¿Qué sucederá dentro de unas horas, concretamente a las ocho de la tarde de este 27 de septiembre de 2015 cuando cierren las urnas en Cataluña y comience el recuento de los votos? ¿Habrá ganado la candidatura del tapado y cobardón Artur Mas, camuflado en el número 4 de la lista de Juntos por el sí? De eso básicamente se encargan la mayoría de los columnistas, de avanzar qué puede suceder. Muchos, eso sí, coinciden en que el presidente de la Generalitat no puede irse de rositas.
Comenzando con ABC, Ángel Expósito tiene claro que a Artur Mas estos espectáculos bochornosos le van a pasar factura:
No quiero que Cataluña rompa con España -más aún- porque es imposible y porque sería ilegal.
Yo -como todo el mundo- también tengo sentimientos. No solo valen unos sentimientos.
La equidistancia, ante este disparate, tampoco sirve.
No entiendo cómo se puede tener tanto odio ciego hacia España. No entiendo cómo se puede mentir tanto contra la Historia.
Siento envidia de los totalmente bilingües, en este caso, catalán y español.
Asegura que:
La Historia juzgará la irresponsabilidad de quien con una sonrisa cínica ha liderado este absurdo disparate. Esta locura.
Lamento profundamente que este hombre haya liderado la ruptura entre la propia sociedad catalana. Y lo que es peor… entre Cataluña y el resto de España.
No soporto la corrupción, auténtico cáncer de la democracia, y menos aún a quienes la ocultan. Sencillamente asqueroso.
Siento auténtica vergüenza por la imagen que estamos dando ante el mundo. Resulta inconcebible, con la que está cayendo, que alguien pueda creerse único y tan superior.
Y concluye que España saldrá de este dislate porque ya ha vivido situaciones peores:
España ha salido de situaciones peores… pero aquí estamos… ante un problema disparatado, con unas sociedades partidas en dos, para muchos años. Por su culpa. En conclusión: Estoy harto de medir mis palabras, de aguantar mentiras y del miedo de muchos. A partir de mañana tocará gestionar el arreglo, si es que se puede, de lo que quede de este desaguisado.
Por su parte, Luis del Val considera que, independientemente de lo que suceda en las urnas, los separatistas ya han conseguido su meta, enfrentar a la sociedad catalana entre sí:
Es bastante complicado enfrentar a una sociedad en situaciones sociológicas normales. Las personas solemos ser renuentes a lo desconocido y nos apegamos a lo convencional por simples razones de comodidad. Así que en ausencia de tensiones sociales, protestas originadas por graves desequilibrios económicos o reacciones antes un clima de desorden insoportable, no es sencillo azuzar y enfrentar a unos ciudadanos con otros.
Subraya que:
Y hay que reconocer que los separatistas catalanes han cumplido sus objetivos, y que han logrado dividir prácticamente en dos a una sociedad, amedrentada además por una de las partes, ante las actitudes totalitarias en las que devienen todos los nacionalismos. No se ha hecho de la noche a la mañana. Han sido precisos largos años, que comenzaron con el saqueador de Banca Catalana y posterior amañador de comisiones, Jordi Pujol, exhonorable y padrino de una situación esperpéntica, donde la burguesía del Liceo va del brazo con los que les robaron el Liceo en el 36 hasta que el general Franco se lo devolvió en 1939.
Finaliza asegurando que:
Esas cosas no son fáciles y hay que reconocer el mérito que tienen los Mas y sus compañeros del falso castellet de ilusiones. Da lo mismo lo que suceda en las elecciones autonómicas. La sociedad catalana está quebrada, partida, enfrentada. Y será necesaria una generación o dos para restañar este estropicio, este objetivo que han alcanzado un puñado de tontos con la complicidad manifiesta o en omisión de cientos de miles de personas.
Jaime González también coincide con Luis del Val en el sentido de que Mas y sus mariachis han conseguido lo que querían, hacer creer que estas elecciones catalanas de este 27 de septiembre de 2015 son un plebiscito:
Hay que reconocerle al nacionalismo catalán una capacidad asombrosa para convertir lo que son unas elecciones autonómicas en un falso plebiscito sobre la independencia. Sobre una entelequia ha construido una realidad virtual que no hemos sabido desmontar a tiempo. Convendría, sin embargo, no sacar las cosas de quicio ni dejarse llevar por la histeria, aún en el caso de que el soberanismo -habrá que verlo- consiga la mayoría absoluta de escaños. En realidad, el mayor problema lo tienen ellos, porque España posee instrumentos suficientes para hacer frente al desafío y ellos, por no tener, no tienen claro ni cómo ni cuándo dar el salto al vacío.
