OPINIÓN / REPASANDO COLUMNAS

El ascenso de Podemos en Cataluña pone histéricas a las majorettes del soberanisno

Carrascal consuela a la infanta Cristina diciéndole que al menos no la va a juzgar un jurado popular, porque ya estaría condenada

Rahola, histérica porque Pablo Iglesias no quiere abrazar a Mas, le llama "salvapatrias"

Una cosa es un monárquico; otra cosa es un cortesano. La diferencia es como la que existe entre un hincha de fútbol y uno de esos animales que quedan para abrirse la cabeza. Este 23 de diciembre de 2014, el sector cortesano del columnismo queda como los ultrasur.

Para defender a su querida infanta Cristina y a la Corona, Paco Marhuenda y Luis María Anson no dudan en acusar al juez José Castro de prevaricador, es decir, de dictar una resolución judicial injusta a sabiendas, cosa que es un delito. Mientras reposo unos segundos sus columnas, me pregunto qué poco vale el honor ajeno para estos cortesanos adscritos al Regimiento del Rey y recuerdo que los de su especie abandonaron a Alfonso XIII y a su familia la noche del 14 de abril.

El director de La Razón se ha convertido, de la noche a la mañana, en procesalista.

No existen indicios que permitan acusar a la Infanta Cristina como cooperadora necesaria de los preusntos delitos fiscales cometidos por su marido en los ejercicios 2007 y 2008.

Es insólito y demuestra el sesgo ideológico de una decisión insostenible.

No me sorprende porque es coherente la ideología de un juez que siempre ha querido sentar a la Infanta en el banquillo para satisfacer su peculiar visión de la Justicia.

Me inquieta comprobar que mucha gente quiere revivir la Inquisición, ahora enmascarada en unas instrucciones donde poco importa el reusltado final cuando se celebre el juicio, y que hay juristas que abrazan con fervor eluso alternativo del Derecho.

Un juez debe actuar con imparcialidad, responsabilidad y sometido unicamente al imperio de la Ley, por ello no entiendo esta obsesión contra la Infanta y su enfrentamiento con el fiscal, así como su fervor hacia la acusación popular.

Así comienza su billete Luis María Anson en Elimparcial.es:

José Castro, conocido por su acreditada incompetencia y su descarada ambición de convertirse en juez estrella, ha decidido sentar en el banquillo a la Infanta Cristina, salvo sorpresa de última hora. Frente a los abogados que aseguraban el sobreseimiento, he ganado la apuesta. Escribí reiteradas veces que Castro alargaría el proceso lo más posible para permanecer en los medios de comunicación y después llevaría a juicio a Doña Cristina. Al juez Castro le pirra la notoriedad y, además, como está a punto de jubilarse, pretende que el estrellato le permita montar un bufete suculento.

Parece probable que a lo largo del procedimiento y en los diversos recursos la Infanta resulte absuelta. Pero, en todo caso, el juez habrá conseguido sus propósitos de notoriedad. El daño que ha hecho a la Infanta es irrestañable. Doña Cristina ha sido víctima de un marido zoquete decidido a enriquecerse a toda costa y de un juez enfrentado por su afán de notoriedad con el fiscal y el abogado del Estado. No es fácil decir todo esto contra corriente pero me siento en la obligación moral de escribir este artículo porque es la verdad la que nos hace libres.

LA CORONA ESTÁ A SALVO, PIENSA ZARZALEJOS

Un tercer cortesano, éste por tradición y por sangre, no por vasallaje como los anteriores, Alfonso Ussía (La Razón), también arremete contra el juez Castro, pero tiene el punto de ser original y defender que la hermana del Rey no debe renunciar ni a su título ni a sus derechos dinásticos.

Puedo entender que el juez Castro siente en el banquillo de los acusados a la Infanta Cristina. La notoriedad, el sueño de destacar, el espectáculo. No es conveniente, pero también los jueces pueden ser propensos a disfrutar de los encantos de la popularidad. Lo que no entiendo es la obsesiva fijación de la Casa Real y la Casa del Rey por lograr la renuncia de la Infanta a sus derechos sucesorios. Mientras no se pruebe lo contrario, la Infanta es inocente. Y mientras no se demuestre asimismo lo contrario, la renuncia de la Infanta carece de todo valor, a excepción del simbólico. Más o menos, como si yo renunciara a la parte proporcional que me corresponde del testamento del barón Thyssen. Para que la Infanta Cristina, declarada inocente o culpable por la Justicia, sea Reina de España, es necesario un nuevo Ekaterimburgo. Los hay que lo desean, pero no lo contemplo como probable en los tiempos que corren por nuestras vidas.

