David Gistau: "El método de selección de candidatos de Esperanza recuerda un interrogatorio policial"
Mientras vierto el café en la taza y remuevo con la cuchara, recuerdo las frases de Felipe González, prepotentes, de señorito sevillano o latifundista extremeño, que es en lo que se ha convertido ahora, con las que desdeñaba como conspiraciones o pataletas de la derecha toda acusación y toda prueba contra sus ‘compañeros’, fuesen Luis Roldán, Carlos Sala, José Barrionuevo, Rafael Vera, Carlos Solchaga o Mariano Rubio. Se me aparece también el Jaguar de Ana Mato y Rajoy no diciendo nada.
Ahora, por el contrario, basta una imputación de nada, para que la chusma de la partitocracia corra empuñando las horcas y las guadañas detrás del sospechoso como la masa detrás del monstruo de Frankestein o del negro acusado de violar a una niña blanca.
Ignacio Camacho (ABC) intuye que el PSOE va a engendrar Robespierres que pedirán las cabezas de Manuel Chaves y José Antonio Griñán.
Porque en su histeria por adaptarse a la alarma ciudadana los partidos han dado en considerar ese estado vagoroso de implicación como la frontera de los ceses, las expulsiones y otros destierros del paraíso sectario. Han pasado de no darse por aludidos por torrentes de evidencias a una hipersusceptibilidad forzosa y literalmente sumarísima, arrastrada por la indignación popular ante el expolio. Como la cascada de escándalos no para de fluir con un caudal cada vez más poderoso, las listas electorales las van a acabar haciendo los jueces.
Los dos exmandatarios andaluces se sienten relativamente confiados en salir ilesos de la causa de los ERE toda vez que es difícil que el Supremo le compre a Alaya su tesis de la responsabilidad penal en la creación de la trama delictiva por falta de firmas y otros indicios fehacientes. Lo que les preocupa es la reacción de su propio partido, en el que militan desde la juventud con la fe de una iglesia. Si no esquivan la imputación pueden dar por perdidos sus escaños; la amenaza pasará a ser la de una ominosa expulsión de la propia organización en la que han sido presidentes. La condena semántica como puerta del ostracismo.
Al fondo, el pulso entre Pedro Sánchez y Susana Díaz por ver quién es más duro con una corrupción que ya no admite paliativos de cautela. Una competición por parecerse a Don Limpio que va a acabar en disputa por volverse émulos de Robespierre.
Victoria Prego (El Mundo) pide la expulsión de la vida política de Chaves y Griñán, no ya por corruptos, sino por tontos.
Solamente por no haberse enterado -eso, en el mejor de las hipótesis- de lo que se cocía unos despachos más allá, deberían estar ya fuera de la política. La condena social ha caído justamente sobre ellos. Como poco, por haber tolerado durante la friolera de doce años que el dinero público fuera a enriquecer clandestinamente y a discreción los bolsillos d eunos cuantos. Ahora queda que la Justicia hable, pero la otra sentencia, la de la opinión pública, ya ha sido dictada.
Ely del Valle (La Razón) hace ironía con la resolución del Supremo, ya que es una oportunidad para los socialistas, por fin, se defiendan de las acusaciones de la juez Mercedes Alaya, a la que la feminista y progresista Almudena Grandes llamó inhumana.
Ahora, gracias al Supremo, Chaves y Griñán van a tener la gran oportunidad de demostrar que están limpios de polvo y paja que es lo que decían que querían, y Díaz y Sánchez la de salvar sus puños de la quema para seguir repartiendo mandobles a esa corrupción que presentan como ajena, por eso no me cabe duda de que hoy el PSOE es una fiesta.
AGUIRRE MONTA UN ‘REALITY’ EN EL PP DE MADRID
¿Y cuál es la iniciativa de Esperanza Aguirre para frenar la corrupción? Una especie de ‘reality show’ o de interrogatorio policial estilo CSI Las Vegas a los candidatos de su partido. La ‘ideica’, la verdad, no recibe aplausos.
