Sé que vamos a resultar cansinos en estos días, pero nuevamente Cataluña conforma el menú principal de las columnas de la prensa de papel de este 13 de noviembre de 2015.
El carajal montado en esa comunidad autónoma, que aún no tiene presidente tras el doble no a Artur Mas en sendas sesiones de investidura (10 y 12 de noviembre de 2015), amén de la suspensión por parte del Tribunal Constitucional de la declaración separatista del Parlamento regional, es de tales dimensiones que va a dar mucho juego, pero también mucho sopor. Es como el día de la marmota.
Arrancamos con el ABC y con José María Carrascal, que define a la perfección la situación cuando habla de que Artur Mas se ha dado un tiro en el pie víctima de su estupidez:
El Parlamento catalán aprobó el lunes una resolución independentista, suspendida 36 horas después por el Tribunal Constitucional y bloqueada ayer por el propio Parlament, incapaz de elegir un president que llevase Cataluña a la independencia. Sin que Rajoy tuviese que tomar las medidas de choque de que disponía contra los secesionistas, sino por no ponerse de acuerdo entre ellos. Ni el mejor autor de comedias de enredo ha sido capaz de imaginar una farsa tan descabellada. Mas se han pegado un tiro, no en el pie, sino en la cabeza, víctima de su ambición o estupidez, de ambas formas puede calificarse.
Dice que continuará burlando al TC. A quien tiene que burlar es a sus compañeros de viaje, ante los que sólo le ha faltado arrodillarse en busca de apoyo. Su proyecto queda congelado de momento, sin mucho futuro, pues en política, peor que un crimen es el ridículo y, aún peor, equivocarse, como dijo Talleyrand, que entendía de ella. Y Mas se ha equivocado en todo: en creer que Rajoy seguiría sin hacer nada concreto, en que encontraría más apoyo en la oposición española y en que recibiría más respaldo internacional. Dice que continuará su marcha, pero su única esperanza es que del 20-D salga un nuevo Gobierno español que atienda sus demandas, cosa difícil porque significaría el suicidio político de Sánchez o Rivera y las posibilidades de Iglesias y Garzón son prácticamente nulas.
Precisa que:
El golpe de Estado incruento nacionalista ha sido así desactivado por sus propios perpetradores. Si ahora buscan en el bloqueo un puente de plata para escapar de sus errores está por ver. Sólo está claro que Rajoy tenía razón al decir que no habría secesión de Cataluña. Ni necesidad de pagar por ello. Ni de tomar medidas extraordinarias. Con cumplir la ley y hacerla cumplir basta.
Falta saber en qué acabará este lío. El proyecto independentista está suspendido pero no anulado, y aunque se da por seguro que el TC lo anulará, queda la duda de si los secesionistas eligen el martirio, de lo que no tienen mucha madera, o si, pasado el peligro, el bloque constitucional vuelve a romperse y cada uno ve de nuevo al otro como su mayor enemigo, en vez de atender al bien común.
Y remata:
En cualquier caso, el secesionismo catalán ha sufrido un tremendo golpe. No de España, que ha tenido con él demasiadas complacencias y sólo al final ha sido firme, sino por su endeblez interna. Hay en él mucha más pasión que razón, más pompa que sustancia, más mentiras que verdades, más deseos que realidades. Las mejores mentes catalanas, desde Pla a Boadella, pasando por tantos otros, se lo habían advertido. Pero los catalanes han preferido siempre escuchar a sus falsos profetas. ¡Claro que les contaban cosas tan hermosas! Aparte de que desde Madrid no se supo dar la respuesta adecuada, aunque esa es otra historia. ¿O es la de siempre, el cainismo español?
En cualquier caso, espero que todos hayamos aprendido la lección. Las lecciones, mejor dicho. La primera de ellas: que esta farsa aún no ha acabado.
