguida, mientras que los seguidos del genial viñetista Borja Montoro ya no podrán disfrutar de sus inteligentes y valiosas aportaciones en La Razón. Él mismo nos comentaba el 30 de diciembre de 2013, al encontrarnos en una céntrica calle de Madrid, que desconocía cuál era su futuro en el diario dirigido por Marhuenda. Montoro ‘el bueno’ (Carlos Rodríguez Braun dixit) ya lo sabe, y no es una buena noticia.
Pero entremos en materia de los espacios de opinión de los periódicos de la jornada. A nadie le sorprenderá que los protagonistas casi absolutos son la Infanta Cristina y el Juez Castro. Tampoco llamará la atención a nadie en qué diarios se lanzan en defensa de la imputada hija del Rey, utilizando el ataque contra el juez, y en cuál se le critica con dureza. Avisamos, eso sí, que alguna sorpresa encontramos y que algunos argumentos son dignos de ser destacados por su originalidad. Una vez más hacemos sonar nuestra armónica del afilador y nos ponemos manos a la obra.
Antes entrar en la cuestión de la infanta imputada, veamos como se presenta a sí mismo la sustituta de Elvira Lindo en la contraportada de los miércoles de El País. Se trata de la porteña (al menos por residencia) Leila Guerriero y saluda desde el titular con un Estaré aquí. Cuenta de sí misma:
Mi nombre es Leila Guerriero, soy argentina, soy periodista, vivo en Buenos Aires. Estaré aquí un tiempo, hablando, hablándoles. ¿De qué? Del tamaño de la aridez de nuestros corazones. De repollos y reyes y de por qué el mar hierve y de si los cerdos tienen alas. Del horror del amor cuando termina. De todas las cosas que estaban hechas para olvidar que no hemos olvidado nunca; de las que estaban hechas para no olvidar jamás (el dolor, los muertos queridos, aquella tarde en la arena) y que, sin embargo, hemos olvidado para siempre. De los fantasmas de Navidades pasadas. De un hombre japonés que conocí en las Filipinas. Del Papa. De la Patagonia y de los mercados de Latinoamérica y del terror gélido de los cuartos de hotel en todas partes. De la chica que ayer, en el metro, se mordía los labios como si fuera a comérselos y que parecía -toda ella- una planta carnívora. De esta línea de Marosa di Giorgio, uruguaya, rara: «Los jazmines eran grandes y brillantes como hechos con huevos y con lágrimas».
Sinceramente, esperamos que escriba menos de cerdos con o sin alas y más de temas que nos puedan interesar. En cualquier caso, desde aquí le deseamos buena suerte.
Pero entremos en cuestiones monarquicas-judiciales. ABC y La Razón compiten por ocupar el espacio del más fiel y leal defensor de la Infanta, aunque es la segunda quien pone más carne en el asador y lo hace de forma más compacta (en su competidor encontramos incluso a alguien que no parece estar indignado con la imputación de la hija del Rey). Veamos, por tanto, en primer lugar el diario de la ‘disciPPlina’. Y qué mejor que arrancar con su director, Francisco Marhuenda. Firma El juez estrella fugaz. Dice del auto donde el juez Castro argumenta la imputación que es un «corta y pega de 227». Hombre, dado que Marhuenda nos descubre que estamos ante un plagio con forma de escrito jurídico, podría decirnos que texto ha sido el plagiado.
El director de La Razón está tan cabreado que hasta le parece mal que a la infanta se le trate de Doña:
Un magistrado tan purista podría haber utilizado para Doña Cristina Federica el trato de Su Alteza Real, tal como le corresponde de acuerdo a nuestro ordenamiento. Le hubiera quedado más estupendo, porque es un juez estupendo que ha conseguido una notoriedad que jamás soñó.
Sigue con lo reproches:
El Iltmo. Sr. Don José Castro puede aprovechar las rebajas para comprar un «traje de domingo» con el que recibir a la imputada Doña Cristina Federica. Es el primer consejo que le daría. Tiene que jubilar esa chaqueta espantosa, porque hasta el prevaricador ex juez Garzón tenía mejor gusto.
Termina ejerciendo de experto en derecho:
Un auto con la posición en contra de la Fiscalía, la Abogacía del Estado y la Agencia Tributaria sólo se puede calificar de excéntrico e inconsistente, aunque es algo que no le importa a un juez estrella. Doña Cristina ha sido sometida al escarnio público, a los ataques injustos y a un daño irreparable. Castro quiere ser un juez estrella, pero es fugaz e injusto en su peculiar cruzada contra una mujer inocente.
