LA TRIBUNA DEL COLUMNISTA

Ignacio Camacho pone al descubierto los motivos de los separatistas catalanes: lograr la independencia judicial

"Oriol Junqueras, el 'Sancho Panza' de Mas ha dicho que: 'La imputación es la demostración de por qué Cataluña debe ser independiente'"

Ignacio Camacho pone al descubierto los motivos de los separatistas catalanes: lograr la independencia judicial
Oriol Junqueras. EP

La imputación de Artur Mas por la patochada del 9 de noviembre de 2014 sacando las urnas de cartón a la calle para ese simulacro de referéndum secesionista ocupa hoy la gran mayoría de las tribunas de opinión de este 30 de septiembre de 2015. Como diría Carlos Herrera, «no hay forma de salir del agujero negro de la pasión de catalanes».

Arrancamos en ABC y lo hacemos con Ignacio Camacho que deja bien a las claras cuál es la verdadera intención de los separatistas catalanes cuando reclaman la independencia. Lo que verdaderamente quisieran ellos es la independencia…pero de la justicia española:

Son de pensamiento simple. El nacionalismo, que no es una ideología sino una creencia, funciona con esquemas mentales pueriles, asociados a sentimientos primarios. El más elemental es el de nosotros/ellos, la dualidad esencial de la tribu que permite identificar a buenos y malos con un sencillo mecanismo de pertenencia. Ellos, o sea, los otros, son los malos, claro. Los que les roban, los desprecian, los odian, los oprimen. O los juzgan, cómo se atreven: los someten a su arbitraria justicia de seres ajenos y de leyes ajenas y, por ello, ilegítimas y perversas. Se llama xenofobia pero no lo saben.

Detalla que:

En la última Diada, los independentistas dejaron una huella nítida de esa mentalidad intelectualmente básica. Aquel vídeo de instrucciones para acudir a la manifestación que, como señaló con crueldad vitriólica Arcadi Espada, parecía elaborado para personas con cierta inmadurez cognitiva. Fue un éxito: salieron cientos de miles de ciudadanos a la calle y cumplieron con escrupulosa disciplina aquellas consignas prescritas en lenguaje de Barrio Sésamo. Todos ellos creen con toda confianza que la independencia les hará seres más libres, más ricos, más honestos y hasta más sanos. (Y a algunos, más impunes). Con la misma intensidad narcisista rechazan cualquier razonamiento que cuestione los cimientos su fe, simplemente porque viene de los otros, de los españoles, de los malos. Esos mismos que ahora pretenden enjuiciar a Artur Mas en sus espurios tribunales para vengarse de su irreductible determinación emancipadora.

Todos los argumentos exculpatorios esgrimidos ayer por los portavoces nacionalistas en defensa de su líder eran de una simpleza tan alarmante como eficaz. Una paranoia victimista, sesgada y antijurídica que por su intrínseca majadería compromete mucho más a quien la acepta que a quien la enuncia. Los que formulan ese pedestre maniqueísmo son unos cínicos, porque se trata de gente tan consciente de la torpe inconsistencia de su cháchara como de que ésta va a tener crédito entre unos correligionarios previamente adoctrinados en una irracionalidad desvariada. Pero su cinismo tiene una justificación pragmática: esa mema elementalidad propagandística, ese discurso de guardería, les ha bastado para lograr que la mitad de sus conciudadanos respalde su proyecto con la ciega cohesión emocional de un grupo de hooligans.

Y remata:

De entre todos los dirigentes secesionistas ha habido, sin embargo, uno que acaso traicionado por el subconsciente ha dicho la desnuda verdad. Ha sido Oriol Junqueras, esa especie de sanchopanza que escolta con utilitario ventajismo la solemne mística aventurerista de Mas el mártir. «La imputación es la demostración de por qué Cataluña debe ser independiente». Al fin un arrebato de sinceridad transparente, de franqueza prístina. Acabáramos: el corrupto régimen soberanista no está huyendo de España sino de su justicia.

David Gistau considera que el 52% de los votos que recibieron los partidos del bloque no soberanista no fue un ejercicio tanto de patriotismo por parte de los catalanes, sino de inteligencia y de evitar insensateces aventureras:

El voto del 52% catalán me gusta interpretarlo, no como una demostración patriótica, de nacionalismo de contrapeso, sino como la inteligente evidencia de que en Cataluña hay personas inmunes a la insensatez aventurera. Personas que, a la hora de emitir un voto, hacen un proceso mental más prosaico y tedioso que la verborrea gloriosa de los propietarios de un destino y de un bombo. Personas que no hacen exhibicionismo callejero ni se ponen de acuerdo para gritar consignas en los estadios en un minuto previamente acordado.

