Juliana asegura que 'Madrit' quiere dirigir al nuevo Rey
Este 20 de junio de 2014 primer día del reinado de Felipe VI, a quien Dios guarde, los periódicos traen la misma columna. y no me refiero al artículo de Mariano Rajoy, que se reproduce en casi todos, sino a esa columna en que se cubre de azúcar y nata a don Juan Carlos I como si fuese una tarta de bodas.
Victoria Prego, Francisco Marhuenda, Pilar Ferrer, Ramón Pérez-Maura, Màrius Carol, Fernando Ónega, Raúl del Pozo, Jaime González, Abel Hernández, Antonio Casado y tantos otros nos cuentan cuánto debemos a don Juan Carlos, de modo que el sobrenombre que se le podría asignar al antiguo rey es, en vez de el Campechano, el Inmerecido, porque ha sido tan bueno, tan sabio, tan valiente que no nos lo merecemos. Las únicas voces ligeramente originales en este coro son las de Mayte Alcaraz, que en ABC elogia a la infanta Elena y Lucía Méndez, que en El Mundo se extasía ante la reina Sofía.
El País es sin duda el periódico más avejentado de todos, porque varios de sus columnistas se empeñan en contarnos la Transición. Como Rosa Montero y Josep Ramoneda.
Por la repetición del tema, de los adjetivos, de la lista de nombres y fechas y del estilo, el único atractivo se encuentra en los columnistas que se atreven a romper la uniformidad de este desfile.
Empiezo con los que critican la austeridad (otros dirían pobreza o racanería) de la ceremonia de la proclamación. Porque en esta España triste y progresista pedir protocolo es revolucionario.
LA POMPA ELEVA EL SENTIMIENTO MONÁRQUICO
Alfonso Ussía (La Razón) se queja no sólo de que los españoles nos neguemos a convertir los fastos monárquicos en una parte capital de la industria turística, sino de la decadencia de la sociedad española desde 1975, cuando comenzó el reinado ayer terminado.
En el Reino Unido, el titular de la Corona es sagrado, y la Monarquía uno de los grandes negocios turísticos. Al cabo del año, acuden más turistas a contemplar el cambio de guardia en el Palacio de Buckingham que a los museos y teatros londinenses. En España, los complejos han restado brillo a los actos públicos del Rey, exceptuando los castrenses, que tienen la solemnidad y el rigor garantizados.
(Felipe VI) Lo va a tener más difícil que su padre. Aunque parezca mentira, la sociedad española es menos culta y sosegada que en 1975. Quien lo dude, que repase, por ejemplo, la calidad de los diputados y senadores del ciclo constitucional y la compare con los de ahora.
Y señala el plan de los nacionalistas, que aparece hoy mismo en los editoriales de La Vanguardia y El País.
Los nacionalismos van a acogotar al nuevo Rey con sus incalificables pretensiones, e intentarán desgastar su figura arbitral haciéndole responsable de decisiones políticas que no le competen.
José García Domínguez (Libertaddigital.com), al que yo intuyo cercano a la conversión, tanto religiosa como monárquica (pero a la monarquía de verdad, no a la del ex falangista Juan Luis Cebrián), dice que el dinero está para gastarlo en cosas importantes, como las coronaciones.
Walter Bagehot, un monárquico inglés que conocía bien los rincones más ocultos del alma humana, nos dejó escrito que «la gente respeta lo que podríamos llamar el espectáculo teatral de la sociedad». Y el clímax de esa gran representación colectiva se da en entronización de un rey. De ahí lo muy necio de andar preocupándose por la austeridad en una ceremonia tal.
Allá por 1952, en plena posguerra europea, esto es, cuando en Inglaterra no había austeridad sino pura y dura miseria, la coronación de Isabel II consistió en un despilfarro tan deliberado como gozoso. Se hizo con toda la grandeza posible, con pieles, con oro, con joyas, con caballos y con incontinencia. Todo un país abatido necesitaba un contacto con lo sagrado, un rito de comunión nacional, que por sí mismo justificaba el dispendio. Nunca hubo más monárquicos en el Reino Unido que después de aquella ceremonia. Nunca. Que Dios guarde al Rey.
