El órdago secesionista del Parlamento de Cataluña sigue inundando las tribunas de opinión de la prensa de papel este 29 de octubre de 2015. Hay reacciones de todo tipo, aunque el denominador común es que se pide a Rajoy firmeza en este asunto y, de paso, que vea en esta amenaza un modo de poder recuperar en los sondeos de intención de voto lo que no ha podido conseguir con la recuperación económica.
Comenzamos en ABC y lo hacemos con Ignacio Camacho quien, precisamente, ve una oportunidad de oro para Mariano Rajoy si sabe manejar con sabiduría el conflicto catalán. Eso sí, le recomienda que no cierre su legislatura dejando caer la bomba nuclear del artículo 155 de la Constitución, es decir la suspensión de la autonomía catalana, salvo que fuese ya la situación no tuviese vuelta de hoja:
Es como si hubiese comenzado una nueva partida, con las cartas recién barajadas. El golpe soberanista es un problemón que sin embargo otorga al Gobierno la oportunidad de encontrar el discurso político que venía buscando. El debate de la campaña ha girado de golpe para situarse en el plano de la unidad de España, el concepto matriz de la derecha y, por lo mismo, una idea en la que la izquierda se siente visceralmente incómoda. La intentona de secesión ofrece al PP y a Ciudadanos el marco mental que mejor dominan y coloca a los socialistas ante su pesadilla más ingrata: la del ensamblaje nacional, una tarea que desde el final del felipismo nunca han tenido clara.
Detalla que:
De repente el marianismo, atascado en la dificultad de vender sus logros económicos, se encuentra con el poder de la iniciativa. Se trata de un instrumento de peligroso doble filo que debe manejar con extrema delicadeza, calibrando muy mucho la intensidad de la respuesta. Pero tiene lo que no tenía: la posibilidad de elegir la música del baile y de interpretarla, aunque C’s haga ruido desde el patio de butacas. El PSOE, en cambio, pierde compás porque su modelo territorial es difuso y carece de homogeneidad ideológica. La gaita reformista y federal de Sánchez puede sonar templada en Cataluña pero es dudoso que funcione a escala española; el soberanismo ha provocado tanto hartazgo que el país no está para terceras vías. El jefe de la oposición se halla emparedado entre su obligación de lealtad y las contradicciones de su partido. El conflicto catalán le achica el campo y amenaza con dejarlo en off side.
Advierte de los riesgos que supone para el presidente el actual contexto:
Para Rajoy, la oportunidad supone también el riesgo. Hay en la derecha sociológica un clima de exaltación antiseparatista que reclama solucione drásticas y confunde responsabilidad con mano blanda. El presidente tiene en su despacho el maletín nuclear del Artículo 155, la intervención de la autonomía catalana, y muchos de los suyos le piden que apriete el botón sin titubeos. La perspectiva electoral resulta tentadora para la sobreactuación pero ese mecanismo jurídico es un arma de destrucción masiva. Y de consecuencias imprevisibles porque más allá del golpe de autoridad se perfila una secuencia de conflictos de orden; la serenidad de las urnas no es compatible con la alteración de la calle. Al final es probable que de todos modos haya que invocar el principio de coerción constitucional dado que la actitud sediciosa parece irreductible. Quizá sea, empero, una decisión para el próximo Gabinete; lo último que le faltaba a este era terminar su abrasivo mandato tirando en Barcelona la bomba atómica del Título Octavo.
Mientras pueda, Rajoy se va a mover en la amenaza, con la mano en el interruptor y el discurso de firmeza solemne. De modo inesperado, una situación delicadísima le favorece si sabe manejarla. Lo va a intentar sin enormidades pero ojo con la cólera de los mansos.
Isabel San Sebastián reclama al Gobierno de la nación que le corte el grifo a los separatistas catalanes desde el segundo primero en que oficialicen en sede parlamentaria su reto separatista:
Ante la arrogancia chulesca exhibida por los sediciosos catalanes en su escalada desafiante ya pocos demócratas discuten la necesidad de recurrir al artículo 155 de la Constitución a fin de garantizar la integridad de la Nación española en el marco de un Estado de Derecho regido por la Ley. Menos aún confían en la posibilidad de frenar la secesión impulsada por ese nuevo «trío de la benzina» que componen CDC, ERC y la CUP sin llegar a emplear este instrumento. Ahora el debate se centra en determinar el momento oportuno para hacerlo. Y mientras se sopesan pros y contras de antes o después de, nos vamos quedando sin tiempo.