Añade que:

Personas que calibran de qué modo se verá afectado su perímetro de seguridad personal y si merece la pena convertir en incertidumbres épicas los espacios de oportunidad ya conseguidos para su familia. Es mucho más aburrido que ir por la vida de patriota a quien han usurpado su nación. Pero creo que el ideal europeo consistía precisamente en darnos ese tipo de aburrimiento fértil, después de todas las emociones cuyo legado fueron los millones de muertos y las bellas ciudades destruidas.

Y concluye que:

El drama de la España actual, predispuesta a volverse cliente de los traficantes de emociones colectivas -buhoneros como los del crecepelo milagroso-, es la gente que se sintió excluida de ese aburrimiento. De ese otro perímetro de seguridad cuyo proveedor es el Estado. El rencor por esa pérdida lo explica todo. Cada uno de los monstruitos redentores que se desplazaron de la periferia al centro mismo de nuestro porvenir.

Salvador Sostres hace un relato cronológico desde que Artur Mas salta al foco principal de la política catalana y define su andadura como la de un gafe irredento. Todo aquello que ha intentado le ha salido mal:

Mas es gafe y todo lo que toca acaba naufragando. El hilo conductor de su vida es la desgracia.

El 9 de noviembre no convocó ningún referendo, sino un pueril simulacro participativo. Y logró, todo a un tiempo, que ERC y Junqueras le odiaran por cobarde, y que la Justicia le imputara ayer por desobediencia. Son síntesis que solo están al alcance de tipos muy especiales.

En 2003, en las primeras elecciones catalanas sin Pujol desde la recuperación de la democracia, Mas derrotó inesperadamente a Maragall pero por primera vez y por sorpresa las izquierdas se unieron y le hicieron el famoso tripartito, que le dejó en la oposición.

En 2006 se fue a La Moncloa a rebajar el Estatut que el Parlament había aprobado, y a cambio de sus múltiples rendiciones, Zapatero le prometió que en la siguientes elecciones catalanas, el PSC votaría la investidura del candidato de la lista más votada, que volvió a ser la de CiU. Zapatero volvió a faltar a su palabra y el president fue Montilla.

Insiste en que:

Cuando ya parecía que nada más podía salirle mal, la Policía halló en Liechtenstein una cuenta opaca de su padre, en la que él tenía firma. Gafe, gafe. En Barcelona, desde la Diagonal hasta la Ronda de Dalt, entre la avenida de la Victoria y General Goded, solo las porteras no tienen fuera «una perita para la sed». Y de entre todos, van y pillan a su padre, y a dos meses de las elecciones que habían de llevarle a la presidencia de la Generalitat.

Unas elecciones que se celebraron a finales de noviembre en el contexto naufragante de dos tripartitos que nos habían destrozado. Mas ganó, pero sin la mayoría absoluta que sí obtendría al año siguiente, y en muy parecidas circunstancias, Mariano Rajoy en el Congreso.

En 2012, Mas confundió una multitudinaria manifestación de la Diada por «la voluntad de un pueblo» -fue su lema electoral- y anticipó las elecciones para lograr los 6 escaños que le faltaban para la mayoría absoluta, y en lugar de conseguirlos perdió 12 por el camino, y quedó en manos de la Esquerra de Junqueras, que gracias al infortunio de Mas, pasó de 10 a 21.

Detalla que:

Entre las tensas negociaciones con ERC para (no) acabar celebrando el referendo secesionista, la tarde del 25 de julio de 2014 estalló en Convergència su bomba más sonada, confesando su fundador y presidente de honor, Jordi Pujol, que había tenido una cuenta oculta en Suiza. Mas, en lugar de defenderle con épica, le dejó caer del modo más vergonzante, y las siglas de Convergència acabaron para siempre asociadas a la corrupción.

El pasado mes de junio, tras 30 años de feliz convivencia, y de fructífera conveniencia, por culpa de su alianza con ERC, Mas hace saltar por los aires Convergència i Unió.

Y no sólo se queda sin socio sino que a la semana siguiente se queda también sin partido, disolviéndolo en Junts pel Sí, la candidatura conjunta con ERC. El domingo pasado, por primera vez en 37 años, Convergència no se presentaba a las elecciones.

Y le mete la estocada final (aunque los toros estén prohibidos en Cataluña):

Y para redondear el naufragio, lo que tenía que ser una victoria aplastante, se quedó en 62 diputados, y la CUP pone de condición para cualquier pacto que el presidente no sea Mas, y ha anunciado que no votarán su investidura, por su vinculación a los recortes y a la corrupción.

Mas trae mala suerte. Mas acarrea la desgracia. Nada, ni él mismo, ha sobrevivido a su oscuro presagio.

En La Razón, Julián Cabrera, jefe de los servicios informativos de Onda Cero, va más allá de lo que sucedió el 27 de septiembre de 2015 en Cataluña y clava la mirada en enero de 2016, cuando empiece a andar el nuevo Gobierno de España que salga de las urnas:

Lo ocurrido en no pocos de nuestros ayuntamientos, con la formación de gobiernos municipales franquiciados por Podemos -gobiernos innegablemente legítimos-, no puede sustraerse a una patente sensación de compás de espera por parte de quienes especialmente fuera de nuestras fronteras se juegan unas inversiones con las que de entrada se crea riqueza y empleo en cualquier país que se precie con garantías de estabilidad institucional y política.