Menos mal que hay otros periodistas, conocidos por su monarquismo, que conservan algo de decencia y honra profesional. Uno de ellos es Mariángel Alcázar (La Vanguardia):

Desde que se inició el proceso hasta la abdicación de don Juan Carlos, la situación judicial de Cristina e Iñaki fue una espada de Damocles que, de algún modo, acabó por cortar muchos de los hilos que unían a la institución con la sociedad. Ahora, con el nuevo Rey y con la infanta fuera de la familia real, se ha aliviado algo la presión sobre todo por la decidida posición de don Felipe que desde el primer momento, aunque le doliera en lo personal, ha marcado distancias con su hermana.

Aunque sea tarde, la infanta debería utilizar el gramo de responsabilidad y respeto institucional que le queda y reconocer que su familia ha hecho por ella mucho más de lo que ella les ha devuelto. La renuncia, en los términos que sea, es la única salida digna que le queda.

Y otro es José Antonio Zarzalejos, director de ElConfidencial:

aunque la Infanta vaya a sentarse en el banquillo de los acusados, la Monarquía queda absuelta de connivencia con su conducta y la de su marido gracias a la prontitud y reflejos con la que la Corona reseteó sus propias debilidades internas y de imagen. Hoy la Monarquía en la persona de Felipe VI goza de una buena consideración social según las encuestas, después de que en abril de este mismo año registrase un bajísimo índice de confianza según el CIS (3,72). La propia abdicación de Don Juan Carlos hizo mejorar su imagen y cooperó para que se proyectase la de su hijo.

Oneto (Republica.com) también constata que el nuevo rey y su esposa quedan, digamos, protegidos.

Durante estos meses de reinado, tanto el rey Felipe VI, como la reina Letizia, han hecho suficientes signos de alejamiento como para que se produzcan los menores daños colaterales posibles. Hasta ahora, han sido numerosos y suficientes.

Santos Juliá aplaude el procesamiento en El País, periódico que al menos por hoy recupera el pulso en la batalla de la opinión. Por eso me pregunto si estará de vacaciones en Estados Unidos Antonio Caño, su presunto director.

Toca hoy a una infanta, que lo es por ser ciudadana de un Estado de derecho y por ese título, por el que tanta sangre se ha derramado en España, obligada al cumplimiento de la ley. Los jueces dirán lo que sea menester en relación con su presunto delito; mientras tanto, bienvenida sea a la comunidad de ciudadanos libres e iguales.

LA INFANTA ES AFORTUNADA DE QUE NO LA JUZGUE UN JURADO

José María Carrascal es el único columnista de ABC que opina al respecto y dice que la infanta debe sentirse aliviada de que la juzguen jueces profesionales y no un jurado.

Esta pareja se creyó por encima de la ley, y el trato que recibieron por todas partes, desde grandes empresas al fiscal del caso, no hizo más que confirmarles que eran inviolables. Pero no es así. Pudo serlo hace unos años cuando «el dinero público no era de nadie», según otra ministra, ¡de Cultura! (curiosamente, también socialista), que definió toda una época

si hubiera tenido que comparecer ante un jurado, estaba condenada de antemano, lo que tampoco es Justicia, sino eso tan común entre nosotros como la envidia y el resentimiento. Los lectores de estas «postales» ya conocen mi opinión al respecto: Cristina de Borbón no puede ser condenada ni absuelta por ser hermana del Rey, sino por lo que hizo o dejó de hacer debiendo haberlo hecho.

Pablo Sebastián (Republica.com) corrige a Marhuenda y Anson, y asegura que si algún funcionario ha prevaricado ha sido el fiscal Carlos Horrach. Tambíen hace una lista de fracasados y derrotados con este auto.

Por último,y penosa y sospechosa de prevaricación la actuación del fiscal Horrach en el caso Nóos, con la Infanta Cristina y también con otros procesados, así como pésima fue la actuación de la Abogacía del Estado. Y fracaso absoluto de la defensa de Miguel Roca y sus teorías del ‘amor ciego’. El que insiste en recurrir lo que no es recurrible, y se apresuró a pagar la multa del fiscal y a jalear ‘la doctrina Botín’ que no es aplicable en este caso una vez que el fiscal reconoce el delito fiscal en el seno de Aizoon, y que están en juego bienes intangibles del interés general, como es el dinero público, lo que da pie y derecho a la acusación popular, como ya ocurrió en el caso Atutxa.