Apunta que:
El calendario juega claramente a favor de los independentistas. Ellos acaban de elegir un parlamento autonómico en el cual suman mayoría absoluta de escaños, lo que les permite imponer sus decisiones sabiendo que la «construcción nacional» es su único elemento cohesionador y por tanto la condición necesaria de su mantenimiento en el poder. Nosotros acabamos de disolver las Cortes y afrontamos una campaña electoral con su dosis correspondiente de confrontación y disputa. Ellos se disponen a elevar a la presidencia de la Generalitat a un hombre políticamente abrasado por la corrupción que acorrala a su partido, quien ha encontrado en el «martirio patriótico» una vía de escape perfecta a la infamia derivada del escándalo del «tres por ciento».
¿Qué le importa a Mas ser inhabilitado? Tiene ya un refugio allende el Atlántico, seguro y bien retribuido. Nosotros vamos a tener que hacer encaje de bolillos para elegir al próximo jefe del Ejecutivo, trenzando alianzas complejas entre fuerzas muy alejadas de la mayoría absoluta, lo que nos aboca a un período de máxima inestabilidad a partir del 20-D. Ellos han ejecutado impunemente cada una de sus amenazas, empezando por la celebración de ese referéndum ilegal que prohibió el TC en una sentencia con la que el «president» y sus secuaces se fumaron un puro. Nosotros hemos agachado la cabeza ante cada una de sus provocaciones.
Nos llevan ventaja. Cuando anuncian, en la propuesta de resolución aprobada por la mesa del Parlament, que no piensan obedecer otras leyes que las emanadas de esa cámara, lo dicen con la credibilidad que les otorga un ya largo historial de desobediencia. Somos nosotros quienes debemos demostrar que tampoco estamos de broma cuando decimos: ¡basta ya!
Y avisa sin rodeos:
Este es el momento oportuno para actuar en defensa de España y del ordenamiento jurídico vigente, sin vacilaciones ni complejos. La razón democrática está de nuestra parte. Es el momento oportuno para que el presidente del Gobierno lidere una ofensiva en varios frentes: legal, mediático, político y popular, llamando a la ciudadanía a tomar la calle, con el objetivo de parar definitivamente los pies a quienes quieren destruir la patria común de todos los españoles. Es el momento oportuno de recordar la célebre frase de Churchill, tantas veces verificada a lo largo de la Historia: «Queríais paz a cambio de dignidad, ahora tenéis indignidad y guerra».
El momento mismo en que el Parlamento de Cataluña apruebe su proclama independentista será el momento oportuno para que el Gobierno de España corte a la Generalitat el oxígeno financiero, asuma la administración del dinero, en aras de prevenir que siga empleándose en la comisión de un delito, y se asegure de hacer saber a todos los ciudadanos que las nóminas de los funcionarios y pensionistas se pagan a partir de ese momento desde Madrid. Ni un minuto antes, ni uno después.
Gabriel Albiac apunta sobre este asunto del órdago independentista que sólo puede quedar uno ‘vivo’, metafóricamente hablando. O gana Rajoy o gana Mas, pero uno de los dos tendrá que darse por derrotado. Asegura que ganará quien sea más rápido en derrocar al rey contrario en este particular y diabólico ajedrez:
En un golpe de Estado, todo es gestión de tiempos. Como en una contienda de ajedrez cronometrado, uno puede ocupar posición óptima y perder la partida. Caer a manos del reloj, cuando se está a sólo una jugada de cerrar jaque mate, no es menos derrota que perder el rey al tercer movimiento. Y puede que hasta sea más humillante.
