Qué pena que en la tradición española el título del descendiente del rey que no ocupan el primer lugar en la línea de sucesión al trono sea el de infante (o infanta) en vez del que suelen tener en el resto de las monarquías del mundo y que el tratamiento de ‘príncipe’ se reserve al heredero de la jefatura del Estado. En el caso contrario, cuando por fin se supo que la infanta Cristina no iba a recurrir el llamamiento a declarar ante el juez en calidad de imputada, la banda sonora para acompañar la noticia hubiera sido evidente. Las radios y las televisiones podrían acompañar la información con la voz de Sabina de fondo cantando:
Ahora es demasiado tarde, princesa.
En cualquier caso, la mujer de Urdangarín es la gran protagonista de los espacios de opinión de la prensa de papel española el 15 de enero de 2014. Gran parte de los columnistas dedican sus esfuerzos a opinar sobre si la Infanta debe recorrer o no a pie la breve cuesta abajo por la que se accede al juzgado de Palma en el que debe declarar. Esa se ha convertido en la rampa más conocida por los españoles, por delante de la rampa de lanzamiento de Cabo Cañaveral desde la que tantos cohetes espaciales estadounidenses hemos visto despegar. La cuestión es si los famosos «70 pasos» son una ‘pena de paseíllo’ de la que se ha de proteger a la hija del Rey o, por el contrario, ha de enfrentarlos debido a que en teoría todos los españoles somos iguales ante la Ley. Hay opiniones para todos los gustos.
Pongámonos manos a la obra y, tras hacer sonar nuestra armónica de afilador, dejaremos constancia de las más interesantes columnas sobre esta cuestión. Además de sobre alguna otra referida a un par de asuntos diferentes.
Arrancamos en ABC, periódico monárquico monárquico español por excelencia. Y ahí nos encontramos con una sorpresa. Su jefe de Opinión, Jaime González no se encuentra precisamente entre quienes se oponen a que la infanta descienda, cual Dante a los infiernos, por la rampa que conduce a los juzgados. Considera que ha de hacerlo Por ser hija del Rey. En su columna muestra su desacuerdo con Ruiz-Gallardón:
El ministro de Justicia ha expresado sus recelos con el argumento de que hay que impedir los «juicios paralelos», pero mucho me temo que la espiral de «juicios paralelos» haría cima en caso de que Doña Cristina entrara en coche en el juzgado, posibilidad que ayer recibió el visto bueno del juez decano de Palma.
Jaime González.
Y concluye:
No goza de prerrogativa constitucional alguna y es una ciudadana más ante la ley, pero su situación procesal ha adquirido una extraordinaria relevancia pública en virtud del carácter de ejemplaridad que encarna la Corona. Razón suficiente para pedirle que encare esa rampa de 30 metros -obviamente, si la Policía puede garantizar su seguridad- con la dignidad propia de quien ha der ser consciente de que su figura lleva aparejada un «juicio paralelo»: una cruz en forma de reproche social que hay que soportar, precisamente, por ser la hija del Rey.
Impresionante, mientras otros se rasgan las vestiduras diciendo que a la Infanta se le trata con especial saña por ser quien es, el máximo responsable de la opinión del gran medio monárquico español defiende que así sea. La pregunta que se hace este afilador de columnas es, ¿tiene este artículo en visto bueno de Palacio? Aunque uno comparta el argumento de González, es de suponer que muchos defensores de la monarquía, dentro y fuera de Zarzuela, no la deben de hacer.
El republicano en la corte periodística, David Gistau, titula Bajar la cuesta, que a uno le suena casi como esa expresión tan quinqui de «bajarse al moro». Comienza criticando, rozando la burla, tanto al abogado nacionalista catalán de la infanta como a los periodistas que comentaron una entrevista que le hicieron:
El pasado lunes, unos reporteros de las televisiones abordaron en la calle al abogado Roca, defensor de la Infanta, prócer atildado y un hombre en principio demasiado técnico como para proponer eximentes inspirados por Corín Tellado tales como el del amor ciego a un abusador, a un Porfirio Rubirosa con rastro de chándal. Se notaba que algunos periodistas trabajaban en programas frívolos por los comentarios espontáneos, muy de patio interior al tender la ropa, con los que iban replicando las declaraciones del letrado.
