OPINIÓN / Afilando columnas

Alfonso Ussía: «Está muy bien lo de los 13.800 millones de años del universo, pero me importa más que nos bajen los impuestos»

José María Carrascal: "Elena Valenciano quiere exportar el zapaterismo a Bruselas, cuando ya ni siquiera ZP es zapaterista"

Cualquiera que haya comido una paella de menú del día en Madrid sabe a la perfección en qué consiste y sus ingredientes son sobradamente conocidos (nos referimos al plato que se sirve en cualquier local de comidas de la capital de España, no al que se prepara en tierras valencianas, no vayan a ofenderse los puristas gastronómicos: arroz, calamares, algún langostino, trozos de pimientos y algo de pollo. Con ligeras variaciones, esa es más o menos la receta. Y dado que eso es del común conocimiento, nos produjo gran hilaridad a varios miembros del equipo de Periodista Digital que un día que comíamos uno de los más jóvenes, pero no tanto, preguntara al camarero: «¿Qué tiene la paella?»

Donde seguramente alguien hizo la pregunta pero con mayor motivo, puesto que no era una paella de menú del día, fue en el cuartel de la Guardia Civil donde los Tejeros y varios golpistas se reunieron a conmemorar el fracasado golpe de Estado. Curioso, por otra parte, que se celebre lo que fue una derrota para ellos. Y sobre este asunto encontramos un par de artículos el 19 de marzo de 2014. Tras hacer sonar nuestra armónica de afilador, pasamos a dejar constancia de lo más sabroso (y no es ningún plato de arroz) de los espacios de opinión de la prensa de papel española.

Empezamos en el periódico ahora dirigido por Casimiro Garía-Abadillo. Manuel Jabois mezcla en Operación Galaxia los últimos descubrimientos astronómicos con ya citada paella:

Se han detectado las primeras ondas del universo, la huella del Big Bang que demuestra la teoría de la inflación del cosmos. Al mismo tiempo en un cuartel de la Guardia Civil de Valdemoro se produjo una reunión detectada con el mismo telescopio de microondas en la que el universo parecía encogerse un poco.

Plantea:

Qué hacían militares retirados, condenados por un golpe de Estado, comiendo paella servida por el Estado en un edificio de defensa del Estado? Pues conmemorando el aniversario del día en que no pudieron tumbar al Estado.

Para este humilde lector de columnas esta es la clave. Que comieran la paella servida por el Estado en un edificio del Estado o, lo que es lo mismo, que usaran recursos públicos para su disfrute particular. Si se hubieran reunido en un domicilio particular o un restaurante podría provocar desagrado por ser unos ultras que conmemoran algo tan grave como un golpe de Estado, pero no habría nada que reprochar. Hasta los nostálgicos de lo más repugnante tienen derecho a juntarse a celebrar lo que quieran mientras no agredan a nadie y se lo paguen ellos mismos. Pero cuando se hace a costa del contribuyente, la cosa cambia radicalmente.

Concluye:

Difícil no imaginar a Hawking en Valdemoro echado a un lado como un voyeur para tratar de descifrar el plante al Big Bang promovido por los irreductibles del 23-F, origen y expansión del cosmos en el que orbitan alrededor de un mundo antiguo en el que las palabras honor, lealtad y España producían en su boca generalmente ganas de no salir de cama. O de asomarse a la ventana, como mucho, para saber si el universo había optado por sentarse a esperar a que llegase la autoridad competente.

Por fortuna, ese mundo antiguo sólo pervive en la mente de unos pocos sin poder alguno.