Desde que esta partida se inició, el día en el cual el nefasto Rodríguez Zapatero se comprometió a imponer al Parlamento español aquello que el Parlamento regional de Cataluña dictara, todos -ajedrecistas como espectadores- supimos que se iniciaba un jaque mate. Al Estado. Lo cual es -desde que Gabriel Naudé acuñara la expresión en 1639- lo que en teoría política se llama un «golpe de Estado». Esas cosas no se dicen, por supuesto. Al menos, en voz alta. La estrategia de la guerra -guerra es el ajedrez, guerra las secesiones- exige, desde el milenario tratado de Sun-Tzí, la ocultación y el silencio. Un mate -o un golpe de Estado- no debe ser percibido hasta el instante en que ya no hay defensa posible. Y es entonces el perdedor quien tumba a su rey y abandona el tablero. Entre el inicio de esa estrategia y su consumación pueden pasar tiempos largos. Que el reloj, ante los silenciosos combatientes, acota: el reloj siempre es metáfora de muerte. Y, a partir de ese punto, en el cual no hay ya intervalo para posposiciones tácticas, el vértigo de la respuesta lo decide todo. Y el más infinitesimal error mata.
Explica que:
La estrategia de la independencia en Cataluña es, a estas alturas de la partida, clara. Parte de un boquete que hace a la Constitución española de 1978 extraordinariamente vulnerable: el concepto de nacionalidad y la estructura autonómica de un Estado que ni es central al modo jacobino ni federal a la manera estadounidense. ¿Qué es una «autonomía»? ¿Cuál el contenido semántico del neologismo «nacionalidad»? Exactamente lo que desee proyectar quien habla sobre esos dos semantemas por completo vacíos. «La mayor parte de los errores humanos consisten simplemente en que no aplicamos con corrección los nombres a las cosas», decía el clásico. En política, no hay ambigüedad léxica inocente. «Autonomía» podrá significar lo que los constituyentes tuvieran a bien atribuirle; nada borrará el peso de su etimología: «autolegislación». Y de «nacionalidad», que nada significa, poco esfuerzo hay que hacer para apocopar en «nación».
Desde aquel pacto entre Mas y Zapatero, la independencia catalana se ha jugado sobre el tablero de esas dos ambigüedades. Y de la batería de atribuciones equívocas que al gobierno autónomo (sería hora de llamarlo «regional», como en cualquier país civilizado) se ceden. En esquema, ese juego de ambigüedades permitía ir construyendo un Estado sumergido que calcase las funciones del existente. Completada esa máquina, desplazar a ella todas la funciones sale gratis. No hay más que deshacerse de la vieja estructura como de un cascarón vacío: pasar «de la autonomía al Estado», en los términos con que, anteayer, la presidenta del Parlamento catalán anunció -ahora sí- el jaque mate. A una semana sólo de ser ejecutado.
Y sentencia:
No ha lugar ya para estrategias de desgaste. Dentro de dos semanas, el Parlamento catalán proclamará el inicio de la independencia. Tiene escaños suficientes para ello. Se trocará en Asamblea Constituyente. Y el golpe habrá triunfado. A no ser que otro jaque, igual de letal pero más rápido, se cobre la cabeza del rey adverso. Uno u otro. No quedan ya piezas que intercambiar. Ni tiempo.
Arcadi Espada, en El Mundo, critica con dureza al PSOE por haberse puesto de perfil en la crisis separatista catalana frente a quienes sólo ven a Rajoy fuera de la realidad en este peliagudo asunto:
Se le ha reprochado al presidente Rajoy una cierta ajenidad a la crisis catalana de la que habría salido, aproximadamente, en la última media hora. Es probable. Pero qué decir de la ajenidad socialista. Al fin tenemos redactada la propuesta de reforma de la Constitución de la que han venido hablando, más o menos, desde la toma de Granada. Si algún socialista cree que hay la más mínima posibilidad de que ese remake empeorado de la Constitución de 1978 tenga alguna oportunidad de proyectarse positivamente sobre la crisis de Cataluña es que su ajenidad ya no tiene tratamiento político sino puramente médico.
Aclara que:
Pero los socialistas no solo viven fuera del mundo respecto a la formulación teórica, sino también en la política práctica. Ahora se han negado a apoyar en el Parlamento de Cataluña una propuesta alternativa en defensa de la democracia, que apoyan C’s y PP. Resultaba patético oír a Carmen Chacón, que va a liderar la candidatura socialista por Barcelona, justificando donde Ana Rosa la decisión de su grupo. Lo más nítido que se le entendió fue que su intención era incorporar al Podéis catalán a cualquier resolución alternativa al independentismo. Con ello desvelaba su verdadero interés, que es el de evitar que los seguidores de Pablo Iglesias les acusaran de votar y entenderse con la derecha, maldición.