La ralentización de algunas inversiones foráneas en los últimos meses es tan real como que nadie va a mostrar su elenco de cartas hasta que el panorama no se haya aclarado tras los comicios generales de diciembre, probablemente los más atípicos y apasionantes en lo que llevamos de democracia. Cualquier resultado con previsión de incertidumbre para quienes van a ser gobernados equivaldrá a una desconfianza de puertas para afuera que también sería legítima.

Entiende que el resultado surgido de las urnas el 27-S no es nada positivo ni halagüeño:

El compás de espera no sólo apunta a lo que se haga y se diga en el próximo parlamento que surja de las urnas dentro de tres meses, a un juego de pactos que se da por seguro ante la más previsible ausencia de grandes mayorías o a si La Moncloa tendrá nuevo inquilino o repetirá el actual. El resultado de los comicios catalanes del pasado domingo no arroja precisamente elementos de tranquilidad. Una Cataluña políticamente inestable como la que se atisba de aquí a los próximos meses no es el mejor escenario, por eso se hace más imperiosa si cabe la necesidad de un gobierno fuerte en Madrid frente a la previsible conjunción de un parlamento nacional inestable con la persistencia del desafío soberanista y la falta de consenso en el proyecto territorial por parte de los dos grandes partidos.

Pero volvamos a la contante y sonante referencia de lo ocurrido tras las pasadas elecciones municipales. Es inevitable establecer paralelismos entre el corto balance de las primeras semanas de los alcaldes populistas y lo que podría atisbarse tras las generales enfilando el arranque de 2016 si la suma de fuerzas en el nuevo parlamento sonríe a la suma de Podemos con otras izquierdas, sobre todo porque en ningún momento hemos escuchado en boca del líder del PSOE.

Por su parte, Federico Jiménez Losantos, en El Mundo, ve demasiadas casualidades en la imputación de Artur Mas justo después de las elecciones. Y, al mismo tiempo, recuerda a aquellos que ven en las CUP un elemento positivo quiénes eran en verdad estos ‘angelitos’.

Es tan malo el resultado de Junts pel Mas que ha tenido que venir la Orden Auxiliadora de la Justicia Extemporánea, sita en Barcelona, a ponerle el sayal de mártir por uno de los episodios más flagrantes de lo que ha llamado Guerra su «golpe de Estado a cámara lenta»: el referéndum del 9 de noviembre pasado. Casi un año para imputarle un delito de clarísima sedición, el de la convocatoria, siendo Presidente de la Generalidad, de un plebiscito para liquidar el régimen constitucional y el Estado español. Y van y lo citan a declarar en el aniversario del fusilamiento de Companys, para que acuda gimoteando con la Santa Compaña del Tres por Ciento, de Llach y Guardiola, hasta las CUP, muy antisistema ellas pero devotas de fantasmadas de ultratumba como su ídolo Chávez, que ponía en una silla a su lado la espada de Bolívar por si el Libertador se presentaba a cenar.

Apalea a la prensa española, al menos aquellos medios que quieren hacer un retrato simpático del partido del ‘Sandalio’ David Fernández:

Al frívolo periodismo español le ha dado ahora por encontrar de lo más simpáticas y «coherentes» a las CUP, así que bueno será recordar que sus diputados se estrenaron en el Parlamento autonómico exhibiendo el número de preso de Otegui; y que uno llevó una camiseta con la foto de un jefe etarra muerto. No de las víctimas de Hipercor, sino de las hienas que las asesinaron. El llamado chófer de Otegui, luego Sandalio Fernández, decía, con esa gracia que maldita la gracia que tiene para las víctimas del terrorismo, que «no podía ser el chófer de Otegui porque no tenía carné». Fantasmada por fantasmada, prefiero la de Chávez, del que las CUP son tan devotas como Coleta Morada y su tesorero. Aunque, eso sí, gratis. Pero hasta los que pegaban y escupían por la espalda, al estilo Piqué, a los parlamentarios catalanes en el Parque de la Ciudadela -para esa Justicia Auxiliadora del delito fue un mero «acto de libertad de expresión»- se conmueven con el aniversario diario del martirologio separatista. Con los niños muertos de Hipercor, no. Con el heredero de Pujol, sí. Así son ellos.

Y finaliza así, sobre las ‘casualidades’:

García Albiol dijo ayer en esRadio que veía «demasiadas casualidades» en la fecha elegida para llamar a Mas. Pero Catalá aclaró que la Justicia «tiene sus tiempos» y no ha querido «interferir en las elecciones». Vamos, que para no estigmatizar al presunto delincuente prevarigalupó antes y también después del 27-S. En este Gobierno no cabe un margallo más.

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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