OPINIÓN / Afilando columnas

El indignado aristócrata Pérez-Maura se enfada con la Guardia Civil por no dejar cazar en paz al marqués de Griñón

Ussía: "España cumple escrupulosamente sus deberes como muro de contención de Europa frente a la inmigración ilegal"

Que nadie espere encontrar en los espacios de opinión de la prensa de papel del 20 de febrero de 2014 un tema que domine sobre el resto. En absoluto, en esta ocasión cada columnista trata una cuestión diferente, dando como resultado una variedad que asuntos que resulta poco frecuente de encontrar. Hay de todo y para todos los gustos, desde un fan de los posibles delatores pagados por las fuerzas de represión tributaria (perdón, por Hacienda) hasta un caballero que parece echar de menos de las cacerías de hace décadas, con sumisión de la Guardia Civil al cacique y al señorito de turno incluida.

Como otros también somos unos clásicos, aunque esperamos que menos rancios, hacemos sonar una vez más nuestra armónica de afilador y pasamos a dar cumplida cuenta de cómo se las gastan en esta jornada nuestros columnistas preferidos (o no, que diría Rajoy).

Arrancamos en la contraportada de El País, donde Jorge M. Reverte hace un elogio del «patriotismo sin banderas» que según él es pagar a Hacienda. Titula Confidentes. Su último párrafo es antológico:

Flaquea el patriotismo fiscal. Pero viene algún rayo de esperanza, que se basa en las peticiones de los inspectores para que haya más transparencia y medios contra el fraude. Incluso, la posibilidad de pagar a confidentes. Pregunta: ¿a los confidentes se les pagaría con o sin IVA?

A este humilde lector de columnas le resulta aterradora la idea de que Hacienda pueda pagar a confidentes para que delate a sus vecinos o incluso a sus familiares. No porque tema que alguien pueda sentir la tentación de chivarse de él, puesto que aunque quisiera no tiene modo alguno de evitar entregar una buena parte de su sueldo al Estado. Quienes tenemos una nómina no disponemos de forma alguna de intentar la legítima fuga de la voracidad recaudatoria de la Administración.

Una de las herramientas fundamentales en la instauración de cualquier sistema totalitario es la ruptura de los lazos de confianza entre las personas, para que se sientan solas y desvalidas ante el Estado. Y para ellos siempre es muy efectivo que se sepa que cualquiera puede ser un delator. Quien se chive de alguien a cambio de un dinero que los políticos han sustraído previamente a otros ciudadanos ha de ser alguien de confianza del que sufre el chivatazo. Nadie va por ahí contando a desconocidos cómo defrauda a Hacienda.

Si los inspectores de Hacienda son incapaces de hacer su trabajo cumpliendo con la ley sin instaurar un régimen de terror fiscal y delación, es su problema. Algunos no tenemos nada que esconder, pero no queremos tener un Comité de Defensa de la Revolución al servicio de Montoro que se meta en nuestras vidas con total impunidad.

Pasamos ahora a ABC. Isabel San Sebastián comenta, con el título de Historia de un despropósito, el nuevo libro de Joaquín Leguina. A nadie le sorprenderá que el ex presidente socialista de la Comunidad de Madrid ponga a caldo al ahora supervisor de nubes por todo lo que hizo cuando estaba en La Moncloa. Ni tampoco que la columnista lo celebre:

Joaquín Leguina ha pintado como nadie lo había hecho hasta ahora el retrato de la infamia perpetrada por José Luis Rodríguez Zapatero al frente del PSOE y de España. El cuadro completo, detallista, de trazo fino, repleto de colores, que muestra la gigantesca tarea de demolición llevada cabo por un presidente nefasto, hijo de un tiempo mediocre, que desgraciadamente ha creado escuela.

Concluye:

Leguina ha tenido el buen gusto y la valentía de escribir del partido en el que milita, aunque mucho de lo que dice es perfectamente aplicable al PP. En particular, lo referido al encumbramiento de los mediocres y la conversión de la política en un modus vivendi, pero también la sustitución de equipos por amigos, el desprecio hacia la verdad y la debilidad ante el separatismo. Eso es lo peor de la herencia de Zapatero; que en gran medida sigue viva.

Seguimos en el diario madrileño de Vocento, donde nos encontramos con un Ramón Pérez-Maura saca su faceta más rancia en Talibanes en Castilla-La Mancha. Está realmente enfadado con el Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona) de la Guardia Civil por su comportamiento con un grupo de 15 caballeros muy conservadores (no los define así, pero por lo que cuenta lo eran) que se juntaron para una cacería en Talavera de la Reina.

Pérez-Maura no desvela si él era uno de los cazadores reunidos o no, aunque por el modo de ralatar los hechos el afilador de columnas sospecha que sí. Cuenta como los agentes pidieron las licencias de armas de todos los asistentes y los permisos para la gestión de la propiedad. Vamos, que cumplieron con la ley. Sigue narrando que después se apostaron junto al marqués de Griñón, según él de ABC, con el objetivo de reventar la cacería. ¡Pero que atrevimiento el de estos guardias civiles! ¡Acaso no saben que cuando un marqués va de caza lo que tienen que hacer es dedicarle reverencias y ponerse a sus órdenes!

Y termina denunciando algo realmente terrible, que hace temblar los fundamentos de la seguridad nacional y de la propia civilización occidental:

Cuando todos se reunieron a rezar, pidiendo la protección de la Virgen de la Cabeza, los agentes asistieron sin descubrirse de sus viseras. Como los talibanes, que rezan con turbante -y ese pesa mucho más que la visera que ha reemplazado al tricornio-. Y cuando los asistentes dieron vivas al Rey y a España, los agentes del Seprona guardaron silencio. El Rey y España ya no deben de estar en sus ordenanzas.