Comenta que el debate sobre si debe o no debe haber paseíllo no sólo esta en los medios, que también se da en «ámbitos institucionales».
Lo cual es aún más preocupante si portavoces parlamentarios insisten en que ese «show» ha de darse. Como si temieran defraudar un apetito de odio popular en un momento en el que el sistema aún sufre un complejo de culpa, cuando no un miedo insuperable, según el cual a la ira de la calle no hay que negarle nada. Tal vez se hayan dado cuenta de que, mientras los airados y los periodistas que los azuzan estén entretenidos con la Infanta, no se acordarán de odiar a nadie más ni de rodear el Congreso. En ese sentido, es carnaza humana, como la que arrojan a los zombis en «The Walking Dead» para ganar tiempo de huida. Que se sepa si habrá paseíllo, que hasta las tarifas publicitarias dependen de ello.
Gistau, atento a detalles en los que otros no nos paramos a pensar. Puede que no falten políticos, del Gobierno y de la oposición, interesados en usar el asunto de la Infanta como cortina de humo para que no nos fijemos demasiado en ellos.
Pasamos ahora a un diario que no es precisamente tierra amiga para Urdangarín y su mujer ni, en general, para la monarquía española. Nos referimos a El Mundo. Resulta muy recomendable el artículo de Manuel Jabois, titulado En la salud y en la enfermedad, en el que recuerda alegres «paseíllos» de la Infanta en el pasado, como el que dio entre ovaciones en Barcelona el día de su boda. Añade:
El Gobierno ha empezado a velar porque la Infanta no tenga que superar un trago amargo, que es la exposición a los ciudadanos; en la salud era obligado enseñarla y en la enfermedad esconderla.
Concluye:
Es desagradable por más que se diga que a veces la única justicia es esa, como si el improperio supusiese condena y no piedad. Con todo, la obscenidad de evitárselo sólo a la Infanta, además de poco pudor cortesano, revela escasa altura de miras: si hay profesionales de recibir el calor del pueblo son los Borbón. Tras una vida paseando entre ovaciones pueden demostrar ahora que lo hacían por deber institucional, no porque les regalasen los oídos.
Resulta curioso que, aunque contada con más gracia, la postura de Jabois sea tan similar a la de Jaime González.
Por su parte, Federico Jiménez Losantos aprovecha este asunto para, en El paseillo en andas, arremeter contra uno de los personajes por los que demuestra una mayor antipatía:
Los hay que no aciertan ni cuando rectifican. Y el sucesor de Jorge Verstrynge en la Secretaría General de Alianza Popular, Alberto Ruiz Gallardón, entonces Gallardín, está empeñado en no hacer bien ni siquiera lo único que su padrino Fraga le reconocía al PSOE: la capacidad de cambiar cualquier promesa para sobrevivir.
Concluye:
Desgraciadamente, la Casa Real y su infausto consejero fingen que rectifican pero siguen yendo de perdonavidas, de intocables sólo ligeramente tocados. Todo, para adelantar un mes la declaración que lleva obstaculizando dos años y justificar el privilegio de eludir el paseíllo. A mí me parece infame, pero o lo cambian para todos o para nadie. Si lo hicieron los demás imputados, Urdanga incluído, debe hacerlo la imputada Borbón. En andas, a la sillita de la Reina o a hombros del ministro, pero como los demás.
Julián Cabrera.
En La Razón, diario que más que monárquico se muestra cortesano, Julián Cabrera ni tan siquiera entra en el debate sobre si la Infanta debe recorrer la rampa o no. En Titubeos y acoso, directamente se dedica a loar la monarquía y a poner su dedo acusador sobre quienes critican al Rey o sus familiares.
La monarquía parlamentaria ha supuesto, entre otras muchas cosas, el fin de cualquier esperanza totalitaria en la historia reciente de nuestro país. Tal vez por ello, la que no parece haber sido totalmente desterrada es esa otra esperanza revanchista que desde hace algún tiempo se abre camino en una procesión para la que todo vale a la hora de poner en cuestión los fundamentos de la institución.