Cree que aunque hoy ganen los separatistas, no van a mover ficha hasta ver qué pasa en las generales del 13 o 20 de diciembre:
El independentismo pretende someternos a una mutilación forzosa, pero en nuestro cuerpo (España) mandamos todos en la parte que nos toca. Sería la primera vez en la historia que una parte decidiera separarse del todo con un simple «ahí te quedas; adiós muy buenas». La independencia (no conozco otra forma) se alcanza por la vía de un acuerdo o por la fuerza, pero nunca de la manera que pretenden los aprendices de brujo de la secesión: abriendo tranquilamente la puerta. Mi opinión es que se palparán la ropa y, en caso de que tengan mayoría, esperarán al resultado de las elecciones generales antes de mover ficha. No les da igual unos que otros, porque si el PP no continúa en el Gobierno tendrán muchas más posibilidades de subirse a lomos del nuevo «proceso constituyente».
Y asegura que este cuento de la independencia empieza a ser el auténtico día de la marmota:
La izquierda les abrirá el melón: no será la independencia, pero si consiguen ordeñar a conveniencia la vaca del Estado, aceptarán España como animal de compañía durante unos cuantos años y volverán a poner el contador a cero. Vuelta a empezar, hasta que dentro de un tiempo sientan que les aprietan de nuevo las costuras. Y así siempre. Como el día de la marmota.
David Jiménez, director de El Mundo, en su filípica dominical, critica esta deriva separatista, pero no deja de recordar también que todos los estratos de la sociedad han consentido que se llegue hasta donde se ha llegado:
La farola frente a la casa de una buena amiga apareció un día envuelta en la bandera independentista. Con el tiempo, los parques, plazas y fachadas de su pueblo, en las afueras de Barcelona, fueron también cubiertas por esteladas. La población se dividió entre los que estaban a favor de esa muestra pública de independentismo y quienes creían que los espacios públicos no deben ser monopolizados por símbolos de una opción política. Y entonces ocurrió: el ambiente cambió, gentes que se conocían desde siempre dejaron de saludarse, amistades empezaron a enfriarse o se rompieron. El pueblo se partió en dos.
Añade que:
Cuento todo esto porque me temo que, más allá de los resultados de hoy en las elecciones autonómicas, algo se ha fracturado en Cataluña. Costará repararlo. Cuando personas que piensan diferente dejan de hablarse, y en su lugar bajan la mirada al cruzarse en la calle o rehúyen conversaciones de sobremesa, se pierde la capacidad de comprender qué ha llevado al otro a su posición. Y es en esa incomunicación donde crece con más facilidad el resentimiento.
La responsabilidad del momento que vivimos no es sólo de quienes han utilizado la mentira y el dinero de todos para enfrentar a catalanes y españoles, poniendo los recursos públicos al servicio de la propagación de un mensaje que ha ido degenerando hacia la xenofobia, sino a los gobiernos que desde Madrid han respondido con desidia a ese desafío soberanista.
No hablo de los últimos días o meses, porque este viaje no empezó con la llegada de Artur Mas, sino al día siguiente mismo de lograrse el pacto constitucional que dio a Cataluña competencias que serían la envidia de cualquier movimiento de secesión. Hemos llegado hasta aquí después de décadas en las que los nacionalistas han utilizado escuelas, instituciones y medios de comunicación para adoctrinar a la población, marginar metódicamente a quienes se atrevían a disentir y burlar a un Estado que ha sido incapaz de garantizar derechos tan básicos para una parte de sus ciudadanos como estudiar en castellano si así lo desean.
Y pone el punto sobre la i de quienes han permitido este dislate:
Y, ¿qué han hecho los partidos nacionales mientras todo esto sucedía? Pactar con los promotores de esa agenda cuando necesitaban sus votos. Legitimar su victimismo al asumir como natural la deslealtad permanente hacia España. Y ceder, una y otra vez, en la creencia de que llegaría el día en que el nacionalismo quedaría satisfecho. La ingenuidad no puede ser un atenuante en este caso: la historia, si alguien se hubiera molestado en leerla, debería haber bastado para despejar sus ilusiones.
Así que es sólo ahora, ante el desafío final, cuando nos han entrado a todos las prisas, primas hermanas de la improvisación. Empresarios que durante años han permanecido callados ante el rodillo nacionalista hablan al fin de las consecuencias de la independencia, ciudadanos que vivían con pasividad el monopolio del discurso público crean organizaciones cívicas para expresarse con libertad y los partidos nacionales hacen el esfuerzo por articular, aunque sea tarde y mal, un discurso sobre la importancia de lo mucho que une a catalanes y españoles, frente a quienes quieren levantar una frontera de ignorancia entre nosotros. Esperemos que no sea demasiado tarde.