LA TRIBUNA DEL COLUMNISTA

Ignacio Camacho da en la diana de la fuga de votos del PP: «La clase media le ha puesto los cuernos al marianismo con la derecha bonita»

"A lo largo de esta legislatura abrasiva ha perdido capacidad de seducción y el desgaste de gobernar le ha provocado arrugas que afean su antiguo perfil centrista"

Ignacio Camacho da en la diana de la fuga de votos del PP: "La clase media le ha puesto los cuernos al marianismo con la derecha bonita"
Inés Arrimadas, junto a Albert Rivera, es una refrescante noticia para la política catalana como candidata de Ciudadanos PD

Mucha referencia este 11 de octubre de 2015 a Ciudadanos en las columnas de opinión de la prensa de papel. La conclusión a la que se llega, aunque partiendo desde diferentes planteamientos, es que al PP le van a hacer un roto en las urnas por la presencia de Albert Rivera, quien se va a llevar muchos votos de la derecha tradicional.

Arrancamos con Ignacio Camacho en las páginas de ABC. Considera el que fuera director de este rotativo que electores de clase media del partido de Génova 13 quieren darle a su vida una tonalidad más ‘anaranjada’:

Para seguir la pista a sus votantes perdidos, el PP ha contratado a una pléyade de sociólogos que escrutan los mapas de resultados electorales y las encuestas de recuerdo de voto. Lo llaman -Moreno Bonilla se lo dijo la otra noche en la radio a Juan Pablo Colmenarejo- el geolocalizador demoscópico. Sobre las tablas de datos trazan cartografías de coordenadas intencionales, bitácoras de puntos de fuga y rutas de trasvases. La conclusión de tanto estudio es la misma que se percibe a ojo de buen cubero: la mayoría de ese electorado infiel ha buscado refugio en los predios de Ciudadanos. Le han puesto los cuernos al viejo partido atrapalotodo para irse con la «derecha bonita»: bisoña y etérea pero sonriente, descorbatada y faldicorta.

Asegura que el problema que tiene Mariano Rajoy es que ya no es capaz de seducir al electorado:

El marianismo tiene un problema. A lo largo de esta legislatura abrasiva ha perdido capacidad de seducción y el desgaste de gobernar le ha provocado arrugas que afean su antiguo perfil centrista. Su estrategia de dique único contra el frentepopulismo de la izquierda ha quedado desfasada por la irrupción de una fuerza tercerista cuya potencia emergente no alcanzaron a prever los cerebros monclovitas. Hasta el descalabro catalán han estado minusvalorando la amenaza, y aún se consuelan pensando que el efecto del 27S se diluirá en la campaña de las generales.

Calcularon que las huestes de Rivera no les harían mucho más daño que las de Rosa Díez y ahora no saben cómo recuperar a los abandonistas. Si ignoran a C’s engrasarán el mecanismo mental de muchos simpatizantes que contemplan al nuevo partido como un apéndice natural del centroderecha, un amable spin-off más risueño y fresco que el original. Si cargan la mano contra los riveristas les darán aún más protagonismo y además corren el riesgo de distanciar al que en la hora de los pactos puede ser el único aliado.

Y saca a relucir el pensamiento de importantes dirigentes del PP que nunca vieron con buenos ojos que se esperase a diciembre de 2015 para hacer las elecciones, que éstas debían haberse celebrado antes, seguramente coincidiendo con las catalanas:

El asunto es crucial porque la pantalla del GPS de los votos fugados no deja de señalar puntos naranjas. Algunos dirigentes populares empiezan a considerar como un error del presidente la decisión de aguantar hasta diciembre: Cataluña ha dado relevancia a Ciudadanos hasta el punto de haberlos erigido en cortafuegos del independentismo. Rajoy insiste en su discurso del voto útil, de la estabilidad frente al aventurerismo gaseoso. Tiene a su favor la certeza de que es el único candidato con experiencia, pero ya no está claro que ese argumento funcione. La clase media no ve a Rivera y los suyos como gente inquietante; más bien los jóvenes los sienten cerca de sí mismos y para muchos mayores son los yernos que hubiesen elegido. El punto más débil de C’s es su complacencia con el régimen andaluz, pero la maquinaria propagandística del PP, que podría arrasar destacando esa incoherencia, tiene averiado el motor de arrastre. Diseñada para confrontar con el PSOE, carece de radar para detectar ahora dónde está el adversario y dónde el enemigo.

