OPINIÓN / Afilando columnas

Antonio Lucas (El Mundo), contra «el feroz despliegue de Policías» el 22-M: «Las manifestaciones son el último argumento victorioso de una sociedad derrotada»

David Trueba carga contra quienes defienden a los policías: "El antidisturbio es un parapeto, y, quien dice defenderlos, en realidad solo persigue seguir usándolos"

Las manifestaciones del 22-M y la violencia extrema que en esa ocasión practicaron grupos de extrema izquierda siguen mereciendo la atención de diversos columnistas de los periódicos de papel españoles el 1 de abril de 2014. Pero en esta ocasión no encontramos demasiados articulistas indignados con los disturbios y con el hecho de que los policías estuvieran atados de pies y manos, hasta el punto de correr riesgo su propia vida, por órdenes de sus superiores. De hecho, lo que vemos es incluso comprensión y el disgusto de alguno por el hecho de que el tema se siga tratando en diversas televisiones. Tras hacer sonar nuestra armónica de afilador, como cada día, pasaremos a hablar de ello y de otros asuntos que se comentan en los espacios de opinión de los diarios impresos.

Arrancamos en esta ocasión en El País, con el crítico televisivo que suele escribir sobre casi cualquier tema menos sobre televisión. A David Trueba no le gusta que las televisiones ofrezcan de forma constante las imágenes de la violencia el 22M,. Su artículo se titula Repeticiones.

VERDAD O MENTIRA: VOTE EN LA FRASE DE DAVID TRUEBA

El germen de los grupos violentos reside en el convencimiento de que la violencia es más efectiva y resonante que los discursos y las marchas. Esto nace de la impotencia de ver cómo se ignoran las peticiones populares y el grito de alarma social. Pero es una perversión enfermiza, que fabrica un rival a medida de tus necesidades. Habría otra frustración más llamativa y es la incapacidad para ofrecer alternativas creíbles.


David Trueba.

Nos parece una simplificación absoluta, y hasta cierto punto absolutoria, querer ver el germen de la violencia en la «impotencia de ver cómo se ignoran las peticiones populares y el grito de alarma social». Hay mucho más de fondo, una agenda totalitaria por parte de quienes consideran que vivimos en ‘un momento leninista’ (en expresión tomada de Pablo Iglesias) en que se pueden lanzar retos contra el Estado de derecho con la intención de destruir el sistema y acercarnos hacia sistemas como el castrista o el socialismo bolivariano de Chávez y Maduro.

Los profesionales de la policía denuncian la mala organización y gestión de sus acciones, pero se les ignora también, porque el antidisturbio es un parapeto, y, quien dice defenderlos, en realidad solo persigue seguir usándolos. Cuando los protegen hasta en sus excesos se apropian de ellos, los convierten en ejército fiel y los entregan a un enfrentamiento irreal con la ciudadanía. La repetición televisada de estos sucesos provoca un error de apreciación por el cual el descontento social tiene su antagonista en la represión policial. Una idea falsa, pero útil para ambos extremos, los que viven de ordeñar las frustraciones.

Ahora resulta que defender a los antidisturbios tiene un objetivo oculto más allá de ponerse de lado de quienes sufrieron una violencia extrema. Este humilde lector de columnas, que no duda en criticar a un policía cuando abusa de su poder o se muestra chulesco con los ciudadanos –llegó a espetarle a uno especialmente chulo y maleducado que no sabía si su comportamiento era propio de un régimen soviético o uno fascista–, considera que el apoyo a los miembros de la Unidad de Intervención Policial agredidos el 22M es una cuestión de simple decencia ciudadana. No tiene agenda oculta alguna detrás.

Resulta curioso que, con tanta crítica, en ningún momento Trueba condene la violencia de los vándalos ultraizquierdistas (es cierto que no llega a justificarla de forma abierta) ni critique a los medios y periodistas que se han lanzado a justificarles y a atacar con dureza a los policías agredidos.

En La Razón, Javier González Ferrari escribe sobre el apparátchik que creyó que siendo secretario general se convertiría en un líder socialista y la cándida socialista que se comportaba en Twitter como una adolescente. Aunque los protagonistas de El protolider son Rubalcaba y Elena Valenciano, nos quedamos con una parte en concreto, en la que se refiere a la violencia en las manifestaciones:

A los indignados de hoy la candidata Valenciano les pidió el domingo que además de indignarse fueran a votar. A votarle a ella, naturalmente, pero se olvidó de condenar los actos de vandalismo, de terrorismo urbano, que acompañan todas las protestas que estamos viviendo en los últimos dos años. ¿También quiere el PSOE esos votos de encapuchados que el pasado día 22 de marzo estuvieron a punto de causar una auténtica tragedia en la persona de varios policías? Sobre esos indignos que se infiltran impunemente entre los indignados nada se dijo en el mitin de precampaña.

