OPINIÓN / Afilando columnas

Tertsch ataca sin citar por su nombre a laSexta: «se ha convertido en el escaparate de la jauría»

Del Poz cuenta una comida conspiratoria a orillas del Tajo, ¿quiénes son el ex presidente y el ex director de periódico que acudieron?

Conspiraciones politico-periodísticas en un apartado lugar a orillas del río Tajo; u’n escribo para decir que no tengo opinión’; uno de los más destacados críticos con el PSOE usando a un ministro socialista como ariete contra el gobierno de Rajoy, cabreo de un veterano zurdo porque haya quien defienda a la Guardia Civil como cuerpo a la hora de criticar la actuación de algunos de sus miembros, criticas a unos periodistas y un medio de izquierdas fácilmente identificables pero a los que no se cita por su nombre.

Estos son los textos más destacados en los espacios de opinión de la prensa de papel española el 7 de marzo de 2014.

Una vez mas, hacemos sonar nuestra armónica de afilador antes de ponernos manos a la obra.

Comenzamos en El País, en cuya contraportada Juan José Millás titula Falso fervor. Está este señor indignado:

Cuando alguien, no importa quién, hace una crítica concreta a la actuación de un guardia civil o de un grupo de guardias civiles, ha de soltar antes un discurso de adhesión incondicional al cuerpo que a la propia institución debería parecerle sospechoso de algo, aunque no sabríamos decir de qué.

Pone el ejemplo de los médicos, y concluye:

Ahora bien, ¿es necesario lanzar una soflama de amor a la profesión médica, que tantas vidas salva y que en condiciones tan difíciles trabaja, para denunciar que uno de sus miembros no ha actuado como debería? Pues no, sería agotador y absurdo. ¿Por qué entonces no molesta a las asociaciones de la Guardia Civil ese fervor falso con el que se refieren a sus miembros?

¡Esto sí que es nuevo! Ahora las organizaciones de guardias civiles tienen la peculiar obligación de molestarse cuando un periodista elogia al conjunto de los miembros de la Benemérita. Pues nada, desde aquí estamos deseando que la próxima vez que alguien elogie a El País (o a sus periodistas), o al conjunto del grupo PRISA, Juan José Millás escriba un artículo donde muestre su enfado con el fervor mostrado por alguien con el diario donde él escribe. Este humilde lector de columnas intuye que nunca tendrá ante sus ojos un texto tan jugoso. Y le da pena, no tendría que pensar demasiado sobre cómo titular ese día.

Pasamos ahora a ABC, donde Hermann Tertsch publica El éxito de lo tóxico. Arranca:

‘Las fronteras matan’ rezaba el lema del programa. Cuatro conspicuos izquierdistas voceaban a la pantalla el pasado miércoles su airada unanimidad contra el discrepante ausente. Al que no habían invitado a opinar. No había allí nadie que defendiera algo tan obvio como la necesidad de las fronteras y de protegerlas.

Pero el artículo no va sobre inmigración, sino sobre la cadena en la que se emitía el programa en cuestión y sus directivos.

Son las concertinas que puso el Gobierno de Zapatero nada más llegar a Moncloa. Pena que todos los presentes en el programa de «las fronteras matan» no se preocuparan entonces nada por aquellos alambres que ahora les indignan. El jefe del programa se dedicaba a enriquecerse gracias a su amistad con el padre de las «alambradas asesinas». Oiga, pues entonces ni una queja. Entonces, unos cargos políticos se dedicaban desde el poder a fundar una televisión privada, la tele de los amigos del presidente del Gobierno, ahora ya convertida en el escaparate de la jauría.

No resulta muy difícil imaginar a que televisión se refiere Tertsch. Si trata de adivinarlo, piénselo cuantas veces haga falta para deducirlo. Si a la tercera no va la vencida, a la sexta seguro que sí.

Concluye:

El sentimiento humanitario es inapelable. Porque excluye la razón. Porque la ética de la responsabilidad ha sido abolida. Es más, porque está proscrita por esa jauría que criminaliza y difama todo lo que no obedezca a sus consignas de la secta izquierdista con manto humanitario. Ha conseguido hacer de España una perfecta anomalía política, en la que la izquierda renuncia ya por completo a la defensa de la legalidad y poderes mediáticos hacen negocio con el permanente desafío a la legalidad. Aplicando al debate y la propaganda política los mecanismos de la basura sentimental televisiva clásica. Tienen éxito en este país tan escaso en coraje cívico. Intimidan a diestra y siniestra. Nadie quiere problemas con gentuza sin escrúpulo alguno. Que blande, procaz y soberbia, su gran arma tóxica de un programa de televisión diario.

Saltamos ahora a La Razón, donde José María Marco titula Populistas sin caudillo un artículo dedicado a comentar unas declaraciones de Elena Valenciano, a la que tacha de populista.

En nuestro país el populismo -que es una dimensión peligrosa pero natural de cualquier democracia- sólo está representado por dos formaciones políticas: los socialistas, que constituyen una excentricidad entre la izquierda europea, socialdemócrata en su inmensa mayoría, y los nacionalistas catalanes: los de ERC y una parte de CiU, idénticos a sus colegas del Frente Nacional en Francia y de los demás populismos nacionalistas europeos. Nada menos populista, por su parte, que el PP de Rajoy, salvo figuras muy particulares, como Esperanza Aguirre. Esta combinación de populismo desenfrenado -demagogia pura- en el contenido, y antipopulismo en el discurso requiere, para ser creíble, líderes muy especiales, de la pasta de Felipe González. Ni Valenciano ni Rubalcaba, ni los demás socialistas que aparecen como posibles jefes se acercan a ese modelo. La solución está en cambiar el registro y el fondo, en vez de seguir en busca de un caudillo, que es lo que la actitud de Elena Valenciano delata.

