Pilar Rahola riñe a los actores porque no hablan nunca de los catalanes oprimidos por España
El cine español es como los catalanes: unos pocos se las han ingeniado para representar a todos. No hay más cine, más directores y más actores que los que aparecen en la gala de los Goya. Y si luego los espectadores españoles no acuden a las salas a ver las películas que hacen, todo se debe a una conspiración de la derecha o al IVA, nunca a errores ajenos, ni al precio de las entradas, ni a…
Empecemos con Carlos Boyero (El País), que se queja del boicot a Álex de la Iglesia en ‘Premios razonables en una fiesta sin gracia’:
Qué raro que todos los elementos de Las brujas de Zugarramurdi sean considerados como excelsos, excepto la labor de la persona que la ha creado. Que Álex de la Iglesia estuviera excluido huele a vileza, a castigo al niño terrible e imprudente que se atrevió en una gala de los Goya a decir lo que pensaba, a no compartir las creencias colectivas de su gremio ni halagar sus oídos con lo que esperaban oír. Que ignoren o desprecien de forma tan burda a ese hijo pródigo abarrotado de talento provoca vergüenza ajena.
Juan Carlos Girauta (ABC) protesta por el sectarismo de la banda que controla la Academia del Cine:
Me consta que entre eso que llaman «la gente del cine» ha habido no pocos descontentos con la conversión de un sector industrial en una secta política. Comprensiblemente, los críticos han alzado poco la voz desde la gala, a cara de perro, del «No a la guerra». El cine español debería dejar de sectarizarse y empezar a sectorializarse. Es lógico que cualquier industria vele por un trato favorable -siempre más favorable- del Estado. El problema (y me refiero a un problema para ellos, no para los espectadores) está en mezclar las reivindicaciones profesionales y laborales de los interesados con esa ya insufrible, estomagante y ridícula pretensión de superioridad moral del puñado de actores o directores que capitanea el gremio.
Pablo Sebastián (Republica.com) disculpa al ministro Wert:
el mundo del cine se ha enfadado porque al que consideran su enemigo político, el ministro de Educación y Cultura José Ignacio Wert, no asistió a la entrega de los Goya, y por eso se perdió una espantosa ceremonia en la que lo pusieron a escurrir, se premiaron mediocres películas en medio del fervorín habitual de este ‘club’ del cine que se cree por encima de todos y cada uno de los colectivos culturales -la prensa ahí incluida- de España, y por lo tanto los merecedores de ayudas, subvenciones y privilegios fiscales que en estos tiempos muy duros del ajuste afectan a todos los españoles en medio de la crisis de este enfermo país.
José Luis Martín Prieto (La Razón) acusa a la gala de aburrir:
Si el aburrimiento matara (que mata) la gala sería más letal que el cólera morbo y es la prueba de Dios de que si no saben resolver con ingenio un par de horas de entretenimiento festivo ¿cómo van a evitar la estampida de cinéfilos de las salas de proyección? Tal es su falta de seriedad que el presentador atribuye la serie «James Bond» al cine americano cuando es la saga más prolongada de la cinematografía británica. Se nominan películas retiradas con nueve mil espectadores, y la propia gala desangra su audiencia. La pomposa Academia de Cinematografía se ha autoconvencido de que es el ombligo de la cultura, cuando sólo es industria herrumbrosa en la que se hacen películas subvencionadas que no se estrenan y se dan productores judicializados que no pagan.
Y Alfonso Ussía (La Razón) se burla de las grandes ideas expuestas por ese pensador comprometido con los débiles y oprimidos que es Javier Bardem:
Se me acerca el fin del espacio y aún no he honrado la gran ironía ni el nombre de su ingenioso autor. Es de la «Cultura». Javier Bardem. Lo que dijo demuestra su talento. «El ministro Wert es el ministro de Incultura». ¡Qué ocurrencia más genial! Todos los medios han coincido en remarcarla. Servidor, todavía no se ha recuperado del admirativo estupor.
Pilar Rahola (La Vanguardia) dice que le encanta David Trueba, que Wert es un ministro nefasto, pero que no le gusta la gala… porque no defiende a los caalanes como ella.
En los Goya nunca han brillado las causas que se salían del guión del catecismo progresista al uso, y algunas veces esa asuencia ha sido sonora. Por ejemplo, (…) los Goya nunca se preocuparon de la causa de Jafar Panahi, el gran director de cine iraní encarcelado (…) Y, por supuesto, el lío catalán nunca ha existido, quizás porque no somos saharauis o palestinos.
