LA TRIBUNA DEL COLUMNISTA

Isabel San Sebastián le mete un buen estacazo a Podemos: «Como gobiernen, ya sabemos lo que nos espera a los discrepantes, represión y cárcel»

"Pablo Iglesias, quien, no contento con brindar su comprensión al atropello sufrido por López, insulta su inteligencia y la nuestra llamándole extremista"

Isabel San Sebastián le mete un buen estacazo a Podemos: "Como gobiernen, ya sabemos lo que nos espera a los discrepantes, represión y cárcel"
Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero. EP

Cataluña y Podemos son las dos grandes cuestiones que se cuelan este 17 de septiembre de 2015 en las columnas de la prensa de papel.

Por un lado, a diez días para que los catalanes concurran a las urnas, los articulistas siguen detallando los peligros que corre una comunidad en manos del clan separatista. Por el otro, aún colean las palabras de ese tíquet podemita conformado por Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero hablando alegremente de que la condena a 14 años de cárcel sufrida por Leopoldo López, el opositor venezolano, hubiese sido mayor en España, amén de compararlo con un vulgar etarra.

Arrancando en ABC, Isabel San Sebastián se hace eco de las vomitivas frases de los ‘Podemos boys’ sobre este político enchironado en Venezuela por obra y gracia de Nicolás Maduro, su dictatorial y caudillista presidente:

Las palabras de Juan Carlos Monedero sobre la condena impuesta a Leopoldo López son miserables. Miserable es la equiparación que establece entre el líder opositor venezolano, víctima de una persecución implacable por tener el valor de enfrentarse pacíficamente al chavismo, y los terroristas de ETA, autores de ochocientos asesinatos perpetrados a sangre fría. Miserable es asimilar el régimen opresor de Nicolás Maduro con la democracia española.

Triplemente miserable es criminalizar la protesta ciudadana manifestada en la calle, dar por buena la represión feroz desatada contra ella por un gobierno liberticida y culpar de las muertes acaecidas como consecuencia de esa represión a los convocantes de las marchas en vez de a los matones de gatillo fácil al servicio del poder. Es miserable rendir pleitesía con ese tipo de justificaciones a un dirigente responsable de hundir a su propio país en la miseria no sólo económica, sino sobre todo política, por mucho que uno tenga que agradecerle en términos políticos y sobre todo económicos. Y, como diría Forrest Gump, quien hace y dice cosas miserables se retrata a sí mismo como lo que es: un miserable.

No sólo tiene para Monedero, también le mete un buen estacazo a Pablo Iglesias:

Claro que si miserable es la actuación de Monedero, a cara descubierta y sin ambages, más miserable resulta la del taimado Pablo Iglesias, quien, no contento con brindar su comprensión al atropello sufrido por López, insulta su inteligencia y la nuestra llamándole «extremista» a la vez que le acusa veladamente de haber instigado un golpe de Estado. Tira la piedra y esconde la mano, como tiene por costumbre hacer. Afirma el líder podemita que «todo el mundo tiene derecho a defender sus ideas», aunque rehúsa condenar que esa defensa incruenta se pague nada menos que con trece años de cárcel en un lóbrego penal. Curiosa, la doble vara de medir de este autoproclamado apóstol de la regeneración.

Él, que propugna la liberación de los asesinos etarras una vez que la banda ha dejado de matar, se niega a interceder ante Maduro por los presos políticos venezolanos, cuyo «delito» no es otro que exponer libremente unas ideas contrarias a las de su maestro en populismo. Él, tan comprensivo con la «lucha armada» (así se refiere al tiro en la nuca o el coche bomba accionado a distancia) y las «razones políticas» de ETA, considera a Leopoldo López sospechoso de golpismo. Él, que se «emociona» (sic) al contemplar cómo una turba de su cuerda ideológica golpea salvajemente a un policía nacional indefenso, tirado en el suelo y desarmado, hasta dejarlo prácticamente inconsciente, califica al líder de la oposición venezolana de «extremista». Si no fuera tan miserable, hasta produciría hilaridad.

