OPINIÓN / REPASANDO COLUMNAS

Gistau a los republicanos: «Han terminado por convertir la tricolor en una bandera de la hoz y el martillo»

Antonio Burgos retira la condición de monárquicos a la legión de los juancarlistas, pero surgen hasta 'letizianistas'

Para Ruiz Quintano hay más libertad en las Monarquías que en las Repúblicas

La mayoría de las columnas del 3 de junio de 2014 eran de aplauso al Rey. Era abrir el periódico y escuchar las ovaciones. Este 4 de junio, pasado el entusiasmo, muchas columnas son de preocupación y hasta de asco por el espectáculo que están dando los republicanos de la bandera tricolor y los manipuladores del nuevo monarca.

El más duro y más atrevido es Federico Jiménez Losantos (El Mundo), que responde a quienes ya ponían deberes al príncipe Felipe, desde Juan Luis Cebrián a Felipe González.

Más sutil y peligrosa es la maniobra de algunos medios como los encabezados por Cebrián y Godó, verdaderos poderes fácticos en el juancarlismo que llevan veinte años denunciando en sus rivales mediáticos oscuras conjuras republicanas, y que endosaban ayer al Príncipe un montón de tareas políticas, reformas sociales y cambios constitucionales que un Rey no tiene en su mano hacer salvo dando un golpe de Estado. La peor manera de recibir al nuevo rey es atribuirle facultades que no tiene y tareas que no puede realizar. Felipe no es Hércules de Borbón.

La untuosidad del diario de Godó -cuyo imperio audiovisual es una gran plataforma separatista y púlpito del odio a España- apunta a que el futuro Rey debe asumir una reforma constitucional que liquide la soberanía nacional española, reconozca a Cataluña como un Estado independiente dentro pero fuera de un Estado Español cuya función esencial sería la de asegurar pensiones y nóminas, apuntalar la monstruosa deuda catalana y dejar que el Barça gane la Liga cada dos años. Vamos, que el hijo haría lo que al final no habría querido hacer el padre.

No le encarguen lo que ni ellos son capaces de explicar ni el PP y el PSOE se han atrevido aún a perpetrar.

Me deja pasmado que en El País de hoy se publique un artículo contrario a la tesis marcada por Cebrián, y lo firma Jesús Ceberio, antiguo director del periódico. Para éste, el nuevo rey debe ajustarse a su papel constitucional.

Empieza su reinado en medio de la más grave crisis institucional y económica de esta democracia tan reciente, con unos políticos ensimismados e incapaces de dar respuesta a las exigencias ciudadanas, pero nadie espera de él que resuelva los graves problemas de nuestra vida pública.

Seguramente basta con que cumpla dos exigencias más prosaicas que se echaron de menos durante el mandato de su padre y que hoy resultan imprescindibles: transparencia (en las cuentas, pero también en las agendas) y ejemplaridad. Esa es la legitimidad de ejercicio que podría convencer a ciudadanos tan poco monárquicos de que la Monarquía aún puede ser útil.

LOS REPUBLICANOS TAMBIÉN SON «LO VIEJO»

Las concentraciones republicanas en varias ciudades españolas demostraron varias cosas, como el menguado número de los republicanos y el desprecio que éstos tienen por las leyes y por los símbolos que les desagradan, como la bandera rojigualda.

Ignacio Ruiz Quintano (ABC) vuelve a confirmar por qué me parece uno de los mejores columnistas de la prensa española. Primero, constata que ha habido más libertad en España bajo las monarquías que bajo las repúblicas.

Como español que no puede ser otra cosa, hay que sentirse monárquico por muchas razones culturales y una razón utilitaria: aquí la Monarquía siempre amparó a los republicanos, pero la República nunca toleró a los monárquicos.

