Este 5 de julio de 2015, escribe Raúl Rivero en El Mundo una columna titulada ‘Fiesta cerrada’ en la que arranca diciendo:
La reapertura de embajadas en Washington y La Habana anunciada para dentro de pocos días y después de 53 años de una candanga de todos los colores y temperaturas ha creado una ilusión de cambios del gobierno cubano de la misma dimensión que tendrá el desengaño.
Añade que:
Es así, entre otras cosas, porque mientras Estados Unidos anuncia medidas de aperturas económicas de todo tipo y una convivencia pacífica con el régimen, los jefes de la dictadura hacen tan fogosa la violencia interna como el cariño por el antiguo enemigo.
El gobierno y su servidumbre reciben la reapertura como una fiesta. Una extraña fiesta a la que no están invitados los dueños de la casa: los cubanos de la calle y los bateyes.
Y concluye que:
La oposición, que trabaja por la libertad, respeta a los que esperan otras cosas, pero recuerda que, en 2014, elegido para iniciar las conversaciones entre Cuba y Estados Unidos, la policía política realizó nueve mil detenciones arbitrarias, la cifra más alta en los últimos cinco años. Como son ellos los que hoy van a la cárcel y reciben los golpes tienen derecho, por lo menos, a ser los portavoces de la desilusión.