Arranca una nueva semana con pocas sorpresas, en cuento a los temas tratados, en los espacios de opinión de la prensa de papel de Madrid y Barcelona. Las cuestiones más tratadas el 29 de septiembre de 2014 por los columnistas de las dos mayores ciudades españolas son el reto independentista catarán, incluyendo la intervención-bronca a los diputados de Jordi Pujol ante el Parlamento autonómico, y la reacción de los grandes partidos políticos ante el auge del partido trotsko-bolivariano de Pablo Iglesias, Juan Carlos Monodero e Íñigo Errejón. Tampoco falta alguna mención a la retirada de la reforma de la Ley del aborto y la dimisión de Alberto Ruiz-Gallardón.
Como cada día, hacemos sonar nuestra armónica de afilador y nos lanzamos a repasar lo más jugoso del columnismo de la jornada.
Comenzamos en Barcelona, en el auto proclamado ‘diario de la Calalunya real’, con un Jordi Évole que se lanza a comentar la marcha atrás del Gobierno en la Ley del aborto. La columna en El Periódico del que antes se hacía llamar ‘El follonero’ se titula El club de la comedia del PP. El periodista catalán concluye:
Recuerdo que en el 2007 ya había avanzado que no creía en «los discursos vacíos». Es que, al parecer, Rajoy está seguro de que la reforma del aborto vaciará de votos al PP. Y, hala, a cambiar ministros por votos, promesas por votos y lo que sea necesario para seguir vivos en el poder. «Si no le gustan mis principios, tengo otros», como soltó Groucho Marx. Lógico. ¿O ya no te acuerdas de eso otro que avanzó en el 2007? Me refiero a lo de «quiero verdad». Y, la verdad, me huelo que al presidente le importa un bledo lo que piensen las mujeres, incluidas las que piensan como él. Y él piensa, creo yo, como Gallardón, pero todo es comedia. Es el club de la comedia electoral del PP.
Lo cierto es que resulta un tanto atrevido meterse en la mente de Rajoy, o en la de Évole. Pero ya puestos a decir lo que uno cree, a este humilde lector de columnas le da la impresión de que Évole busca sin más criticar al registrador de la propiedad que creíamos metido a Gobernante. Si Rajoy hubiera mantenido la reforma de la Ley del aborto, mal por ser un carda. Si da marcha atrás, mal por hacer un pariré electoralista y no actuar de forma consecuente a sus principios.
Al tomar el puente aéreo cambiamos, además de ciudad, de tema. En la contraportada de El País, Almudena Grandes escribe contra los dos grandes partidos españoles un artículo titulado Fantasmas. Arranca con una referencia al inicio de un libro tan nefasto (por sus consecuencias históricas) como absurdo por su contenido que ha sido la ‘biblia’ de unos regímenes comunistas que han costado millones de vidas humanas. Nos referimos a ‘El manifiesto comunista’. Dice Grandes:
Aunque no ha vuelto a nacer ninguno capaz de recorrer Europa, la política española se agita, con creciente desasosiego, en pos de un ejército de sábanas blancas.
Enseguida se le nota su pasión por Podemos, una organización que aunque trate de ocultarlo es comunista:
Otros, como la cruzada universal contra Podemos, brotan del miedo al fracaso, abismado y paralizante sentimiento que hace extraños compañeros de cama. Por seguir con las patologías, los partidos tradicionales en España se comportan como esas personas locas de celos que odian a muerte a los amantes de sus parejas, sin reparar en que, si quieren hallar culpables, deberían buscarlos entre quienes han roto su compromiso. Odiar al partido de Iglesias les reconforta, porque les exime de afrontar sus propias culpas y de reconocer las verdaderas razones del abandono de sus antiguos votantes, esos pobres ingenuos sin cultura, abducidos por el populismo. Así, la asesora de Sánchez le sugiere que llame a ‘Sálvame’ para acercarse al pueblo, pero no le explica el coste electoral que supone declarar que, en caso extremo, pactaría con el PP, nunca con Podemos.
Algo nos dice que esa declaración ya le ha costado al PSOE el voto de Almudena Grandes, si es que ella ya no tenía decidido antes dar su apoyo a Podemos. Quién sabe, el caso es que no es la primera vez que demuestra su pasión por los de Pablo Iglesias Turrión.
En ABC encontramos a un Ignacio Camacho que también habla sobre la reacción de los dos grandes partidos ante Podemos. Claro que él no desea precisamente que pacte con Podemos el partido del político empeñado en demostrar con sus camisas que su detergente lava más blanco. Titula La distensión. El columnista sostiene que entre PP y PSOE existe un ambiente de «relativa fluidez institucional». Apunta a un posible origen:
Quizá ese vientecillo de conciliación provenga de los montes del Pardo, de La Zarzuela. El Rey no puede tomar decisiones, pero tiene la función explícita de impulsar y promover la mediación, el arbitraje político.
