LA TRIBUNA DEL COLUMNISTA

Alfonso Ussía le canta las cuarenta al cineasta Fernando Trueba: «Ser español sólo para recoger premios es miserable»

"El ministro de Cultura, Méndez de Vigo, estuvo flojito después de oír las palabras del director de cine"

Cataluña y los numeritos de Pablo Iglesias, la ‘brillante’ idea de la alcaldesa Manuela Carmena de cerrar al tráfico rodado la Gran Vía con motivo del día europeo sin coche o el premio a Fernando Trueba, un español que no se siente tal, son las cuestiones fundamentales que este 23 de septiembre de 2015 pueden leer en las columnas de opinión de la prensa de papel.

Arrancamos en La Razón con Alfonso Ussía que pone de vuelta y media al cineasta Trueba por no sentirse español, pero, a la par, no renunciar al Premio Nacional de Cinematografía, dotado nada más y nada menos que con 30.000 euros:

Dos días llevo afligido, desanimado, contrito por culpa de un tal Trueba. Trueba es director de cine. No estoy capacitado para analizarlo como realizador porque no he visto ninguna de sus películas. Mi tocayo Alfonso Rojo afirma que son soporíferas. En ese aspecto nada tiene Trueba de original, porque el cine español es fundamentalmente soporífero, como el Lorazepam. Trueba recibe premios y subvenciones del Gobierno de España, y ahí tampoco es original, porque el Cine español ha sido, y continúa siéndolo, el chulo del sistema. El ministro de Cultura, Méndez de Vigo, estuvo flojito después de oír las palabras de Trueba, que no agradeció el premio de 30.000 euros, ni recordó los más de cuatro millones de euros que se ha embolsado y embolsillado de los impuestos de los españoles. «Nunca me he sentido español», y «me hubiera encantado la victoria de Francia en la Guerra de la Independencia».

Añade que:

Lo primero responde a sus sentimientos y lo segundo es una gilipollez. No obstante, el ministro en lugar de hacer bromas con las canastas de Gasol a la selección francesa tendría que haberle respondido a Trueba, sin sonrisitas. «Ese premio que usted recibe se lo estamos dando con el dinero de los españoles. Si usted no se siente español,y ha cobrado en subvenciones más de cuatro millones de euros de los españoles, y aún así lamenta que España triunfara en la Guerra de la Independencia, de acuerdo a la coherencia de izquierdas que de usted se espera, le agradecería que me devolviera el premio que le acabo de entregar porque usted no lo merece». Eso es lo que dice un político, no un acomplejado.

Y concluye:

Si Trueba ha nacido en España, ha vivido en España, ha trincado de España y no se siente español, nada se puede hacer. Es posible que se sienta austriaco, o cubano, o letón. Los sentimientos son propios e intransferibles, y nadie está autorizado a invadir sus pálpitos o causas. Pero los sentimientos, tan respetables en cada individuo, nada tienen que ver con la caradura. Y ser español exclusivamente para recibir premios y subvenciones se me antoja excesivamente miserable.

Pedro Narváez se chotea de Pablo Iglesias por hacer el indio, literalmente hablando, en un mitin de campaña en las elecciones catalanas:

El ridículo es inversamente proporcional a la importancia del personaje. Lo sentimos todos los dias en algún momento, pero como no interesamos más que a los que nos sufren de cerca, el rubor pasa desapercibido en la nada, con lo que la vergüenza es grande pero íntima. El vídeo de Pablo Iglesias haciendo el indio, «Coleta Morada no entender Pequeño Pujol fumar puro con Gran Jefe Plasma», icono posmoderno de la tranversalidad desmelenada, ha traspasado el umbral del club de la comedia para asaltar el cielo de las escenas absurdas vía «trending topic». Aspira a la inmortalidad aunque aún no sepa que acabará bañado en la decepción. Iglesias gasta un egocentrismo literario hasta para hacer de mandamás de la tribu.

Detalla que:

Como espectáculo, la campaña electoral es un soberbio escenario en el que ensayar episodios piloto de una comedia de situación, un «Aquí no hay quién viva» que es en lo que quieren convertir a esta España rodada por Trueba en la que no ser español es motivo de orgullo. España, como para Victoria Beckham, debe oler a ajo vampírico. Coleta Morada no saber lo que dice. Para él la Patria es un concepto económico. Más que la republicana, o la estelada, a lo Karmele Marchante, que ya es cañí, a la que acabará jurando bandera en el baile de los pactos del 28-S, debería llevar la de Finlandia a la que todo el mundo mira como El Dorado. Uno tiene todo el derecho a sentirse finlandés, otra cosa es que un sirio converso al finés traspase su frontera.