Y asegura de cara a las próximas elecciones generales del 20 de diciembre de 2015 que:
Sin embargo, ese análisis corresponde a un tiempo político que ya se ha interrumpido. Las próximas elecciones no van a jugarse en el eje izquierda/derecha ni tampoco en el eje entre nacionalismos, supuestos y reales. El eje del enfrentamiento político, decidido por el intento de sedición de la Generalidad de Cataluña, va a estar entre demócratas y antidemócratas. A un lado PP, PSOE y C’S y al otro los nacionalistas y Podéis, en cada una de sus múltiples versiones locales; a un lado los partidarios de mantener el sujeto de soberanía constitucional y al otro los partidarios de acabar con él. Será, probablemente, una legislatura corta, en la que tal vez se forme un inédito gobierno de coalición a dos o incluso a tres, cuya misión fundamental será gestionar la intervención de la autonomía catalana y poner las bases de la reconstrucción política de Cataluña.
La política convencional se ha interrumpido en España. Cuanto antes lo perciban los principales agentes políticos antes volverá la monótona y anodina democracia a ejercer de nuevo, y a expulsar del calendario los peligrosos días interesantes.
Por su parte, Victoria Prego clama por una unidad real frente al separatismo catalán:
Los dirigentes políticos españoles empiezan a moverse lentamente a las posiciones que a estas alturas deberían estar ya muy claras y perfectamente consolidadas en lo que se refiere a la respuesta que los partidos leales a la Constitución tendrían que estar dando ya a los secesionistas catalanes.
Bien está que el presidente del Gobierno haya almorzado ayer con el líder de la oposición y que hayan hecho público un escueto comunicado conjunto. Pero por detrás de esas pocas líneas se entrelee un grado de desconfianza recíproca que no augura nada bueno. Estamos en vísperas de unas elecciones decisivas, no sólo por razones económicas sino sobre todo por la brutal arremetida de los independentistas catalanes a la Constitución, a las leyes y a la existencia de nuestra nación. Pero las elecciones colocan necesariamente a los partidos en posiciones de confrontación.
Constata que:
Y es recelo lo que se atisba tras el comunicado con el que Rajoy y Sánchez han dado cuenta de su acuerdo básico para enfrentarse a la pretensión de los diputados secesionistas. Pero sucede que el país no está ahora mismo dispuesto a tolerar la menor fisura entre los constitucionalistas sobre este asunto. Es lo que dijo ayer con mucho sentido Susana Díaz, presidenta de la Junta de Andalucía, que reclamó a Rajoy que convoque a «todos» los líderes políticos de «todas» las fuerzas políticas en defensa de la ley y de la unidad de España y que lidere la respuesta de los demócratas ante el desafío secesionista. Y tiene razón porque este no es un asunto que ataña sólo al presidente del Gobierno.
Por lo tanto, lo que se le puede reclamar a Rajoy es que no sea pacato y no restrinja sus contactos políticos a sólo dos líderes. Debe llamar a todos, aunque no compartan su visión sobre cómo abordar el desafío catalán, incluso aunque esté en contra. Basta con que la formación política defienda la Constitución, el respeto a la ley como fundamento ineludible de una democracia y la unidad de España, porque resulta que los necesitamos a todos para defender unidos lo esencial.
Concluye que lo que inquieta es la actitud de los socialistas catalanes:
Por eso resulta muy inquietante la actitud mantenida por los socialistas catalanes, que no quisieron ayer sumarse a la propuesta alternativa que Ciudadanos y el PP presentaron en el Parlamento catalán contra la declaración de independencia. Que no quieren alimentar el «clima de confrontación», han dicho los de Iceta. Pues eso es justamente lo que hay que alimentar una vez que la secesión está encima de la mesa: la confrontación con una propuesta enloquecida, suicida e inviable. Ése es el terreno en el que es obligado batallar a partir de ahora. Son estas huidas las que siembran dudas sobre la unidad de los demócratas frente a la mayor amenaza a la democracia española en toda su historia, mayor incluso que la que supuso el intento de golpe de Estado del 23-F que, gracias al Rey y a otras personas, mantuvo dentro de sus cuarteles a la mayor parte del Ejército. Aquí los enemigos están en el uso del poder y se disponen a ejercerlo contra España.