Y añade el gusto de los españoles (bueno, de todos los instalados en la posmodernidad) por regenerarse periódicamente con la destrucción o el olvido de lo existente

Los tiempos corren tanto que en poco más de un año hemos visto renunciar a un Papa y a un Rey, dos títulos que auparon a Europa a la cumbre cultural del mundo. (…) Vale que los tiempos corren, pero la renuncia del Rey muestra que en España los regímenes y los reinados duran dos generaciones: el tiempo que empleamos en hacer un capitalito (económico, pero también moral) más el tiempo que tardan nuestros hijos en dilapidarlo. Después, «tabula rasa», estreno de régimen, amnistías generales y volver a empezar. Es la mentalidad católica del pecado y el arrepentimiento (reseteo) aplicada a la política.

Luis Ventoso (ABC) recurre a los hechos históricos para refutar a los niños republicanos.

La decantación intelectual por la opción republicana es respetable y legítima. Pero lo que se da de coces con el sentido común es añorar algo que resultó un completo fracaso, tal y como han consignado historiadores de todo signo.

Durante la supuesta Arcadia republicana, de 1931 a 1936, la economía funcionó mal y la peseta se devaluó un 20 por ciento. Las huelgas revolucionarias constituían un desafío constante, con el anarquismo fuera de control. La carcoma separatista fertilizó. La intolerancia se exacerbó.

En noviembre de 1932 aquel Gobierno tan democrático suspendió y se incautó de cien publicaciones, por la osadía criminal de pensar diferente. Multas, detenciones de directores, secuestros (la hemeroteca de ABC resulta elocuente). En 1934, incapaces de aceptar la victoria de los conservadores en las urnas, los socialistas auspician la Revolución de Asturias, intento violento de imponer un rodillo a la soviética.

En la columna de Antonio Casado (ElConfidencial.com) encuentro uno de los mejores argumentos contra la demagogia de los tricolores.

¿Por qué no reclamar un referéndum sobre las autonomías, los sindicatos, la bandera de España, la confesionalidad del Estado…?

Y David Gistau (ABC) incluye a los republicanotes entre lo viejo quese jubila con Juan Carlos I.

El parlamento todavía no se parece, porque tiene una media de edad más alta, a ese reflejo de las encuestas en el que el apego a la Monarquía casi no existe en la juventud. Por ello el debate republicanista es más fuerte en la calle, donde sin embargo se da una paradoja que concede ventaja a Felipe VI como estadista del siglo XXI: tanto la tricolor como sus ‘cayolaras’ , con ese sabor residual a años treinta, son los que forman parte de ‘lo viejo’, y como mínimo se igualan en presunción anacrónica.

Si Felipe VI consigue no rodearse de vetustos cortesanos de los de sombrero tirolés y servilismo acrítico, hasta arrebatará la imagen de modernidad a aquellos que, habiendo hecho cautiva a la república de una reducción ideológica, han terminado por convertir la tricolor en una bandera de la hoz y el martillo por otros medios y con torpe camuflaje. Así solo puede ser republicana mi mitad francesa.

Pero un grupo de alborotadores puede bastar para hacer caer un régimen, como recuerda Raúl del Pozo (El Mundo), que también conoce la Historia de España.

Todo lo que ocurra depende de los extras que reúnan los republicanos en la Puerta del Sol. Cuando se proclamó la República, cuenta Pla, se lo tomaron a broma, hasta que empezaron a llegar oleadas a Sol; y Madrid -«cuya única razón de existir durante tantos siglos ha sido la Monarquía»- la vio hundirse, entre el cretinismo de las clases cuya única razón de existir ha sido el carnaval de los reyes.

«EL JUANCARLISMO HA MUERTO»

Los monárquicos de toda la vida, cuando en España sólo eran ellos, Franco y Pemán, empiezan a fruncir el ceño, y señalan la campechanía y el fervor juancarlista como dos puntos débiles de la Monarquía.

Alfonso Ussía (La Razón) está enfadado con su Señor, pero porque Don Juan Carlos fue campechano y rompió el protocolo hasta en su abdicación. En su columna pone el dedo en la llaga en uno de los defectos de la Monarquía de Juan Carlos: estar pendiente del qué dirán.