Raúl del Pozo no menciona los Goya más que para hablar de su amiga Terele Pávez:
Terele es mi amiga de barra, de tertulia y de venta, de sablazo, de confidencias… desde hace 50 años. Me pregunta: «¿Te acuerdas, Raúl? De los dos cerilleros, Mañas, Cuco Cerecedo, Oroza o de Sandra con su culo de avispa, que llegaba en Metro al Gijón vestida de alta costura». ¿Cómo voy a olvidar aquel albergue de vagabundos, donde levantábamos café y copa a académicos, actores, generales y jueces? «Era -me dice- como si estuviéramos en un aeropuerto esperando a alguien que nos llevara a algún sitio». Nos intercambiábamos gonococos y cubatas. «Vivíamos -recuerda- en una burbuja de magia».
Excepciones a las críticas: Anson y Lucas
Pero como no soy partidario de la unanimidad, recojo dos columnas que salen en defensa de la banda de los Bardem y los Trueba. Una, la de un veterano que quizás sólo pretende que sigamos hablando de él: Luis María Anson (El Mundo).
Carecen de razón los que denigran el cine español, que ha alcanzado en los últimos años el mayor esplendor de su historia. Después del Rey y de Rafael Nadal, Pedro Almodóvar es el español vivo más conocido en el mundo. Estamos, pese a quien pese, ante un auténtico genio y algunas de sus películas, como La piel que habito, alcanza las cotas más altas de la calidad cinematográfica. Garci, Trueba, Amenábar o Aranda, por citar a los directores más relevantes, le acompañan en el éxito internacional. Y Penélope Cruz, que ha deslumbrado a los públicos de medio mundo.
Pero, Luis María, ¿cómo puedes escribir cómo puedes escribir que el cine español ha alcanzado ese esplendor que bla, bla, bla, cuando el año pasado vieron la película de David Trueba premiada como mejor cinta sólo 86.271 personas?
Me da más pena la columna de Antonio Lucas (El Mundo) porque es un joven que no tiene que suplicar que le hagan caso pero que ha interiorizado todos los topicazos de la banda
Las pellas en la gala de entrega de los Premios Goya es su forma de mostrar la falta de apoyo político y sentimental a una parte de las gentes de la cultura, que en verdad es a todos. No esperábamos menos. Pero Wert pasará y la peña seguirá haciendo cine, publicando libros de poemas y armándola en los teatros. Propiciando un país mejor. Porque un país que mantiene en pie su cultura es un país bien armado, mejor aherrojado.
O sea que Mentiras y gordas es cultura… Como el botellón, ¿no?
No incluyo en este apartado la columna de Márius Carol ‘Los ojos abiertos de David Trueba’ en La Vanguardia, porque sólo alaba a David Trueba por adherirse al proyecto catalanista
entiende que España está formada por un conjunto de naciones y (…) cree que Cataluña posee una fuerte personalidad que se deberá poder imbricar en España con inteligencia y diálogo.
Que no es cine, sino política.
España está mejor sin Garzón
Pasemos a otros asuntos menos entretenidos, pero más importantes, como es el estado de la justicia.
Salvador Sostres (El Mundo) subraya que ni el Estado ni la sociedad deben perdonar al ex juez Baltasar Garzón.
Pero más allá de su mediocridad, y de su modo especialmente mezquino de ser injusto, nunca mostró con los demás la piedad que hoy reclama. ¿Por qué tendríamos que ser compasivos con él? Si quiere que le perdonemos, lo primero que tendría que hacer es pedir perdón. Perdón por la pisoteada inocencia de sus víctimas, perdón por los terroristas que andan sueltos por su culpa, perdón por la desconfianza en la Justicia que sus penosas actuaciones nos han dejado. El sistema judicial español, tan lento, laberíntico y destartalado, no necesita que jueces que no están en sus cabales vengan a acabar de desprestigiarlo. Que Garzón no pueda ejercer es una garantía de respeto a la Ley, y a la dignidad de los ciudadanos, sobre todo la de aquéllos que no piensan como él, y que por ese simple motivo podrían ser intolerablemente molestados, como en los peores tiempos de la Historia de España. Somos un país más serio y más justo con Garzón inhabilitad
También en El Mundo, Secondat (pseudónimo bajo el cual se esconde el nombre de Manuel Jiménez de Parga) muestra una esperanza en la recuperación del prestigio de los jueces que a mí me hace sonreír en su candidez. Un juez honrado no salva España como una golondrina solitaria no trae la primavera. Secondat elogia a los jueces Castro, Alaya y Ruz como «excepcionales».
Y los ejemplos buenos arrastrarán sin duda. La Administración de Justicia española llegará a una situación aceptable. No tendremos que calificar a los buenos jueces como casos excepcionales.
