Ha conseguido que Valdés no esté el año que viene, hasto de la incompetencia y la inquina del presidente
Salvador Sostres ha escrito una esclarecedora columna en El Mundo, el periódico que publicó que Neymar había costado muchísimo más de lo que Sandro Rosell juraba y perjuraba, titulada ‘El odio’, y donde machaca sin piedad al ex presidente que ha huído como alma en pena al saber que un juez de la Audiencia Nacional admitía a trámite la querella:
Rosell ha muerto envenenado por su odio. El odio destruye y nada se puede construir desde el odio. Sólo el amor es fértil, y la esperanza.
El polémico columnista no se muerde la lengua y hace un repaso de todos los pecados que ha cometido Rosell durante su mandato:
Era y es tal el odio que Rosell siente y sentía por el ex presidente del Barcelona, Joan Laporta, que para ofenderle le retiró la presidencia de honor a Johan Cruyff, la figura indiscutiblemente más importante de la Historia del Barça y uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos.
No tuvo suficiente con esta ofensa y no paró de incomodar a Guardiola, el artífice de nuestra era prodigiosa, hasta que consiguió que Pep se marchara suplicando que le «dejaran en paz».
También despreció a Valdés, el portero más decisivo que ha tenido el Barça, y también consiguió que Víctor anunciara que el año que viene no estará, harto de la incompetencia y de la inquina del presidente y de su junta directiva.
Pero sin embargo fue su afán por derribar el mito de Leo Messi lo que le ha llevado a cavar su propia tumba. Sostres sostiene que su afán por eclipsar al argentino le llevó a «redactar un doble contrato para disimular que su nuevo juguete pasaba a ser el jugador mejor pagado de la plantilla».
Resume Sostres:
Y todo por odio a Laporta, y todo por tratar de borrar su obra. Rosell fue el presidente más votado […] pero se dejó llevar por el odio, por la rabia de niño envidioso y mimado, y como siempre que uno se bate con sus fantasmas, le han acabado derrotando y de la manera más humillante.
Porque, aparte de las bajas y de un entrenador en chándal, de Rosell no quedará nada. Del odio nunca queda nada, salvo el cadáver en la cuneta de quien lo profesa.