LA TRIBUNA DEL COLUMNISTA

David Gistau le da una somanta de palos a Aznar: «Con gente gastada como él no es de extrañar que los votantes del PP se vayan a Ciudadanos»

"El expresidente es el titular de un tiempo político cuya gloria no puede ser añorada porque ya no existe"

David Gistau le da una somanta de palos a Aznar: "Con gente gastada como él no es de extrañar que los votantes del PP se vayan a Ciudadanos"
José María Aznar. EP

Dos meses y medio para las elecciones del próximo 20 de diciembre de 2015 y los columnistas ya afilan sus tribunas en esa clave. Los hay desde los que defienden la gestión de Mariano Rajoy, los que apalean a Pedro Sánchez, el candidato del PSOE, por imitar las indefiniciones y vaguedades de Zapatero o quienes critican a esos personajes rancios que aún hay en el PP y que provocan la fuga de votos a Ciudadanos.

Arrancamos en ABC y lo hacemos con David Gistau que le mete una somanta de palos al expresidente José María Aznar por seguir azuzando fantasmas del pasado en el PP, lo que provoca, sin duda, que muchos votantes se replanteen qué opción elegir el 20-D:

Las cóleras episódicas de Aznar describen una trayectoria, paralela a las del país y su partido durante la última década, que revela que el expresidente sufre enfados cada vez menos ambiciosos. Tienen en común que siempre parece enojarse por una noción del legado histórico que otro, un botarate, le arruina por habérsele ocurrido irse. Pero, si hace una década todavía se enfadaba porque le estaban estropeando la gran nación europea y atlántica que nos dejaba, próspera y expansiva, comprometida con los deberes de Occidente en el «limes», ahora ya apenas ansía proteger un ecosistema electoral en el que ha penetrado un partido intruso del cual huele las meadas territoriales. A Aznar primero le fastidiaron su España de grandezas devueltas, en la que llegó a hablar con acento tejano a la salida de un rancho que era como el templo de Mars Ultor, Marte Vengador, en la consagración de los estandartes. Entiendo que ha tenido varios años de crisis para resignarse a ello. Pero es que ahora le están demoliendo una gigantesca maquinaria de poder y de acaparación de valores que, como él mismo se propuso, no permitía la existencia de ninguna otra sigla «a la derecha del PSOE».

Señala que:

Vistas así las cosas, lo extraño es que en el PP no haya prosperado una nostalgia sebastianista. Al revés: cada vez que Aznar sale de un acto al que no ha ido nadie de la pomada, en el que nadie ha querido ser visto, parece que el coche al que se sube se lo lleva al exilio. El problema de Aznar en este sentido, más allá de que no tenga otras intenciones actuales aparte de regañar o de tutelar como un centinela moral, dependiendo de a quién se le pregunte, consiste en que es el titular de un tiempo político cuya gloria no puede ser añorada porque ya no existe. La han triturado entre Bárcenas y Rato, de igual forma que Rajoy mantiene cautiva toda posibilidad de proyección al porvenir. El PP no tiene hacia dónde ir. Pero tampoco tiene hacia dónde regresar para consolarse con recuerdos gratos de su propia decadencia y para creer que hay una medida idealizada de lo que fue y de lo que podría volver a ser. Ese anhelo nostálgico debería alimentarlo el aznarismo. Pero resulta que el aznarismo ha sufrido un desengaño no tan brutal, pero tampoco tan distinto que el del pujolismo. Y sin tanques entrando por la Castellana que sirvan de pretexto evasivo.

Y concluye que:

El PP no tiene pasado ni futuro. Está lleno de personajes gastados que encima, cuando toca ganar unas elecciones, han comenzado ya a maniobrar para colocarse en las posiciones sucesorias del postmarianismo. A quién puede extrañar que los votantes hayan comenzado su propia refundación marchándose a que los renueve Ciudadanos. No me cansaré de decir que hay tantas ganas de irse de este PP que, con tal de sentir pertenencia a Ciudadanos, los votantes de la derecha se autoengañan como si Rivera se hubiera comprometido con sus valores, cosa que jamás hará para no perder su sentido pendular de la oportunidad. No en vano, Ciudadanos es el único partido que ya ha ganado las elecciones.

