Mientras el calentamiento global nos hace pasar bastante frío, la inspiración de buena parte de los columnistas de la prensa de papel española parece estar en consonancia con las temperaturas con las que acaba el tercer mes del año: en horas bajas. El 31 de marzo de 2014 encontramos algunos textos interesantes, para bien y para mal, si bien hemos de decir que no domina ningún tema en concreto. Seguimos con Suárez, la corrupción política o la violencia de ultraizquierda. Hacemos sonar con menor potencia que otros días, padecemos un catarrazo que nos impide soplar con fuerza, nuestra armónica de afilador y nos lanzamos a la labor de dejar constancia de todo ello.
Arrancamos en esta ocasión en El País, donde topamos con una columna de Enrique Gil Calvo titulada Nostalgia.
Quiero creer que la unánime canonización de Suárez celebrada el fin de semana pasado no responde al cinismo de quienes se lo cargaron (sus enemigos internos de UCD y la pinza del PSOE con AP) ni a la hipocresía de quienes lo provocaron y aplaudieron (la prensa y la sociedad civil) sino a una sincera y auténtica rectificación.
Resulta llamativo que el del diario de PRISA señale ha todo el mundo como responsable de la caída política de Suárez menos a una persona. Se trata de alguien que, con independencia de que lo que narra Pilar Urbano en su libro sea cierto o no –a este humilde lector de columnas no le resultaría nada sorprendente que fuera verdad–, algo tuvo que ver en el final político del primer presidente de la Transición, el Rey. Gil Calvo prefiere ni mentarlo, no sabemos si por considerar que es inocente de toda culpa o por otro motivo.
El articulista dice a continuación que aunque quiera no puede creer en el arrepentimiento de la clase política:
Todo indica que si estuviera en su mano, la historia de la defenestración de Suárez se repetiría corregida y aumentada, aunque ya no como tragedia sino ahora como burda farsa. Nuestra clase política parece haber aprendido de sus errores a cometerlos con mucha mayor impunidad, insidia y desfachatez. No hay más que ver por ejemplo cómo hemos pasado del caso Naseiro al caso Bárcenas, del caso Banca Catalana al caso Palau e ITV, o del caso Filesa al caso ERE. Y en cuanto a la instrumentación política de las guerras culturales montadas en el escenario mediático, no hay más que ver cómo hemos pasado del acoso de Suárez y Tarancón al acoso de Madrid, culpable de expoliar a Cataluña, y al de Artur Mas, culpable de traicionar a España.
Al afilador de columnas le ha llamado la atención un detalle, y para bien. Por una vez encontramos en El País un artículo en el que se señalan de forma clara y en pie de igualdad las corruptelas del PSOE y no sólo las del PP. Lo que si es PRISA en estado puro es esa equidistancia entre el independentismo catalán y quienes se oponen a él.
Pasamos a El Mundo, donde encontramos una columna de Pedro G. Cuartango donde, aunque no se trata del recuerdo de Suárez, encontramos acusaciones parecidas sobre los políticos españoles. Se titula La casta y la entropía:
Los políticos españoles también tienden a la entropía si por ello entendemos una mediocridad que les iguala y que les hace indistinguibles a casi todos. Y hay leyes que se cumplen de forma inevitable como la patrimonialización del poder cuando un partido gana las elecciones.
Añade:
El PP -lo mismo que el PSOE- carece no ya de la más mínima voluntad de regeneración democrática sino que le da igual que las calles se llenen de gente que protesta. Ambos van a lo suyo y manejan con habilidad la agenda política para distraer a la opinión pública.
No sabemos que opina usted, estimado lector, pero a alguno en esta redacción situada en un bajo de Madrid –lo que algún compañero de profesión parece considerar degradante– le resulta muy llamativo que dos artículos tan similares se publiquen el mismo día en El Mundo y El País. ¿Ha llegado el consenso al periodismo? ¿Lo ha hecho a costa de los políticos? Lo dudamos, estamos ante una mera casualidad. Por suerte, resultaría muy triste vivir en un país donde todos los columnistas mantuvieran posturas parecidas.