Ahí es nada, comparar a dos miembros de la Benemérita con los talibanes, esos fanáticos asesinos, por el hecho de que no se descubran cuando unos civiles rezan por propia iniciativa en campo abierto. Desconocemos si Pérez-Maura se ha enterado de que hay separación entre Iglesia y Estado y que, mientras no molestaran a los que oraban, no hay falta de respeto alguno en que los guardias civiles no descubrieran su rostro. Es más, cualquiera que haya visto una formación militar o de la Guardia Civil rezando por los caídos por España, podrá ver que tampoco ahí se descubren la cabeza. Puede que sea mucho pedir que conozca esas cosas. Y sobre los vivas, pues tal vez se trata de que no están un acto oficial, que es donde deben lanzar esos vivas.

De todos modos, estimado lector, realmente resulta rancia la imagen de unos señores ‘de postín’ que se van de cacería rezando (lo decimos con todo el respeto a los sentimiento religiosos de cada uno) y dando vivas al Rey y a España. Ni Berlanga podría contar la escena mejor.

Pasamos ahora a La Razón, donde Alfonso Ussía escribe sobre la muerte de inmigrantes en Ceuta. Titula Azafatas:

Pero ese mismo problema, esa tragedia, ese drama, también lo sufrió Rubalcaba siendo ministro del Interior, y entonces todo fueron elogios a la Guardia Civil, que como siempre, cumplió con su deber y las órdenes recibidas. Aunque algún memo de la Unión Europea lo ignore, España cumple escrupulosamente sus deberes como muro de contención de Europa frente a la inmigración ilegal.

Dice:

A Dios gracias, la sugerencia del presidente de Melilla de sustituir a las Fuerzas de Seguridad del Estado por azafatas no la planteó durante los diferentes gobiernos de Zapatero. Le habría tomado la palabra. Quedaría más mono, pero a los dos días tendríamos a Europa arañando nuestras cabezas, culpándonos con razón de abrir las puertas de par en par a una inmigración ilegal multitudinaria, cuyo destino, más aún que España, es Francia, Alemania, Holanda y Bélgica. Y Francia, Alemania, Holanda, Bélgica y demás estados europeos están siendo defendidos por la denostada Guardia Civil.

Terminamos este repaso diario a los espacios de opinión del papel con dos artículos de El Mundo. El antaño director de periódicos Luis María Anson considera que vivimos una Apoteosis de la insidia:

Lo que caracteriza ahora a determinados contertulios de radio y televisión y a ciertos periódicos digitales es la insidia. La inmensa mayoría de las tertulias audiovisuales, tanto políticas, como económicas, como del corazón, la inmensa mayoría de los diarios digitales, enriquecen la libertad de expresión y son serios y constructivos. Solo algunos se dedican a la insidia, es decir, a la palabra dicha o escrita con mala intención.

Sería de agradecer que Anson dejara bien claro a qué contertulios y a qué medios digitales se refiere –damos por hecho que no se trata de ese El Imparcial del que él es editor– cuando dice de ellos que les caracteriza la insidia.

Concluye:

Vivimos, en fin, la apoteosis de la insidia. Padecen los españoles a aquellos que se dedican a forrarse los bolsillos haciendo en ocasiones daño irreparable. Dirigentes políticos, económicos, sindicales, sociales, actores, actrices, cantantes, gentes del famoseo, se enfrentan cada día con la insidia, que se ha convertido ya en un torrente tumultuoso sin otro muro de contención que los periodistas responsables, los medios de comunicación serios y los jueces honrados.

Insistimos. Puesto que lanza acusaciones tan graves, debería dejar claro a quién se refiere y no poner bajo un manto de sospecha a muchos buenos profesionales. Aquí no vale aquello de ‘se dice el pecado pero no el pecador’.

Manuel Jabois, por su parte, nos regala una de esas jugosas y divertidas columnas-crónicas parlamentarias que publica cada semana. En esta ocasión opta por un musical título: 20 de abril del 90. El arranque es gracioso:

Cuando se le pregunta en sesión de control, Mariano Rajoy se levanta abrochándose el botón de la chaqueta. Es un gesto instintivo con el que Rajoy, como Santiago, cierra España. El presidente se levanta de su asiento con el país abrochado.

Pero lo más jugoso es, sin duda, esto:

Cuando es Soraya Sáenz de Santamaría la que habla, los diputados no relajan un músculo. La carrera por la sucesión es fácil de adivinar en el Parlamento. Montoro se inclina hacia delante en su escaño, como si le llevase el estandarte a la vicepresidenta. Morenés, manos cruzadas, ensaya un hieratismo feroz: dan ganas de acercarle una vela. Gallardón gesticula, husmea y mira despacio a todos, incluso a los gorditos, pendiente de que nadie vuelva a enseñarle las tetas a traición. Desde el trance, Gallardón pasa revista pectoral. Asocia sagrado a desnudez, y el problema de conciencia es enorme porque es como mezclar a Helmut Newton con el sexto mandamiento.

Desternillante el retrato de Gallardón, una buena muestra del mejor Jabois.

 

 

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Autor

Antonio Chinchetru

Licenciado en Periodismo y tiene la acreditación de suficiencia investigadora (actual DEA) en Sociología y Opinión Pública

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