Y asegura que como Podemos gobierne, se acabaron en este país las libertades o el derecho a discrepar:

Lo único bueno de esta exhibición obscena es que contribuye a clarificar lo que es, significa y supone Podemos para España. Por si no tuviéramos bastante con las declaraciones hechas por sus fundadores antes de saltar a la fama, que aún se encuentran en internet pese a sus intentos de borrar tan reveladores testimonios. Por si lo acaecido en Grecia tras el triunfo del amigo «Alexis» no fuese suficientemente demostrativo del peligro inherente a lanzarse en brazos de la demagogia más burda, ha quedado meridianamente claro el respeto que inspiran a estos personajes la libertad y el pluralismo que constituyen el pan y la sal de la democracia. Simplemente se los pasan por el arco de triunfo de sus pretensiones. Si algún día están en disposición de gobernar, ya sabemos lo que nos espera a quienes osemos discrepar públicamente: cárcel, represión y difamación, o difamación, represión y cárcel. Las barbas de Leopoldo hemos visto pelar al cero.

Ignacio Camacho se centra en Artur Mas y sus deriva secesionista paranoide o paranoica. La penúltima salida de pata de banco ha sido decir que lo del órdago independentista no es más que una posición de fuerza para sacarle en realidad más pasta a Madrid. Más bien va a ser que no ve claros los resultados del 27 de septiembre de 2015 o que sus socios pueden darle boleta al ver que ya no es útil ni necesario para la causa:

Que vaya y se lo diga. A los suyos, no a esos dirigentes socialistas a los que trata de engatusar -allá ellos si se dejan- haciéndose el astuto por lo bajinis. Que se plante delante de Junqueras, de Carme Forcadell, del don sandalio de las CUP o de míster Proper Romeva y les espete en la cara lo que está dejando caer sottovoce en cenáculos de la Barcelona burguesa y asustada ante el vértigo de la secesión: «Mirad, esto de la independencia es sólo un órdago para meter presión al Estado. La retórica la mantendremos, sobre todo porque la necesitamos como combustible para la inmediata campaña, pero si ganamos el 27 voy a desacelerar a la espera de las generales, a ver si podemos apoyar la investidura de Pedro Sánchez a cambio de una negociación que nos reconozca la soberanía o algo parecido. Porque lo que yo quiero de verdad es volver a entenderme con los socialistas para poder refundar Convergencia y sacarme a todos estos pesados de encima».

Detalla que la postura del aún presidente de la Generalitat viene motivada por las conspiraciones que ve a su alrededor:

Eso es lo que Artur Mas anda diciendo de boquilla por ahí, a sabiendas de que sus socios de conveniencia también conspiran, incluso con Podemos, para dejarlo en la estacada. En este juego de recelos y mutuas sospechas, los presuntos aliados se vigilan de reojo con la espalda pegada a la pared para no ofrecerla de blanco a las puñaladas. Incluso es posible que el president piense de veras en un volantazo de emergencia, que ante el pavor al vacío de un fracaso sin retorno esté calculando los espacios de frenada. Sólo que él mismo se ha cerrado las salidas al empujar hacia el abismo a gran parte de la sociedad catalana.

El nacionalismo ha impulsado con gran éxito la teología de la emancipación, la narrativa del Estado propio, y no va a poder embridar esa oleada sin provocar una frustración que lo destruya como fuerza vertebral de la política de Cataluña. Los ciudadanos que salieron a la Diada se han creído de veras el mito de la independencia, la catarsis de la fuga, y a su sombra han desarrollado una suerte de narcisismo xenófobo, de sentimiento de superioridad moral frente al falso paradigma de una España oscura, triste, hosca y autoritaria que reprime su libertad y estrangula el destino manifiesto de la nación catalana. Están iluminados de autoconvicción y el que ha encendido esa engañosa luz ya no está en condiciones de apagarla.

