La catarata de declaraciones, denuncias y revelaciones, sean verdaderas, falsas o exageradas, hechas en las últimas horas por elementos de la comunidad sanitaria pública de Madrid sobre el caso de ébola está causando más desazón en los españoles que los nuevos internamientos de supuestos contagiados.
El periódico ABC publica este 10 de octubre de 2014 un editorial titulado: ‘Ébola: demasiados portavoces’, en el que pide a todas las partes implicadas en este asunto que se callen de una vez y se pongan a trabajar. La parte más dura de su editorial es la referida a los sindicatos de profesionales de la sanidad y a los médicos y enfermeros que renuncian a atender a los enfermos de ébola o sólo sospechosos de tener el virus.
La Razón pide al Gobierno y a las comunidades que trabajen juntos y a los profesionales médicos que den ejemplo de seriedad. El Mundo, por el contrario, reclama al presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, que destituya a Rodríguez. El País, siempre atento a los intereses de sus lectores, editorializa sobre las tarjetas opacas de Caja Madrid y sobre el secuestro y asesinato de varias docenas de estudiantes en México.
En el caso del consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, lo mejor que puede hacer es hablar menos, abordar el problema con criterios más profesionales y dejar a un lado los comentarios coloquiales y poco oportunos que está prodigando sobre el comportamiento que tuvo la auxiliar de enfermería infectada antes de su contagio.
Esta imagen de profesionalidad de nuestro sistema sanitario se desdibuja con las resistencias, o directamente negativas, de algunos facultativos y enfermeros a participar en los equipos necesarios para tratar nuevos episodios de contagio del ébola, con el argumento de que carecen de formación adecuada.
No es fácil separar la verdad de la exageración en estos casos, pero la continuidad de mensajes negativos a la opinión pública empieza a sonar oportunista en boca de profesionales -o de sus sindicatos- de los que cabe esperar, ante todo, mayor discreción y, en todo caso, una predisposición más visible a sumar su esfuerzo al de los compañeros que no dudan en meterse en equipos de descontaminación calurosos e incómodos, para combatir uno de los peores virus conocidos.