LA TRIBUNA DEL COLUMNISTA

Cristina López Schlichting pone como un trapo a Willy Toledo: «Sólo se le conoce por sus berreas»

"Ser Willy Toledo es como ser bailarina y hacerse famosa por dar patadas"

Cristina López Schlichting pone como un trapo a Willy Toledo: "Sólo se le conoce por sus berreas"
Willy Toledo. EP

Las crisis instaladas en los senos del PP y del PSOE en los últimos días dominan las columnas de opinión de la prensa de papel de este 18 de octubre de 2015. Pero no es la única cuestión sobre la que debaten los articulistas. También hay hueco todavía para la mamarrachada cum laude de Willy Toledo defecándose en todo lo que le pasa por ese magín lleno de serrín.

Sobre este último asunto diserta en su columna dominical de La Razón Cristina López Schlichting y, desde luego, no deja nada bien parado al sujeto que va por la vida de actor…pero de los malos:

Ser Willy Toledo es como ser bailarina y hacerse famosa por dar patadas. La profesión de actor es una de las más directas en el camino hacia la belleza y la verdad, pero este señor, nada famoso, se hace conocido a base de berrea. Después de cagarse en la Virgen del Pilar y la fiesta nacional y todo lo demás, Frank Cuesta lo retó a hacer lo mismo con el Corán. En una lacónica respuesta por Internet, Toledo se ha acogido a la libertad de expresión con la frase «Je suis Charlie», que es una forma muy fina de decir que no se atreve a aceptar el desafío. Vamos, que con la Virgen sí, pero con Mahoma no.

Y añade que:

Funciona a su favor que los maños, aunque tienen mucho carácter, no acostumbran a lapidar a quienes insultan y blasfeman. Me da rabia que a este tipo le vayan a salir más contratos por su agresiva publicidad. El canibalismo moral de Willy Toledo es más viejo que la tos y tiene sus antecedentes en la antropofagia que, entre otras cosas, quedó erradicada de América gracias a los conquistadores españoles.

En ABC, Juan Pablo Colmenarejo se centra en el pollo que ha montado, no Antonio Baños (CUP), sino Pedro Sánchez en el seno del PSOE con la incorporación de Irene Lozano (UPyD) o la inclusión con fórceps de una tránsfuga que ha encendido los ánimos en la federación andaluza:

Napoleón acertó al decir que cuando el enemigo se equivoca no hay que distraerle. Estuvo tan iluminado el hermano de José Bonaparte que sus adversarios le dejaron fabricar el final sin necesidad de ayuda. En estas décadas de democracia del 78 hay varios ejemplos en la política española dignos de la batalla de Waterloo.

Algunos veteranos de aquella época han elevado la ceja estos días al ver a un par de ministros a sopapos en la prensa, uno de ellos ucedero en la anterior vida, a los seguidores de Aznar echando leña al marianismo y a lo que queda del PP en el País Vasco comportándose como una tribu jíbara. No quería líos el presidente Rajoy, pero los ha tenido todos y sin oraciones subordinadas. Algunos se lo han pasado en grande contando el estado de pánico en el que ha parecido entrar el PP.

Dicen que Rajoy es resistente, pero en realidad no es un dicho sino un hecho. Aseguran sus intérpretes que en estos casos es cuando más tranquilo se siente, viendo como el resto pierde los papeles o los nervios. Y si además y de repente llega la distracción, pues asunto resuelto.

Subraya que:

En mitad del rebote del PP aparece el líder Sánchez organizando en el PSOE una crisis con casi la mitad de su partido, es decir, la federación andaluza de Díaz, colocando a una tránsfuga que se ha pasado la legislatura llamando corruptos a los socialistas de los ERES en un puesto de escaño seguro. La candidatura del PSOE en Madrid ha quedado como una coalición entre el socialismo catalán de Batet, Lozano, ex de UPyD y Simancas, para que no se diga que el Partido Socialista en Madrid se ha extinguido. A Sánchez también le esperan la noche del 20 de diciembre en Sevilla con el aguinaldo.