Ignacio Ruiz Quintano (ABC) me hace reír, como casi siempre que le leo, poniendo a la justicia universal a la española a la altura de los Nadal, Alonso y Gasol.
El éxito internacional de nuestro deporte ha puesto sordina al éxito internacional de nuestra Justicia: la Justicia Universal. «Universal» impresiona, aunque así, sin más, no significa nada. También la tontería es universal y pocos la desean en casa.
(…) Mis amigos americanos no me preguntan por Rajoy, de quien nunca han oído hablar, ni por Bardem, de quien tampoco oyeron hablar jamás. Pero me preguntan por Garzón, que tan malos ratos hizo pasar a Pinochet. Y por Pedraz, que tan malos ratos intentó hacerle pasar a Bush. Y por Moreno, que tan malos ratos podría hacerle pasar a Jiang Zemin. Y por Castro, que, contra la opinión de fiscales e inspectores, tan larguísimos ratos nos está haciendo pasar con la Infanta, de cuyo caso Quevedo (don Francisco, naturalmente: aquí no se estila otra cosa) también podría decir que tienen más culpa los malos que lo males.
Suiza, la nueva pesadilla del progre
Hace mucho tiempo, Jorge Luis Borges explicó la ñoñería que ya empezaba a destruir las conciencias europeas con el siguiente ejemplo: si estallase una guerra entre Suiza y Laponia, todo el mundo se pondría del lado de Laponia. Poco a poco llegan columnas sobre el referéndum en Suiza donde el pueblo soberano ha dicho que quiere restringir la inmigración hasta de europeos de la UE.
Pedro Rodríguez nos suelta en ABC la vulgata progre:
Suiza no tiene reparos en seguir acaparando montañas de dinero extranjero. Sus discretos bancos mantienen un nivel de «pastuqui offshore» equivalente a 2 billones de dólares. Y para los evasivos dueños de capitales en búsqueda de opacidad alpina, las puertas permanecen todo lo abiertas que permiten las circunstancias. Otra cosa muy diferente son las personas.
Hermann Tertsch (ABC) le da una lección a Rodríguez en su mismo periódico de cómo hacer un análisis que sea de verdad original:
De nuevo la eterna salmodia -de biempensantes profesionales y de la masa progresista cariñosa- que nos explica que en Suiza un referéndum ha optado en favor de cortar la libre circulación por la sencilla razón de que triunfa la extrema derecha. Como siempre en cualquier problema, conflicto o disyuntiva, dentro o fuera de nuestras fronteras, lo que no les gusta es «facha» y punto. En realidad no es así.
En Suiza ha pasado lo que sucede cada vez con más frecuencia en toda Europa cuando se pregunta a la mayoría sobre decisiones impuestas por las elites. Que la respuesta no gusta. Como sucedió en Francia con la Constitución europea o en Holanda, o como pasaría con muchas decisiones de la UE si sus gobiernos se atrevieran a preguntar. En Suiza se hace.
El abogado defensor de la infanta Cristina y nacionalista catalán Miquel Roca (La Vanguardia) encarna en versión española esas elites europeas. Por eso le preocupa lo que ha pasado en Suiza.
No se puede dejar en manos de la demagogia populista y reaccionaria la explotación de los problemas que la inacción en el campo de la inmigración está causando. Europa ha sido y es tierra de acogida, y lo ha de seguir siendo. Pero si queremos conservar los avances conseguidos deberá aprenderse a regular la inmigración desde una perspectiva unitaria de Europa y, a la vez, progresista y comprensiva.
¿Lo han leído? Pro-gre-sis-ta.
Pero, ¿a quién le importa Elena Valenciano?
La designación por el PSOE de Elena Valenciano como la número uno de su lista para las elecciones europeas causa más interés en ABC que en El País. Como es un tema que me aburre soberanamente, sólo cito unas frases de Edurne Uriarte (ABC):
Dedazo es lo que Elena Valenciano llamaría a lo suyo. A que Rubalcaba la haya designado como número 1 de la candidatura socialista para las Europeas, porque sí, porque le ha dado la gana. O debería llamarlo así, si quiere ser coherente, ella y los socialistas en general, con su propia teoría de las primarias y los dedazos de los demás. Esa teoría que algunos aplican caprichosamente cuando les apetece o les viene bien. Primarias porque sí para ciertos puestos y primarias porque no para otros.
La columna de la risa floja es la de Miguel Ángel Aguilar (El País):
Asistimos a la extinción de ETA después de 50 años, de 1961 a 2011, de asesinatos y atentados que han dejado más de 800 víctimas mortales (…) Pero aquí ni habrá rendición de Breda ni abrazo de Vergara ni pacto del capó.
Yo es que no me lo creo.