Concluye:
Hacer de «sherpa» para los intereses comerciales españoles en su aventura internacional, aguantar el tipo en la Casa de Juntas de Guernica ante los ladridos de la caverna batasuna o merecer el mismo alto grado de reconocimiento ante los Bush, Clinton u Obama, con independencia de lo más o menos afortunado del inquilino de turno en La Moncloa, no parecen ser hoy credenciales para quienes se regodean en un renquear, en una ojeras o en unos titubeos.
Hay mucho de revanchismo tardío más o menos consciente o estratégico que acaba confundiendo a mucha gente de buena fe y me cabe la duda de si el objetivo es el Rey o, directamente, la propia institución monárquica.
Por muchas veces que este humilde lector de columnas haya leído y releído el texto de Cabrera, no ha topado ni una sola vez con las palabras ‘infanta’, ‘Cristina’, ‘imputación’, ‘juzgado’, ‘Urdangarín’ o ‘Nóos’. Uno se imagina que si le pregurantan en persona su opinión sobre la imputación de la infanta, la respuesta del columnista sería la misma que dio François Hollande al periodista que le inquirió sobre qué mujer le acompañará en calidad de ‘primera dama’ en su próximo viaje a Estados Unidos. El silencio. Y, de fondo, el sonido de unos grillos: cri cri, cri cri.
Pero cambiemos, de la mano de la sonrisa más blanca de los informativos de 13TV, de tema. La columna de Alfonso Merlos en el periódico dirigido por Marhuenda trata sobre los disturbios de Burgos y se titula ¿Otro 15-M?
¡No! ¡Claro que no! Los ciudadanos no tienen que estar calladitos y en casa hagan lo que hagan los políticos. ¡Sólo faltaba! Pero hay actuaciones que desbordan la manifestación noble, la legítima protesta, la crítica cívica, y que se adentran en la gruta del delito. Y esto hay que pararlo.
Añade con contundencia:
Y, ¡claro que sí! En muchas ocasiones defender el imperio del Estado de Derecho significa sacar la porra y emplearse a fondo. Porque en Burgos la violencia no la han desatado inocentes parvulitos ni ejemplares madres de familia sino delincuentes corrientes y molinetes.
Tras defender que «si a estos alborotadores que aniquilan el mobiliario urbano y arrasan sucursales bancarias o casetas de obra se les sigue dejando campar por sus respetos lo del 15-M va a ser una broma», concluye:
No nos engañemos. Todos estamos en la obligación de poner en tela de juicio todo cuanto hacen quienes nos gobiernan. Porque se equivocan con demasiada frecuencia. Y en cuestiones capitales. Pero opongámonos a lo que nos daña de forma civilizada, sin apelaciones a la barbarie. Es lo que diferencia a la persona del animal o del despojo.
Carlos Elordi.
Tomamos ahora el puente aéreo para terminar este ‘afilando columnas’ con una muy breve visita a Barcelona. En el auto proclamado ‘diario de la Catalunya real’ (que no monárquica) nos encontramos con un artículo de un ex de El País sobre la imagen de nuestro país en el resto del mundo. Carlos Elordi titula en El Periódico España vista desde el exterior:
El descenso de la prima de riesgo y el relativo apaciguamiento de las inquietudes sobre nuestra banca completan las percepciones que en el extranjero existen sobre nuestra situación económica. Que se resumen en la idea de que, a menos que se desate un nuevo vendaval que nadie descarta, España ha dejado de ser el abismo por donde podía caer todo el sistema del euro.
Concluye:
Respecto de hace un año, el cambio no es pequeño. Visto desde dentro, lo es mucho menos. Sobre todo porque la deflación interna tardará muchos años en reducir el paro y lo que este comporta. Lo que sí está claro es que esas percepciones exteriores favorecen los fines electorales del Gobierno. Y también que la mayoría de los ciudadanos, y la oposición, asumen resignados ese designio.
A tientas, incurriendo a veces en contradicciones clamorosas o metiendo la pata -véase el esperpento de las tarifas eléctricas-, la política económica del Gobierno se orienta hacia ese objetivo.
Claro, como todo el mundo sabe, quien vota en las elecciones generales son los lectores de la prensa estadounidense o británica. Ninguna señora de cuenca ni ningún caballero de Zamora acude a las urnas para elegir a los diputados.
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