Este 3 de julio de 2015, escribe David Gistau en ABC una columna titulada ‘Cristales intactos’ en la que arranca diciendo:
El recuerdo remite ahora a algo lejano. Durante los primeros meses de la legislatura, el propósito de incendiar el Parlamento no fue alegórico, sino literal. Hablamos de aquellas convocatorias que a veces, aun cargadas de promesas violentas, derivaban a anécdotas entre lo «hippie» y lo sensual como Jill Love, cuyos senos desnudos, exhibidos mientras la propietaria simulaba un trance budista, detuvieron en seco una pelea entre policías y manifestantes, fascinados todos por igual, al fin vertebrados.
Añade que:
Podemos incluso dotó al nihilismo de un ideal embrionario de porvenir, más allá de lo delirante que éste sea. La calle estaba vacía porque la había vaciado Podemos, no la represión. Y el Gobierno se encontró de pronto con que su ley represora, agresiva con una serie de libertades individuales y de garantías judiciales, se había quedado sin pretexto: si no hay escaparates rotos, no es posible aplicar algo así sin que se le noten a uno las desviaciones autoritarias.
Y concluye que:
Ni siquiera necesitamos, por tanto, dudar entre libertad y seguridad como cuando Orwell dice que sólo la suelta de hombres duros dispuestos a ejercer la violencia por nosotros -con mínimas pausas para ver los pechos de Jill Love- nos permite dormir tranquilos por las noches.