Pablo Sebastián (Republica.com) sigue rondando en torno a las causas de la abdicación.
La abdicación de don Juan Carlos ha sorprendido, y más aún el procedimiento de urgencia del relevo en la Jefatura del Estado que ha impedido hacer una solemne despedida al rey Juan Carlos y una ceremonia de proclamación de don Felipe VI más pausada y de más empaque. Y los palacios de la Moncloa y de la Zarzuela sabrán el por qué de ambas decisiones de urgencia.
David Gistau (ABC) reconoce que la emoción en la abdicación de ayer la pusieron las personas y no el escenario
La austeridad del ceremonial equivale a la prosa carente de retórica, descarnada. Hubo tan escaso adorno en el Salón de Columnas que hasta un movimiento de párpados adquiría importancia categórica. Parecía haber sido convocado público para asistir a un gesto nimio del monarca, a una rutina, como en la pompa versallesca, cuando los cortesanos se sentaban a mirar al rey mientras comía. Pero resulta que a veces la sensación de contemplar historia proviene del instante en que un hombre con dificultad para caminar firma con un trazo antaño más firme en un silencio tan hondo que se oye el roce de la pluma sobre el papel. A las 18:13 se nos volvieron pasado las monedas, toda la emulsión numismática de 39 años españoles despedidos con una ovación larguísima, triste e igual de austera que la propia tarde y que esos retratos de los reyes antiguos que en nuestra pintura de cámara apenas son rostro y gorguera sobre un fondo negro.
Y una mención a la gran ausencia:
Cuán evocadora de las desgracias de los últimos años fue la ausencia de la infanta Cristina, borrada como lo eran en Roma los condenados a «damnatio memoriae».
CACHO: ¿SE MARCHARÁ A MÓNACO CON CORINNA?
Agradezco a José Oneto (Republica.com) que, dada su edad, no se apunte al batallón de veteranos de la Transición y en vez de ello se una a los guerrilleros de la ceremonia pa’pobres.
El acto de este miércoles parecía un acto de firma ante un notario (…) o ante un registrador (es el caso porque allí estaba para refrendar la abdicación Mariano Rajoy Brey, según establece la Constitución) que ha carecido de emoción, de grandeza y de calor humano
Solo el inesperado beso de doña Sofía a Don Juan Carlos, el abrazo efusivo y emocionante de padre e hijo, y el gesto de dejar al nuevo Rey, el puesto que ocupaba desde el inicio de la ceremonia el Rey que se va, ha dado un poco de calor humano a una ceremonia que es una ceremonia histórica con la que se abre una nueva era en la historia del país.
Como cuenta sorprendido el periódico británico Financial Times, tan cuidadoso con todos los asuntos relacionados con la Monarquía, por lo menos con la Monarquía británica «España tendrá un nuevo Rey, pero a cualquiera que pasee por las calles de Madrid le resultaría difícil notarlo. Por ningún lado se ve la imagen de este monarca. Las tiendas de recuerdos tienen los mismos artículos de siempre y en las grandes avenidas de la ciudad no se ven banderas ni banderines patrióticos».
Jesús Cacho (Vozpopuli.com) califica así la ceremonia:
una ceremonia artificialmente alargada, mal planteada como todo el histórico espectáculo de la abdicación de Juan Carlos I que estamos viendo, todo improvisación, todo a matacaballo, de tapadillo todo, todo aderezado con toneladas de precipitado baboseo, ese melifluo baboseo que despiden los cortesanos de la pluma y el micrófono, pero todo teatral al tiempo
Y añade opiniones sobre el futuro de don Juan Carlos:
Quiere viajar y dice el rumor, Madrid capital mundial del rumor, que en pleno ferragosto podría haber un discreto comunicado anunciando la separación, ruptura ‘de iure’ de un matrimonio que ‘de facto’ hace muchos años, casi una glaciación, dejó de funcionar, y hay quien dice que tal vez tenga en Mónaco una especie de segunda residencia, aunque lo de Corinna no está claro, no está clara la relación entre ambos una vez las partes consigan ponerse de acuerdo sobre las cuentas, que lo que ahora está en cuestión no son cuentos, sino cuentas
Y de la reina Letizia dice lo siguiente:
que ni una simple mirada recibió del Rey saliente, una más a la larga lista de ofensas que empezó en aquellos meses que la periodista Letizia («Former CNN reporter to become Queen of Spain», titulaba ayer la cadena) pasó semiescondida en las habitaciones del Príncipe en Zarzuela, sin bajar a comer con los reyes, sin ver a los reyes, mientras los ayudantes de cámara la educaban, le enseñaban a comportarse como futura Reina consorte, oculta en la trastienda de palacio hasta que el compromiso se hizo firme. «No sé si ella podrá aguantar como Reina, porque ese sí que es un oficio difícil», sostiene la misma fuente, «aunque en realidad aguantar en la España de hoy será el gran problema de Felipe VI».