Carlos Herrera asegura en su columna que todo este follón de Cataluña, ya lejos de ser un drama, se ha convertido en un sainete:
Tengo la cansina sensación de que esta columna la he escrito varias veces. Esa fatiga de los mensajes sobados. Me pongo a aporrear el piano y creo que la melodía es parecida a la de tantas tardes de gintonic y habano: chica deja chico, desamor por los arribes de un puerto, aire cálido de abril en el rostro de lágrimas secas. Yo qué sé. Esto ya lo he escrito, sí, pero es que vuelve a pasar, y se repite la escena de vodevil que, en el fondo, vivimos tantas veces a lo largo de estas vidas de sainete. Ooootra vez de Cataluña. Oooootra vez de los independentistas.
Pero esta vez, ya, como pasillo de comedias; nada de dramas, nada de desgarros, nada de alarmas sociales, nada de momentos finiseculares. Semana trágica convertida en semana cómica. La semana de futuro estudio en las escuelas de la Arcadia Feliz se ha convertido en semana de bochorno para las personas medianamente sensatas e, incluso, para los sandios dedicados a los proyectos de laboratorio del doctor bacterio. Algún día habrá que repasar los libros de texto y ver cómo se cuentan aquellos vertiginosos días en los que una pandilla de ridículos actores hicieron de su épica un chiste de teatro portátil.
Apunta que:
Al grano. Artur Mas, el hombre que menguaba día a día -Santiago González copyright-, ha hecho lo que ha podido, pero no ha conseguido convencer -de momento- a los iracundos carpetovetónicos del redivivo anarquismo catalán. Ha propuesto hasta borrarse, difuminarse, inhibirse. Les ha dicho que le pueden echar en diez meses, que les jura no tocar ni el teléfono de su despacho, que todo lo van a llevar los tres linces que le acompañan… De momento, insisto, la alegre muchachada convencida de que el futuro pasa por resucitar a Enver Hoxa, ha dicho que no, que él no es el hombre indicado para pilotar el desguace, el despelote, la bacanal definitiva.
Entiendo perfectamente el desconcierto. No hemos hecho la guerra para esto, decían los antiguos; no hemos iniciado la revolución para este chiste, dicen los modernos. Lees a sus articulistas de cabecera y entiendes que haya algunos dispuestos a tirarse al Llobregat -que casi no lleva agua- con un fajo de periódicos atados al cuello. Ves sus programas de televisión, esos que tantas vidas han perdonado, y comprendes el rictus de desencanto de los que ayer mismo parecían soldados de la Tierra Media a punto de conquistar la Tierra Baja. O la Alta, que no tengo ni puñetera idea de Tolkien y no sé por qué me meto a hacer metáforas innecesarias.
Finaliza que:
Entiendo, digo, a los perplejos. ¿Para esto hemos salido en procesión, Diada tras Diada, tantos millones de criaturas a reclamar lo que sólo es nuestro y nada más que nuestro? ¿Hemos dedicado un día de fiesta a manifestarnos como si no hubiese mañana para que todo dependa de unos desarrapados con aspecto de batasunos demodés? Entiendo que el chiste sea malajón, que no tenga gracia, que se pregunten cómo hemos podido llegar hasta esto, que crean que del ridículo no se vuelve nunca, pero ¿qué se creían que era eso de chulear y desafiar a un Estado? ¿Creían de verdad que era decir «aixó s’acabat» y que con eso todo quedaba disuelto? ¿Creían que todo era juntar un puñado de votos heterogéneos y salir del edificio entre vítores de la familia del administrador?
Eugenio, aquél gran creador del estereotipo del catalán sin gracia que tenía, precisamente por eso, toda la gracia, lo definía en una frase que resume bien todo comienzo de «acudit»: «El saben aquel que diu?». Creo que Mas debería empezar así su próximo intento de investidura. Igual ablanda a los arapajoes de la CUP.
En El Mundo, Federico Jiménez Losantos se parte con el ridículo planetario que está haciendo Artur Mas y su caterva de separatistas:
Desde Fernando VII, nunca a un español le ha resultado tan barato llegar y quedarse en el poder como a Rajoy. Ayer, el golpista Artur Mas, derrotado de nuevo en el Parlamento regional tras arrastrarse por el fango de la cobardía, reptar en el légamo de la vileza y hozar en el guano de la ignominia, le entregó en bandeja al PP la victoria del 20-D. Como al Rey Felón, a Mariano le ha bastado una intervención exterior para aventar los obstáculos que se interponen entre las obligaciones de su cargo y la devoción por sí mismo de todos los déspotas. Y sin necesidad de los Cien Mil Hijos de San Luis. Han bastado los diez diputados antisistema de las CUP para demostrar que el separatismo del 3% no cuela ni como oferta en el bazar más cutre de Todo a 100.