David Gistau (ABC) cree que Aguirre quiere desviar el rencor de la masa a costa de hacer el ridículo.
La sucesión en la alcaldía de Collado-Villalba ha permitido a Esperanza Aguirre estrenar un curioso método de selección de candidatos que lo mismo recuerda un interrogatorio policial que al pelotón de periodistas inquisidores que en los programas del corazón arrancan confesiones de adulterio a personajes de baja estofa que cobran un caché a cambio de dejarse humillar.
Sorprende más que Esperanza Aguirre comparta esa sospecha a pesar de que ningún instinto de alarma se le activó cuando a su alrededor, a modo de colaboradores íntimos, tuvo a gente pringada en diversas operaciones de la UCO. El paripé que ahora se ha inventado con la falsa esperanza de que un corrupto vocacional se derrumbe y confiese sus aviesas intenciones solo porque un «mandao» le haga una pregunta directa revela que la política profesional se siente atenazada por el rencor público y está dispuesta incluso a hacer el ridículo con tal de que parezca que se regenera. Acabaremos viendo cepos en las plazas.
Pedro Narváez (La Razón) desmonta la eficiacia de este control.
Para pasar los exámenes de Esperanza Aguirre sólo hace falta mentir, esa cualidad tan humana en tantas entrevistas de trabajo, lo que no asegura que ese candidato virgen oculte su lujuria. Esta idea de llevar la prueba del polígrafo a la política funcionaría en un «late night» televisivo, pero como ciudadano no me sentiría más tranquilo porque el alcaldable responda que no tiene cuentas en Suiza, ya que como la ciencia empírica demuestra, todos los que la han tenido lo han negado hasta las lágrimas de cocodrilo.
Sin embargo, a José María Marco la propuesta de Esperanza Aguirre le parece no demagógica, sino democrática, aunque sin exagerar.
Esperanza Aguirre (…) ha organizado un auténtico circo populista, entre Top Chef, Gran Hermano y las purgas estalinistas, para la nominación (llamémosla así) de una nueva alcaldesa en Collado Villalba. Ocurre que el populismo debe ser manejado con cuidado. Es fácil que se vaya de las manos y revele mucho más de lo que debiera: que en buena medida es una manipulación destinada a adelantar los intereses de quien lo promueve. Esperanza Aguirre tiene razón al indicar que una cierta dosis de populismo vendría bien al Partido Popular. Hay que hablar más claro, hay que dirigirse a la opinión pública, hay que arriesgarse a involucrar a los españoles -como españoles- en la decisión política.
Seguimos con Esperanza Aguirre. Marcello (Republica.com) la nombra en su artículo, aunque sea para decir que cree que Alberto Ruiz-Gallardón está en números rojos.
Así se ha ido Gallardón de la política, ligero de equipaje y tieso como la mojama de Barbate que sale de los laberintos de sus almadrabas. Y mira que Esperanza Aguirre, como la bruja Morgana que siempre odiaba a este Lancelot, lanzaba insinuaciones sobre sus pudientes amigos, Florentino, Cortina y Tapias (en otro tiempo llamado Fefé).
¡Qué mala es Esperancita!, la condesa huidiza de Bombay y de la Gran Vía, que ahora les hace exámenes a los políticos del PP de Madrid que quieren alcaldes como ella, cuando lo que debía de hacer la lideresa madrileña es pasar por el polígrafo de la verdad ella misma
Por fin, Alberto regresa aunque solo sea por la aproximación del color de sus números rojos al lugar del ‘verso suelto’ del PP. (…) a buen seguro que, una vez salido del hechizo negro de Rajoy, el buen Gallardón habrá vuelto por donde solía con las ideas más claras y cristalinas y conviene escucharlo atentamente porque el día menos pensado puede volver
ANTICH: PUES CLARO QUE TIENE QUE HABER VENCEDORES Y VENCIDOS
Pasemos a la tabarra catalana.
