El diario cae en la cursilería al pedir "cambios en la mirada, en el clima y en el lenguaje"
El ejemplar de este 12 de septiembre de 2014 de La Vanguardia hay que leerlo entre líneas, como se decía en el franquismo. El extenso despligue de la manifestación de la Diada -14 páginas descontando las de publicidad- está pensado por el conde de Godó y Màrius Carol para conducir a los lectores de Madrit al editorial, destacado en la portada, donde el portavoz de Artur Mas y de Jordi Pujol pide al Gobierno y al resto de España un nuevo pacto antes de que el proceso se les vaya a de las manos a CiU y al periódico.
El tono del editorial parece de satisfacción, pero la lectura detallada revela que existe una gran preocupación en los círculos poderosos catalanes. La Vanguardia subraya que las «tres enormes manifestaciones durante tres años seguidos -2012, 2013 y 2014-, sin incidentes, sin un cristal roto, sin un rasguño», pero también que «no toda Cataluña salió ayer a la calle».
El autor del editorial se esmera por mezclar el agua y el aceite. La manifestación separatista e insultante para los demás españoles es «parte del capital político español ante el mundo». A la vez sostiene que la amplitud del movimiento separatista bloquea «cualquier tentación aventurista» y exige que la Generalitat cumpla la ley.
Pero, antes de que sea tarde (para CiU, se supone, en riesgo de ser devorada por ERC), La Vanguardia pide al Gobierno de Rajoy gestos, literalmente «cambios en la mirada, en el clima y en el lenguaje».
El título del editorial confirma lo antedicho: ‘El momento de un giro’. El que sea, pero un giro. Por favor.
La manifestación de Societat Civil Catalana en Tarragona no merece más que media página para La Vanguardia y sólo dos frases de caridad para pedir que se les tenga en cuenta, aunque se aparten de la mayoría catalana.
Una gigantesca movilización ciudadana, que expresa la enorme amplitud social que en estos momentos alcanza el catalanismo en su más alta gradación. Un gran empuje que viene de abajo, sin duda, pero también insuflado por arriba, ya que la Generalitat de Cataluña ha puesto todo su aparato institucional -que no es pequeño- al servicio de la movilización.
Afortunadamente, el ejemplar civismo de la manifestación de ayer demuestra que la civilidad no se ha roto en Cataluña. No estamos ante una sociedad rota, bloqueada e irremisiblemente enfrentada. Sería conveniente que desde Madrid se afinase el diagnóstico sobre este particular.
El Gobierno de España defenderá, sin duda, el estricto cumplimiento de la Constitución en las próximas semanas. Y el pronunciamiento del Tribunal Constitucional será determinante. El Gobierno de España no puede ignorar, sin embargo, el éxito y la contundencia de la manifestación de ayer y la corriente de fondo que expresa.
La movilización pacífica y sostenida de centenares de miles de catalanes debiera ser correspondida por cambios estilísticos por parte del poder español. Cambios en la mirada y en el lenguaje, de entrada. Eso sería lo deseable. Signos de cordialidad y apertura antes de entrar en la cuestión de fondo. Atemperar y pacificar, en vez de situarlo todo en el campo de las maniobras preelectorales. Cambios en la mirada, en el clima y en el lenguaje.
La cuestión de Cataluña no se resolverá con el Aranzadi en la mano, ni con horizontes coercitivos. Hay que ensanchar la comprensión política de la realidad, ante la cual siempre es mejor no ponerse de espaldas.