Y remata:

Por si faltaba algo, los de Ciudadanos reconocen que podrían apoyar a Sánchez y no a la lista más votada, que según los sondeos es la del PP. Está claro que Rajoy puede ser muy capaz de perfeccionar la frase de Napoleón mientras a su alrededor se escucha el sonido de las dagas y el crujir de las costillas. Debería a partir de ahora ser partidario de todos los líos, incluidos los de los demás.

Ignacio Camacho reflexiona en su tribuna que al PP sólo le quedan dos meses para sacudirse de encima el estigma de que Ciudadanos no es, ni de lejos, la marca blanca del PP:

Dos meses. Ese es el tiempo exacto que tiene el Gobierno para convencer a sus posibles votantes de que Ciudadanos no es una marca blanca del PP. Un eslogan que ha sufrido un desarrollo paradójico: lanzado desde Podemos para desacreditar al partido naranja ante los electores de izquierda, ha terminado acreditándolo ante los de la derecha, que lo han acogido en efecto como una oferta más moderna, centrada y presentable que el desgastado aparato político marianista. Hasta tal punto es así que ahora mismo representa para los populares una preocupación casi mayor que el PSOE, en la medida que les disputa el apoyo del mismo segmento sociológico.

Detalla que, curiosamente, el más perjudicado con esa impresión de que Ciudadanos es la marca blanca del PP ha sido la formación de Génova 13:

La idea de la marca blanca, que incomoda al propio Albert Rivera por minimizar su autonomía, ha acabado sin embargo por perjudicar más a Rajoy en cuanto ha hecho fortuna entre sus bases decepcionadas, irritadas con la corrupción, con la subida de impuestos, con la falta de consistencia ideológica. Ha creado un automatismo mental en muchos ciudadanos -con minúscula- acostumbrados a un pensamiento político binario, que piensan en el pacto entre PP y C’s como un entendimiento natural, espontáneo, casi ineluctable, y por ello trasvasan su voto de uno a otro con fluidez despreocupada. Esta confianza está provocando en las expectativas gubernamentales una sangría, en inquietante paralelo con el asentamiento creciente de un PSOE beneficiado por el desplome de Podemos. En la batalla del sufragio útil, que funciona como un doble sistema de vasos comunicantes, la tendencia se está invirtiendo: el PP baja y los socialistas suben como consecuencia simultánea del auge naranja y del declive morado. Por más que les irrite a los partidos emergentes, empeñados en difundir un concepto transversal de la política, la mayoría de los españoles sigue contemplando la contienda electoral en términos de bloques.

Precisa que:

La segunda paradoja de este estado de opinión consiste en que mientras Rajoy intenta concentrar sobre sí mismo la garantía única de vencer a la izquierda, su presunto correlato se mueve en sentido inverso, tratando de acentuar su centralidad para sentirse, llegado el momento de las alianzas, con las manos libres. La estrategia del líder de C’s se basa ahora en ampliar su respaldo entre antiguos votantes socialdemócratas para situarse en medio del escenario y ejercer el poder de decisión definitiva con su propio programa como hoja de ruta. Por eso no ha dudado en blasonar de ese acuerdo con Susana Díaz que decepciona a muchos de sus simpatizantes andaluces: quiere pregonar su independencia, sacudirse la etiqueta de opción B de centro-derecha, cuyo rédito parece dar por agotado, y explorar otros caladeros.

Y concluye que:

En este juego de ajustes finos el PP tiene ahí una oportunidad que debe manejar con cuidado porque al final la reelección del presidente dependerá de que Rivera ponga el pulgar hacia arriba o hacia abajo.

