Ferrari desea que se prohíba a los jueces entrar y salir de la política
Cada vez hay más violencia en el espacio público: las manifestaciones de la extrema izquierda, la violencia de los catalanistas, las bombas y las pintadas en templos católicos, las burlas en las redes sociales a las víctimas del terrorismo…
El puñetazo de una fanática al secretario general de los socialistas catalanes, Pere Navarro, es el tema de numerosas columnas de hoy, 29 de abril de 2014.
La mejor es la que escribe Arcadi Espada (El Mundo), ‘Dejadla ir’, en que medita sobre la ‘liberación’ de la agresora y la obsesión de la izquierda por absolver a las personas de las consecuencias de sus actos.
¿Alguien puede imaginar que ante una agresión idéntica a un nacionalista la dama hubiera podido irse tan campante y tan probablemente satisfecha de haber cumplido con su duro deber, mas deber?
Yo comprendo esa manera de pensar, tan propia de la izquierda, que consiste en liberar de responsabilidad a las pobrecitas personitas.
Es probable que la dama de Tarrasa no pudiera hacer otra cosa que lo que hizo; pero tampoco la víctima debería haber podido hacer otra cosa que llevarla ante la policía, que se explicara y que pagara. Si no lo hizo fue porque no estaría en su naturaleza hacerlo. En esa mencionada naturaleza global de la izquierda, que irresponsabiliza a las personas. Pero también en esa naturaleza concreta del socialismo catalán, que lleva treinta años poniendo la otra mejilla ante el nacionalismo y diciendo dejadlos ir mientras muestran al mundo su tumefacto rostro de nazarenos.
Juan Carlos Girauta (ABC) une al ataque a Navarro la canallada de Máximo Pradera de fotografiarse brazo en alto en el portal donde vive Hermann Tertsch.
El rufianismo político va imponiendo sus maneras al ritmo de nuestra degeneración democrática.
Todos los personajes públicos catalanes incómodos al nacionalismo catalán saben muy bien de qué está hablando Navarro cuando nos informa de «las miradas de odio», de los insultos por la calle, de las amenazas constantes. Ciudadanos, PP, PSC o UPyD no pueden actuar en Cataluña con la tranquilidad de que gozan quienes se empeñan en negar esta realidad, incluso a la hora de condenar una agresión: CiU, ERC, ICV.
En la otra zona de excepción democrática, que no es geográfica sino puramente ideológica, no tienen bastante con linchar a Hermann semanalmente. Ahora señalan la puerta de su casa, hacen mofa de una convalecencia hospitalaria, tuercen sus palabras, están obsesionados con él. Permitiendo estos abusos, o riéndolos, condenaremos la convivencia.
El refinado linaje del basto Máximo Pradera
Alfonso Ussía (La Razón) también asocia ambos actos y nos cuenta algunos secretitos del «niño mimado» de Javier Pradera, para el que el apellido ha sido como un pozo de petróleo.
La violencia anímica que se ha creado en Cataluña con la dichosa consulta seguirá ofreciéndonos malas noticias. El nacionalismo es siempre violento con quienes no comparten sus sueños y utopías. Y el resentimiento también lo es. Más aún, cuando quien se somete al rencor carece de motivos pesarosos en su vida para actuar como un resentido. Este joven hijo de Pradera, de educación pésima, ha sido un niño mimado del sistema. Encajado a la fuerza por la influencia de su padre en emisoras de radio y televisión pertenecientes al decaído grupo de Jesús Polanco -apellido impronunciable en la actualidad en sus altos despachos-, el chico de Pradera ha decidido volar en soledad. Y lo hace con malos vientos, poca gracia, talento ausente y paupérrima categoría humana. Lo peor, el talento ausente, ese vacío que tanto irritaba a su padre, feroz enemigo de los tontos.
Cristina Losada (Libertaddigital.com) repudia la equidistancia del nacionalismo, sea vasco o catalán.
De un lado o de otro, he ahí la vieja y manida fórmula para sustituir la agresión que se ha producido por la agresión que no se ha dado. Es el juego de manos para cambiar el puñetazo concreto que recibió Navarro por el puñetazo abstracto. Es, ante todo, la manera insidiosa de deslizar que hay una violencia en ciernes, la del otro lado, que no ha estallado, pero que ahí está, como si la viéramos. Es como decir que la agresividad de un lado la provoca la agresividad del otro, y que por lo tanto está justificada.
Los culpables de las agresiones «somos todos»
Ahora pasamos a quienes culpan de las agresiones a los agredidos.
Raúl del Pozo (El Mundo) sigue haciendo lírica en su columna, cada vez más oscura.
En Castellón, una persona lanzó un huevo a Esteban González Pons al llegar al teatro Raval para participar en un mitin. El huevo le impactó en la nuca. «Espero -escribe un tuitero- que el huevo fuera de mármol».
Pere Navarro ha confirmado que los motivos de la agresión pueden ser fruto de la crispación provocada por el debate soberanista. «La agresora -dice- no es una persona sin techo».
Los políticos como las compañías lírico-dramáticas de gira, vuelven a ser tribunos de la plebe durante los fines de semana, con barra libre de demagogia, y no saben que nada hay más peligroso que la misantropía y el odio de la horda.