VERDAD O MENTIRA: VOTE LA FRASE DE FERNANDO SÁNCHEZ-DRAGÓ
Seguimos en el periódico ahora dirigido por Casimiro García-Abadillo –por cierto, felicidades a toda la redacción, pero sobre todo a las familias, por la vuelta de sus compañeros secuestrados en Siria, Javier Espinosa y Ricardo García Vilanova–. Fernando Sánchez-Dragó se pone tremendo en una columna titulada Sismógrafo:
Somos, por las buenas (nunca por las malas), antieuropeos a secas. Y si me acojo a la primera persona del plural no es por afán mayestático, sino porque detesto todo lo que la Unión Europea representa hasta tal punto que estoy dispuesto a aportar mi humilde grano de tierra rara y mi voto a cualquier grupo que se oponga a ella. Lo que el 25 de mayo estará en juego es la pugna entre dos modelos de sociedad: el socialdemócrata y keynesiano (lo progre, para entendernos) y el conservador, que ahora encarna el nuevo Zar de todas las Rusias. Europa no es un continente. Es, ya dije, un parque temático -gastronomía, bullipolleces, vinos, museos, iglesias, bicis y putas- y una ideología: la del control, la confiscación y la limosna ¿Hay vida después del Estado de Bienestar, ese cadáver? Sí. La del Estado de Responsabilidad y Libre Albedrío.
¿Realmente cree Sánchez-Dragó con los ultras de Le Pen o la Rusia de Putin representan los valores de la responsabilidad y el libre albedrío. Nada más alejado. Sobre la ultraderechista francesa hay poco que añadir, pero no sobra recordar cómo es el país dirigido desde Moscú y cómo son sus gobernantes. La intervención en la economía es absoluta, pero con métodos mucho más mafiosos que en la UE. Si uno quiere tener éxito con una empresa debe contar con el beneplácito de Putin y los suyos. En caso contrario el riesgo de acabar en prisión con cualquier excusa es alto, por ejemplo. En la Rusia de Putin mueren periodistas incómodos para el Gobierno sin que nunca se investiguen de verdad esas muertes y, por ejemplo, cualquier extranjero tiene que registrarse en una comisaría al llegar al país por más de unos pocos día (en los viajes organizados se engargan las agencias de este trámite.
Al afilador de columnas no le gusta cómo está montada la UE, su hiper burocrácia y su tendencia a regular todos los aspectos posibles de la sociedad y la vida de los ciudadanos. Sin embargo, tiene claro que es mil veces mejor a la Rusia de Putin y que dominada por gente con Le Pen las cosas irían a peor.
Pasamos ahora a La Razón. Ángela Vallvey escribe sobre la ‘transparencia’ una columna titulada Lo bueno:
Debajo de las alfombras de España se acumulaba mugre de décadas, si es que no de siglos, y de repente se levantó la manta. Se han venido abajo los pactos de silencio «por el bien de este país», aunque todo el mundo entendiera como es lógico que el bien de «este país» pasaba por el bolsillo propio. La opinión y la información ya no son controlables.
Atribuye la transparencia a los cambios tecnológicos, con una pasión por las redes sociales que es rara encontrar entre columnistas del papel:
La información y la opinión ya no están en manos de unos cuantos, que pueden ponerse de acuerdo para administrársela a los ciudadanos como el que expende una receta. La España de hoy es algo semejante a lo que decía Mateo Alemán que era la vergüenza: como esas redes de telarejo, que se tira de un hilo y con él se deshace todo el trabajo. Lo que acontece parece transparencia, pero quizás no lo sea tanto como el simple beneficio colateral de las circunstancias económicas sumadas a la tecnología, que han sacado a la luz una radiografía casi completa de las miserias de un país que, por cierto, no sabe que a pesar de sus grandes defectos es bueno y hermoso, como pocos en el mundo.