David Jiménez, en El Mundo, se pregunta sobre el paradero del líder en el PP, refiriéndose, claro está, a Mariano Rajoy y a su eterna pasividad:

Ya dice el proverbio chino que para resistirse estoicamente al cambio hay que ser muy sabio o bastante idiota, que al final será el tiempo el que se encargue de poner a cada uno en el grupo que le corresponda. El veredicto está en el aire en el caso de Mariano Rajoy, pero nadie podrá negar al presidente la capacidad para permanecer impasible por mucho que llueva a su alrededor. Su pasividad le lleva a acertar en unas ocasiones, como cuando decidió no pedir el rescate en los peores momentos de la crisis. En otras, como en la falta de iniciativa ante el desafío nacionalista en Cataluña, le conduce al error. Nos encontramos ante el extraño caso del político al que, ahora que se acerca el momento de su juicio político final, no sabemos si medir más por las decisiones tomadas o por las que nunca llegó a tomar.

Destaca que:

Dice mucho de la aversión que Rajoy siente hacia la acción política que mientras sus ministros crean camarillas hasta formar esa familia disfuncional que se sienta los viernes en el Consejo de Ministros, mientras las divisiones en el partido quedan expuestas en público, mientras se acumulan las decepciones electorales y el fantasma de Albert Rivera se aparece en el peor momento, mientras todo eso ocurre, el mensaje que transmite a los suyos es que aquí no pasa nada. Todo va estupendamente. Los ciudadanos premiarán vuestro esfuerzo, compañeros. «Vamos a ganar las elecciones», decía triunfal desde Toledo ayer mismo.

El presidente ha apostado su reelección a la pregunta con la que Ronald Reagan hundió a Jimmy Carter en la campaña de 1980 en Estados Unidos -«¿está usted hoy mejor económicamente que hace cuatro años?»-, pero cada vez son menos los que dentro del partido creen que una respuesta positiva de los votantes vaya a ser suficiente para salvar los muebles. En las filas del PP, el nerviosismo es directamente proporcional a la calma aparente de un candidato que algunos cambiarían, si tan sólo pudieran. ¿Caos de la formación en el País Vasco? ¿Pérdida de poder municipal y autonómico? ¿Desplome electoral en Cataluña? Rajoy emerge de todas las crisis con el mismo discurso y la estrategia de dejar que todo continúe su curso, mientras los impacientes se preguntan dónde está el líder.

Subraya que los cambios hechos por Rajoy dentro del partido han seguido la máxima de que permanezca el mismo status quo:

Incluso cuando finalmente se decide a realizar cambios, como el pasado mes de junio nombrando cuatro nuevos vicesecretarios, Rajoy parece hacerlo con la determinación de que todo siga igual. Por eso sorprende poco la condescendencia de su núcleo duro hacia los jóvenes delfines del PP, revelada con toda su sorna por Cristóbal Montoro en la entrevista que publicó EL MUNDO -«¿Economía con alma? ¡Pero qué tontería es esa!»- y que inició la semana negra de los populares. Quienes creen que las palabras del ministro fueron fruto de un desliz, o un espontáneo ataque de sinceridad, deberían saber que este periódico le envió el texto final de su encuentro con Jorge Bustos dos días antes de su publicación, para que hiciera las matizaciones que considerara oportunas. Montoro no estaba diciendo nada que no pensara. Nada que no compartiera, también, su jefe.

La realidad es que Rajoy nunca quiso renovar ideas o modernizar el partido en la reunión del Comité Ejecutivo Nacional de junio; sólo incorporar caras nuevas que dieran la batalla en los platós de televisión, contrarrestaran el discurso regeneracionista de los nuevos partidos y adornaran la mejoría económica con un discurso social. Para ir más lejos tendría que creer que la descomposición que otros vemos en el Partido Popular es real y su necesidad de una renovación profunda, imprescindible. Muchos de sus compañeros tampoco veían necesaria la regeneración hasta ahora, cuando el inmenso poder acumulado durante años se desvanece y la posibilidad de recibir el golpe de gracia el 20-D se hace cada vez más real. Será entonces cuando los ciudadanos decidan en qué lado del refrán cae Mariano Rajoy, si entre los sabios que hacen bien en ignorar las demandas de cambio o entre los que marchan directos al precipicio mientras el griterío a su alrededor le pide que desvíe el curso.

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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