¿Qué pensará ahora el ex fiscal general Torres Dulce que amparó todas las temerarias e indecentes -pos descalificatorias del juez- actuaciones del fiscal Horrach?

Qué pena que Jiménez Losantos haya desertado de la columna en estos días, porque se está perdiendo tocar los clarines de la victoria. Sinceramente, qué falta de respecto a la parroquia.

PABLO IGLESIAS ES COMO TODA LA IZQUIERDA ESPAÑOLA

El otro gran asunto del día en el peristilo es el análisis del mitin que dio Pablo Iglesias el sábado 20 en Barcelona.

Ignacio Camacho (ABC) se detiene en Podemos y encuentra una metáfora bonita para describir la misma realidad: que los votantes de Podemos se quieren cargar el régimen como Sansón a los filisteos.

Hay millones de españoles apretando su voto en la mano como una piedra. Sólo el de los demás puede acaso impedir que estas sean las últimas navidades de la Constitución de la estabilidad, el consenso y la convivencia.

Ignacio Ruiz Quintano (ABC) sigue poniendo en solfa las contradicciones de Pablemos.

Mezcla de Beppe Grillo y Felipe González, Pablemos fue a Barcelona a decir que los catalanes tienen «derecho a decidir» (?) y que España es un país de países. Estamos, pues, ante el perfecto socialdemócrata, pues también gusta de decir que él no es ni de derechas ni de izquierdas, cosa que ya decían los fascistas treintañones para cargarse a los partidos que no fueran el suyo.

¿Y quién es Pablito Iglesias para dar a los españoles lo que les negó -citando expresamente a España- Carlos Marx, esto es, un «derecho a decidir » que es el derecho a suicidarse?

Para Arcadi Espada (el Mundo), el discurso de Pablo Iglesias es una muestra de la confusión intelectual que han introducido los nacionalismos en la izquierda española.

No comparto el criterio de los que acusan al líder de Podéis de haberse mostrado ambiguo sobre el capricho catalán en su patrocinado mitin de Barcelona. Todo lo contrario. Se mostró, como ya lo ha hecho otras veces, perfectamente favorable al llamado derecho a decidir y perfectamente contrario a la independencia. Es decir perfectamente identificado con la abrumadora mayoría de la izquierda catalana, que persigue la fragmentación del sujeto político constitucional y la renuncia del conjunto de los españoles a sus derechos políticos fundamentales; y que al mismo tiempo, y en eso coincide con la abrumadora mayoría de la derecha, se mostraría contrario a la independencia en el instante de la decisión verdadera.

Cuando Iglesias dice que «España es un país de países» el ex presidente Zapatero parece un hombre sofisticado. Por lo demás, cuando eso dice, Iglesias ni siquiera sabe lo que dice, porque pura y simplemente es imposible saberlo.

En este sentido es puramente extraordinario que en su rutilante catálogo de demagogias Podéis no haya incluido su rechazo de la autodeterminación de los ricos. Puramente extraordinario y revelador de la confusión que el nacionalismo ha proyectado sobre la vieja y esclerótica izquierda de España.

PREOCUPACIÓN EN LA VANGUARDIA CON ‘PODEM’

Sin embargo, entre los catalanistas el mitin de Pablo Iglesias ha causado una gran inquietud. Pilar Rahola (La Vanguardia) llama al Coletas «salvapatrias». Esta mujer necesita una caja de valeriana.

Eramos pocos y ha llegado un salvapatrias. Y como todos los que salvan al pueblo de sí mismo, ha venido con la verdad del Mesías, repartiendo carnets a unos y enviando a otros al ostracismo y, por el camino de hacerse un nombre, se ha permitido despreciar al presidente de los catalanes, asegurando que no es un interlocutor válido. «¿Y quién es él para decirlo?», nos preguntaríamos si todavía fuéramos inocentes.

De hecho, nunca Cataluña ha encontrado apoyo en las izquierdas españolas, cuando se ha tratado de la cuestión de la unidad, de manera que Pablo Iglesias no hace nada más que rendir homenaje a sus ancestros. Revolucionario, pues, excepto sobre las naciones históricas, donde se da la manecita alegremente con los encorbatados de Ciutadans. Y es que España no es una realidad política, sometida como cualquiera a los designios ciudadanos. Es un dogma de fe de la única religión que comparten creyentes peperos, laicos socialistas y ateos antisistema, todos ellos religiosamente españoles.