En ABC, David Gistau escribe sobre el mismo asunto un artículo titulado Paella crimeana. Tras mostrar su desagrado por que esté triunfando el gentilicio ‘crimen’ en vez del clásico ‘crimeano’, concluye:

Lo hiriente de la paella no es que los Tejero y otros golpistas aún blasonen de su hazaña sin reparar siquiera en que el tiempo los ha convertido en pintorescas reminiscencias del espadón, arquetipo ya extirpado de esa tradición española que acoge incluso entradas a caballo en el Parlamento. Lo hiriente es el secuestro del escenario, los guardias que cocinan la paella y ejercen de servicio, el simulacro de desfile forzado para honrar a los visitantes. El Ejército, incluida la Guardia Civil, hizo un enorme esfuerzo de adaptación democrática y de pedagogía para alcanzar el espacio social que ahora ocupa, que es de prestigio. De hecho, de lo poco prestigioso que aún queda, porque la percepción colectiva ha cambiado y la clase política, tenida por honorable durante la Transición, ahora carece de arraigo y suplica ser refundada. El Ejército, que no hace tantos años sufría la ignominia de ver cómo un atentado de ETA no provocaba la misma repulsión si el asesinado era un militar –la culpa de uniforme–, no merece que un hatajo de golpistas con nostalgias residuales le arruine la imagen dentro de uno de sus propios cuarteles. Afortunadamente, apenas quedan prejuicios que hagan esto posible.

Como hijo de militar que es, el afilador de columnas agradece a Gistau ese reconocimiento a la ignominia que suponía que los atentados de ETA no repugnaban igual a la población cuando las víctimas eran miembros del Ejército, la Guardia Civil o la Policía que cuando se trataba de civiles. Hubo una época que incluso en la televisión pública al informar de un atentado se llegaba a diferenciar entre muertos militares y ‘víctimas inocentes’ o era argumento común que el ser asesinado por ETA formaba parte de ‘su trabajo’ cuando se trataba de uniformados.

Y, como bien dice Gistau, los militares no merecen que un grupúsculo de ultras nostálgicos manchen su nombre, y encima abusando de los recursos del Estado pagados por todos los ciudadanos.

Seguimos en el diario madrileño de Vocento, pero cambiamos de tema de la mano del hombre que lució las corbatas más llamativas de la historia de la televisión en España. José María Carrascal titula ¿Europeas o españolas? un artículo sobre las elecciones al macro-chiringuito, perdón, queremos decir Parlamento, de Bruselas y Estrasburgo. Se centra especialmente en la precampaña de la política que actuaba en Twitter cual adolescente víctima de la LOGSE — Espectacular mensaje de Elena Valenciano en Twitter desde el Congreso: cuatro erratas en 21 palabras–.

Ya he dicho que estas elecciones son más españolas que europeas, y en las elecciones españolas se permiten exageraciones, mentiras, paroxismos, brindis al sol e incluso a la luna, lo importante es entusiasmar a la parroquia, algo que borda Elena Valenciano. Por lo que le hemos escuchado, quiere exportar el zapaterismo a Bruselas, cuando ya ni siquiera ZP es zapaterista. Lo seguro es que tendremos una campaña electoral movida, con abundancia de titulares, zurriagazos y sofocones. El único inconveniente: ¿y si resulta que estas europeas no son unas primarias españolas? Pues vete tú a saber cómo estarán España, Europa, el mundo a finales del año que viene.

En el fondo nos da la impresión de que Valenciano actúa de esa manera porque no conoce otra forma de hacer política.

Saltamos al periódico de la ‘disciPPlina’, en el que José Antonio Gundín también entra en materia de Elena Valenciano con el título de La pata coja.

El PSOE necesita con urgencia que el PP designe ya a su cabeza de lista para las elecciones europeas. Así no puede seguir Elena Valenciano, sola, desorientada, predicando en el desierto a la pata coja, sin enemigo a las puertas y expuesta a todas las críticas, incluidas las de algunos de su propio partido que confían ciegamente en el batacazo y en jubilar a Rubalcaba.

Al final resultará que el registrador de la propiedad que creíamos metido a gobernante no designa todavía cabeza de lista del PP a las europeas para que Valenciano siga metiendo la pata.

