Todo el mundo reivindica a los judíos salvados en la Segunda Guerra Mundial por España, pero se olvida de Franco
Mientras los columnistas mediocres (sí, mediocres por previsibles y aburridos) siguen emperrados en contarnos este 27 de febrero de 2014 lo mal que lo hizo Rubalcaba (¿y qué más da si el debate no lo ve nadie?), Ignacio Camacho ha escrito la mejor columna del día. Tanto me ha gustado que he despertado con mis aplausos a mi señora y los niños.
¿Y qué ha escrito Camacho? ¡Un canto a la patria y a los españoles! Escasea tanto este material que cuando cae ante mis ojos un texto de ese género, me siento casi casi como Woody Allen después de escuchar a Wagner; él quería invadir Polonia, a mí me gustaría desfilar con la cabra de la Legión por Figueras, ciudada catalana donde se casó Felipe V.
En el Debate del estado de la Nación siempre hay poca nación y mucho Estado. No sólo porque este es el hábitat natural de una clase dirigente que se autoconsidera un bien patrimonial, sino porque en la conciencia de los propios ciudadanos domina un paradigma socialdemócrata que tiende a identificar los problemas del país con los de su sobredimensionada Administración pública, contemplada por unos y otros como teórica proveedora universal del bienestar colectivo. Ese credo unifica a todos los partidos como una superestructura ideológica; no discuten sobre la salud de la sociedad, sino sobre la de su sistema administrativo. Vivimos en un régimen burocrático.
La casta política española no entiende que la nación es lo que hay por debajo del Estado; posee una fe transversal en la Administración como omnipresente benefactora providencialista que ordena y hasta prescribe el funcionamiento comunitario mediante subvenciones, ayudas, regulaciones y transferencias de renta. La actividad política se reduce a encontrar el modo de acumular fondos con los que alquilar el respaldo electoral de una ciudadanía que lejos de cuestionar ese sistema de índole clientelista más bien parece interesada en participar de él.
Claro, que muchos españoles están encantados con este sistema, sin ser siquiera concejales, porque algo les cae de la mesa de los señores.
la mayoría de nosotros pretende que sea el Estado -o la Junta, o la Diputación, o cualquiera de sus múltiples variantes- el que le solucione la vida. Y ellos, los políticos de todos los partidos, lo saben; por eso en vez de vernos como ciudadanos capaces de organizar y decidir nuestros objetivos -eso es, al final, una nación libre- nos contemplan sólo como votantes o como contribuyentes. Por lo general, las dos cosas a la vez.
Su columna debería ir ilustrada por la viñeta de El Roto: una señora pide en una farmacia «algo para el dolor de España».
Martín Prieto reivindica la desigualdad que molesta a Rubalcaba
La mayoría de las columnas que aún siguen dando vueltas al debate cerrado ayer se centran en Rubalcaba y el lastre que es para el PSOE. Por ejemplo, Gabriel Albiac (ABC), que saca su resquemor con el PSOE. Se nota que ha sido de izquierdas y que no perdona a los que le engañaron. Ay, Gabriel, ¿por qué no fuiste de derechas desde pequeñito? Habrías perdido menos el tiempo y habrías conocido gente más decente.
No me incomoda que el PSOE se hunda. Mejor, si para siempre. Representa lo más podrido en la política de este país: la banda de avispados que corrompió su alma, cuando aún todo era posible, allá por la Transición. Su extinción sería un bien para la España moderna. No sé si su vacío lo acabaría llenando una fuerza menos sombría. Perder de vista a la entidad que inventó el uso delictivo de lo público tendría, en todo caso, mucho de acto higiénico. Pero hay un modo enigmático de acometer esa benéfica tarea que me desconcierta. El enigma se llama Rubalcaba: a quien todo parece designar como el dinamitero final del Partido Socialista. Que a mí me satisfaga no significa que lo entienda.
Busco cosas más ingeniosas. Josep Ramoneda (El País) nos descubre que Rajoy nos habló de la patria. ¿A ver si me perdí algo bueno?