En el mismo periódico, David Fernández explica con más elegancia que Rahola por qué Podemos agujerea el saco del voto separatista.

Iglesias tiene muy claro quién es su rival en Cataluña pero hace trampa: le preocupan menos las cuentas en Andorra que la «revolución» de Mas, la apuesta del líder de la «casta» catalana por romper el statu quo territorial español que él defiende. ¿A qué si no los aplausos a Pablo de una cierta izquierda y una cierta derecha exquisita ante la aparición, por fin, de una bandera a la que agarrarse en el desierto de las terceras vías y naufragios diversos frente a la cuestión catalana? ¿No será que vuelve lo de antes roja que rota en morado republicano/comunero? Con ese banderón, a Iglesias le sobran todos los demás. Españolismo inteligente casi inédito aquí desde los tiempos de Felipe (¡ay Miquel Iceta!). Alicia Sánchez-Camacho ya ha tomado nota, lo que certifica que no sólo el soberanismo anda inquieto. Y más aún si la «casta» tiene poco que temer: total, Iglesias, como cualquiera, sólo quiere votos.

¿Siguen las dudas? Pues este párrafo de Dolores García se las debería despejar, amigo lector.

Podemos ha empezado ya a trastocar el discurso imperante en Cataluña. Pablo Iglesias se presentó el domingo en Barcelona como la opción rupturista, de izquierda radical y no independentista. Exhibió tanto desparpajo como para atacar al líder de la CUP por excesiva connivencia con el poder establecido. Ahí es nada. Podemos vende un cambio drástico, una revolución, sin esperar a la independencia, justo cuando esta ya no parece tan fácil ni rápida de alcanzar.

Salvador Sostres (El Mundo) encuentra en la indigencia del nacionalismo catalán la razón del miedo que provoca la visita de Iglesias. Añade un beso para Rahola.

Iglesias está utilizando la misma demagogia contra el sistema que ERC utilizó contra Aznar y que Mas está utilizando contra España. El independentismo no tenía rival en su populismo y por eso le han bastado los intelectuales más carroñeros y mediocres para tejer su pobrísima propaganda. El ataque de indignación que el sábado sufrieron las chachas líricas del procés fue incluso más bajo que su propia escritura y parecían viejas peleándose por una peseta que ha caído al suelo. Mientras los ideólogos del independentismo vivan instalados en la más clamorosa indigencia, la independencia de Cataluña fenecerá por mala intendencia mucho antes de poder librar su gran combate final.

La confluencia de las dos agitaciones en Cataluña se está saldando con una clara victoria de Podemos. Por eso las majorettes del soberanismo están tan histéricas. Mientras bajan las cifras del soberanismo, sube la euforia antisistema. Dos encuestas bien hechas, y de momento no publicadas, le dan a Pablo Iglesias de 20 a 24 diputados a Cataluña si la participación alcanza el 80%. ERC y CiU no tendrían mayoría absoluta, ni juntos ni por separado. ¿De qué podríamos extrañarnos? Cuando jugamos a la demagogia, gana siempre lo más barato.

Claro que entre tanta verdulera hiperventilada -Rahola- estamos hablando de precios muy ajustados.

Miguel Ángel Aguilar (El País) no sólo aplaude a Pablo Iglesias, sino, también, a Albert Rivera. ¿Propone una pinza similar a la de Aznar y Anguita contra Mr. X?

Primero, reconozcamos cómo ha sabido conectar Pablo Iglesias con un público ilusionado en Barcelona. Inútil buscar concreciones, pero imposible negarle sintonía y una afirmación entre tantas ambigüedades: «No queremos que Cataluña se vaya». Segundo, saludemos que Albert Rivera y Ciudadanos se suba al escenario de la política a escala de toda España. Si acierta con los candidatos en Madrid se llevará las municipales y autonómicas de calle, tras la parálisis inviable de Tomás Gómez y de Antonio Miguel Carmona, sin que se advierta reacción alguna en un Partido Socialista establecido en la renuncia.

Para concluir la tabarra diaria de Podemos, hoy mezclada con la catalana, traigo la columna de Lluís Bassets (El País), por cuyo contenido deduzco que puede haber escrito el editorial de su periódico en que rezonga porque el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña ha aceptado varias querellas contra Mas.

