La toma de un hotel en Mali por parte de los yihadistas el 20 de noviembre de 2015 vuelve a reactivar el debate, este 21 de noviembre de 2015, en las columnas de la prensa de papel sobre qué es lo que se debería de hacer para garantizar la seguridad de millones de inocentes que están al albur de cualquier loco con un arma en la mano y gritando como un poseso «Alá es grande» mientras dispara a diestro y siniestro.
La tribuna de Ignacio Camacho en ABC da con varias claves, entre ellas que mientras la izquierda excluya del debate el fracaso del modelo multicultural, el consenso contra el yihadismo será poco menos que imposible:
Es una especie de veto. Como condición para el consenso social contra la barbarie yihadista, el pensamiento de izquierda ha utilizado su hegemonía política y mediática para proscribir cualquier debate sobre la integración de las comunidades islámicas. Todo el que ose relacionar los defectos o problemas del multiculturalismo con la radicalización de muchos jóvenes musulmanes nacidos ya en Europa como inmigrantes de segunda o tercera generación será de inmediato etiquetado de islamófobo, anatema sit, y expulsado del ámbito sagrado de la respetabilidad ideológica. La unidad en la condena de los atentados de París y los acuerdos sobre posibles medidas comunes de lucha antiterrorista están supeditados a la exclusión absoluta del más mínimo atisbo de controversia sobre nuestro cuestionado modelo de convivencia. Tal es el frágil equilibrio sobre el que se asienta esta provisional unanimidad en el dolor y la rabia.
Subraya que:
Va a resultar difícil, sin embargo, encapsular una cuestión medular que subyace no sólo en las reacciones más o menos compulsivas de la opinión pública sino en las evidencias más incómodas de la expansión del yihadismo. Ya no se trata de la muy debatida y espinosa relación teórica entre el credo coránico y la violencia, sino del manifiesto semillero de extremistas que ha brotado en el seno de unas colectividades musulmanas implantadas en auténticos ghettos urbanos cuyo blindaje étnico y religioso ampara el crecimiento de lo que el recién fallecido filósofo André Gluckmann llamó el discurso de odio. Del fracaso de un complaciente proyecto multicultural que en su afán de comprensión y transigencia ha sido incapaz de promover o de exigir un mínimo de permeabilidad a los valores compartidos por la sociedad abierta.
Y remata:
Es ahí, en esos suburbios mal amalgamados como Molembeek -o como el Príncipe de Ceuta-, donde se incuba el virus del exterminio de infieles en un microclima de autoexclusión del que nadie se ha querido dar por enterado por no incurrir en excomunión de la fe progresista. Es ahí, en esa extraterritorialidad marginal, en esos limbos periféricos que los Estados europeos han renunciado a articular bajo principios de igualdad, donde jóvenes exaltados carentes de arraigo social se impregnan sin control alguno del delirio homicida del integrismo islamista. Favorecidos en su rencor antioccidental por el pánfilo remordimiento de una mentalidad biempensante que confunde respeto con pasividad, integración con yuxtaposición, tolerancia con impunidad, y que además ha impuesto la prohibición moral de discutir y hasta de mencionar un problema de importancia esencial para abordar la defensa del modo de vida democrático. Un problema que no se va a resolver con más controles de frontera porque los que nos quieren liquidar ya comparten nuestro pasaporte y con él los derechos que anhelan abolir blandiendo los kalashnikovs como alfanjes.
Luis Ventoso se centra en Carmena y en ese buenismo para con los malos a la par que se dedica a reventar las creencias de la mayoría de los ciudadanos españoles marginando la colocación de los tradicionales belenes.
Querida y admirada doña Manuela: En estos días en que Europa se ve sacudida por el dolor, el luto y la zozobra nos consuela una vez más su bondad a prueba de bombas, con propuestas tan fraternas y creativas como «dialogar» con unos fanáticos que se dedican a enjaular a sus adversarios y quemarlos, que degüellan a cooperantes y periodistas como propaganda televisada, que venden como esclavas a mujeres y arrojan a los homosexuales desde los minaretes y que acaban de machacar a París con saña genocida. No sé cómo se puede «dialogar» con un oponente así. Pero como usted es una persona cabal, una señora bien de 73 años, que hasta ha sido juez y se presupone que no dice gilipolleces, seguro que sabe cómo hacer lo que propone, por lo que humildemente la animo a viajar pronto a Raqqa y aplicar en directo la fórmula que según usted podría sacarnos del atolladero.
Con mucha guasa le recomienda que se reúna con su equipo habitual para ver qué hacen con los belenes del Museo del Prado:
Pero el auténtico motivo de mi carta es otro: deseo felicitarla por la campaña que ha lanzado en favor de la concordia ecuménica y la Alianza de Civilizaciones retirando los belenes y símbolos cristianos de las calles de Madrid estas navidades, según anunció ayer su portavoz Rita Maestre (célebre por agraviar al 70% de los españoles que se declaran católicos desnudándose en una capilla). Doña Manuela, con el mero afán de colaborar quiero alertarla de que tenemos un problema del carajo de la vela. La última vez que pasé por Madrid se me ocurrió ir al Museo del Prado. Ay, Manuela, ¡cómo está aquello! Reúnase con Rita y con el concejal de los chistes nazis que mantiene en su brillante equipazo porque urge actuar.