Después del debate, ¿qué? Rajoy sigue «estando por ahí», que es su manera de habitar el mundo, a la espera de tiempos mejores. Y Rubalcaba muestra ganas de pelea, con un discurso con carga ideológica, oscurecido por la sombra de un pasado demasiado reciente. Conclusión: economía y patria, por parte del Gobierno; política social ante los destrozos de la austeridad y defensa de los derechos perdidos por parte del PSOE. Cualquier esbozo de diálogo queda prohibido por causa electoral. La tensión da votos. No creo que las metáforas marineras hayan servido para empezar a superar la crisis de representación, que es el principal problema político de España.
Martín Prieto (La Razón) acepta la desigualdad, que tanto le molesta a Rubalcaba.
Leyó un párrafo de un artículo publicado por el presidente en un diario gallego hace 31 años explicando la desigualdad como ley o fenómeno natural. Habría que leerlo entero pero no creo que marrara. Desde Sumeria, primera civilización historiada (3.000 años a.J), el hombre va uncido a su condición desigual, característica que no pudo resolver el socialismo real ni sus sobrevivientes monarquías castrista y norcoreana. Esa filosofía vale para el 11-M, pero no para un catedrático de química hijo de un brillante aviador franquista. Mi padre era motorista de enlace del Quinto Regimiento (comunista) y una bomba de aviación le dejó cojo y ciego de por vida. Rubalcaba y yo jamás tuvimos igualdad en la raya de salida, y no se lo reprocho, ni albergo rencor social alguno. Por eso me ofende su demagogia, que es apelar, en beneficio político propio, a las dolencias de los desfavorecidos. Su guión de párroco estricto parecía pergeñado por Elena Valenciano, otra que tal.
Fernando Ónega (La Vanguardia), no se moja, como de costumbre. Alfonso Ussía (La Razón) se mete con el desodorante de Cayo Lara. Marcello (Republica.com) elogia a ¡Víctor Márquez Reviriego!, que ha reaparecido en el Congreso con motivo de este debate. Luis María Anson (El Mundo) coloca su matraca contra la partitocracia, pero para evitar que le llamen facha añade que él no quiere el partido único.
Cito en extenso a la doctora Pilar Rahola (La Vanguardia) para que veamos cómo el nacionalismo hace extraños compañeros de cama: una republicana atea, laica y abortista elogia a un juancarlista, democristiano y antiabortista.
No a todo, porque la ley no está para garantizar la democracia, sino, según parece, para encarcelarla. Ahí el mitin los fue en toda su extensión, quizás preocupado por los flancos extremos de los Vox y las Rositas que le muerden los tobillos. Pero como le afeó Duran, la responsabilidad de un presidente no es parapetarse en el frontón de su negativa a la realidad, sino encontrar caminos para gestionar la complejidad.
Uy, Rositas. ¡Qué ingenio el de la doctora Rahola! ¡Se nota que tiene estudios! Mañana esta señora exigirá respeto a sus chuminadas o las de su príncipe Arturo.
Pasemos a asuntos más interesantes y mejores columnas
Fallo del príncipe
Arcadi Espada (El Mundo) escribe sobre otra grosería catalanista, el desaire el príncipe Felipe, pero para reprocharle a éste que fuese demasiado suave en la réplica.
No se comprende que personas a las que hay que dirigirse en tercera persona, que exigen la inclinación de las damas y que prohíben ser fotografiados con una croqueta en la boca se avengan a participar en un youtube pendenciero. Y que lo pierdan es ya puramente insoportable.
el Príncipe debe saber que muchos españoles se sintieron ofendidos con la ofensa, que no fue ni la única ni la más grave. Porque si de algo sirvió el incidente fue para reafirmar la calidad humana e institucional del presidente de la Generalitat, que lejos de lamentarlo, sonrió melifluamente, y estrechó la mano del activista con calor cómplice. Si el Príncipe hubiese tenido los reflejos de lanzarle a Mas un Presidente, perdone, ¿de qué se ríe? la frase habría alcanzado la altura y diseminación celestial de aquel Por qué no te callas de su padre. Pero es cierto que para ello el Príncipe habría debido tener enfrente a un colonizado verdadero.
El jesuita Fernando García de Cortázar (ABC) subraya que el laicismo aducido por la izquierda busca la expulsión de los cristianos del espacio público.