La admisión de la querella contra Artur Mas también coincide con la comparecencia en la comisión del Parlamento catalán sobre el caso Pujol de quien fue fiscal del escándalo Banca Catalana, José María Mena, alguien que precisamente vio inadmitida en 1986 su petición de procesamiento del entonces presidente de la Generalitat por un pleno de la Audiencia Provincial de Barcelona formado por 33 magistrados. Esta coincidencia nos viene a recordar que Mas es el segundo presidente catalán de la actual democracia investigado, y en su caso no por un presunto delito económico, sino por otro directamente político, todo un regalo de Navidad en el momento en que el proceso soberanista parecía perder fuelle.

El mismo argumento que llevo leyendo unos 30 años: hacer cumplir a los nacionalistas catalanes y vascos la misma ley que se aplica al resto de los españoles es crear mártires.

TERTSCH: LA LIBERTAD EUROPEA ESTÁ EN LA BIBLIA

Después de todo lo anterior, poco queda para comentar.

A Hermann Tertsch (ABC) la Navidad le sirve para mostrar la diferencia del cristianismo con las demás religiones.

Cierto es que el sentido de trascendencia está tan atrofiado como el propio hecho religioso. Pero no es difícil explicar una continuidad en la familia humana en la cultura occidental. Ha logrado construir a lo largo de siglos de guerras, reformas y debates una sociedad libre y abierta que, con todos sus grandes defectos y sus lacras, es admirable.

Si esta civilización ha llegado aquí y ha vencido en desarrollo y eficacia, en compasión y libertad, a todas las culturas extrañas alternativas, ha sido por la libertad de la que gozó la creatividad del ser humano. Y esta libertad se debe al valor absoluto que nuestra cultura otorga al ser humano, basado en la fe religiosa de que fue concebido a imagen y semejanza de Dios. Que hoy sean muchos más los que dicen que Dios ha sido hecho a imagen, semejanza y necesidad del ser humano no cambia en absoluto los profundos anclajes de nuestra libertad, que están en el concepto del ser humano surgido del Viejo y el Nuevo Testamento.

Edurne Uriarte (ABC) replica la tribuna de Rodríguez Zapatero en El Mundo con la que el ex presidente socialista trató de subirse al carro del acuerdo entre Obama y Raúl Castro.

«Un hito en el terreno de las ideas, de los valores y de los principios que al final deben inspirar las políticas más eficaces», ha escrito nuestro adalid de la negociación con los etarras, el mismo que, por otra parte, se pasó siete años de Gobierno exigiendo reparaciones y reivindicaciones para uno de los bandos de una guerra civil ocurrida setenta años atrás y para las víctimas de la dictadura franquista. Pero, claro está, hablamos ahora de una dictadura comunista y de unos terroristas ideológicamente emparentados con ETA.

Una cosa es que la política exterior sea inmoral, o al menos amoral (como ha recordado pertinentemente Robert Kaplan, «The Virtue of Amoral Foreign Policy » , Stratfor) y otra que celebremos acuerdos amorales como si fueran el colmo de la virtud.

Y una cosa es que la política exterior sea inmoral o amoral, y otra, hacer como que no nos enteramos y, encima, subirnos al carro del emocionado triunfalismo. Como Zapatero.

Pese a los textos de Paco Marhuenda y el maestro de periodistas Luis María Anson, grandes candidatas al premio de la columna ridícula del día, éste se lo lleva el abogado de la infantan Cristina. Miquel Roca, recién fracasado en su defensa (¿cuánto habrá cobrado por ella?), se atreve a proponer el ejemplo de la negociación entre Washington y La Habana a un diálogo entre Madrid y Barcelona. ¿Y dónde se encuentra la dictadura, querido gilí?

Tanto la noticia como el cómo se ha conseguido abren un camino de esperanza e ilusión. Pero, a la vez, una reflexión exigente. ¿Por qué no se aplica el mismo método para resolver tantos y tantos problemas que amenazan a nuestro futuro? Porque, como se ve, si se quiere, la solución es posible.

Este año el mensaje de Navidad tiene un contenido muy concreto: EE.UU. y Cuba lo enviarán al mundo. No es necesario limitar el valor al campo internacional; ¡el mundo más cercano necesita de la misma medicina! Diálogo, respetar la diferencia, dar voz y vida a la discrepancia. ¡Feliz Navidad!

 

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Autor

Pedro F. Barbadillo

Es un intelectual que desde siempre ha querido formar parte del mundo de la comunicación y a él ha dedicado su vida profesional y parte de su vida privada.

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