Salvador Sostres, en ABC, le suelta una ración de mandobles a la alcaldesa de Barcelona, la muy populista Ada Colau, ante su última chorrada, la de retrasar comercialmente el período de la Navidades. Lo que no se le ocurra a esta caterva de nuevos alcaldes…Ni el que asó la manteca llega a estos límites de surrealismo:

Monumental enfado de los comerciantes barceloneses con Ada Colau, que ha retrasado diez días la campaña comercial de la Navidad con la excusa de ahorrar energía con la iluminación especial; y en lugar de la pista de hielo que se solía situar en la plaza Cataluña, ha anunciado que impondrá una feria de consumo responsable.

Lo que la izquierda no entiende, y por eso sus recetas llevan siempre a la miseria, es que el consumo responsable es el que genera beneficio, riqueza y puestos de trabajo, y que la prosperidad sólo ha florecido alrededor del capitalismo y de las economías de mercado. Es preferible cualquier defecto del capitalismo, y todos ellos puestos juntos, y en el peor de los casos, que cualquier eventualidad, por optimista que sea, de la economía planificada de la que la señora Colau es partidaria. Es preferible la Gran Depresión a Stalin, a Chávez, a Castro, a Maduro o a Mao. Es preferible cualquier «injusticia» del mercado que cualquiera de los estragos que acompañan al concepto del consumo responsable.

Precisa con datos irrefutables:

Y no preferible para mí, o para los ricos. Preferible para los comerciantes, preferible para los consumidores, preferible para los que gracias a las boyantes transacciones van a ser contratados cuando el propietario decida ampliar el negocio.

Y preferible, también preferible, y muy preferible, para los niños que cosen balones de Nike a pocos dólares la hora en lugar de ir a la escuela, porque si como Ada Colau querría, dejáramos de comprar productos de Nike -en nombre del consumo responsable y «ético»- y Nike acabara quebrando por el boicot, las circunstancias de aquellos niños serían las mismas, pero sin los dólares que ahora ganan, pocos para nosotros pero que para ellos son lo único que tienen.

El capitalismo no tiene alternativa , como Dios, como la verdad. No seremos nunca felices si no aceptamos la imperfección del mundo, y si no entendemos que la ex periencia es mejor consejera que la ideología. No hay muchas verdades, hay una sola verdad y muchas mentiras. No hay muchos dioses, ni muchos cristales a través de los que se mira. Hay una Cruz que nos señala, y nos salva; y montañas de desolación, de desasosiego y de matanza cuando se vive de espaldas a la luz y se cree uno más listo que los demás tomando atajos.

Y deja claro quiénes son culpables y responsables de esta situación:

Tan culpable es Colau haciendo pasar su demagogia por encima de los intereses de los vecinos de Barcelona como Mas prefiriendo su salvación personal, y su permanencia en el poder, aunque sea al precio de pisotear la prosperidad y las garantías de los catalanes con un pacto salvaje con la CUP. Los que dicen venir a salvarnos, siempre en el fondo vienen a salvarse, y la factura siempre acaba reflejada en nuestra cuenta.

Lo más dramático de Mas con su independentismo hiperventilado, y de Ada Colau con su izquierda de arco y flechas, no son las molestias que causan a los ricos y a los empresarios, a los que sin duda perjudican, sino el terrible daño que hacen a los más pobres, y a los más frágiles , a los que tanto presumen de defender, cuando en realidad les condenan a la miseria con sus medidas equivocadas y contrarias a la creación de la riqueza, y que ponen en peligro el bienestar, el orden y la paz que tanto nos ha costado consolidar.

Es lo que Golda Meir dijo: podemos perdonar a los árabes que maten a nuestros hijos, pero nunca les perdonaremos que nos obliguen a matar a los suyos.

José María Carrascal apunta en su tribuna que el parón del AVE en Cataluña del pasado 7 de octubre de 2015 tiene visos de haber sido producto de un sabotaje, aunque dice que hay que esperar en el tiempo a ver si se producen nuevos episodios:

El sabotaje es una de las muchas formas del terrorismo. No de baja intensidad, sino, al revés, la más cobarde, más taimada, más cruel y vil. Vil, al tratarse de un terrorismo indiscriminado, que ni siquiera apunta al enemigo, que puede responder y causarte daño, sino de tirar la piedra y esconder la mano, sin saber siquiera a quién dará la piedra, por lo general a inocentes. Si se confirma sabotaje en las líneas de alta velocidad en Cataluña, cosa cada vez más probable, los afectados son los 13.000 viajeros que no pudieron llegar a su destino a la hora prevista aquel día, y cuantos les esperaban en su casa o en la oficina. Buena parte de ellos, catalanes. Lo que ilustra de la intención de sembrar la alarma y el caos.