Y remacha asegurando que desea que por fin llegue el cierre de campaña de las elecciones catalanas:

Visto el resultado final, esperamos el montaje del director y el «making off», esa reunión en la que Coleta Morada se probaba ante el espejo el traje de orador rapero a ritmo de Javier Krahe, el momento estratega en el que surge el Eureka. Para minutos musicales de este fin de fiesta me quedo con el redescubrimiento de Iceta en la pista de baile. No puede hacer el ridículo el que se ríe de sí mismo. Me tiene entre sus rendidos «fans». El próximo 25 suspiraremos «¡por fin es viernes!» a lo Donna Summers. Coleta Morada sin embargo tiene la gracia donde las abejas. Ni para una chirigota de Kichi.

En ABC, el jefe de opinión, Jaime González, carga de lo lindo contra la idea de la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, de cerrar la Gran Vía un día laborable:

«Para devolver el espacio público a la ciudadanía y conseguir un Madrid más amable y saludable para todos», el Ayuntamiento decidió ayer celebrar el Día Europeo sin Coches cerrando la Gran Vía al tráfico privado entre las diez de la mañana y las dos de la tarde. Qué amable y saludable estaba Madrid, qué hermosa estampa. La gente gritaba ¡nos han devuelto el espacio público! y repartía estampitas con la imagen de Manuela Carmena. La venerable alcaldesa pedaleaba ajena al caos circulatorio como si estuviera rodando un capítulo de «Verano azul» por las calles de Nerja. A falta de «Chanquete» -Dios lo tenga en su gloria-, émulos de Bea, Piraña, Quique, Tito, Pancho, Javi, Julia y Desi completaban la bucólica imagen.

Pedaleaba Carmena como si se dirigiera a la playa de «Cala Chica», mientras en las calles próximas a la zona del rodaje el atasco recordaba a los de El Cairo o Sao Paulo. Como para devolver el espacio público a la ciudadanía andante hay que quitárselo a la ciudadanía motorizada -que no lo es por gusto, sino por necesidad- los miles de conductores madrileños que no estaban de fiesta celebrando el Día Europeo sin Coches quedaron atrapados en una gigantesca ratonera cuyo diámetro era bastante mayor que la playa de Nerja.

Y le pide a Carmena que la próxima vez estudie con más detenimiento unas iniciativas que para contentar a unos pocos provocan el enfado y el estrés de una gran mayoría:

Según el Ayuntamiento, la cosa no fue para tanto: «tráfico lento» -concepto ambiguo, por cierto- en la entrada por la Cuesta de San Vicente y por el Paseo del Prado. Rogaría a los responsables del centro de pantallas del consistorio tuvieran a bien informarme del lugar dónde están instaladas las cámaras, a fin de que la próxima vez que me sorprenda el «tráfico lento» pueda sacar la mano por la ventanilla y saludarles.

Esto del Día Europeo sin Coches -como el Día de la Salud Prostática- está muy bien, pero tanto los coches como la próstata son herramientas de trabajo que, además de estar íntimamente relacionadas -el atasco circulatorio suele derivar en colapso prostático-, hay que regular con cuidado. Cerrar la Gran Vía un martes no convierte Madrid en amable y saludable, sino que la vuelve sencillamente insoportable. Doy fe.

Por su parte, José María Carrascal considera que el presidente de la Generalitat de Cataluña y candidato Artur Mas ha caído en su propia ratonera con estas elecciones del 27 de septiembre de 2015:

Ha caído Artur Mas en su propia trampa al convertir «con astucia» (sus propias palabras) las elecciones autonómicas en plebiscitarias, para lograr el referéndum que la Constitución y el Gobierno le negaban? Mucho lo apunta. De ganar el Sí, no tendrá más remedio que ponerse en marcha hacia la independencia, con todos los males que desde dentro y desde fuera le pronostican. Si gana el No, quedará en evidencia su fracaso: ha desperdiciado esfuerzos, dinero y tiempo para que Cataluña esté peor de lo que estaba.