Y cree que un batacazo electoral le puede dejar amortizado de por vida:

Es demasiado tarde. Si su aventura descarrila en las urnas, Mas quedará liquidado. Si triunfa corre otros dos riesgos: el de que le amorticen sus propios compañeros de viaje y el de tener que seguir adelante con el delirio suicida que ha planteado. Si no fuese por los desastros efectos para España y para la propia sociedad catalana, ya fracturada, el proyecto de secesión merecería enfrentarse a las consecuencias de su propio éxito. Nadie puede volver a meter la pasta de dientes en el tubo. Los empeños desquiciados deberían estar condenados a realizarse.

Salvador Sostres también le dedica una buena ración de ‘cariños’ a Artur Mas:

Las relaciones internacionales de Mas son una llamada perdida. Presume de saber idiomas como una secretaria pero manda cartas en inglés a Merkel y a Hollande, y luego aspira a tener apoyos para que el catalán sea oficial en Europa.

Las relaciones internacionales de Mas son un número que no existe. Merkel, Hollande, Barroso, Cameron y Obama han mostrado su inequívoco apoyo a España. Cada vez que lo ha intentado, una puerta cerrada. Y todavía hay quien dice que Rajoy no hace nada.

Detalla que:

El catalanismo continúa instalado en el pensamiento mágico de que «Europa no permitirá» o «Europa entenderá», basado en no más que en sus fantasías. Y en ninguna lógica, y en ningún precedente, y en ningún sentido de la Historia.
Mas es mi padre la primera vez que bajó a Barcelona y como nunca había visto una rotonda se metió con el coche en el estanque de Calvo Sotelo. Está tan persuadido de tener razón que todavía no ha asumido que la Unión Europea es un club de Estados que se ayudan entre ellos, y que Tsipras es minuciosamente lo que estos Estados piensan, con Alemania a la cabeza, del voluntarismo democrático y del desafío de los que creen que son más listos que los demás.

Sus majorets mediáticas te dirán que Cataluña y Grecia no pueden compararse, y es cierto porque Cataluña no es un Estado. Pero la respuesta a Syriza ha sido de tal dureza que los órdagos plebiscitarios han quedado como un vicio. «Europa es pragmática», dice Mas, y tiene razón: por ello ayudará a España y a que nadie pueda pensar que romper un Estado sale gratis.

Y asegura que las supuestas relaciones internacionales de Artur Mas son una quimera:

Las relaciones internacionales de Mas son «el señor no se encuentra» de cuando efectivamente no hay nadie. Por eso le confesó al candidato socialista, Miquel Iceta, que exageraba la presión para poder negociar en mejores condiciones con el Gobierno, porque sabe que ningún Estado pondrá en riesgo lazos con España para ayudar a una región rebelde, y que Europa es una experta en mirar hacia otro lado cuando alguno de sus socios ha de ponerse serio para resolver sus problemas, usando la contundencia y hasta la fuerza.

El único éxito internacional lo ha conseguido Mas en casa, con el ministro de Exteriores opinando todo el día sobre los asuntos catalanes. La cultura no tiene nada que ver con la inteligencia y nunca le agradeceremos lo suficiente al presidente Rajoy el esmero con que administra sus silencios.

En El Mundo, Raúl del Pozo tacha de fantochada lo que está haciendo Artur Mas con su reto separatista:

En Cataluña estamos asistiendo a una suspensión de la incredulidad por parte de los ciudadanos y a una sobreactuación de políticos disfrazados de lo que no son. Como en el prólogo de Los intereses creados, podríamos repetir: «Pronto véreis como, cuanto en el escenario, sucede no puede suceder nunca, los personajes son fantoches de cartón y trapo». Si estuviéramos asistiendo a una representación, todo acabaría cuando se bajara el telón de las elecciones generales. Mientras, aguantaríamos ese teatro catalán mediocre y precario, según Pla porque no hubo corte en Barcelona.