Por su parte, Ignacio Camacho reparte estopa con fina prosa e ironía a Pedro Sánchez por hablar en términos de España como si fuera esa versión 3.0 de José Luis Rodríguez Zapatero:

A Pedro Sánchez le piden algunos influyentes correligionarios que para incitar el voto útil repita aquel compromiso de Zapatero de no tratar de gobernar si saca un voto menos que el rival en las elecciones. En vez de asumir este gesto de claridad, el candidato socialdemócrata prefiere imitar a su antecesor en algunas de sus más abundantes confusiones. Cuando ayer le dijo a Carlos Herrera que nación es una palabra «polisémica» resucitó el fantasma zapaterista de lo discutido y lo discutible, célebre ambigüedad conceptual que acabó dando cobertura al descalzaperros soberanista. Diccionario en mano Sánchez lleva razón incontestable, pero se presenta a presidente de una nación, no a una plaza de catedrático de semántica.

Recuerda que:

Desde aquella célebre (in)definición zapateriana los socialistas andan a trompicones con la cuestión nacional, que no es un problema nominal sino ideológico. De los múltiples significados del término, que en efecto es polisémico, no acaban de saber con cuál quedarse. Han hablado de realidades nacionales, de nación de ciudadanos, de nación de naciones. Unos, como Iceta o Ximo Puig, se refieren con él a Cataluña, y otros como el propio secretario general, a España, ese país para el que Pasqual Maragall, en pleno delirio, llegó a sugerir un cambio de nombre. El malentendido se agranda y multiplica cuando entran en juego conceptos como el de Estado o el de patria, enunciados capaces de agitar viejos prejuicios sectarios; al mismo Sánchez le han llegado a reprochar los suyos el uso de la bandera española como atrezzo simbólico de sus mítines.

Hay en torno al ser y la identidad de España un desacuerdo de fondo en el PSOE, un embrollo de criterios, un desencuentro de tradiciones y de tendencias que debilita su proyecto y siembra dudas sobre su cohesión como partido de gobierno. La invocación federalista es un placebo político que sirve para escapar de ese debate interior en cuya postergada resolución está la clave de un complejo conflicto de almas, corrientes y facciones imposibles de casar entre sí. Porque una cosa es la polisemia y otra la poligamia.

Añade que:

El líder socialista trata de ganar tiempo aplazándose a sí mismo las respuestas. Busca refugio en la anfibología y en los casuismos léxicos y tira para adelante a la espera de que las circunstancias le ofrezcan soluciones prácticas. Su entorno tiende a pensar que el enredo catalán puede arreglarse a base de ingeniería terminológica creativa: las expresiones «comunidad nacional» y «nación cultural» están ya escritas en algunos borradores de reforma de la Carta Magna. En medio de este frenesí nominalista alguien debería aclararnos a los españoles, a ser posible antes de las elecciones, qué demonios somos. Va a ser difícil de creer que Sánchez nos pida el voto para gobernar una polisemia. A menos que en vez de en el BOE aspire a firmar en el DRAE.

En La Razón, César Vidal hace un relato completo de lo que él viene a llamar el “burdel catalán” y que no es otra cosa que el despiporre político habido en estas décadas en Cataluña y que ha llevado a la región a unas cotas de corrupción intolerables:

Aunque constituye un tópico hablar de la basura que sale de la televisión, lo cierto es que existen espacios verdaderamente notables. Uno de esos ejemplos de periodismo bien realizado, documentado, imparcial y casi me atrevería a decir culto es el que ofrece de lunes a jueves en Francia Yves Calvi con su programa «C’est dans l’air». El pasado 28 de septiembre, Calvi moderó un debate extraordinario titulado «Riesgo catalán y contagio independentista». Lejos de ser contertulios de misa y olla que lo mismo te hablan de fútbol que te descubren los secretos arcanos de la ciencia, los contertulios sabían de lo que hablaban y sus afirmaciones resultaron demoledoras.