Subraya que:

Quién tiró la piedra no lo sabemos. Apuntar con el dedo resulta arriesgado. Pero que hubo quien intentó sacar provecho colateral del lamentable suceso es evidente, pues se denunció a sí mismo. El consejero de Territorio y Sostenibilidad de la Generalitat, Santi Vila, se apresuró a acusar a Adif y a Renfe de «no proteger bien la red ferroviaria de Cataluña», con lo que cometía una desfachatez y un embuste: los Mossos d’Escuadra son los responsables de la seguridad de la red ferroviaria, o sea, el gobierno del que forma parte el señor Vila, y esa red no es «de Cataluña», es la red nacional de ferrocarriles españoles. El citado señor, por tanto, tiró piedras a su propio tejado. Aunque lo de vil se queda cortó, al tratarse más bien de una calumnia, que contrasta con la impecable postura adoptada desde el primer momento por el Gobierno central ante la tropelía, centrándose en atender a los pasajeros afectados y esclarecer los hechos. Sin que se haya subrayado suficientemente que, pocas horas después, se restableció el pleno servicio. Sin que haya habido excusa por parte del señor Vila. Como siempre. Ni condena, que sepamos, de los perpetradores. Como siempre también.

Tiene claro que lo que ha quedado descartado en ese parón de la Alta Velocidad es el robo con fines lucrativos:

Mientras se aclaran los hechos y la identidad de los delincuentes tras ellos, sólo cabe especular con los datos que tenemos. Y descartado el robo con ánimo de lucro -por 20 centímetros de fibra óptica no se monta una operación tan arriesgada y de tal envergadura-, no puede descartarse la hipótesis de que el ultranacionalismo catalán, al haber visto fracasar sus planes plebiscitarios, haya pasado de la acción política -donde hace tiempo está- a la violenta, eso sí, de la forma más segura, como es el sabotaje. Si se trata de una acción aislada de individuos violentos o de un plan de «movilización» de sus seguidores más apocados, aunque sea a empujones, lo sabremos por la continuación, o no, de tales actos. Incluso no descarto que se busque hartar al resto de los españoles del «problema catalán» y lo soltemos en banda. Entonces sabrían los catalanes qué es vivir bajo estos desaprensivos que, por lo pronto, están dejando Cataluña sin ley, sin dinero y sin gobierno.

En La Razón, César Vidal no alberga dudas de que Ciudadanos acabará pactando a nivel nacional con el PSOE:

El triunfo indiscutible en las recientes elecciones catalanas -de casi nada a segunda fuerza-y el espectáculo de un Podemos que se desinfla por días sumados al estancamiento de los dos principales partidos tesis de que Ciudadanos será el árbitro para la formación de las próximas elecciones. La cuestión, obviamente, es hacia dónde inclinará el partido naranja en esa tesitura. Para muchos, semejante eventualidad implicará la continuación en el poder del PP siquiera como parte de un gabinete de coalición.

Apunta que:

Debo decir que semejante ser del todo imposible, resulta poco probable. Sé que no pocos votantes se empeñan en ello y que incluso existen medios ubicados a la derecha que insisten en afirmar lo mismo cada lunes y cada martes, pero Ciudadanos no es un partido de centro-derecha. A decir verdad, en su misma página web se ha definido siempre como una formación de centro-izquierda. Por razón natural, esa circunstancia debería inclinar lo más a forjar un pacto con el P SO E que con el PP. Por razón natural y por otras causas. Ciudadanos ha presentado una oposición gallarda y sólida frente al nacionalismo catalán que hubiera sido de desear en el PSOE y el PP. Incluso se ha atrevido-siguiendo las instrucciones que se le han dado infructuosamente una y otra vez al presente Gobierno- a solicitar el final de los conciertos vasco y navarro.

Y destaca que a Ciudadanos le pierde esa constante indefinición de la que hace gala:

Sin embargo, fuera de la cuestión de los nacionalismos, Ciudadanos parece presa de una indefinición inquietante. Sus propuestas no son todo lo claras que sería de desear y en lo que se refiere a sus afiliados proceden de campos tan diversos-la izquierda, el liberalismo, el regionalismo aragonés…- que no resulta fácil pronosticar por dónde podría discurrir todo. Arrancando de esos mimbres, es mucho más fácil que Ciudadanos haga un cesto con el PSOE que con el PP. En primer lugar, no oculta su falta de disposición a pactar con un Rajoy al que considera impregnado de olor a cadaverina; en segundo, está forzado a dar la sensación de cambio y renovación-no de continuidad – respecto de la política de los últimos años; finalmente, en Andalucía está demostrando que puede hacerlo sin demasiados escrúpulos. Quizá sin Rajoy, quizá con pactos que satisfagan en extremo a sus votantes, quizá si el PSOE se empeña en seguir la deriva catalana de los últimos años, Ciudadanos podría pactar con el PP, pero fuera de ese contexto, lo más posible es que gobierne con los socialistas.