Añade:

Sólo a una mente perversa y cercana se le ocurre la encerrona de Viladecans, donde la bandera nacional fue prohibida y obligó a Valenciano, para dimismular, a bailar como una «cheerleader» con la senyera y la europea. Qué papelón. En el mes largo que lleva de mítines y bolos electorales, la candidata socialista ya ha agotado todos sus recursos dialécticos, a saber: el PP quiere expropiar el útero de las mujeres y la derechona europea es lo peor, aunque gobierne en todos los estados de la Unión, salvo en un par de ellos o tres.

Concluye:

Urge la caridad de Rajoy. Si no lo quiere hacer por la señora Valenciano, que lo haga por los votantes, cuya perplejidad ante la campaña de la candidata socialista puede disparar la abstención por encima del 50%. Ya no hay nadie que aguante tres telediarios más una campaña electoral a la pata coja.

A la pata coja o con dos piernas, a algunos nos da muchísima pereza pensar en tener durante tantas semanas a varios políticos todo el día en los informativos soltando soflamas para intentar captar el voto de unos ciudadanos que están hasta las narices de ellos.

Seguimos en La Razón en cuya contraportada Alfonso Ussía titula Y nosotros con estos pelos. Sabemos que a nuestro compañero en estas labores de comentar columnas en Periodista Digital, aquel que firma como ‘El fumador’, no le ha gustado dicho artículo. Al afilador de columnas, sin embargo, sí le ha hecho gracia. Tal vez porque el gran descubrimiento sobre el origen del universo le resulta interesante, pero le preocupa mucho menos que otras cuestiones.

Pero veamos lo que dice Ussía:

Está muy bien lo de los 13.800 millones de años, y envío desde estas líneas mi más expresiva felicitación a los científicos que han descubierto tan importante hallazgo. Pero me importa más que nos bajen los impuestos, que dejemos de ser unos ciudadanos de segunda y que sane el golpe en el muslo izquierdo de Benzemá para que pueda competir el próximo domingo -ya primavera- contra el «Barça». Me importa más que la naturaleza cumpla con su palabra, y devuelva lo que se ha llevado este invierno de ciclogénesis. Las arenas de las playas, por ejemplo, que se han convertido en tristes acuarelas de rocas desnudas, al menos allá en el norte de España, donde las playas asumen la responsabilidad de conservar su belleza.

A quienes no nos gusta el fútbol lo de Benzemá no nos importa en absoluto, pero lo de que nos bajen los impuestos sí que es algo que nos gustaría que ocurriera. De hecho lo ansiamos en grado sumo. Claro que con Rajoy y Montoro en el poder eso es pedir un imposible.

Pasamos ahora a El País, donde encontramos el ladrillo político del día, firmado por un ex presidente autonómico que para su retiro cuenta con una oficina, coche oficial, conductor, secretaria y otros dos funcionarios a su servicio. Todo ello pagado con los impuestos de los ciudadanos. Juan Carlos Rodríguez Ibarra firma (desconocemos si lo ha escrito él o cualquiera de esos empleados de los que dispone cual corte de un Rey abdicado, con un político eso nunca está claro) No sabemos nada un texto del que ya antes de leer podemos saber que no va a decir nada nuevo.

Como en otras ocasiones, advertimos a nuestros lectores que si quieren perder su valioso tiempo con el texto de este político, que lo hagan bajo su responsabilidad. A algunos nos pagan por hacer cosas como esta, pero si no es una obligación laboral no merece la pena enfrentar tan penosa tarea. Aquí dejamos los dos últimos párrafos:

A la vista de esta panoplia de incertidumbres, cabe preguntarse por la manera en que los españoles fuimos capaces de crear certidumbres donde solo había dudas tras la muerte del dictador. Nuestra experiencia es corta. Se remonta a 1977. Tuvimos que hacer frente a una crisis similar, fortaleciendo nuestras instituciones al mismo tiempo. El objetivo fue lograr la democracia. El método empleado fueron los Pactos de la Moncloa. El consenso, el instrumento del que nos servimos. No debemos olvidar esa experiencia. El consenso fue la fórmula empleada para resolver los problemas mediante el acuerdo. El consenso es el fundamento que da respuesta al disenso que caracteriza el debate democrático. Gracias a eso se hicieron dos cosas: 1. Culminar un proceso constituyente. 2. Hacer las reformas económicas con las que remontar la crisis, con la voluntad de incorporarnos a Europa.