Nada de extraño que semeje, no el clásico catalán tranquilo y razonable, sino un hombre furioso y desencajado que reparte amenazas a diestro y siniestro, incluida la nada amable a su propio pueblo: si no lográis la independencia será porque no la queréis, porque sois unos cobardes pendientes de la pela, como dicen los españoles. A estas alturas, Mas es un personaje amortizado, incluso para su propia coalición, donde se ha escondido en el cuarto puesto para que no le pregunten por su gestión y donde planean ya sustituirlo. Pero morirá matando, como ocurre a los mediocres.

Valora que el problema ya no es del propio Mas, sino todos los radicales que se parapetan tras él:

Las cosas han ido demasiado lejos. Detrás de Mas hay líderes más radicales que él, que no van a ceder, como tampoco ese 20 por ciento de catalanes decididos a lograr la independencia, no importan los sacrificios que cueste. Mientras, por parte del Gobierno español, no puede volver a comprar la «conllevancia» orteguiana con Cataluña, a base de reforzar su «singularidad nacional» y concederle privilegios fiscales. Hemos dejado atrás ese Rubicón. Mejor dicho, lo han dejado ellos. Del mismo modo que Tsipras ha terminado siendo el mejor instrumento de la troika para encajar Grecia en la Unión Europea, Mas puede terminar siendo el mejor instrumento para acabar con el independentismo catalán. La diferencia es que los independentistas catalanes, comenzando por él, son también españoles, y los españoles no solemos resolver nuestras disputas tan apaciblemente como los descendientes del astuto Ulises de verdad.

Federico Jiménez Losantos, en El Mundo, vuelve a incidir en el gran error que comete el ministro de Exteriores, García Margallo, presentándose este 23 de septiembre de 2015 a la mascarada de debatir con Oriol Junqueras:

Hoy, salvo que una gripe estratégica o una pareja de la Guardia Civil no lo impidan, el ministro de Asuntos Exteriores, amigo y protegido de Rajoy, se prestará a la mascarada de un debate sobre la independencia de Cataluña, que según dicen el amigonistro y su padrino monclovita, nunca tendrá lugar. Admitamos que los ociosos y los vagos tienen derecho a la existencia. Es cierto que el yerno de Marx y gran teórico del asunto, Paul Lafargue, escribió El derecho a la pereza y después se suicidó. Pero admitamos ese derecho a vivir y a disfrutar de la vida sin dar palo al agua.

Hay cierto consenso en que ese sería el caso de Margallo y de Rajoy, que nunca le habrían hecho sombra a Stajanov, el obrero del pueblo. Lo que no parece razonable, ni siquiera en esa especie de filosofía de la hamaca que suele exhibir el presidente del Gobierno, es que algo que no puede producirse nunca sea objeto de debate ahora. Y aún es más absurdo que lo protagonicen el ministro que nunca -porque según él no es posible la independencia de Cataluña- podría hablar con el presidente de una futura República Catalana, y el que, al menos mientras calienta Guardiola, podría llegar a serlo, Oriol Junqueras, que es el jefe de la Esquerra Republicana.

Se pregunta cómo el ministro puede ir a debatir sobre un asunto, la independencia de Cataluña, que en el seno del PP ni tan siquiera se imagina ni remotamente:

Si la independencia catalana no es siquiera imaginable para el PP, ¿por qué debate sobre ese asunto, precisamente, el ministro de Asuntos Exteriores? Si se tratase de explicar la imposibilidad legal, cabría aceptar que lo hiciera el ministro de Justicia. Si se tratase de los perjuicios económicos derivados de esa hipótesis, tal vez podrían debatir Guindos o Montoro con cualquier ministrín de la Generalidad. Si se quisiera explicar las penas que los delitos de sedición acarrearían a los que proclamaran la independencia de una parte de España, podría comparecer el ministro del Interior. En cualquiera de los tres casos, sería aconsejable que el que hablara -y no en forma de debate, para eso están las Cortes- fuera el presidente del Gobierno. Pero el único ministro, el único cargo público, el único español que no puede debatir sobre la independencia de Cataluña es el ministro de Asuntos Exteriores. Y por la gracia de Mariano Pantócrator, que es nuestra desgracia, es el que lo va a hacer. Y encima, con Junqueras hablando en catalán y Margallo en español. Lo que faltaba.

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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