Creo que podría haberse grabado su abdicación en el Salón del Trono del Palacio Real (…). Las cámaras hicieron lo posible para convertir el despacho del Rey en el despacho de un subdirector general adjunto a la presidencia de Correos y Telégrafos. Podrían haberse esmerado un poco. Los escenarios también son Historia y se convierten en Historia futura. No hay que temer las reacciones y las críticas de los de siempre.

Entre el chándal de los tiranos y la uniformidad de Isabel II hay un largo abanico de posibilidades. El Rey no estaba pronunciando un mensaje de Navidad. Estaba abandonando el trono después de 39 años de formidable Reinado. No sé, pero un poco más de gusto y estética institucional no hubieran estado de más. Escena pobretona para un acto fundamental. El Rey abdica con sus alabarderos dándole guardia. No con fotos familiares.

Antonio Burgos (ABC) riñe a los juancarlistas y les lee la cartilla del buen y leal realista.

Ser juancarlista es la mejor forma de no ser monárquico. Con razón dicen lo ya citado de «yo no soy monárquico, soy juancarlista». Por descontado que no eres monárquico, hijo. Se es monárquico de la Institución, no de las personas

Y tiene algo de razón.

Miedo me dan hoy los juancarlistas. ¿Qué harán ahora que su Rey ha abdicado? Aunque insistan en que no eran monárquicos, ¿se harán felipistas, partidarios fervientes de Don Felipe VI? ¿O abdicarán ellos también de la admiración, respeto y aprecio por la Institución, que han ligado, ay, a una persona y no a un concepto consustancial con la Corona, cual la continuidad dinástica? En esta hora me hubiera gustado que en España hubiera habido menos juancarlistas y más monárquicos a secas, sin nombres ni personalismos, de los de la Corona y Sanseacabó.

El juancarlismo ha terminado: ¡viva la continuidad dinástica!

Ni juancarlismo ni felipismo. Empieza a surgir el letizianismo y una de sus primeras panegerista es Ely del Val (La Razón).

El de Letizia es un papel secundario capaz de hacer de la película de este nuevo episodio de la monarquía un éxito o un fracaso. De momento, la prensa extranjera se deshace en elogios hacia la nueva reina de España. Ahora solo falta que haga patria consiguiendo por unanimidad el Goya a la mejor secundaria. Lo dicho: todo un reto.

Qué pensamientos tan profundos y qué metáforas tan elaboradas, ¿verdad?

En su mensaje de anuncio de la abdicación, el Rey mencionó la necesidad de dar paso a una nueva generación. Francisco Marhuenda (La Razón) sigue empeñado en jubilar a Luis María Anson como defensor de la Monarquía y le copia uno de los argumentos más repetidos: los países democráticos con monarquía.

La Monarquía necesita ser difundida y acabar con los tópicos que utilizan aquellos que defienden, legítimamente, la república. Algunas de las democracias más avanzadas y prósperas del mundo son monarquías. En esos países de la Unión Europea no hay debate sobre esta cuestión, como algunos pretenden ahora plantear, y la institución cuenta con el apoyo de la inmensa mayoría de la sociedad. Éste es el mayor reto que afrontará el nuevo Rey, porque hay que pasar de ‘juancarlistas’ a monárquicos y creo que no le será difícil conseguirlo.

SOSTRES: QUE FELIPE VI SE CORONE EN MONTSERRAT O POBLET

Los catalanes también tienen que aplicar a la abdicación su hecho diferencial.

Cebrián usó la abdicación como estaca para medir las costillas al Gobierno de Rajoy por no pactar con los catalanistas; hoy sigue en ello Toni Puigverd (La Vanguardia).

Hay que escuchar a Cataluña, pero también a los jóvenes que se sienten empujados al fatalismo y la resignación.