Es cierto que al PP difícilmente se le podrá acusar de populista. El populismo requiere, además de otras cosas, tener un buen manejo de las técnicas de comunicación. Saber qué decir en cada momento, y dónde y a quién hacerlo. Y, entre las escasas virtudes del registrador de la propiedad que creíamos metido a gobernante no está precisamente la de saber conectar con el público y dominar el modo de dirigirse a él. Y lo mismo se puede decir de todo su equipo tanto en Génova como en Moncloa y los ministerios.

En el diario ahora dirigido por Casimiro García-Abadillo han cambiado muchas cosas, pero una se mantiene por el momento: la columna de contraportada a cargo de Raúl del Pozo. En esta ocasión nos habla de encuentros conspirativos de alto nivel, pero evita dar nombres concretos de los participantes. Titula El cigarral y la mochila:

El Cigarral del Ángel Custodio está situado en la ribera del Tajo, con jardines árabes y una preciosa ermita. Al almuerzo llegaron un ex presidente del Gobierno, un ex presidente del Congreso, un ex director de periódico, un aspirante al liderazgo del PSOE y un fontanero de altura no de cloaca.

Me cuentan que en la comida hubo muy buen rollo, pero pocas coincidencias. «Es la segunda vez que se juntan», me dijo un habitante de la Ciudad Imperial. Se habló de la crisis del PP, del futuro del PSOE, de la presión del poder político y financiero sobre la prensa, y la venganza que se dibuja, la vendetta de lectores y votantes. Ante las elecciones europeas, en las que se espera el escarmiento al bipartidismo, uno de los comensales enunció la teoría del hostiazo y el jamón. «El PSOE es un jamón en los huesos; poca grasa le queda por perder. El que se puede pegar el hostiazo es el PP».

¡Don Raúl! No puede hacerle usted esto al afilador de columnas y al resto de sus lectores. Si nos quiere usted contar el encuentro, dé el nombre de sus participantes. Así más bien parece un modo de presumir, un ‘chincha, rabia, que yo sé cosas que tú no’ con el que ponernos los dientes largos y darnos envidia. Y funciona, por cierto.

Por su parte, Federico Jiménez Losantos carga contra Miguel Cardenal, el amigo del Barça en la Secretaria de Estado de Deportes. Directamente le llama El ‘boxo noi’ de Rajoy.

Han pasado varios días y el presidente del Consejo Superior de Deportes, con rango de secretario de Estado, Miguel Cardenal no ha presentado su dimisión por el artículo en defensa de los delitos del Barça, porque las virtudes futboleras no necesitan políticos para defenderlas y su actividad política se limita a fomentar la ruptura de España.

Ofrece un dato en el que otros muchos no habíamos caído:

La pena es que la pieza del boixo noi de Rajoy salió el mismo día en que se cumplían dos años de que Miguel Sebastián denunciara que el Barça -al revés que el Real Madrid- se negaba a promover la Marca España en el Nou Camp, ni en inglés. O sea, lo que dice el boixo pero justo al revés.

Nunca hubiéramos pensado que Losantos utilizaría a un ministro socialista como argumento de autoridad, ni tan siquiera para arrear a un alto cargo de Rajoy. Suponemos que hay situaciones que conducen a cosas como esta.

En el periódico del conde de Godó y Grande de España que ha reculado en su apuesta por el independentismo catalán, La Vanguardia, encontramos un artículo realmente peculiar. Su autora es Clara Sanchis Mira, que reconoce que respecto a la ‘Operación Palace’ de Jordi Évole está Sin criterio.

Pero nosotros aún no sabemos si nos pareció bien o mal que nos engañaran con el experimento. Ni estamos seguros de que en realidad nos engañasen porque, al verlo, tampoco llegamos a saber si nos lo estábamos creyendo. Lo creíamos y no lo creíamos al tiempo. Mientras un lado de nuestro cerebro decía que era imposible que todas esas personas hubieran permanecido calladas durante treinta años -con lo bocazas que somos-, el otro lado afirmaba que era imposible que todas esas personas pudieran estar mintiendo. Lo que vivimos fue un estado de confusión tenaz.

Pero, una vez desvelado el entuerto, de nuevo nuestro frágil criterio se encontró dividido en dos. Por un lado consideramos interesante -por alarmante- comprobar, en carne propia, la facilidad con la que creemos cualquier mentira que nos diga alguien que nos parece de fiar. Por el otro nos pareció peligroso, y de consecuencias dañinas, que esas personas, en las que confiamos, sean capaces de mentir tan bien.

Al afilador de columnas este artículo le ha dejado realmente sorprendido. Veamos ¿desde cuándo los periódicos pagan a alguien para que escriba un artículo diciendo que no tiene opinión concreta sobre un asunto?

 

 

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Autor

Antonio Chinchetru

Licenciado en Periodismo y tiene la acreditación de suficiencia investigadora (actual DEA) en Sociología y Opinión Pública

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