Acabo con Ignacio Ruiz Quintano (ABC), que compara a los reyes con los presidentes de república.
Los Reyes son siglos, piedras, unidad (de la monarquía de España, dice Gracián, «así como es menester gran capacidad para conservar, así mucha para unir»), continuidad, rito. Un presidente ( lo que no es tradición es plagio) es un rey venido a menos que tiene que hacer teatro para poder cenar.
– Durante años – contaba Reagan- he oído la pregunta: «¿Cómo puede un actor ser Presidente?» Ahora me digo cómo puedo ser Presidente y no ser un actor.
A un Rey el pueblo solo le pide buena suerte.
CARRASCAL CONFUNDE PÍO BAROJA CON SÁNCHEZ ALBORNOZ
El presidente de la Generalitat, Artur Mas, que siempre se anda quejando de las faltas de respeto que padece, no acudió a la abdicación, pese a que es una autoridad del Estado; pero su ausencia, como la del presidente autonómico vasco, destaca el gran problema al que se enfrentan los españoles y el nuevo Rey.
Enric Juliana (La Vanguardia) advierte que son los madrileños los que quieren imponer a Felipe VI las directrices de su reinado.
Hay un monarquismo que hubiese querido una proclamación más ostentosa, más alfonsina. Y hay un oficialismo madrileño que desde el minuto uno de esta madrugada intentará determinar la caligrafía del nuevo rey de España. Este va a ser un dato importante de la crónica política.
De ese «oficialismo madrileño» es parte principal el ABC, y la Tercera de hoy la escribe José María Carrascal, que se apunta a la tesis de un nuevo pacto por encima de la Constitución.
Los catalanes son, como están demostrando, como todos los españoles, apasionados, orgullosos, visionarios, y sin ser tan inteligentes como se creen ni tan peseteros como tienen fama, tienen una tendencia al pacto mayor que la del resto de nosotros. En cuanto a los vascos, ¿qué voy a decirles de ellos? Los vascos son el alcaloide de lo español, según Baroja. Tal vez sea la mayor dificultad al tratar con ellos.
Sería demasiado pedir al nuevo Rey, por más que haya estudiado dentro y fuera del país, que nos lo resuelva, que es lo que pedimos los españoles a nuestros gobernantes, para poder dedicarnos a lo que nos gusta o, sencillamente, para criticarlos luego. Pero así no se resuelven los problemas en el siglo XXI. Todos tenemos que poner algo de nuestra parte, todos tenemos que ceder algo porque, a la postre, todos saldremos ganando.
Siempre, eso sí, que no lo quieran todo. Eso no sería un choque de trenes. Sería un descarrilamiento.
(Carrascal comete un error al atribuir la frase sobre los vascos a Pío Baroja, cuando es del historiador Claudio Sánchez Albornoz.)
Ignacio Camacho (ABC) subraya que Felipe VI tiene ascendiente simbólico, lo que, vistos los planes de los catalanistas y sus aliados en Madrid, no sé si es positivo.