Dado que no hemos visto por parte del PSOE una condena clara de aquellos episodios de extrema violencia, es probable que Valenciano y Rubalcaba aspiren a arañar sus votos y los que comparten sus métodos e ideas. Craso error, aunque en un momento pudieran aceptar a los socialistas como un aliado circunstancial, para esos ultraizquierdistas son también el enemigo. Otra cosa es que, por el momento, no lo expresen de forma tan clara por jugar el clásico papel de ‘tonto útil’ que tan bien le viene a los ultras de cualquier signo. La experiencia histórica demuestra que aliarse, pensando que se le puede controlar, con el demonio totalitario termina siempre conduciendo al infierno.


Antonio Lucas.

Y al aterrizar en el diario ahora dirigido por Casimiro García-Abadillo nos encontramos con un artículo done ese asume el discurso equidistante entre los ultraizquierdistas violentos y los antidisturbios. De hecho, se retrata con más dureza la respuesta policial que la agresión de los radicales. Antonio Lucas titula en El Mundo Las manifas:

El último cancán vino por el cruce de hostias que coronó las nobles Marchas por la Dignidad entre una recua marginal de lanzapiedras y un feroz despliegue de policías. Las imágenes no defraudan. Unos se exaltan y los agentes disparan balazos de goma. El ritual de lo habitual, por decirlo con un hallazgo de Perry Farrell.

El afilador de columnas se pregunta si Lucas ha visto las mismas imágenes que él. Repasemos: «una recua marginal de lanzapiedras» es todo lo que le merece esa panda de muchísimos cientos de tipos armados con barras que aislaban a policías, les golpeaban las cabezas una vez que se quedaban sin casco, les pegaban patadas en el suelo…. Y «un feroz despliegue de policías»… Hasta ahora eso lo veían el castrista Willy Toledo y poco más. Lo dicho, si fuera feroz hubiera sido imposible que un radical alzara el casco de un policía mostrándolo como un trofeo.

Está en contra del manifestódromo que algunos proponen desde el PP y la, por otra parte, delirante reforma del Códido Penal que quería imponer el ministro que cree que fue la Virgen de Fátima quien hundió el muro de Berlín:

Las manifestaciones son el último argumento victorioso de una sociedad derrotada. Y se suele hacer uso de ellas para molestar, por si en el Gobierno lo dudaban. Someter este derecho principal a los electrodos legales de un Código Penal que carga su acento en la peligrosidad social es cuestionar el derecho a la protesta e impulsar la irracionalidad del castigo preventivo. No sé si me explico. Cuando se pone en duda la legitimidad de la huelga y de la manifestación lo siguiente es tipificar la desobediencia como atentado, delirios que a este Gobierno cada vez le salen mejor. Pero las leyes contra el ciudadano generan al final una oposición más seria que el porrazo y la barbarie.

Qué pena que la denuncia de unas reformas legales sin duda abusivas, como las que pretende imponer Fernández Díaz, vayan acompañadas de comprensión hacia los ultras que ejercen la violencia en las manifestaciones. A veces se agradecería que ciertos columnistas se salieran del manual del perfecto progresista. O igual es que se quieren hacer perdonar escribir en El Mundo y no en Público o ElDiario.es. Y resulta especialmente triste cuando se trata de un columnista con un más que evidente talento a la hora de manejar el lenguaje escrito.


Raúl del Pozo.

Dejamos de lado, aunque volveremos a él más adelante, este asunto para asomarnos a la columna de Raúl del Pozo en la contraportada del diario de Unidad Editorial. Se titula Desmemoria y fábula y es una répilca al nuevo libro de Pilar Urbano.

Arranca contando cómo le pilló el golpe de Estado del 23-F, tomándose una copa en el bar del Congreso, de modo que se le «cayó encima el cubata» al tirarse al suelo al oír los tiros que pegaban los guardias civiles mandados por Tejero. Al final, dice sobre lo que cuenta Urbano en La gran desmemoria, de lo que informaba Miguel Ángel Mellado en El Mundo unos días antes:

España, ese ruido de sables desde Narváez, el espadón de Loja, a la pistola de Tejero, no se compendia en los hechos, sino en las opiniones y creencias de las sectas, y Pilar ha mezclado la fábula con los bocados de chusquel real y las pipas del general.

Lo que yo vi y viví el 23-F no se parece en nada a esa historia fantasmagórica.

Lo realmente jugoso, con independencia de que sea cierto –que a algunos se nos antoja que tiene muchos visos de serlo– o no, de lo revelado por Urbano no es lo que ocurriera en los primeros momentos del golpe en el Congreso de los Diputados. En absoluto, lo interesante es cómo se habría llegado a ese punto, las conspiraciones y las jugadas de diferentes partidos y personas, incluyendo al Rey. Y sobre eso, el testimonio de un periodista parlamentario que tomaba cubetas mientras los diputados votaban la investidura de un nuevo presidente del Gobierno, momento en el que comienza el golpe, no resulta especialmente valioso.