Resulta que allí, por donde pasan riadas de gentes, anidan todo tipo de regresivas imágenes cristianas. ¡Tienen un Rubens tocho de cuatro metros que se llama «La Adoración de los Reyes Magos»! Si el belén de la Plaza Mayor y las luces del Portal de la Puerta de Alcalá eran un problema y ha tenido que retirarlos, imagínese el mogollón retrógrado que tiene montado el tal Rubens. Pero hay más, doña Manuela. El «Cristo Crucificado» de Velázquez, donde el más grande de los españoles pinta la muerte de Jesús con tal serenidad que un conmovido Unamuno le dedicó un libro entero. Y «La Inmaculada Concepción» de Tiépolo, «La Anunciación» del delicado Fra Angélico… hasta Goya, al que teníamos por afrancesadillo y liberal, resulta que tiene media docena larga de cuadros religiosos en ese peligroso búnker de la intolerancia, incluidos una «Sagrada Familia» de sorprendente ternura y un boceto del descendimiento de Cristo que ya anticipa en brochazos secos la vanguardia del futuro.
Concluye:
Doña Manuela: ¿Vamos seguir así? ¿Va a tolerar que los turistas japoneses sintoístas que llegan a Madrid, o los chinos taoístas, tengan que soportar estas ofensas? ¿Y qué hacemos si aterriza una excursión de cataríes o saudíes, con sus mujeres enterradas en sus burkas -tema que a usted no le merece mayor crítica, por cierto-, y se topan con este festival de la fe de los Cruzados? Queda mucha tarea. Persevere, doña Manuela, usted a lo suyo: «diálogo» con Estado Islámico y belenes bajo llave. Me despido con un fuerte abrazo para usted y otro para el señor Sánchez, el fenómeno que la mantiene ahí.
En La Razón, Juan Manuel Rallo le mete hostias como panes al premio Nobel de Economía Paul Krugman por decir que los atentados de París pueden estimular el consumo. De traca lo de este sujeto con claras inclinaciones hacia políticas derrochonas como la que se aplica en la Argentina de Kirchner:
Ser Premio Nobel de Economía no exime a nadie de decir tonterías. Paul Krugman no es una excepción. En una de sus últimas columnas, afirmaba que los atentados terroristas en Francia podrían terminar siendo positivos para la economía si el gasto militar francés aumentaba lo suficiente. Recordemos que este mismo economista ya tuvo ocasión de explicarnos que una catástrofe nuclear en Fukushima podría ser beneficiosa para la economía mundial o que Occidente sería capaz de superar en un santiamén su crisis económica si declarara una guerra planetaria contra un ejército extraterrestre imaginario. Acaso muchos se sorprendan con este tipo de delirantes declaraciones, pero no deberían: Krugman ha sido uno de los más radicales enemigos de las políticas de austeridad – hasta el punto de considerar a la Argentina kirchnerista un modelo a seguir-,de modo que todo aquello que contribuya a incrementar el gasto y el déficit público merecerá su espaldarazo. Pero los ejemplos expuestos por el Nobel sirven para poner de manifiesto lo absurdo de tales políticas de estímulo fiscal: gastar por gastar no nos enriquece, sino que más bien nos empobrece.
Insiste en que:
Crear riqueza consiste en producir aquellos bienes y servicios que satisfacen las necesidades más urgentes de las personas: por ejemplo, comida para alimentarse, ropa para vestirse, viviendas para residir, automóviles para desplazarse, aviones para viajar o móviles para comunicarse. Producir inutilidades no crea riqueza, sino que la destruye. Las guerras podrán ser en ocasiones necesarias para defenderse de un atacante: pero evidentemente no son conflictos que nos ayuden a prosperar y a enriquecernos. Si los recursos dedicados a librar una guerra pudieran emplearse en fabricar otros bienes y servicios valiosos durante la paz, desde luego todos saldríamos ganando. Un mal necesario no se transforma en un bien conveniente.
Finaliza precisando que:
Por eso es falso que los atentados de París contribuyan en lo más mínimo a la recuperación económica. Por un lado, han ocasionado daños materiales y humanos. Por otro, han incrementado la incertidumbre entre los europeos. Y, por último, han reforzado la legitimidad social del Estado para intervenir masivamente en nuestras vidas a través de nuevas regulaciones lesivas con nuestras libertades y de nuevas partidas de gasto que ceban todavía más un Estado ya de por sí hipertrofiado. Nada de todo ello contribuye a proporcionarnos un crecimiento sano y sostenible… por mucho que Krugman sostenga lo contrario.