Subraya que:
Sólo ha surgido un obstáculo entre Rajoy y los escaños necesarios para seguir sesteando en el poder: la revelación de Inés Arrimadas como jefa de la oposición a Mas y brillantísima representación de la Cataluña legal y española. Pero hasta el problema de que la voz cantante contra la banda de Junts pel Sí, agavillada por el Conde de Godó (futuro vizconde de Dencás) no la lleve el PP sino el partido de Rivera -reconvertido en Club de fans de Doña Inés- se lo ha aparcado la Banda Trapera del Cuponazo, difiriendo por unas semanas, verosímilmente hasta después del 20-D, el arqueo de los méritos en la oposición al nacionalismo, que desde hace 10 años sólo hace Ciudadanos. Pero los españoles, hartos de la prepotencia y la avaricia de la Cataluña Oficial, lo que quieren, sobre todo, es perderla de vista, y Rajoy les ofrece la ilusión, fantasmagórica pero confortable, de que se puede resolver ese problema sin hacer nada. Peor aún: que no hacer nada es la única forma de resolverlo.
Sentencia que:
No es cierto: si Mas deja su puesto a otro candidato, si su vice no se apresura a decir que no reconocerá nada del Constitucional o si los Pujol se estiran, ponen 24 millones de euros -4.000 millones de pesetas- y compran dos votos de la CUP, Mas sería presidente y Rajoy tendría cuatro semanas para hacer lo que no ha querido hacer en cuatro años. Pero se lo han dado hecho. Si sale triomfant al balcón de Génova, debería gritar: «¡Mas, hermano, no hables castellano!». O «¡Artur, germá, moltes merçés!» o «¡Visca el 3%, visca el Barça i visca Catalunya!». Sería justo.
Santiago González destaca hasta qué niveles es capaz de rebajarse Artur Mas para conseguir la presidencia de Cataluña. No le importa, a la vista de los acontecimientos, el bochorno que está dando al resto del país y del globo terráqueo.
«Respeten a los dos millones de catalanes que votaron por la independencia», dijo ayer el candidato, redondeando al alza. Los votantes independentistas fueron exactamente 1.957.348. A partir de este dato, quizá Artur Mas debería haber expresado un respeto algo mayor por los 2.072.057 catalanes que no votaron independencia, 114.709 más, aunque en su traducción a escaños los independentistas ganasen por nueve.
También dijo que «el 48% de la ciudadanía ha dicho que esta Constitución no vale». Quiso decir de los votantes. Casi. Fue el 47,56%, el mismo porcentaje de votantes que apoyaba a los 72 diputados que el lunes aprobaron la resolución de ruptura con España y desobediencia a sus tribunales. Pero lo que pasó ayer, por segunda vez en las últimas 48 horas, fue que el Parlamento regional de Cataluña rechazó inequívocamente al candidato Mas. Sólo necesitaba un voto más a favor que en contra. No pudo ser. Sólo lo apoyaron 62 parlamentarios (1.620.973 votantes). Volvieron a rechazarlo los mismos 73 diputados que ya lo habían repudiado el martes (2.408.432 votos). El rechazo a Artur Mas como presidente (58,52%) fue mayor en 787.459 votos que sus apoyos. No se envuelva en la estrellada, don Astut, que para estrellado ya está usted. Y por segunda vez en 48 horas. Le bastaba una mayoría simple de apoyo y volvió a obtener un rechazo de mayoría absoluta. ¿A qué espera para irse a su casa?