En un artículo que debe leerse, el ex director de La Vanguardia, Xavier Antich, explica por qué Mas ha ganado a Rajoy. La clave reside en la ingenuidad y el acomplejamiento de ese poder aparentemente inmenso y siniestro que es ‘Madrit’. Mas, dice Antich, buscaba la derrota de Rajoy, y para ello no dudó en mentirle.
El objetivo estaba claro: votar con urnas y papeletas. La estrategia también: nada ni nadie haría cambiar esta decisión. ¿Y la táctica? Una cierta confusión, algunas dosis de audacia y por primera vez en mucho tiempo una gran discreción… Y astucia.
El principal acierto de Artur Mas ha sido apostarlo todo al 9-N y confiar muy poco -sólo lo imprescindible, por educación y a título de inventario para el futuro- en una negociación con Madrid el 10-N. El principal error de Rajoy ha sido descartar desde el principio la celebración de la consulta del 9-N y escuchar a los que le aseguraban -entre ellos algunos catalanes- que el president no colocaría las urnas si había una segunda suspensión cautelar del TC al proceso participativo y, por tanto, apostarlo todo a lo que pudiera suceder a partir del 10-N.
Pero eso era literalmente imposible ya que en un combate político de estas dimensiones tenía que haber ganadores y perdedores.
Pero los tribunos y columnistas habituales de El País siguen empeñados en su tercera vía. Fernando Vallespín, otro izquierdista de mamandurria pública (nombrado en 2004 por el Gobierno de Zapatero presidente del CIS), propone que no haya vencedores ni vencidos y reconocer más privilegios a la Generalitat.
Llevamos ya cerca de tres años esperando a que se sienten y se pongan a negociar, a que ejerzan como políticos; es decir, a que resuelvan el problema con valentía y amplitud de miras. Y eso no será posible sin cesiones por ambas partes. Para empezar, la que representa al Gobierno catalán debería renunciar a la independencia como horizonte inmediato o como fin a medio plazo; y la que representa al Gobierno del Estado tendrá que comenzar reconociendo a Cataluña su estatus de nación y la renovación de su situación fiscal.
Es el mínimo imprescindible para que tenga sentido el inicio de una negociación. Y deberán hacerlo incorporando el mayor número de voces posibles. Puede hacerse, como sugiere S. Muñoz Machado, empezando por una revisión del Estatut, que luego exigiría la correspondiente reforma constitucional, o metiendo el bisturí a fondo en la organización territorial del Estado para darle un giro federalizante.
También en El País, Francesc de Carreras trata de convencer -con poco fortuna, por lo que se ve- a los progresistas de que el acercamiento a las posturas nacionalistas, aparte de una traición a los principios, los conceptos y los electores, será el fin de la izquierda.
En los últimos años, muchos partidos de izquierda catalanes, en concreto el PSC e IC, están jugando con el derecho de autodeterminación, al que ahora denominan derecho a decidir. En este mes se cumplen cinco años de la muerte de Jordi Solé Tura. Uno siente nostalgia de ciertos viejos políticos, de su forma analítica y racional de enfocar los problemas, de sus vastos conocimientos, de su coherencia con unos principios, de emitir opiniones sin estar obsesionados por la repercusión de las mismas en las encuestas en los sondeos y en las próximas elecciones.
La corrupción económica hace mucho daño al sistema democrático. Pero también hace daño, quizás más, la ignorancia y el relativismo moral: juguemos al derecho a decidir, parece que una mayoría lo quiere, no vaya a ser que perdamos votos. Solé Tura era de una madera distinta.
Ignacio Ruiz Quintano describe en su columna de ABC adónde conduciría la deconstrucción federal de España.
Lo malo de la socialdemocracia dominante no es que se haya apropiado del dinero; es que se ha apropiado del lenguaje, y ninguna palabra designa ya al objeto para lo que fue creada. Aun así, creemos haber entendido el plan.
