Ha muerto el 'Maestro' a los 72 años, d elos que 50 estuvieron dedicados al periodismo

Alfonso Rojo: «Tengo una enorme deuda con Manu Leguineche y se ha ido sin que se la pagara»

Siempre me ha quedado una pizca de tristeza pegada al alma; no hemos sido justos con el viejo maestro

Alfonso Rojo: "Tengo una enorme deuda con Manu Leguineche y se ha ido sin que se la pagara"
Manu Leguineche. EP

Lo mismo piensan un montón de reporteros de raza como Gervasio Sánchez, Ramón Lobo, Javier Espinosa, David Beriain, Mikel Ayestaran, David Jiménez, el fallecido Miguel Gil y todos los demás

Lo que ha pasado con Manu Leguineche nos produce verguenza propia y ajena. Todos los chavales que trabajan sin descanso en Periodista Digital y yo siempre hemos estado convencidos de que hace mucho que debía haber recibido el Premio Príncipe de Asturias en Comunicación y Humanidades.

No hay quien lo entienda. Le han dado el galardón, sin duda el más importante que puede recibir un periodista español, a la fotógrafa Annie Leibovitz, al diseñador de videojuegos Shigeru Miyamoto, a la comunidad científica The Royal Society, a los pensadores Alain Touraine y Zygmunt Bauman, a la Universidad Nacional Autónoma de México e incluso a Google.

Al buscador de Internet se lo otorgaron en 2008, el mismo año en el que Manu Leguineche estuvo nominado y algunos, incautos e inocentes, creímos sinceramente que el premiado iba a ser el ‘reportero por excelencia’.

No éramos los únicos. El presidente de Onda Cero, Javier González Ferrari, justo antes del inicio de las deliberaciones del jurado, que se celebraban como siempre en el Hotel de la Reconquista de Oviedo, lo dejó claro ante una nube de micrófonos.

Leguineche es una persona que ha llevado el periodismo a las cotas más altas y se lo merece absolutamente.

Añadio González Ferrari, guasón, que si concedían el trofeo al buscador de Internet y no a Manu, habría que empezar a presionar para que cambiasen de nombre al galardón y se llamase en el futuro: ‘Premio Príncipe de Asturias de Comunicación, Humanidades y Máquina Herramienta‘:

Eso es lo que es Google, una máquina herramienta.

A González Ferrari, como a mí y seguro que a un montón de reporteros de raza como Gervasio Sánchez, Hermann Tertsch, Ramón Lobo, Javier Espinosa, David Beriain, Mikel Ayestaran, David Jiménez, el fallecido Miguel Gil y todos los demás, no nos cabía en la cabeza, y nos sigue, sin caber una estulticia institucional de tal calibre. Pero pasó y ya no tiene remedio.

Es cierto que a lo largo de sus 72 años de existencia, 50 de ellos dedicados al periodismo, Manu ganó un montón de premios y me vienen a la memoria el Premio Nacional, Premio Cirilo, el Premio Ortega y Gasset y hasta la Medalla de la Orden Constitucional. Pero que un jurado compuesto por gente supuestamente sensata y conocedora de la profesión prefiriera a Google antes que a él, no es de recibo.

Por lo que a mí respecta, como antiguo reportero refugiado ahora en ese ‘asilo profesional’ que son las tertulias de radio y televisión, la dirección de un diario online y las columnas de opinión, debo confesar que tengo una enorme deuda con Manu Leguineche y se ha ido de este mundo sin que se la pagara

Durante estos años, de mucho en mucho, cada vez que saltaba su nombre en una conversación, siempre me ha quedado una pizca de tristeza pegada al alma. No hemos sido justos con el viejo maestro.

Ahora, cuando los chavales de la Facultad se te acercan para hablar de periodismo, siempre preguntan si conociste a Ryszard Kapuscinski o lo que opinas de sus tesis sobre esta profesión, tan apasionante y tan desventurada.

Lo habitual, por lo menos en mi caso, es salir del paso con la punta del capote, citando títulos de los libros publicados por el insigne polaco y dedicándole un rosario de rendidas alabanzas.

Les voy a ser sincero. Yo me desteté como reportero sin tener ni pajolera idea de quién era o qué hacía Kapuscinski. Cuando empecé a ir a las guerras y vi por primera vez de cerca el resto espantoso de la muerte, mi modelo era Leguineche.

De niño, había leído con pasión, en el suplemento en huecograbado que llevaba los domingos el fenecido diario Ya, los relatos de Miguel de la Quadra Salcedo, que era como Indiana Jones pero en macizo.

Admiraba el verbo vibrante de Oriana Fallaci en sus Entrevistas con la Historia, sabía de las andanzas del también fallecido Enrique Meneses y hasta pensaba con escribir algo como «Los perros de la guerra» de Frederick Forsyth. Pero mi mito, el modelo, el espejo en el que deseaba mirarme era Leguineche.

Cuando empiezas en esto y llegan los primeros golpes de suerte, te sientes eufórico. Crees tener el destino en tus manos.

Vas impulsado por las misma fuerzas que durante siglos han empujado a millones de jóvenes a evadirse y ni siquiera se te pasa por la cabeza que otros, más sensatos, más valientes y mejores que tú, han recorrido esa senda antes.

Haces tonterías y yo recuerdo con rubor una en concreto, de la que nunca pedí disculpas a Manu. Fue en Bagdad, el 17 de enero de 1991, unas horas después de que los misiles y las bombas de precisión norteamericanas dejaran Irak sin teléfonos y sin fluido eléctrico.

Yo encontré un teléfono por satélite y no le avisé. Me arrepiento todavía.

Si estás en el cielo y te lo mereces Manu, espéranos junto a la puerta, detras de San Pedro, para que nos dejen pasar. Y pérdoname por la gilipollez del Hotel Al Rascheed.

¡Un abrazo maestro!

 

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