La izquierda, en verdad, no defiende la neutralidad del espacio público cuando habla de laicismo, sino la pura y simple expulsión de las aportaciones que el cristianismo ha hecho a la formación de nuestra sociedad. Una estética falsamente progresista plantea estos conflictos como una lucha entre la tolerancia propia y el fanatismo ajeno, entre la actualidad de los suyos y el anacronismo de los otros, entre la libertad del pensamiento y la funesta tiranía de una institución incongruente con el mundo moderno, que desea preservar sus privilegios.
La oquedad ideológica de nuestro tiempo es el resultado de algo más que de la pérdida de la fe religiosa. Responde al olvido de unos principios que han inspirado la conciencia de Occidente y han ofrecido identidad a nuestra civilización a lo largo de dos mil años. No es el abandono del pasado, sino la pura y simple renuncia a una tradición que nos da significado
En el mismo periódico, y como prueba de lo anterior, Ignacio Ruiz Quintano (ABC) arremete contra la expropiación de la catedral de Córdoba que exigen los laicos.
Ha muerto Paco de Lucía. (¿Quién lo engañaría para salir con el muermo de Santana en Usera?) Y Manolo Sanlúcar firma con Mayor Zaragoza por la expropiación de la Catedral de Córdoba para entregarla, no a los visigodos de San Vicente, sus primeros propietarios, sino a los musulmanes, que los desahuciaron
¿Pero quién c… mandaba en España en 1944?
El periodista Diego Carcedo, que pasó de la Prensa del Movimiento al PSOE, sostuvo que los diplomáticos españoles como Ángel Sanz Briz, embajador español en Hungría, salvaron judíos de los nazis a pesar de las órdenes de Franco y su gobierno. Hoy, Íñigo Gómez-Jordana, nieto del general que fue dos veces ministro de Asuntos Exteriores de Franco, escribe una tribuna en El País para defender la memoria de su abuelo y sus actos en favor de los judíos perseguidos durante la Segunda Guerra Mundial
todos los citados diplomáticos llevaron a cabo las actuaciones por las que ahora son recordados, precisamente en la etapa ministerial de Gómez-Jordana. Por eso resulta difícil pretender que este ministro, que se caracterizó frente a su antecesor (Serrano Súñer) por la estrecha relación que tenía con sus diplomáticos, pudiera no ya oponerse -como se ha sugerido en algún libro-fábula publicado hace años-, sino no apoyar y alentar esa labor. .
Vale, muy bien, don Íñigo, pero usted es capaz de escribir esa tribuna sin nombrar a quien nombró ministro a su abuelo y con el que suponemos despacharía en los consejos de ministros: un tal Francisco Franco. Sólo aparece al citar el título de un libro.
Quizás es que Franco sólo fue un sueño o un coco con el que los obispos y los marqueses asustaban a los obreros.
De la columna de Raúl del Pozo me quedo con su mención de uno de los romances recogidos por Ramón Menéndez Pidal. Lo demás, me sobra, como el envoltorio de las magdalenas.
En Flor nueva de romances viejos, don Ramón recoge las propuestas lúbricas de una gentil dama a un rústico pastor. Le dice que si se casa con ella tendrá gustosa cama. Le enseña las «teticas agudicas» al aldeano que come centeno y usa cuchara de palo. Y el pastor por fin la rechaza. «Por más que me dijeres, con mi ganadico me quiero ir. Nunca llueve como truena». En este pasaje del romance, el casto José parece indicar que va mucho de lo dicho a lo pintado.
Y Xavier Vidal-Foch (El País) condena el latrocinio de fondos públicos, aunque lo haga la UGT. ¡Ave María Purísima!
Enriquecerse apropiándose el dinero destinado a formar a la gente para sacarles del paro o sortearlo (en 2013 se distribuyeron 951 millones) es demasiado repugnante. Lo haga un partido democristiano ( caso Pallerols), un sindicato andaluz (la trama de los ERE) o la patronal.
Y hasta pide la intervención de Bruselas para perseguir a estos ladrones.
Ocurre además que buena parte de los recursos financieros para la formación provienen de la Unión Europea. Será imposible disimular los latrocinios. Mejor: ojalá venga la troika a registrar alguna sede patronal. Y de paso aprovecharíamos para pactar cómo se aplica el plan de empleo para jóvenes dotado por los Veintiocho (6.000 millones), aún por estrenar. Pero alguno quizá rumie: ¿no será mejor que les pudra el paro, y encima, robarles?