Resulta llamativo un ataque tan directo de un columnista de El Mundo a una exclusiva de su propio periódico, tal vez responde a una estrategia del diario para compensar el malestar que en la Casa Real haya podido generar el libro de Urbano y la información de Miguel Ángel Mellado al respecto. Al fin y al cabo, se esperaba que bajo las órdenes de Casimiro García Abadillo el rotativo de Unidad Editorial fuera mucho más amable con el Rey y con su familia que en la época en la que el director era Pedrojota Ramírez.


Jaime González.

Volvemos a la violencia de ultraizquierda de la mano del diario madrileño de Vocento. El jefe de opinión de ABC, Jaime González, titula La justicia está en las nubes, donde compara las penas que se pide para los acusados de sitiar el Parlamento catalán en 2011 (cinco años y medio de prisión para cada uno) y el trato dado a los detenidos por la violencia de la denominada ‘Marcha por la dignidad’.

Nada que objetar a los cinco años y medio de condena que solicita para cada uno de ellos el Ministerio Público, aunque alguien me tendrá que explicar por qué asediar, con un «comportamiento violento e intimidatorio», a los diputados de una Cámara autonómica tiene una pena infinitamente mayor que quitarle un casco a un policía y golpearle brutalmente con una piedra en la cabeza, que no tiene ninguna. A los terroristas urbanos de Barcelona se les acusa de un delito contra las instituciones del Estado, pero a los terroristas urbanos de Madrid que el pasado 22 de marzo hirieron a 67 agentes los han puesto en libertad. Se conoce que no está claro si las piedras golpearon en las cabezas de los policías o las cabezas de los policías golpearon en las piedras. El Código Penal se presta a todo tipo de interpretaciones, pero tamaña diferencia de criterio me parece un agravio comparativo intolerable.

Concluye:

Si acosar violentamente a un padre de la patria lleva aparejada una pena de cinco años y medio y 7.500 euros de multa, pero reventarle la cabeza a un policía sale gratis, es que la democracia no ha llegado al Código Penal. Lo del helicóptero me tiene confundido: escapar volando de una algarada callejera es un agravante mayor que te muelan a palos sobre una acera.

Nos parece que tiene toda la razón, aunque trabaje en ABC.

Para concluir, nos asomamos a dos opiniones totalmente divergentes sobre el programa de Jordi Évole en laSexta del 20 de marzo de 2014, sobre el País Vasco. Sin salir de ABC, nos asomamos a la columnas de Hughes, titulada Que lo pongan sobre la mesa.

Exponer el «dolor» batasuno, así, en este momento, es algo obsceno. Pero lo vemos todos los días. Eso tan periodístico y bobalicón de «contar una historia». Sin el andamiaje intelectual una historia solo es un trajinar de glándulas. Igualmente errado Herzog cuando apeló a la concordia humana entre vascos frente a la injerencia de Madrid. Por el lado emotivo de lo fraternal (que nos desarma) se escaparía de una antipática verdad: lo vasco no es solo vasco. Y la violencia, como la soberanía, incumbe a cada español.

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Por su parte, en El Peiódico, Ferran Monegal está encantado con el programa, en especial con el concejal del PP. Titula Aquí no hay cuentas en Suiza.

Viendo Évole que Herzog no tenía pelos en la lengua, y que hablaba claro y con valentía, le preguntó si estaba insinuando que a algunos personajes importantes de su partido no les interesa el fin de la violencia. Herzog no se achicó. Respondió: «Si tienes una empresa de seguridad, o intereses en esa empresa, te interesa que no haya seguridad para vender tu producto». Y automáticamente Évole repreguntó: «¿Insinuas que a alguien como Mayor Oreja le interesa que aquí la situación esté excitada?». Respuesta: «Pudiera haber sido. No lo afirmo, porque me puedo ver en una querella (…) Se está jugando contra la sociedad del País Vasco, contra nosotros mismos, por intereses espúreos (…) El Partido Popular, el del País Vasco, es de chapeau. Del primero al último. Aquí no tenemos nadie una cuenta en Suiza». ¡Ah! Solo por este testimonio el viaje de Évole ya habría valido la pena. El testimonio de un concejal del PP que ha recordado cómo han matado vilmente a todos sus amigos, a personas de su entorno político y, no obstante, cree en la reconciliación, y detecta en su propio partido (la parte que está a 470 kilómetros de distancia) «intereses espúreos».

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No vamos a entrar aquí a valorar el programa en general ni las entrevistas en concreto. Hemos de reconocer que no lo hemos visto todavía, por lo que sería muy apresurado por nuestra parte entrar a replicar a cualquiera de estos dos columnistas. Por el momento, animamos a los lectores a que se vean los vídeos y se hagan su propia opinión. Nosotros nos comprometemos a hacerlo también.

 

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Autor

Antonio Chinchetru

Licenciado en Periodismo y tiene la acreditación de suficiencia investigadora (actual DEA) en Sociología y Opinión Pública

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