José Antonio Gundín.
El jefe de opinión de La Razón, José Antonio Gundín, también se lanza a la yugular del juez Castro. Lo hace en un artículo titulado Decisión política:
Puesto ya el pie en el estribo, abismado a la hora crespuscular de la profesión, el juez Castro se ha subido al último tren capaz de coronar con cierta épica una carrera fatigosa, discreta y de primera instancia. Era irresistible la tentación de pasar a la historia como el primer juez en imputar a un miembro de la Familia Real.
Como Marhuenda, saca a colación a Garzón:
Ni siquiera el temerario Garzón se atrevió a tanto, a cobrarse una pieza de caza mayor con la que levantar la veda de la realeza y alimentar la nostalgia tricolor. Para un republicanismo apolillado y resentido como el español, sentencias como la de Castro son jaleadas por las «tricoteuses» como golpes de guillotina, modestos espasmos de quienes arrastran la tara de no haber decapitado un rey.
A este humilde lector de columnas le llama la atención algo de los dos textos señalados. En ellos se trata de desprestigiar personalmente al magistrado y de poner en entredicho sus intenciones, pero no se da ni un único argumento en defensa de esa inocencia de la infanta de la que los autores están tan seguros. ¿Será por las prisas?
José María Carrascal.
Saltamos ahora a ABC. De los diversos artículos en los que se defiende a la infanta, nos quedamos con La primera vez, del hombre que lució las corbatas más llamativas de la historia de la televisión en España. Dice José María Carrascal:
Que el juez Castro estaba convencido de que la Infanta Cristina había sido algo más que espectadora en el caso Aizoon se veía desde que se hizo cargo del mismo. Tampoco hay que dudar de sus intenciones o métodos. Es un juez instructor y ante un delito evidente como este estaba obligado a indagar todas sus ramificaciones, aunque se tropezase con una hija del Rey, como sujeto activo o pasivo.
Al menos ya vemos que estamos ante otro tipo de argumentos. Veamos que se dice en defensa de Infanta:
Todo esto habría podido evitarse si desde el primer momento Iñaki Urdangarín hubiera reconocido su culpabilidad en los delitos que se le imputaban, dejando a su esposa al margen de los manejos que se traían él y su socio. Pero quiso escapar, primero, echando todas las culpas a su socio, luego, empeñado en demostrar una inocencia que no se veía por ninguna parte, y lo único que ha conseguido es hundir con él a su mujer.
Curioso argumento. No sabemos si lo que pide el columnista es que Urdangarín se hubiera comportado como un caballero a la vieja usanza, de esos que aceptan cualquier mal para proteger a su dama, o es de esos que cree que la Infanta no sabía nada. Este último argumento, por cierto, nos parece de un rancio machista absoluto, el de la mujer tontita que no sabe que hace su marido.
Al final, se limita a quitar hierro a todo este asunto:
Lo único seguro es que habrá que seguir hablando y escribiendo sobre ello por mucho tiempo. Pero conviene que los españoles tengamos en cuenta que no es el problema más importante que tiene hoy España. Ni de lejos.
Al ver que David Gistau también escribe sobre esta cuestión, con el título de El tormento, el afilador de columnas sintió una gran curiosidad, puesto que no destaca por su gran pasión monárquica.
Nada más concluir esta tregua [la Navidad], sin apenas tiempo siquiera para depositar a los niños en la puerta del aula, la realidad ha regresado aplicando a la Monarquía un castigo durísimo que por añadidura desbarata todos los esfuerzos en regeneración de imagen que fueron acometidos durante las últimas semanas.
Dice:
Da la impresión, y ahí estarían enraizados los motivos de su pugna, de que al Rey lo reclaman dos propósitos. Corregir los desperfectos de su legado personal. Y ser aún útil cuando el país afronta emergencias y decadencias que eran impensables hace menos de una década. Pero la reconstrucción del personaje se desmorona cada cierto tiempo (…) Ojalá fuera todo tan fácil como pasarle el «photoshop» a esta realidad que ha roto la tregua a empellones. Ojalá bastara con pronunciar el abracadabra de la Transición, como en el mensaje navideño.
Se lanza a comentar lo referido a la Infanta:
Llevo tiempo escuchando que ninguna imputación vale lo que supondría de agravamiento en un criterio de estabilidad: otra vez la dichosa Marca España, insufrible coartada oscurantista. No comparto esos pretextos de inmunidad, no en un sistema que siempre será admirable en proporción al respeto que haya por sus leyes y a la ausencia de privilegios y de interferencias políticas que existan ante éstas.