El de Felipe VI es bastante distinto al de su padre: más hermético, más contenido, más ordenado, quizá menos empático o más distante. Más moderno también, o más actual. El monarca saliente era un inmigrante del siglo XX en el XXI; su hijo inaugura el protagonismo generacional de una sociedad ya mentalmente acomodada en la centuria vigente. El suyo apunta a ser un reinado menos intervencionista: otra proyección, otra sensibilidad, otro estilo. Nada tiene que demostrar excepto una cosa: que está equipado para el liderazgo intangible y para el pensamiento estratégico, para moverse con lucidez y peso específico en el estrecho pero esencial margen que media entre sus escasas funciones constitucionales y su intenso ascendiente simbólico… y político.
MILLÁS, ABANDERADO DE LA GENTE DEL COMÚN
A Juanjo Millás le gusta la pose de portavoz de la gente común (él, columnista en El País y tertuliano en la SER) a la que los acontecimientos históricos le resbalan que adoptó hace meses, y en ella sigue, aunque no se la crea ni él.
Vaya, vaya, me digo yo a mí mismo, intentando emocionarme un poco con las imágenes de la familia real. Pero el Acontecimiento Histórico continúa empeñado en seguir hacia el norte mientras que mi tren se dirige hacia el sur. Entiéndase por sur (es un ejemplo) el dolor de cabeza que me provocan los antiinflamatorios de mis viejos. En un momento dado el Acontecimiento Histórico y yo nos cruzamos y le digo adiós con la mano. Él levanta la suya, pero no para devolverme el saludo, sino para hacerme una peineta. Joder con la Historia.
De haber vivido en 1914, Millás habría dicho del atentado contra el archiduque Francisco Fernando en Sarajevo que ese asunto sólo importaba al que le tocase el puesto vacante.
Jorge Martínez Reverte (El País) censura a los magistrados de la audiencia Nacional que en su jornada laboral dejan plantados a los litigantes y aprovechan las horas pagadas por los contribuyentes para beberse unas cervecitas. Y tiene razón. Luego patina al tratar de correr hacia el ministro Fernández Díaz.
Hay una taberna en Madrid, en el barrio de Chueca, donde se reúnen casi cada día varios magistrados de la Audiencia Nacional para intercambiar bromas y francachelas y echarse unas cañas. Lo hacen en horario de trabajo, sobre las 13.00 o 13.30 horas, cuando sus deberes acuciantes no se lo impiden.
Es una buena noticia que los magistrados tengan tiempo libre, porque eso es una señal de que España es un país seguro. Las causas de especial relevancia no son tantas como parece cuando uno lee los periódicos.
Tras varias dudas, he decidido dar la columna ridícula del día a J. Ernesto Ayala-Dip, aunque he estado a punto de pronunciarme a favor de Arcadi Espada, que hoy califica a la idea monárquica de homeopática. El crítico literario argentino se pone el traje de constitucionalista y, claro, cae en lo irrisorio.
Ya como rey, Felipe, desde el primer minuto podrá (y tendrá) que colaborar a que los Gobiernos de España y el de la Generalitat se sienten a negociar. Podrá (y tendrá) que hacer que Mariano Rajoy invite a Artur Mas a dialogar sobre una solución en materias cultural, lingüística y financiera que Rajoy puede ofrecer (de la misma manera que lo podría hacer si gobernara el PSOE) y que Mas no podría (ni tendría) que rechazar. En este sentido, constitucionalistas de la talla y libre de toda sospecha de separatismo como Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón apoyan una solución de blindaje para las competencias básicas de Cataluña, sólo apelando a una generosa reinterpretación de nuestra Carta Magna.
De un verdadero Estado federal y el fin del «café para todos». Todo lo que no sea ayudar a resolver estas candentes cuestiones, será visto como más de lo mismo. Entonces sí, nuestra Monarquía parlamentaria tendrá un serio problema.
Aparte del abuso de los paréntesis y de la acumulación de tiempos verbales, Ayala-Dip, convertido en agente de Herrero de Miñón, no tiene ni idea de lo que es el federalismo, porque si se puede resumir en una frase simplona es la de «café para todos»: todas las comunidades autónomas con las mismas competencias. Y es a eso a lo que se oponen los nacionalistas catalanes, que quieren privilegios.