Eso sí, ve un problema de tiempo:
A la hegemonía bipartidista actual le queda un año; luego sufrirá un severo retroceso en el que van a tener un importante papel el partido de la ruptura, Podemos, y otras fuerzas radicales, quizá con fuerza numérica en el Congreso para bloquear reformas de procedimiento agravado. Se trata además de un año electoral con dos o más convocatorias que dificultan el entendimiento transversal porque cada partido tiene que buscar su propio espacio. Lo que haya que hacer es menester hacerlo pronto y en medio de un notable desasosiego. La cuestión consiste en saber si las dos grandes fuerzas que han articulado hasta hoy la vida democrática española son capaces de trascender sus intereses de poder para ponerse de acuerdo respecto a lo que más les debería importar a ambos. El sistema.
La cuestión es qué deben salvar del sistema los dos partidos. Sin duda alguna, hay cosas que merecen la pena ser mantenidas y otras que no. Si PP y PSOE se empeñan en que nada cambie, en mantener ciertos privilegios de la clase política a toda costa, le estarán poniendo las cosas muy fáciles a los de Podemos.
Sin salir del diario madrileño de Vocento cambiamos de nuevo de tema y entramos en materia catalana. Lo hacemos de la mano de David Gistau, que titula Nuevo ambiente.
La firma, con una gran parte del Parlamento en formación militar detrás, con los matices abolidos, ha provocado una gran impresión, insólita al tratarse de un acontecimiento previsto. En ese instante han quedado frustradas las esperanzas de quienes creían que el hieratismo de Rajoy, esperando atrás con el Estado como el central espera con el «tackling» al extremo que viene en carrera, bastaría para ganar la batalla psicológica, para abrir crisis internas en el independentismo que le impedirían presentarse como un frente cohesionado y, finalmente, para hacer que el propio nacionalismo devenido montaraz se diera cuenta de su locura y suplicara ayuda para volver atrás.
Encontramos a alguien que no se cree eso del ‘manejo magistral de los tiempos’ que los palmeros de Rajoy atribuyen al presidente del Gobierno.
En La Razón, César Vidal, que anunciaba tres días antes su retorno a las ondas —Regreso a la radio— se pone modoso en el titular, S.O.B, I’ve read your book!!!, que explica a continuación en el texto de su artículo dedicado a Pujol.
Se cuenta que cuando el general Patton se enfrentó por primera vez con el Afrika Korps de Rommel exclamó satisfecho: «Son of bitch, I’ve read your book» (Hijo de perra, he leído tu libro). Aquella frase, no elegante, pero sí reveladora, venía a significar que nada de lo que pudieran llevar a cabo las tropas alemanas en el norte de África le iba a sorprender porque conocía la estrategia de su adversario.
Acto seguido no duda en recordar viejos momentos gloriosos del ABC, aunque no cita a la cabecera por su nombre, de ese ‘ABC verdadero’ del que tanto presume Anson:
Desde hace décadas, cuando la gente se deshacía en elogios de Pujol e incluso lo proclamaba el español del año, yo afirmé que era un cáncer para la libertad y un peligro para la estabilidad de España a la par que señalaba la profunda corrupción de su sistema.
Concluye:
No había que ser muy inteligente para darse cuenta de que todo lo que hubiera de vínculo con el resto de España, comenzando por el idioma común, sería aniquilado golpe a golpe bajo su despótica férula. Lo hizo durante décadas mientras, presuntamente, amasaba una fortuna que ahora atribuye a una herencia conseguida por su padre en colusión con las autoridades franquistas, con la supervisión de su mujer y con la ayuda de un judío «polonés». Pero todo era obvio desde el principio: el odio a España, el racismo repugnante, la destrucción de las libertades y el latrocinio que vendría. Lo era, al menos, para los que habíamos leído su libro.
Saltamos al periódico ahora dirigido por Casimiro García-Abadillo. Podemos leer a Pedro G. Cuartango, que titula El movimiento nacional. El autor de las brillantes ‘Vidas paralelas’ que ofrece cada fin de semana El Mundo no se refiere a la Falange de Franco, sino al nacionalismo catalán. Arranca:
Ha claro en los últimos días en dónde coloca su legitimidad Artur Mas: en la calle. Es a ella a quien invoca como fuente de legitimación para llevar a cabo una consulta ilegal, para la que pidió el pasado sábado el apoyo de las masas.
La apelación al poder de la calle frente a la legalidad constitucional no es nueva. Hay muchos precedentes en Europa y todos acabaron en desastre.
Concluye:
Lo peor que le puede pasar a Cataluña es que este conflicto político se traslade a la calle y degenere en una fractura social. Y esto es lo que está provocando el presidente de la Generalitat desde hace dos años al instigar el odio hacia España y la confrontación entre catalanes.
Cuando un dirigente pide ayuda a la calle y apela a las masas para sacar adelante una iniciativa se está convirtiendo en un demagogo. Y eso es lo que está haciendo Mas para burlar la ley, lo que va a traer nefastas consecuencias porque se empieza saltando un reglamento y se acaba tapando los delitos de Jordi Pujol, todo en nombre de la patria.
El afilador de columnas siempre ha pensado algo similar a lo que plantea Cuartango. Si Mas y los suyos creen que pueden violar la ley en nombre de una supuesta legitimidad, ¿qué les impediría hacer lo mismo en una supuesta Cataluña independiente y coartar de esa manera cualquier rastro de los derechos de los ciudadanos? Ciertos argumentos resultan muy peligros a medio y largo plazo.
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