Dada la animadversión que muchos profesionales del periodismo, sobre todo entre los columnistas del papel (entre los que también existen honrosas excepciones en este sentido), demuestran contra internet y las redes sociales, es digno de destacar este optimismo por lo digital que demuestra Ángela Vallvey. Nosotros compartimos esa opinión. Aunque se puedan dar episodios lamentables, como el linchamiento en Twitter de determinadas personas, en general resulta muy positivo que miles de ciudadanos puedan expresarse e incluso corregirnos a los periodistas.
Cambiamos de tema, pero seguimos en La Razón. Martín Prieto escribe sobre la violencia de ultraizquierda en las manifestaciones del 22-M y las universidades. Titula La chusma tiene domicilio fijo.
Afortunadamente no asistimos a un estallido social, ni siquiera en sus prolegómenos, y éstas no son las ciudades en cólera que asustaron a David Cameron, ni los barrios magrebíes de París. Los inspiradores de esta «kale borroka» están bien instalados al amparo de la monarquía castrista o participan de las tertulias televisadas, cuando no manejan una tele de barrio propia.
Aunque no da nombres, resulta evidente a quienes se refiere martín Prieto. Uno es un actor apellidado con el nombre de ciudad castellana y el otro es un profesor cuyo apellido nos remite a un lugar de culto cristiano en plural.
Añade:
Vamos a contrapié y mientras en Europa crece la ultraderecha, entre nosotros prospera la ultraizquierda y se tilda de fascistas a los conservadores. Los más listos de esta patulea acabarán en un confortable sillón del Parlamento europeo, como «Dany el rojo», hoy verde, o en la asesoría de mercadotécnia de alguna multinacional. No son pocos los que comenzaron en la revolución y acabaron en la patronal bancaria.
Razón no le falta.
Sobre le mismo tema escribe la única política española capaz de decir «pa’ habernos matao» tras salir ella y Rajoy indemnes de un accidente de helicóptero –un siniestro que afortunadamente no tuvo consecuencias graves–. Esperanza Aguirre escribe en ABC ¿Manifestaciones o montones?
Hay que llamar a las cosas por su nombre: el pasado 22 de marzo Madrid vivió una jornada de terrorismo callejero. No fue una manifestación más de esas en las que, al final, unos pocos exaltados llevan a cabo actos de violencia contra algunos escaparates o algunos bancos. Eso hubiera sido muy censurable, pero no habría tenido mayor trascendencia.
Concluye:
Lo que hemos vivido es una imitación de lo que en el País Vasco se llamó «kale borroka». Y debemos recordar que esa «kale borroka» se frenó en seco cuando se empezó a condenar a sus protagonistas -o a sus padres- a pagar los desperfectos causados. Puede ser un primer paso. Como lo sería hacer responsables subsidiarios de los destrozos del día 22 a los que firmaron la petición de autorización para llevar a cabo la manifestación, por no haber sido capaces de mantener el orden.
Los policías del 22 de marzo se comportaron con una templanza y un sentido de la disciplina verdaderamente admirables. Pero los ciudadanos, y en especial los políticos, no estaremos a la altura de las circunstancias si, ante lo que hemos visto en la televisión, no reaccionamos para dotar al Estado de Derecho de todas las herramientas legales, políticas y materiales que impidan agresiones como las del otro día. Y, desde luego, si esos actos de terrorismo de baja intensidad se reproducen -como parece ser la voluntad de los que los han promovido hasta ahora- sus protagonistas tienen que sentir sobre ellos todo el peso de la Ley, de una Ley que tiene que defendernos a todos de la voluntad liberticida y totalitaria de esos pocos.
Prepárese Esperanza Aguirre para ser calificada, una vez más, de ‘fascista’.
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