Miquel Roca (La Vanguardia) es un ejemplo de esa equidistancia, ya que nos carga «a todos» con la responsabilidad de las agresiones a Pere Navarro y a Esteban González-Pons. Hablar del discrepante con respeto ayudaría mucho a la erradicación de la violencia en el mundo de la política. Al final, todos somos responsables de asegurar la convivencia. La libertad obliga mucho. (…) interroguémonos sobre los caminos sutiles por los que la intolerancia ha abierto el camino de estas agresiones.
Pero si lo tienes al lado, Miquel, muy cerquita, sólo unas páginas antes en la misma La Vanguardia. La ‘doctora’ Pilar Rahola, en el estilo de los nacionalistas, empieza condenando el ataque que ha sufrido Pere Navarro para acabar dándole otro puñetazo.
Navarro (…) ha aprovechado para vender su producto político como el único dialogante y convertir a los millones de personas que defienden la consulta en culpables de una insostenible crispación que llevaría a la violencia. Le ha faltado poco para achacar a Mas la agresión, aunque por ahí han ido los tiros.
Lo cual es feo, porque, puestos a enfadarnos, lo único realmente crispante es no permitir votar a un pueblo.
Aguilar reprocha a Rajoy su informalidad
La columna de Lucía Méndez (El Mundo) contiene un reproche a José María Aznar y Esperanza Aguirre, que parece que van a aparecer juntos en un mitin en la campaña de las europeas.
Más bien pretenden que España se entere de que siguen existiendo, por más que en la dirección de su partido no despierten mucho entusiasmo.
Y un consejo.
Ana Botella debería dejar a su marido en casa si no quiere que no le robe el protagonismo en los actos que asiste como alcaldesa que es.
La última de ABC trae un reportaje divertidísimo sobre la actualización de las reglas que obligan y definen a un auténtico ‘gentleman’. Por eso me sorprendí al leer el título de la columna de Miguel Ángel Aguilar (El País): ‘Guardar o perder las formas’. ¿Le iba a quitar Aguilar la condición de árbitro de la moda a Ussía? Emoción. Quizás esta disputa acabase con un duelo, como en el siglo XIX.
Sin embargo, qué decepción. En vez de hablar de etiqueta y modales, Aguilar tiene el mal gusto de hablar de política. Le irrita que Mariano Rajoy no se haya atenido a las formas constitucionales al nombrar a Isabel García Tejerina ministra de Agricultura.
Ni se ha despachado la propuesta de la separación de Arias Cañete, ni la del nombramiento de García Tejerina, ni se han llevado los decretos a la firma del Rey, ni se han publicado una vez firmados en el BOE sino antes. Porque primero se ha dado la noticia, luego se ha ordenado la publicación de los decretos correspondientes a las cinco de la tarde, sabiendo que solo serían despachados y firmados después de la jura o promesa del cargo, fijada para las siete de la tarde de ayer en Zarzuela. Una vez más, en esta cuestión de ceses y nombramientos de ministros se prefiere dar la sorpresa a lograr el acierto, como si el objetivo no fuera acertar sino sorprender. Rajoy ha sabido combinar el retraso con la precipitación y además ser irrelevante. Un mérito indiscutible.
En 2004, Zapatero anunciaba ministros de su primer Gobierno sin habérselo comunicado antes el Rey. Y no recuerdo que El País se lo afease al feminista.
El espectáculo de Elpidio Silva lleva a Javier González Ferrari (La Razón) a suspirar por una reforma legal.
Es posible, no lo sé, que la reforma de la Justicia emprendida por Ruiz-Gallardón tenga aciertos y supongo que errores, pero lo que sí debería tener, e insisto que quizá lo tenga, es una prohibición expresa y taxativa para que los miembros de la judicatura puedan ir y volver de la política a la toga con absoluta impunidad.
Hace casi 30 años que Guerra mató a Montesquieu
Hoy Rosa Montero no me moja las manos con sus lágrimas, sino que me hace reír. En su columna de El País se indigna de que los políticos nombren a los jueces.
Como decía Gabriela Cañas en un formidable artículo, es casi imposible que un delincuente sea juzgado por un juez afín; pero que un político corrupto pueda tener trato e incluso amistad con quien le juzga es mucho más fácil; de hecho, los políticos intervienen en la designación de los miembros de los tribunales superiores.
Rosa Montero, cual bella durmiente (seamos ‘gentlemen’), debía de estar roncando en el palacio de rey en los años 80, cuando Alfonso Guerra declaró la muerte de Montesquieu y los políticos se repartieron el CGPJ, el Tribunal Constitucional, el Supremo y los Superiores de las autonomías.
¿Ahora te enteras, Rosa?
Y como mariposa vuelo de una Rosa a otra Rosa.
¡Rosa Conde existe! Reaparece en El País para recibir el premio a la columna ridícula del día por su tribuna en la que convoca a los intelectuales a implicarse en la política. Los hay que se vistieron con unos clichés en su juventud y no saben quitárselos aunque se les caigan a pedazos como harapos.
España vive momentos difíciles, en lo económico, político, territorial y social. Cuanto antes afrontemos los cambios imprescindibles, antes superaremos esas dificultades. Para ello necesitamos la implicación de la sociedad en la política. Para lograrlo, los intelectuales, entendidos en un sentido tan amplio como hago en este artículo, deberían comprometerse y buscar complicidades con los políticos, como hicieron entonces, en la tarea hercúlea de rediseñar nuestro sistema social, a través del consenso.
¡Qué viejo suena todo! Intelectuales (que son funcionarios), políticos, consenso, cambios dentro de un orden… Tan viejo como una tribuna de Luis María Anson.