David Jiménez, en El Mundo, plantea si a Mariano Rajoy le conviene o no esa metamorfosis para parecer un político menos aburrido. Y es que a veces da menos votos el intentar aparentar lo que no se es en realidad y, sobre todo, imitando un papel con el que no se está a gusto:

En el primer día de su clase The Making of a Politician, el profesor de la Universidad de Harvard Steve Jarding graba a sus alumnos presentando una hipotética candidatura presidencial y debatiendo en campaña electoral. Durante meses los instruye en el arte de la comunicación política antes de volver a filmar sus mítines al final de curso para ver si ha conseguido su objetivo: transformar a sus estudiantes en políticos profesionales. La teoría de Jarding, que ha entrenado a candidatos de todo el mundo, es que cualquiera, independientemente de sus habilidades comunicativas, puede ser convertido en un gran líder mediático.

Tomé el curso de Jarding el año pasado, en un experimento por ver si también podía lograr la conversión de un periodista descreído. No recuerdo que en ninguna de sus lecciones el profesor mencionara la necesidad de marcarse un baile para atraer a los votantes, ahora que la estrategia está tan de moda entre nuestros políticos, pero cada país tiene sus peculiaridades. En lo que sí insistía Jarding era en la necesidad de transmitir autenticidad. Si no eres gracioso, evita las bromas en tus discursos. Si no eres especialmente emotivo, no exageres lo mucho que te importan las ancianas desvalidas. Si la simpatía no es lo tuyo, resalta aptitudes como la seriedad o la capacidad de gestión.

Que nuestros candidatos no siguen los consejos del estratega electoral demócrata lo demuestra la carrera iniciada por presentarse como lo que no son. Su problema es que en la era de Internet y las redes sociales, la impostura electoralista se hace incluso más evidente: nadie en edad de conducir creería que la súbita cercanía que algunos muestran hacia los problemas de los ciudadanos se deba a otra cosa que la aproximación de la «venganza del ciudadano», que es como el primer ministro británico Lloyd George definía las elecciones.

Destaca el empeño de los asesores de Rajoy para que dé un giro a su imagen:

Los estrategas del Partido Popular, por ejemplo, se han empeñado en que Mariano Rajoy experimente una metamorfosis que haga del político sobrio y algo aburrido al que nos tiene acostumbrados un candidato del pueblo, todo en tiempo récord. El presidente ha pasado de resistirse a las entrevistas y organizar ruedas de prensa sin preguntas -o evitar las incómodas- a ser un ejemplo de accesibilidad, no siempre con desenlaces favorables para él. Tanto le dicen en su partido que debe mostrarse más cercano que cada vez parece más alejado de sí mismo, selfies callejeros incluidos. Los buenos datos económicos no bastan: ha llegado la hora de hablar de «la economía con alma». Y Rajoy es un «bailongo», nos revelaba Soraya Sáenz de Santamaría en El Hormiguero, despertando la expectativa de que también él se desmelene en uno de sus mítines al ritmo de We are the Champions de Queen.

Los tiempos electorales demandan cierta dosis de besos a niños espantados, fotografías forzadamente naturales y poses que sitúen al político a pie de calle, pero las exageraciones tienen el inconveniente de que envían el mensaje de que se toma al electorado por idiota. Ocurre algo parecido con las promesas electorales, donde habría que seguir la máxima de Bernard M. Baruch de votar al que prometa menos, porque «será el que menos te decepcione».

Y subraya que Rajoy es todo un superviviente en lo que se ha venido a llamar la vieja política:

La tentación de ir un paso más lejos en el marketing electoral es mayor para la vieja política, que tiene en Rajoy a su gran superviviente, porque los nuevos tienen la ventaja de no haber gobernado y pueden presentarse con la mochila más ligera. No se les puede acusar de incumplir programas electorales ni tienen que responder a casos de corrupción porque no han estado en posición de meter la mano en la caja. Sus candidatos están menos vistos y controlan mejor el lenguaje de la comunicación y las redes sociales. En una campaña de plató como la que parece que nos espera, donde el entretenimiento prime sobre la política, un Rajoy cómodo se hace tan difícil de imaginar como en la pista de baile. Jarding le recomendaría que sea él mismo y que no atienda a las demandas de quienes le piden que actúe como el vecino que siempre pregunta por la familia en el ascensor. Su reelección no dependerá tanto de lo simpático que se muestre en vísperas electorales como del ánimo de unos ciudadanos que, como decía Lloyd George, decidirán si ha llegado el momento de vengarse de sus gobernantes.

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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