Se resolverá mal el tiempo nuevo, si el PP, aprovechando la mayoría absoluta, maniata al nuevo rey para que nada cambie. Entonces, la calle se desbordará, los conflictos que ahora son visibles estallarán, la izquierda purista barrerá al PSOE y, aunque, gracias al «factor miedo» el PP consiga pergeñar una nueva mayoría, la suerte del nuevo monarca (y de la monarquía) estará echada.

Si el rey Felipe consigue encabezar la apertura, el futuro, por difícil que sea, está asegurado. Pero si es un juguete táctico en manos de un PP de mira corta, que Dios nos coja confesados.

En cambio, Salvador Sostres (El Mundo), que ahora es más partidario del principio monárquico que los ordenanzas del emperador Francisco José I, tiene una solución más sencilla para acabar con el separatismo: que el príncipe sea proclamado en Cataluña.

Lo primero que un rey tiene que hacer, para merecer tal nombre, y tal cargo, es comparecer. Un rey jamás va de incógnito. Para ir de paquete en una moto ya están los presidentes de las repúblicas, con su casco y su democracia.

Algunos le sugerirán al todavía Príncipe de Asturias que cuando sea rey mantenga un perfil bajo, que haga lo posible por pasar inadvertido, para calmar los ánimos. Serán sus peores consejeros, los más zafios.

300 años después, España y una idea de Cataluña vuelven a encontrarse en el campo de batalla. De 1714 hasta el lunes por la mañana. De Felipe V a Felipe VI. 300 años exactos. Parece como si alguien hubiera estado mirando el calendario.

Felipe VI tiene que coronarse en Montserrat, o en Poblet, porque nada como un gran abrazo, cariñoso y sincero, mantiene unidos a los hombres y a los pueblos.

Ojalá todo fuese tan sencillo, querido Salvador.

UN CATEDRÁTICO QUE NO SABE ESCRIBIR

El profesor Juan M. Blanco (Vozpopuli.com) es muy crítico con el Rey y con los planes para la sucesión. Es el primer columnista que veo que menciona un asunto peligroso para Don Juan Carlos y su hijo: la fortuna que el primero se ha construido en su reinado.

Felipe no es sólo heredero al trono. También, si las informaciones son ciertas, futuro beneficiario de esa fortuna valorada en 2.000 millones de dólares que la prensa internacional atribuye a su padre. Si desea recuperar la credibilidad de la monarquía, debe aferrarse a la transparencia aclarando todos los detalles. El público está demasiado cabreado para aceptar una suerte de amnistía o ley de punto final, un entierro del pasado como si nada hubiera ocurrido. Otro «error Berenguer» ochenta años después. Sin levantar las alfombras, muchos podrían ver la abdicación como un «coge el dinero y corre» para burla y escarnio de los sufridos ciudadanos.

La Monarquía y la abdicación aparecen en el premio a la columna ridícula, que se lo doy a una tribuna de José Manuel Cuencia Toribio. Sus alumnos han sufrido su estilo pedante y recargado en sus libros. Hoy, en ABC, lo sufren los lectores que pasen del titular. Todo el párrafo que copio a continuación es una sola oración:

La apelación a la historia que se descubre siempre como viga maestra para la edificación de cualquier sistema de ordenación social y convivencia cívica no acude, ciertamente, a favor del despliegue tan ardido y entusiasta como el vehiculado en estos momentos por estratos de enorme pujanza, en porciones sensibles de la comunidad nacional, de un pueblo encarnado más en la literatura y en la evocación épica del pasado que en la realidad de una España ubicada en parámetros netamente modernos y volcada resueltamente al porvenir, en donde, con certeza, cree y espera encontrar los claves de su desarrollo y las soluciones a sus problemas esenciales.

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Autor

Pedro F. Barbadillo

Es un intelectual que desde siempre ha querido formar parte del mundo de la comunicación y a él ha dedicado su vida profesional y parte de su vida privada.

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