Detalla que

En frases contundentes y sólidas, dejaron de manifiesto, por ejemplo, que Mas es un político desastroso que no ha dejado de perder escaños cada vez que ha convocado elecciones hasta el punto de que se le podría llamar «Mas menos 12» porque son los asientos que pierde en cada elección autonómica. Sin embargo, lo más impresionante fue la manera en que conocían la Historia de España y la enfrentaron con las falsedades del nacionalismo catalán repetidas hasta la náusea. Por ejemplo, la Guerra de Sucesión jamás fue una invasión de Cataluña sino una guerra civil que enfrentó a unos catalanes con otros de la misma manera que sucedió en el resto de España.

Subraya que:

Resultó incluso sobrecogedor ver cómo conocían a los nacionalistas catalanes. No se trataba sólo de que afirmaran que los Pujol eran un ejemplo de corrupción política difícil de superar o de que la mamma Pujol era una racista apenas oculta como lo es, en general, un nacionalismo catalán que, de manera totalmente injustificada, se cree superior. Es que además el nacionalismo catalán no ha dejado de mentir hablando de un absurdo derecho a decidir cuando,en realidad,lo que tenía que haber dicho a los votantes era que una Cataluña fuera de España inmediatamente se vería arrojada de la Unión Europea. Eso por no hablar de que Cataluña recibe más del resto de España que viceversa y de que su destino sería aciago tras la independencia.

Y remacha:

En un momento determinado uno de los contertulios acabó resumiendo la Cataluña nacionalista diciendo que «es un burdel». La expresión me resultó dolorosa, pero no exenta de veracidad. Durante décadas,los nacionalistas han tenido una embajada en la zona más cara de París pagada por todos nosotros. Pero los franceses ni son estúpidos ni se amedrentan. No hay más que ver lo que piensan de la Cataluña nacionalista.

Federico Jiménez Losantos, en El Mundo, echa un capote a Aznar en relación al juicio a la Infanta Cristina, previsto para el 11 de enero de 2016:

Sería cómico si no resultara ridículo ver a la brigada mixta rajoyana, compuesta por los gremlins de Podemos, el Komando Rubalkaba y la Sagrada Congregación de Telefieles, cargar contra Aznar por decir lo que todos están viendo: que Rajoy, tras las andaluzas, europeas, municipales, autonómicas y catalanas, conduce al PP a su sexta y acaso última derrota. Ya sabemos que la Izquierda y los que en la política y el periodismo viven de hacerse perdonar por la Izquierda tienen en Aznar al muñequito de vudú con el que reparar cualquier desliz personal o profesional en su biografía. Como a Gallardón ayer, a Rajoy, Soraya y los telecantanos de Génova 13 se les perdona hoy siempre que abjuren de Aznar, el creador del PP. Con su bilis y sus concesiones se lo coman. Lo que no pueden adjudicarle a Aznar es la Pasarela de la Corrupción Institucional que la Justicia española va a inaugurar el próximo 11 de enero, comienzo del juicio por el caso Nóos.

Rememora que:

Porque no fue Aznar el que se reunió con el entonces Jefe del Estado, Juan Carlos I, el entonces Jefe de su Casa, Rafael Spottorno, el entonces ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, y el entonces Fiscal General del Estado, Eduardo Torres-Dulce, para urdir una estrategia que salvara a la hija pequeña del entonces Rey de ir a la cárcel con su adorado Urdangarín. No, no fue Aznar sino el entonces presidente del Gobierno, Mariano Rajoy -lo contaron Inda y Urreiztieta en EL MUNDO- el que, tras aceptar Juan Carlos I el plan de Gallardón para asegurar, fiscal mediante, la impunidad de su hija menor, dijo en Antena 3 TV aquella frase tremenda, entre la chulería y la prevaricación: «A la Infanta le va a ir bien».