Para federar hay que tener estados. Descomponemos España en estadillos, como si fueran dientes de ajo. Sofreír (a impuestos) antes de federar. Y con eso ya tenemos a Cataluña hecha un estadín, que además, al federarse en España (tres vuelcos en la sartén), ni paga la deuda ni la echan de Europa, con lo que los demás estaditos federados (pienso en los cochazos con los banderines de Murcia, Cantabria o La Rioja) seguirían haciéndose cargo de su mercado.
Es lo que, en socialdemocracia, se llama sustituir a la realidad por una fórmula.
Carlos Herrera (ABC) alaba el ahínco con que los nacionalistas catalanes han creado su pueblo.
Las autoridades catalanas han demostrado casi tanta eficacia y paciencia como los astrofísicos e ingenieros europeos: han criado concienzudamente a un par de generaciones de desafectos y les han preparado para lo peor. Pero parece que ni así, por ahora, les salen las cuentas. Rosetta sigue surcando los espacios infinitos, y otros mequetrefes, entre tanto, en la épica pelotuda.
Raúl del Pozo (El Mundo) ahonda en las causas de esta España invertebrada, como dijo el filósofo, y las encuentra en la falta de patriotismo.
Nadie se atreve a expresar su patriotismo, a pesar de que nos estamos hundiendo como en el 98. Aquellos escritores eran de todas las leches políticas y España fue su terapia de grupo. Ahora se culpa a los políticos de la indiferencia y abulia que padecen los propios ciudadanos. Sucede algo parecido a los italianos. Oriana Fallaci escribió en ‘La rabia y el orgullo’, que llegó un momento en el que la bandera italiana no emocionaba a nadie. La gente sentía vergüenza de ser patriota. Sólo veía la bandera en los JJOO si los atletas ganaban una medalla, o en los estadios de fútbol durante los encuentros internacionales. «La única ocasión, además, en la cual se oye el grito Italia, Italia».
Así, ante el retroceso del patriotismo español, los independentistas lo tendrán cada vez más fácil.
¿EL IMPERIO DEL MAL O LA SANTA RUSIA?
Hermann Tertsch en ABC pone su vista en el presidente ruso Putin.
El campeón de los asesores del presidente Putin es Alexander Dugin, al que muchos tomarían por un charlatán de feria si no se moviera en los círculos poderosos en los que despliega sus enormes influencias. (…) Este filósofo y gurú tiene una clara visión del conflicto entre la Rusia cristiana y la viciosa Europa liberal. Que concluye con el triunfo militar, político y cultural del tradicionalismo y la desaparición de las decadentes democracias liberales desde Vladivostok hasta Lisboa. La misión civilizadora de Rusia se consumaría así. América quedaría aislada como foco del mal.
En este proyecto político cultural invierte Moscú inmensas cantidades de dinero. No solo en su propia maquinaria de propaganda como Russian Today, sino en financiar grupos y grupúsculo de izquierdas, ultraderecha y extremistas católicos en toda Europa. También en España, donde los fervorosos seguidores de la mano dura cristiana del chiquita convertido Vladímir Putin gozan de los mimos del Kremlin.
Juanjo Millás prosigue con su acercamiento, pasito a pasito, a Podemos. En su columna de El País ya se atreve a citar, qué valiente, la palabra prohibida. Hoy asegura que Podemos es mejor marca que PSOE.
Y si digo que me llamo Partido Socialista Obrero Español, me parezco al niño que dice pis, agua, bollo, leche, chocolate, para señalar sus necesidades inmediatas. Si digo, en cambio, Podemos ya estoy presuponiendo un sujeto de esa acción y un complemento directo a gusto del consumidor. Si digo Ganemos, igual. Si digo Somos, ya es el desiderátum porque a lo más que se puede aspirar en esta vida y en la otra es a ser. Parece milagroso que en torno a un verbo se nucleen palabras invisibles cuya eficacia no tiene nada que envidiar a las visibles. Es como si en torno a un sol real se dispusieran 10 o 12 planetas imaginarios. Pero ahora mismo no recuerdo a qué venía todo esto.
Juanjo, pero qué desagradecido que eres con el PSOE, que te ha dado tanto.