El editorial de ABC de este 4 de septiembre de 2015 deja al desnudo al líder de la oposición, el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. El diario de Vocento le acusa de abastecer de argumentos a los separatistas catalanes tras su respuesta a la propuesta del Gobierno de Rajoy para que el Tribunal Constitucional pueda sancionar las derivas secesionistas del presidente catalán Artur Mas:
Arranca así:
A tres semanas de las elecciones «plebiscitarias», el nacionalismo catalán se ha encontrado con el regalo de un PSOE que lidera un frente de izquierda y nacionalista contra la reforma legal que pretende dar más poder al Tribunal Constitucional frente a quien desobedezca sus decisiones. Artur Mas debe de estar frotándose los ojos. No contento con encabezar esta coalición negativa, Pedro Sánchez abastece de argumentos a los separatistas, calificando la reforma del TC como «una concesión de Rajoy a la extrema derecha», análisis impropio de quien dirige el primer partido de la oposición. En todo caso, hay que anotar la idea de que a Pedro Sánchez le parece de extrema derecha reforzar la potestad ejecutiva del TC.
Tilda la reacción de los socialistas como desmesurada, pero la entiende en el contexto de la caja de Pandora abierta por el entonces presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero:
Esta reacción desmesurada del PSOE contra el Gobierno es la enésima verificación de que sigue viva la directriz política impulsada por Rodríguez Zapatero con el «Pacto del Tinell», aquel punto y final que el líder socialista impuso a la historia del PSOE como partido inequívocamente nacional para transformarlo en el aliado ideal de los nacionalismos extremistas -BNG, Esquerra Republicana- y en el interlocutor político de ETA. El contexto de esta alianza social-nacionalista no era otro que la impugnación del consenso constituyente de 1978 -la famosa «memoria histórica»- como una herencia del franquismo. El PSOE no halló mejor socio para quebrar los valores de la Transición que todo el nacionalismo separatista, representante de la negación de España como nación, ese concepto que Rodríguez Zapatero calificó como «discutido y discutible». No fueron los nacionalistas catalanes, sino Pasqual Maragall y el PSC, quienes en 2003 abrieron la espita de la reforma estatutaria para que Cataluña fuera reconocida como nación, y de aquellos vientos, estas tormentas. El Estatuto catalán de 2006, confederal y anticonstitucional, fue el resumen de esta conciliación de nacionalistas y socialistas. De aquellos polvos, estos lodos.
Y subraya que las palabras de Pedro Sánchez excluyendo al PP de cualquier pacto revela un duro golpe a la democracia:
Es un sarcasmo que, con estos antecedentes, el PSOE descalifique al PP como «fábrica de nacionalistas», acusación que hace las delicias precisamente de estos, porque les da la excusa perfecta para justificar con victimismo su deslealtad hacia el Estado. La propuesta de reforma federal, tantas veces anunciada como nunca concretada, es la forma elegante de los socialistas de disfrazar su falta de coraje para plantarse ante el nacionalismo y coincidir con el PP en algo tan esencial como la defensa de la unidad de España. También habrá que hacer caso a Pedro Sánchez cuando afirma que pactará con cualquiera, menos con el PP, porque esta exclusión revela una opción, y no la mejor, ante el más grave problema que se le ha planteado a la democracia constitucional española desde el 23-F: un reto separatista que el socialista Alfonso Guerra ha calificado de «golpe de Estado a cámara lenta».