Una vez más, nuestro admirado citador de La vida de Brian o El señor de los anillos es autor de unas palabras que le hubiera gustado escribir al afilador de columnas.
Recuerda además que existen tensiones extrajudiciales entre los que buscan el linchamiento y aquellos que defienden la impunidad «en nombre de un bien superior». Ante ello, concluye:
Contra todo esto, en algún momento aflorará el criterio judicial, que terminará incluso con ese juego de las hipótesis psicológicas con el que está entretenido el periodismo para averiguar si la Infanta era la esposa que no se enteraba o si era el 50% de una sociedad llamada Bonnie & Clyde. El tormento al que aludía Spottorno está lejos de haber terminado.
En la antípodas de los diarios monárquicos encontramos a los columnistas de El Mundo, entre los que domina un apoyo a la imputación de la hija del Rey. Son varios los que ofrecen argumentos referidos a los comportamientos de la infanta o cuestiones jurídicas, pero nos quedamos con dos de otro tipo. En ambos autores, se critica que la defensa de la mujer de Urdangarín esté poniendo en riesgo la propia institución monárquica y el futuro del heredero de la Jefatura del Estado.
Federico Jiménez Losantos pide, ya desde el titular, Pensar en el Príncipe:
El empeño del Gobierno en que la Justicia vuelva a desimputar a la Infanta Cristina demuestra que Rajoy, con tal de no hacer nada, es capaz de hacer cualquier cosa y que el Rey, empeñado en hacer cualquier cosa, es incapaz de hacer nada sensato.
Sostiene:
Que los fiscales agridulces de Gallardón dejen pasar todas las afrentas, delitos y fechorías que en el País Vasco y Cataluña perpetran a diario los enemigos de la nación mientras acuden velocísimos a zancadillear al juez Castro, junto al separatista Miquel Roca, abogado del Jefe del Estado Español (!),resulta desolador: ver a la polvorienta maquinaria del Estado, incapaz de defender la integridad nacional y el orden constitucional, activarse velocísimamente para ayudar a unos sinvergüenzas que hace dos años iban a ser expulsados de la Familia Real (lo dijo el mártir Spottorno) y que ahora parecen lo único que salvar en la familia, parece una conjura para que el Príncipe no encuentre trono en el que sentarse.
Termina:
Como Mariano sólo le hace caso a Arriola, el Gobierno debería repetir la encuesta de El Mundo de hace cuatro días. A ver cuántos piensan que el Rey puede remediar el desprestigio de la Corona. A ver cuántos creen que ayudar a la Infanta tan desnortadamente es ayudar al futuro Rey.
Salvador Sostres.
Finalizamos con Salvador Sostres, que en Cristina demuestra una vez más su capacidad de sorpender:
Cristina puede salvar a la Monarquía. Lo mejor que le podría pasar a la Casa es que la hija menor del Rey, además de haber sido imputada, sea también juzgada y encarcelada. En la institución, Cristina es una pieza menor, por su escasa relevancia y ninguna sustancia, pero simbólicamente es significativa, de modo que si entrara en prisión nadie la echaría en falta y en cambio el Rey y el Príncipe saldrían reforzados por haber asumido y respetado una Justicia que aquel día parecería verdaderamente igual para todos.
Reclama a la infanta:
Cristina tiene la posibilidad de salvar a la Monarquía comportándose por fin como una Infanta, y haciendo honor a la educación que ha recibido, no precisamente barata.
Habla sobre el Príncipe de Asturias:
Felipe no será rey sin sacrificios. La gente está loca y los tiempos son extraños. Pudiendo sacrificar a su hermana es absurdo, y contraproducente para la institución, que se sacrifique él o que se mancille todavía más el honor de la Casa y de su padre con maniobras judiciales que intenten salvar a Cristina en el último momento.
Finaliza:
Cristina, ya sé que todo esto tiene que ser para ti muy ingrato. Pero así es como suelen acabar, para una Infanta, los partidos de balonmano.
Y si a alguien le interesa la opinión de este humilde lector de columnas, hay otros países en los que los familiares de los jefes de Estado han acabado ante los tribunales (e incluso condenados) y nadie ha dicho que eso ponga en peligro la estabilidad o que se les ataca por ser quienes son. Si existen dudas sobre el comportamiento de la Infanta, mejor que se aclaren los hechos. Si es inocente debe de estar tranquila. Si no, que pague como lo haría cualquier otro.
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