Remando a contracorriente, estimo que el debate político, la política, son ahora tan necesarios como entonces. Sería un fracaso de la democracia que unas minorías, politizadas, se impusieran a una mayoría pasiva, escéptica, desmoralizada, desconfiada de la política y alejada de sus instituciones representativas. Esa es la tarea que deberían emprender inmediatamente PP, PSOE y todos aquellos que quisieran unirse a ese consenso para ser capaces de alejar las incertidumbres y forjar un presente que nos despeje el futuro. ¿O se pretende que sigamos en la inopia y sin futuro?

Resumiendo, que pide al PP y al PSOE que hagan algún pequeño maquillaje para dejar el sistema como está montado pero haciendo que los ciudadanos crean que han cambiado algo y así se queden tranquilos.

Terminamos en la Ciudad Condal, en concreto en el periódico del Conde de Godó y Grande de España que recula en su apuesta por el independentismo catalán. Antoni Puigverd escribe en La Vanguardia una columna sobre Artur Mas titulada En el callejón.

Empieza criticando el retrato que se hace del presidente catalán tanto en la prensa madrileña como en la catalana:

Los articulistas de Madrid tienden a identificar a Artur Mas con una máscara. Un presidente que disimula su impotencia gubernamental exagerando las demandas nacionales. En cambio, los articulistas catalanes tienden a describirlo como un hombre entregado a la causa del pueblo catalán, un líder que corre la suerte de la gente. Si unos describen a Mas como un populista de los de antes (tutelado por un Junqueras que mueve los hilos en la sombra), otros lo retratan como líder moral que escucha a su pueblo en vez de plegarse a las exigencias del statu quo. La versión madrileña de Mas como flautista de Hamelin parece tan deformada que nadie en Catalunya la compra, excepto Alicia Sánchez-Camacho, que ha solemnizado políticamente los chistes gráficos que presentan a Mas como loco de atar. Ahora bien, la visión idílica del Mas como servidor de su pueblo, podría ser tan miope como la otra.

Concluye presentando su propia versión sobre el personaje, como una marioneta de la denominada Asamblea Nacional Catalana:

La coincidencia de la propuesta de la ANC (secesión el 2015) y la aceptación por parte de Mas de la hipótesis de una declaración unilateral de independencia han reforzado la impresión de que el presidente ni es un flautista ni es un acompañante del pueblo, sino un político sin margen de maniobra que no puede sino obedecer el plan fijado por una organización civil muy potente y respetable, pero a la que nadie ha votado.

Como postre, un poco de frivolidad de la mano de uno de los críticos televisivos del periódico de Godó. Sergi Pàmies, que titula La comicidad ciega. Dedica casi todo el texto a poner a caldo la serie Ciega a citas (Cuatro), pero lo sabroso llega al final:

Y hablando de delirios: ha vuelto Supervivientes. Por ahora, lo más interesante es intentar memorizar la genealogía de mediocridades y dinastías extravagantes de los concursantes. Es un esfuerzo casi tan exigente como orientarse en el bosque argumental de familias y relaciones de Juego de tronos.

El de La Vanguardia parece haber sido poseído por el espíritu de Sergio Espí, el comentarista televisivo de Periodista Digital.

 

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Autor

Antonio Chinchetru

Licenciado en Periodismo y tiene la acreditación de suficiencia investigadora (actual DEA) en Sociología y Opinión Pública

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