Finaliza asegurando que:

No sé si a la Infanta le irá fatal o, por la botinesca vía, sólo mal. Pero al PP le irá muchísimo peor. Y la culpa será de Rajoy, aunque todos los llamados a declarar pertenecieran al PP de Aznar, o sea, como Rajoy. Hay un sector cretinoide en Moncloa que cree que deteniendo todos los días a Rato a punta de metralleta nos convencerán de que el PP lucha contra la corrupción. Ni en directo ni en diferido, como dice Cospedal que le pagaban a Bárcenas. Si no saca una gran mayoría -y aunque la saque, porque la progrez estará rabiosa-, el PP va a quedar como el palo de un gallinero. Y la culpa del regio «cortafuegos» no es de Aznar. Aunque se la echen.

Raúl del Pozo también se fija en los pollos que está montando José María Aznar y cuenta que cree que lo está haciendo porque ve que al PP se le agota el tiempo de estar en el poder:

Aquella norma antigua que consistía en dar prestigio al inferior, honrar al igual, tratar como amigos a todos, no se cumple en la actual política. Se practica el arte y la maña, el engaño, la puñalada al gatear por la cucaña de las listas y la representación con máscaras y caretas. Los propios políticos hablan de relato, de escenario, de actuación. La política, como la propia vida, es un tablao donde se representan varios papeles. Ahora el arte escénico ha dado un paso más: utilizar la táctica de la seducción. Parece que ya no se hacen congresos, sino cástines; se elige a los más fotogénicos, a los más jóvenes. Buscan candidatos que desprendan energía sexual.

Se confirma esa idea de la erótica del poder, se vuelve a pensar que los gobernantes provocan deseos, después de unos años en los que se les apedreaba en las plazas. Replegado el ejército de Pancho Villa, la vida de los políticos es menos arriesgada que cuando los indignados y se dan casos de intercomunicación de hormonas y deseos entre los líderes.

Javier Maroto, uno de los cinco vicepresidentes de la quinta de Moragas, ha comentado que Albert Rivera y Pedro Sánchez se hacen ojitos políticos. Además de la sexualización de las masas, ha llegado el noviazgo de políticos; se lían unos con otros y con otras, incluso de partidos rivales y a altos niveles. Hacerse ojitos con alguien es buscar la mirada de una persona con fines amorosos. «Donde esté una buena conversación, un buen achare, un hacerse unos ojitos, que se quite el internet», escribió Eduardo Mendicutti. Se timan hombres y mujeres, heteros y gays; como en el teatro isabelino, en el Congreso que viene habrá muchas parejas en distintas bancadas, lo mismo en la derecha que en la izquierda.

Señala que:

A ese nuevo mundo de gays, heterogays, heteros y metrosexuales ha decidido volver el macho man, José María Aznar, la testosterona, el que doma los bíceps y cambia los acueductos. Cree que Albert Rivera es alternativa al centro-derecha y que acertó no nombrando a Rodrigo Rato, pero se equivocó al irse. Así que pregunto a algunos de sus compañeros de partido: «¿Qué busca Aznar?». «Busca las listas. Quiere meter a los suyos, a Cayetana Álvarez de Toledo, Miguel Ángel Cortés, Ignacio Astarloa y otros».

Algún político cercano al ex me explica que Aznar se prepara para un posible congreso en marzo, después de la derrota, si es que la hubiera. «Todo el mundo -explica- se coloca y busca la sombra de alguien por si Mariano Rajoy pierde el día 20 de diciembre». Le pregunto a uno que fue cercano colaborador: «¿Por qué Aznar está montando el pollo?». Y él insiste en la lucha por la listas. «No quiere que los suyos se queden huérfanos».

Y apunta lo que muchos temen, que Ciudadanos sea el partido que incline la balanza:

Nadie habla de ideología, sino de caras y de ojitos. Ya no da tiempo a buscar nuevas ideas, el belén se les viene encima y todos están temblando por si Ciudadanos queda como tercera fuerza y pilla muchos diputados el 20 de diciembre por la ley D’Hondt. «Con un 130 PP-120 PSOE, el Gobierno próximo estaría en manos de Ciudadanos».

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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