En El Mundo, Enric González aprovecha lo sucedido en Francia con los atentados para destacar que mientras allí late un sentimiento unitario de nación, en España nos tiramos los trastos a la cabeza intentando saber quiénes somos:
Algunos habrán sentido, estos días, envidia de los franceses. No por el terror y la sangre, evidentemente, aunque alguien habrá en esa franja lunática, sino por la unidad, el coraje cívico, el sentimiento de orgullo compartido bajo unos símbolos poderosos: una bandera limpia de escudos heráldicos y un himno que habla de libertad y de lucha contra la tiranía. Algunos habrán pensado que Francia supo en su momento construirse como nación, mientras aquí abajo nos pasamos la vida tirándonos los trastos a la cabeza y tratando de averiguar quiénes somos.
Esto último, lo de quiénes somos, tiene una respuesta tan fácil como insatisfactoria: somos el pueblo más fantasioso del mundo. Por lo demás, lo somos todo y, por tanto, no somos nada. Sabríamos quiénes somos si supiéramos de dónde venimos, pero eso resulta imposible. El pasado español es una reinvención constante.
Subraya que:
El nacionalismo catalán (conviene distinguir entre nacionalismo e independentismo) suscita no pocas ironías por su capacidad de ensoñación: la Cataluña con mil años de historia nacional, la Cataluña que fue independiente y feliz, la Cataluña invadida por Felipe V en el siglo XVIII y por Francisco Franco en el siglo XX, etcétera. En ese ámbito, sin embargo, el resto de los españoles no tienen nada que envidiar a los catalanes.
Hay quienes creen que en la Guerra Civil hubo un bando intrínsecamente bueno y otro intrínsecamente malo; hay quienes creen que el franquismo fue una continua ebullición de la resistencia democrática; hay también quien cree que el franquismo fue la salvación de España porque creó una clase media, sin preguntarse por qué en toda Europa occidental ocurrió exactamente lo mismo en las dos décadas gloriosas (1950-1970) sin necesidad de Franco; hay, por fin, quien piensa que la transición hacia el régimen constitucional fue modélica, sin tener en cuenta detallitos como la fallida conspiración gaullista del general Armada en la que participaron, del Rey abajo, bastantes figuras institucionales de la época.
Y asegura que somos incapaces de afrontar nuestra propia historia:
Somos, en general, un pueblo incapaz de encararse con su propia historia. Somos un pueblo sometido a la vergüenza de los cadáveres aún en las cunetas, del revanchismo tardío, de la opacidad, de la ignorancia. Somos un pueblo que pasa página antes de leerla, y luego se inventa el texto. Y aún así vamos tirando. Debemos tener grandes virtudes ocultas.
Lucía Méndez, en su tribuna, le mete un palo a compañeros de profesión por alentar en las tertulias y en las columnas el ardor guerrero tras lo sucedido con los atentados de París. Que sí, Lucía, que ya sabemos que lo que te mola es un Gobierno presidido por Pablo Iglesias, pero va a ser que no:
España se ha llenado esta semana de lamentos muy sentidos a propósito de la patriótica unidad de los franceses tras los atentados de París. Sana envidia dicen haber sentido muchos españoles hacia el comportamiento del pueblo francés y de su clase política frente al terror. A expensas de lo que pueda pasar en las próximas semanas, este sentimiento de envidia no está en absoluto justificado. Los líderes políticos españoles se están portando con un apreciable sentido de Estado. A menos de un mes de las elecciones generales, hablan entre ellos más que nunca para acordar una respuesta común.
Señala que:
Rajoy no quiere bajo ningún concepto que Pablo Iglesias y los pacifistas piensen que España va a ir a la guerra en Siria o en cualquier otro lugar del mundo. Si alguna información se cuela por ahí, rápidamente se apresura a telefonear al líder de Podemos para aclararle que él no es Aznar. Si Pedro Sánchez tiene alguna duda acerca de la respuesta del Gobierno, enseguida marca el número de La Moncloa para pedir explicaciones e inmediatamente las recibe. Albert Rivera no pierde comba sumándose al pacto antiyihadista. Nadie diría que estamos a 15 días del comienzo de la campaña electoral más reñida de nuestra historia democrática.
En contraste con esta actuación bastante responsable -aún a costa de que a alguno de los líderes le pueda pasar factura el excenso de consenso- la siempre fogosa y vehemente brigada de intelectuales, columnistas, analistas y tertulianos han sacado a pasear el ardor guerrero para que el espectáculo no decaiga. Incluso se advierte una cierta decepción de la brigada porque las calles aún no se hayan llenado de manifestantes contra el Gobierno del PP al grito del «No a la guerra».
Y ya que pasaba por ahí, palo a Rajoy por su táctica de comparecer a cuentagotas por los medios de comunicación:
Decretado un impasse en la confrontación electoral, los líderes políticos españoles matan el tiempo visitando platós de variedades, exponiendo su lado más humano, posando para revistas de moda y mostrando ante los electores sus otras habilidades. A la caza del voto de mujeres, mayores, hinchas de fútbol o aficionados a la cocina. En esto Rajoy sigue siendo el más clásico. La única extravagancia que se permite es hablar con Bertín Osborne.