Saca a colación esa confidencia de Mas al candidato socialista Iceta:

Hay quien sospecha que Artur Mas ha organizado una crisis de Estado para ganar las elecciones autonómicas. Cuenta María Jesús Cañizares que la finalidad de la teatralización no es otra que forzar al Gobierno a negociar una nueva fórmula de relación entre Cataluña y el resto de España. Parece que Mas le había insinuado a Iceta que sin montar el gran lío de la independencia en Madrid no les harían caso. Luego, Mas ha declarado que no retiene las conversaciones privadas y no le da importancia a las charlas de café, aunque las tengan, porque en los cafés se organizaron gloriosas, restauraciones, atentados, tomas de Congreso y adulterios reales.

Y cree, sin duda alguna, que todo esto es un circo para ganar nada más que unas elecciones:

Si el 27-S fuera una obra de teatro, sería una reposición de una pieza agotada. Cuando el señor Macià, 122 presidente de la Generalitat, proclamó la República catalana, después del triunfo de las municipales, la República española envió un par de ministros a Barcelona para que les convencieran de que renunciaran al disparate. Tuvieron que conformarse con un estatuto. En la eterna tragicomedia de Cataluña siempre terminamos haciendo el ridículo todos, pero ahora más que nunca. Por lo menos, en los viejos tiempos los independentistas se jugaban el tipo; cuando vino Macià a Madrid para entregar el estatuto, los que le acompañaban llevaban pistolones de dos palmos y habían estado entrenándose tirando al blanco.

A los cuatro días de estar en la capital de La Mancha, los héroes de la independencia confesaban que había montado el número para ganar las elecciones. Los secesionistas son capaces de derribar un régimen cada siglo para formar un Gobierno local. «En los meses venideros -escribían los cronistas de la República-, el problema de Cataluña será ganar las elecciones. Ganar las elecciones como sea. El problema catalán va a quedar reducido a eso».

Victoria Prego también sacude con fruición al presidente de la Generalitat:

Este debe de ser el único político de Occidente al que le resbalan las advertencias de los líderes mundiales sobre las consecuencias que va a tener la materialización de sus pretensiones. En el mundo de lo razonable, alejado de las patologías convertidas en mensaje electoral, los pronunciamientos coincidentes en un sentido concreto de los dirigentes de Alemania, Reino Unido y Estados Unidos deberían hacer, por lo menos, argumentar algo con un mínimo sentido al destinatario de las advertencias.

Pero no es así. Artur Mas dice, o aparenta -porque no es posible que sea tan corto-, que no le importa nada que todos estos señores, que tienen un enorme peso, un peso decisivo de hecho, en el diseño y mantenimiento del orden internacional, le hayan explicado con claridad meridiana, mucho más allá de lo que dicta la diplomacia de las declaraciones, que la pretensión de romper España no es bien vista por el resto de los países democráticos y que no va a ser aceptada por la Unión Europea. No es sólo que lo digan los tratados de la Unión, es que se lo han traducido de viva voz y a la cara la canciller alemana y el primer ministro británico. Y anteayer, el presidente norteamericano.

Asegura que es frívolo, insensato y caradura:

Pero Artur Mas no lo considera relevante. Es más, lo entiende algo así como unas cuantas naderías que dicen estos señores porque el Gobierno español les ha dado la lata y se lo ha pedido. Como si los intereses institucionales y políticos de los países a los que Merkel, Cameron u Obama representan se pudieran ahormar a gusto de cada interlocutor que lo demande, aunque no coincidan con sus posiciones. Y para qué comentar la sandez de que «España puede estar unificada con Cataluña o sin ella». No cabe mayor frivolidad ni mayor insensatez. Diré más: no cabe mayor caradura.

Y remacha que los separatistas no van a tener un sólo apoyo internacional:

Los independentistas catalanes no cuentan con un solo apoyo internacional para sus pretensiones y no será porque no lleven años intentándolo. Pero se han encontrado siempre con un muro de silencio o con una negativa directa. Y aun así siguen insistiendo ante sus partidarios en que todos se inclinarán al final ante la voluntad d’un poble que manifiesta sus deseos de una manera tan pacífica y tan festiva. Como si esas hubieran sido alguna vez categorías políticas.

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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