Añade que:
Son imbatibles. El candidato demediado citaba el Financial Times y toda la prensa internacional, «que de manera unánime ha condenado el inmovilismo del Gobierno español». Era empezar el credo por Poncio Pilatos. El titular del FT de la víspera rezaba: «La locura de la carrera de Cataluña hacia la independencia», y señalaba que, si bien el Gobierno ha convertido el reto político catalán en un impasse constitucional, él, Artur Mas, ha actuado chapuceramente una y otra vez y es a él a quien le corresponde dar un paso atrás para resolver la crisis. En razonamiento análogo, Forrest Gump diría que loco es el que hace locuras, pero creo que era una conclusión algo exagerada.
Mas había prometido a la CUP una Presidencia cada vez más corta, 18 meses, que rebajó a 10, al término de los cuales se sometería a una cuestión de confianza. Aceptó pulpo como animal de compañía y ofreció desvanecerse a sí mismo en una Presidencia colectiva, asamblearia, en la que él sería sólo un figurón asistido por tres vicepresidentes ejecutivos, vale decir tres iguales: Oriol Junqueras, Raül Romeva y Neus Munté, virgensanta, qué talentos.
Concluye que:
Lo que pasa es que Baños ya le ha tomado la medida, como Groucho (o quizá Bernard Shaw, a quien también se le atribuye la anécdota) a una señora a quien le había ofrecido un millón de dólares por sus favores sexuales, y al aceptar ella le hizo una segunda oferta de un dólar -«¿por quién me toma?», preguntó ofendida-, recibiendo la respuesta que Mas ha obtenido de la CUP: lo que es usted está perfectamente claro. Ahora se trata de apretarle en la negociación del precio.
En La Razón, Abel Hernández se ceba a base de bien, y con razón, con el esperpento catalán que están protagonizando Mas y sus colegachos:
El «Financial Times» ha calificado de chapucero a Artur Mas y la carrera hacia la independencia de Cataluña, de estupidez. Si en ese prestigioso medio estuvieran familiarizados con Valle Inclán, habrían calificado todo el «proceso» de esperpento. Es lo que es. O sea, algo que destaca por su fealdad, desaliño o apariencia ridícula o grotesca. O dicho de otra forma: la presentación de una realidad deformada y grotesca degradando los valores consagrados, en este caso los valores democráticos, hasta una situación ridícula. A la representación no le falta siquiera su propia musa: Anna Gabriel, de la CUP, con su peculiar indumentaria antisistema y su peinado batasuno. El indudable protagonista de la farsa es el susodicho Artur Mas, un cadáver político, que asiste a su propio entierro en el Parlamento y que no se ha enterado aún de que está completamente muerto, lo que proporciona al psicodrama un interés añadido. El argumento central de la trama es la conjunción de separatismo y corrupción, que el dramaturgo Francisco Nieva ha calificado de «apabullante conjunción de monstruos».
Dice que:
No deja de ser esperpéntico que los actores o representantes se nieguen a reconocer la autoridad de la Constitución y del Estatuto, que emana de ella, y de los que dependen su papel y su razón de ser. Si no respetan ellos las leyes, ¿cómo van a obligar a los ciudadanos a aceptar las normas que dicten ellos? ¿Con qué legitimidad actúan? Pero lo que más asombra es el intento de los tradicionales representantes de la burguesía catalana de aliarse, para seguir en el poder a toda costa, con los antisistema de la CUP, el pequeño grupo de an arco separatistas, antieuropeístas yan ti capitalistas, que ni siquiera son nacionalistas.
Y acaba asegurando que:
La escena del pobre Mas, desencajado, cabizbajo, arrodillado ante Baños y Anna Gabriel solicitando inútilmente sus favores -ellos sabían que estaba muerto- a cambio de quedarse al frente de la Generalidad diez meses como una especie de figura simbólica, algo así como en ectoplasma, con ser patética, ha sido la que más diversión ha proporcionado a los espectadores, incapaces de comprender el drama interior de este hombre, mal dormido, acosado por los fantasmas de un fracaso histórico, por la Justicia y por los acreedores. Llegados a este punto, Mariano Rajoy, que es el que va a sacar más provecho político de este esperpento, debería ser generoso y pagar el entierro y el funeral.